~= LOS ELFOS OSCUROS NO LLORAN =~

PRÓLOGO : El comienzo de un cambio

               En medio de aquella negra y fría noche, un resplandor cegador inundó cada recodo del bosque de Naräiel. Pero al igual que si de un simple rayo se tratara, desapareció al instante, volviendo a sumirlo todo en la oscuridad nocturna tan sólo disipada por la tenue luz de una delgada luna. Entre los frondosos árboles, la figura de un hombre corría velozmente hacia lo que creía que debía ser el origen de aquel resplandor. "Tarde, demasiado tarde.", pensó y apresuró el paso aún más.

               Los tímidos rayos de luna que sobresalían de entre las nubes era la única luz que penetraba por las ventanas, o lo que quedaba de ellas, del templo de Aani. Templo hasta entonces reconocido por cualquiera que se hubiera adentrado en sus salas como el más bello de todo Mithrael. Pero, la batalla que se acababa de librar en su interior, había terminado con todo vestigio de la grandeza que antaño tuvo dejando tan solo unas humeantes ruinas. En su mayor parte estaba derruido: las paredes, antes de la roca más blanca y fina, ahora se encontraban ennegrecidas y quebradas, en las vidrieras rotas no sobrevivía ni un sólo pedazo de cristal de colores, las altas cúpulas que adornaban el amplio techo yacían ahora en el suelo completamente reducidas a piedras mal apiladas, ni siquiera la omnipotente estatua de Aani había resultado ilesa en la batalla y sus fragmentos se encontraban esparcidos alrededor del pedestal en el que momentos descansaba. Y allí, en medio de todo aquel caos y destrucción, yacía inanimada una mujer en cuyo pecho una piedra azul resplandecía.

               La alta figura, llegó por fin a las puestas del templo. Durante un momento permaneció inmóvil frente a ellas observándolo con total perplejidad incapaz de creerse lo que estaba viendo. Pero, tras unos instantes, recuperó la compostura y se internó con decisión en esas ruinas que parecía que incluso el mínimo impulso de viento podía hacer que se desplomaran. Recorrió multitud de salas abriéndose paso entre los escombros como alma que lleva el diablo pues sabía exactamente donde encontraría lo que buscaba. Sí, estaba allí, en el fondo de la sala más amplia del templo. "Maldita sea, aquel hombre...aquel condenado mago, vidente o lo que fuera tenía razón. Y sí, había llegado demasiado tarde", se dijo el desconocido para sus adentros al mismo tiempo que se arrodillaba al lado de la mujer moribunda. Sentía rabia. Rabia de verse completamente impotente. Tan sólo con que hubiese llegado unos minutos antes habría podido acabar con todo de una vez, pero no, por desgracia no lo había conseguido...

               Se acercó más a la mujer, y al ver que aún respiraba, con su fuerte brazo la semi-incorporó. A pesar de tener los vestidos sucios y rasgados, el pelo revuelto y la cara tiznada, su belleza no había disminuido ni un ápice. Largos cabellos castaños enmarcaban su fina tez de la que destacaban unos carnosos labios rojos. La hermosa mujer salió entonces de su letargo y miró, con sus grandes y profundos ojos verde esmeralda, al desconocido que la sostenía.

               -- Sé, porque habéis...venido, pero llegáis...tarde. Ahora ya ha...terminado todo...Él está sellado.-dijo casi imperceptiblemente ella, a lo que el hombre contestó afirmando tristemente con la cabeza y luego añadió:

               -- No habléis, no debéis malgastar energías...- su voz grave resonaba en los agrietados muros de la estancia, mientras que la entrecortada de ella apenas sí perturbaba el silencio. El desconocido estrechó con delicadeza la mano derecha de la mujer.

               -- Ya es...demasiado tarde para...mí, pero por favor...mi hija...buscad a mi hija y...llevádsela a su padre...- el desconocido notaba como a cada palabra pronunciada la mujer se aferraba más fuertemente a su mano, como si intentase de ese modo obtener la fuerza necesaria para decir las que probablemente serían sus últimas palabras- Vos...cuidad de ella...por favor...-él arqueó las cejas y la miró con profunda extrañeza.

               -- Pero…¿yo? Vos sabéis quién soy, ¿no es así?- respondió el hombre con sarcasmo- Sinceramente, no creo que yo sea el más adecua...

               -- Ya sabéis que...Él volverá, - hizo una pausa para recobrar un poco de aliento-...No ha muerto, volverá...Por favor cuidad de ella,....al menos por ahora...Vos la necesitáis también,...¿verdad?...Si hubiera sabido...antes lo que se...necesitaba para...acabar con él... Pero sólo lo supe...una vez hube pronunciado el...hechizo, cuando nos hicimos uno...y vi sus pensamientos...y temores...- una mueca de profunda tristeza ensombreció su rostro, y luego añadió- Y ahora le tengo que...pasar esta pesada carga a...mi pequeña- hizo una nueva pausa y clavó su afligida mirada en los ojos del hombre-...Aunque quizás haya...otra forma...

               El desconocido vaciló unos instantes de lo asombrado que estaba. No se lo podía creer. Realmente era increíble, aquella mujer no sólo le estaba pidiendo que cuidara de su hija y que se la devolviera a su padre, sino que además le pedía que buscara una alternativa. Ella no había dicho a que, pero él lo sabía, por eso no...no podía acceder, si lo hacía todo volvería a empezar puesto que no había ninguna otra forma de acabar con Kjar, daba igual lo que buscase, otros ya lo habían intentado antes que él sin éxito alguno. Como bien le había dicho aquella clase de mago con el que se había reunido antes de llegar ahí, se necesitaba la sangre de esa mujer para invocar el poder mágico que acabaría con Kjar de una vez por todas, pues su sangre, o mejor dicho la de sus antepasados, era la sangre maldita que había empezado todo aquello mucho tiempo antes y la única que podía terminarlo. Pero, lamentablemente, la sangre de ella ahora ya no servía pues el potente conjuro que ella había convocado momentos antes la había contaminado, y además, con Kjar sellado no se podía efectuar el ritual. Por tanto la única opción restante para acabar con él era buscar a la sangre de su sangre, la de su hija, y prepararlo todo para cuando él regresara. Esa era su misión, lo que se le había encomendado, él era un Serke Roitar[1]. Él debía encontrar a los descendientes de la kishar[3] que lo empezó todo y obtener su sangre para el ritual que lo acabaría. Sin embargo, ahora ella le estaba pidiendo que renunciase a todo eso para hacer justamente lo contrario. Comprendía perfectamente los sentimientos de esa mujer preocupada por su hija, que además acababa de dar su vida voluntariamente por todos, amigos y enemigos. Había hecho lo más honorable que se podía hacer, y de eso, de honor él también entendía. Sí había alguien en estas tierras que se merecía una última voluntad, era ella, pero justamente le pedía lo único que no podía concederle...o, al menos no debía.

         El extraño se debatía en la duda, pues todos estos pensamientos se agolpaban en su mente. Verdaderamente no sabía que hacer. En otras circunstancias, no habría dudado ni un segundo, pero ahora se libraba en su interior una dura batalla, pues su corazón le pedía una cosa y su mente otra. Los ojos, esos profundos ojos verdes, fueron los que inclinaron la balanza.

              -- ¿Confiáis en mí? ¿Cómo sabéis que no la mataré?- preguntó el desconocido irónicamente. Ella sólo sonrió. Preciosa sonrisa, pensó él.- Bien, iré a buscarla- resolvió finalmente. Hizo una pausa y agregó- y la cuidaré. O, al menos, de momento pues ya sabéis de sobra cual es mi cometido pero os concedo la gracia,...por ahora- Debía de estar loco para decir lo que había dicho, no sólo iba en contra de lo que había estado luchando todos esos años, sino que además estaba poniendo a todos de nuevo en peligro, pero por alguna misteriosa razón sentía que no podía negarle el último deseo a esos ojos. Si era casualidad, destino o que la mujer le había embrujado no lo sabía...

               -- Ya se lo dije...a los vuestros...una vez,...todos buscamos...lo mismo...aunque los métodos...varíen. Aunque vos..., no sois como los...demás lo sé,...lo noto. -una sonrisa se dibujó en el cansado rostro de aquella mujer. Al extraño le sorprendía la facilidad con que sonreía aquella mujer que casi estaba más en el mundo de los muertos que en el de los vivos- Ella está en el claro...de las hadas, en Varanthel- prosiguió la mujer- ahora marcharos...Rápido antes de...vengan los demás...y gracias...

              El hombre asintió con la cabeza y volvió a recostar a la mujer con suavidad. Se levantó, recitó en su lengua natal una especie de oración y salió de allí tan rápido como había llegado.

              A los pocos segundos de que el desconocido se perdiera de nuevo entre la espesura del bosque, la ondulante luz de una multitud de antorchas iluminó la noche. Una tropa de una treintena de personas compuesta por humanos, en su mayoría, y altos elfos llegó al la entrada del templo. Y, tras intercambiar unas palabras entre ellos, un hombre joven, que parecía ser el que estaba al mando, penetró en el templo seguido de un anciano apoyado en una larga vara y un par de elfos. Mientras tanto, el resto de la comitiva les aguardaría fuera.

              Recorrieron todos los rincones de los pasillos semi-derruidos del templo y poco parecía importarles la posibilidad de que cualquiera de las paredes cediera a su peso desplomándose sobre ellos, puesto que se internaban más y más en el templo mirando a un lado y a otro, buscando algo. Cuando ya habían perdido casi toda esperanza, allí al final en lo más profundo del templo, la encontraron...pero habían llegado tarde, ella yacía muerta en el suelo. El joven hombre que encabezaba la pequeña expedición, con la cara contraída por el espanto, tiró al suelo la antorcha que le había iluminado el camino al mismo tiempo que se arrodillaba al lado de la mujer. Respiró aliviado al comprobar que no estaba muerta, aún se aferraba a la vida pero no sabían por cuanto tiempo más. El resto de los allí presentes se dispusieron alrededor de la mujer mientras el mago agitaba su vara pronunciando un hechizo curativo.

              -- No...es necesario que..os molestéis...es inútil...-pesadas como el plomo salieron de su boca estas palabras. Los tres hombres que estaban de pie, incapaces de decir nada, intercambiaron sombrías miradas.

               -- No digas eso, cariño, ya verás como enseguida te sientes mejor.- la voz del hombre arrodillado temblaba de miedo y de angustia a la vez. En su fuero interno intentaba negar lo que en el fondo ya sabía; que su esposa les había salvado a todos con el precio de su vida. Ella usó el único hechizo capaz de frenar a Kjar, el sello más poderoso sobre la tierra, que casi nadie conocía y poca gente había utilizado ya que consumía la vida de aquel que osaba convocarlo. Invocar ese poder mágico significaba la muerte. Ningún hechizo curativo podría ya salvarla. Las lágrimas comenzaban a anegar sus ojos y la presión que sentía en su pecho le hacía difícil respirar mientras comenzó a pronunciar unas palabras que apenas audibles- pero ¿por qué?...¿por qué no dijiste nada?¿por qué viniste sola? Podríamos haber seguido el plan establecido. No tenías que habe...- los dedos de ella le rozaron los labios y los mantuvo ahí unos instantes para impedirle seguir mientras esbozaba una hermosa sonrisa, una de esas que a él le volvían loco, de las que hicieron que años atrás que quedara prendado de ella.

               -- No quería...más muertes...innecesarias,...además...esta era la...única forma...de sellarle unos...años más...hasta que...podamos acabar...con él...Siento dejarte...a ti y-la mujer hizo una pausa provocada por una aguda punzada de dolor en el pecho."No aún no, sólo unos instantes más, por favor, debo decírselo, tengo que decírselo", pensó. Respiró hondo y con las pocas fuerzas que le quedaban, prosiguió-...a la pequeña...- los ojos del joven mostraron incredulidad y los otros congregados se miraron sorprendidos unos a otros, preguntándose cómo era posible eso- Sí,... ella... está... a salvo... protégela... bien... de Él.............Te......quiero.-en ese momento los dedos que habían silenciado al joven perdieron su fuerza, y la mano cayó golpeándose con el frío mármol del suelo, pero ya poco importaba pues a ella ya no podía dolerle.

               -- ¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!- gritó el joven tan fuertemente que su voz retumbó por las maltrechas paredes del templo hasta llegar a los oídos de los que se habían quedado fuera. Cabizbajos y con los rostros sombríos, todos comprendieron al instante lo que había sucedido; también había, quien no pudiendo controlar sus sentimientos, lloraba.

              El corazón del joven apenas podía soportar el dolor, ¿de qué le servía que hubieran salvado al mundo cuando ella acababa de morir por ello? Grito y chilló maldiciendo a sus antepasados, a Kjar, e incluso a los dioses por haber permitido que ella muriera. También se maldijo a sí mismo por no haber llegado antes...No pudo impedirlo, él, que había jurado estar siempre a su lado, al final no había podido protegerla. Las lágrimas hasta entonces retenidas brotaron de sus ojos, al mismo tiempo que abrazaba el cuerpo sin vida de la que había sido,... no, sería para toda la eternidad, su esposa.

              Los otros tres presentes no podían hacer nada más que observar la triste escena en silencio, aunque por todos pasó un terrible pensamiento, ¿si su hija seguía con vida, no significaría eso tarde o temprano el retorno de Kjar? Uno de los elfos, el más allegado al joven, se arrodilló a su lado y posó una mano sobre su espalda en señal de comprensión. Sólo una mirada bastó para que el humano comprendiera lo que el elfo no se atrevía a decir con palabras por miedo a aumentar aun más su dolor.

              -- No voy a permitir que ese hijo de perra se lleve a mi hija como ha hecho con mi mujer.- dijo con rabia mientras clavaba en el elfo su mirada inyectada de odio- Eso si se atreve a volver,... y si vuelve le estaremos esperando.- El elfo asintió con la cabeza, aunque no del todo seguro, porque si algo le habían enseñado todos los años de su larga vida era que Kjar siempre había vuelto, pues la maldición aun seguía viva, viva a causa de la niña. Pero prefirió no hablar de ello y dejar las cosas así, de momento, pues la niña era su maldición y a la vez su única esperanza de salvación.

              De repente la lluvia comenzó a caer sobre los árboles, la hierba, las piedras agrietadas y la comitiva que esperaba a la salida del templo, pero ninguno de los que la componía se movió ni un palmo, por abatimiento y sobretodo por respeto. No se sabe quien de entre todos ellos empezó, pero tras unos instantes, todos estaban entonando una antigua y triste canción, mientras el cielo lloraba la pérdida de aquella mujer, que a cambio de su vida había salvado las tierras de Mithrael.

              La alta figura, llegó al fin a la catarata tras la que se escondía una de las entradas al claro de las hadas. Bueno, la verdad era que el mágico claro se encontraba en la dimensión en la que los espíritus moraban, en Varanthel, por lo que a la vez estaba y no estaba tras esa catarata y sólo los iniciados en la comunicación con los espíritus del bosque y los elfos que poseían este don innato podían acceder a él. El desconocido, se adentró en el río, donde el agua le llegaba casi hasta la cintura, hasta alinearse con el centro de la catarata y, en ese momento, unas finas gotas de lluvia empezaron a caer sobre su rostro. "Bien, lo que faltaba. Como si no estuviera bastante mojado ya", pensó. Pero, resignándose, extendió sus dos brazos hacia delante con las palmas de las manos abiertas en dirección a la catarata y, cerrando los ojos para concentrarse mejor, pronunció la antigua fórmula que le abriría el paso a ese mágico mundo al que, por cierto, hacía años, muchos años, que no iba.

              -- Espíritus de las aguas, os suplico me deis permiso para cruzar la puerta guardáis. Ryonar, kalände nir se h'unk, kala!

               Parece ser que los espíritus del agua le concedieron tal permiso pues en el momento en que pronunciaba la última palabra, la catarata se partió en dos como si de una simple cortina se tratase. Detrás, la dura roca empezó a mostrarse gradualmente más transparente hasta que finalmente desapareció por completo dando lugar a una entrada tallada en la roca de la montaña. El desconocido penetró en ella y tras, un húmedo y lóbrego túnel de un centenar de metros, llegó por fin al claro.

              El claro de las hadas no era ni por asomo como el resto del bosque, ya que al fin y al cabo no pertenecía a ese mundo. Aquel era un lugar mágico, el lugar donde los espíritus moraban y las hadas jugaban. Allí los árboles crecían más vigorosos y verdes, había en una pequeña laguna de agua transparente y clara como ninguna, las flores poseían unos colores más vivos y olían mejor, el aire era más puro e incluso había mucha más luz de la que debería haber con esa desnutrida luna. Así era el lugar donde las hadas se reunían a jugar, bailar y cantar, tanto de día como de noche.

              El desconocido miró a un lado y a otro, pero no vio rastro alguno ni de la niña ni de ninguna hada. Extrañado, avanzó un poco más y, de repente, el sonido de un llanto llegó a sus oídos, un llanto de niño. Sin siquiera darse tiempo para pensar, ya estaba corriendo a grandes zancadas hacia la dirección de la que procedía aquel sonido. "Maldita sea, a saber qué le estarán haciendo esas endemoniadas hadas", pensó. De sobra conocía de lo que eran capaces esas pequeñas, que más que hadas deberían haberse llamado brujas o arpías. Esas criaturas no le gustaban en absoluto.

               Al final, logró alcanzar el lugar del que procedía el llanto. El desconocido se quedó, atónito, contemplando la escena que le ofrecían sus ojos y que, de habérsela contado alguien, se habría reído en su propia cara. A unos metros de él se encontraba acurrucada sobre el mullido césped, una niñita de unos dos años, rubia, muy bonita, y que hubiera pasado perfectamente por hija de altos elfos de no ser por las orejas redondeadas que delataban su condición de humana. ¿Así que esa era la niña? Ella estaba llorando desconsolada aunque no de esa forma que lloran los niños por algún capricho o porque se les ha prohibido algo, sino de verdadera tristeza. Alrededor de ella, las hadas, pequeñas y hermosas mujercitas con alas multicolor, se congregaban cantando y bailando o simplemente acariciando la dorada cabecita de la niña. Parecía que, de algún modo, estuvieran tratando de animar a la pobre criatura.

              -- ¡Por todos los dioses! Nunca hubiera dicho que llegaría a ver como unas hadas consuelan a una niña humana- murmuro imperceptiblemente el extraño, que no lograba salir de su asombro, pues las hadas aun siendo unos seres egoístas y juguetones, capaces de hacer lo que fuera sólo con tal de divertirse, en ese momento estaban intentando aplacar el llanto de la pequeña. ¿Sería sólo curiosidad lo que sentían hacia ella?...

              El desconocido se acercó hasta donde se encontraba la niña y, las hadas que hasta entonces habían ignorado su presencia, volaron hasta esconderse detrás de las hojas de los árboles o los pétalos de alguna flor cercana pues no sentían simpatía alguna por aquel inesperado intruso. La pequeña seguía llorando impasible a lo que sucediera a su alrededor y el hombre, al ver que no tenía la menor intención de dejar de hacerlo, se agachó frente a ella. No se le daban bien los niños y no le gustaba tratar con ellos porque no estaba acostumbrado pero sabía que tenía que intentar de algún modo que ella dejara de llorar.

              -- ¡Hey! ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?- dijo él con la voz más dulce que pudo. La niña contuvo el llanto y levantó la vista como si entonces se percatara de que allí había alguien más. Le miró con unos grandes ojos azules enrojecidos por el llanto, y tras unos instantes, volvió a llorar de nuevo. "¿Y ahora que hago?", pensó el desconocido, y optó por seguir hablándole para ver si así conseguía tranquilizarla- Vamos, no llores más,... deja de llorar y me cuentas lo que te pasa, ¿vale?

               -- Mamá,...mamá no ta,...sa ido- consiguió explicar la pequeña entre sollozos.

              ¿¡Cómo podía ser que esa niña supiera lo de su madre!? ¿Sería algún tipo de conexión entre madre-hija? Aquel hombre no lo comprendía pero lo cierto era que aquella niña de alguna manera sabía que ya no volvería a ver a su madre nunca más.

              -- Mira, tu mamá se ha ido pero te observa desde las estrellas. Mírala ahí arriba- dijo el desconocido señalando a la delgada luna- Ahí es donde está tu mamá, ¿no querrás que se ponga triste de verte llorar?-la niña sacudió negativamente la cabeza. Él, se sentía como un verdadero estúpido hablando y comportándose de esa forma, pero al menos parecía ser que estaba surtiendo efecto en la niña pues le prestaba atención y su llanto menguaba poco a poco.- Pues hala, deja de llorar y vamos a buscar a papá, ¿eh?

              En ese momento las hadas salieron de su improvisado escondite y se pusieron a revolotear alrededor de aquel hombre ya que no les hacía ninguna gracia que ese extraño invadiese su claro y encima ahora intentara quitarles su nueva distracción. No, no le dejarían.

              -- ¡Estaros quietas ya, malditas!- dijo el extraño sacudiendo las manos como si espantara simples moscas- ¡Me la voy a llevar igual, os pongáis como os pongáis!- la reacción inesperada de las hadas le había hecho subir el tono de la voz sin darse cuenta hasta un punto en que casi estaba gritando. La niña, que ya había cesado de llorar, se asustó y volvió a sollozar- ¡Mirad lo que habéis conseguido!- gritó él aún más furioso. Rápidamente se llevo las manos a la empuñadura de su espada y profirió una amenaza- ¡Como no os larguéis de aquí, juro por los dioses que os corto las alas!- al parecer, el ultimátum surtió efecto porque las hadas desaparecieron al instante, volviéndose a ocultar entre el espeso follaje. Ya libre de esa inoportuna molestia, el hombre volvió a suavizar la voz para dirigirse a la niña. Con lo que le había costado que parara de llorar y ahora había vuelto a empezar y, para colmo, le estaba empezando a entrar dolor de cabeza,...parecía mentira que los crios fueran tan susceptibles, se dijo para sí.- Venga, ya está, ya se han ido, no llores más. Mira, si paras de llorar te daré una cosa muy bonita y nos iremos a ver a tu papá. ¿No ves que llorando estás muy fea?

              El desconocido, se dirigió la derecha donde había una especie de peñasco y lo observó cuidadosamente. Complacido, se despojó de la capa que vestía y desabrochó el cinto con la espada que le colgaba de la cintura dejándolo todo en el suelo. Acto seguido se agarró a un saliente del peñasco y, poco a poco pero con gran agilidad, fue escalándolo hasta que, al llegar a una altura de unos quince metros, se paró y recogió algo. La niña arrastrada por la curiosidad, ya no lloraba sino que se encontraba observando la escena desde abajo. El hombre bajó y ocultó en su espalda algo que la niña no logró ver mientras la contemplaba con resignación. Dejó escapar un profundo suspiro. "Joer con la cría, ya se podría haber callado antes y me hubiera ahorrado el numerito", dijo para sus adentros.

              -- Si me prometes que no lloraras más te lo doy, ¿vale?- y se sentó frente a la niña que le miraba con más curiosidad todavía si cabe- ¿Me lo prometes?- "Por todos los dioses, ¿quién me iba a decir a mí que estaría aquí, haciendo el imbécil de esta forma? Soy un soldado, un guerrero, tal vez un asesino, pero no una niñera.", pensó él con ironía.

              La niña asintió silenciosamente con la cabeza y le enseñó la mano que había puesto detrás de su espalda en la que tenía una flor. Pero no una flor cualquiera, una flor con forma de estrella, violeta muy oscuro en los bordes y que se iba aclarando hasta hacerse completamente blanca en el centro, y que exhalaba un aroma embriagador.

               -- Esto es una violeta nocturna, una violeta que florece en los sitios altos y de noche. Huele muy bien, ¿te gusta?...Toma te la doy, pero no llores más que me lo has prometido- la niña cogió tímidamente la flor que aquel extraño le ofrecía. La miró, se la acercó a su naricita para oler mejor el perfume, esbozó una bonita sonrisa, y sin previo aviso se acercó al desconocido y le abrazó dándole un beso en la mejilla. Aquello cogió desprevenido al hombre que no se imaginaba esa reacción y, menos aún por una simple flor, aunque también era bien cierto que podía deberse tan sólo a su corta edad. Miró a la niña que le estaba ofreciendo otra de sus bonitas sonrisas- Ves, ahora si que estás guapa.- le dijo mientras pensaba que, además de su sangre, la pequeña había heredado de su madre su preciosa sonrisa.

El desconocido, le devolvió la sonrisa, se levantó, volvió a ajustarse el cinto y cogió la capa con el brazo.

              -- Venga ahora dame la mano y nos iremos de aquí- dijo tendiéndole su mano a la niña.

              Ella extendió decidida su pequeña manita hacia la grande de aquel señor, que a esas alturas ya había obtenido su entera confianza pero, al comprender que no la podía alcanzar, instintivamente dio la vuelta y se agarró firmemente a los pliegues de la capa que colgaba de su brazo. Él sonrió levemente ante la escena pero, dándose por satisfecho, ambos se dirigieron con paso lento hacia la salida. Una vez allí, el desconocido se agachó y, cuidadosamente, envolvió a la niña con su capa, que por cierto ya se había secado al igual que sus ropas gracias a las extrañas y mágicas propiedades de aquel mundo gobernado por los espíritus.

              -- Así no te mojarás- le dijo, y acto seguido la cogió en brazos lo más delicadamente que pudo pues tenía la impresión de sostener una muñeca de finísima porcelana, ligera, pequeña y capaz de romperse al mínimo movimiento,... parecía mentira que el futuro de esas tierras dependiera de un ser tan vulnerable.

              Ella, que no había dejado de mirar a aquel extraño ni un segundo a causa de la tremenda curiosidad que sentía, le dijo inesperadamente mientras esbozaba otra de sus hermosas sonrisas:

              -- Senor efo,...¿te quedarás a vivir connigo y papá?...Me gutas - Aquello dejó completamente estupefacto al extraño.

              Era increíble el hecho de que en el poco tiempo que llevaba con ella ya había logrado sorprenderle en varias ocasiones, a él, un elfo inmortal que había visto, pasado y conocido tantas y tantas situaciones. En lo más hondo de su corazón algo estaba cambiando, le estaba cogiendo cariño a esa niña por alguna razón. Y ahora, por primera vez, había pasado de considerarla como un objetivo de su lucha, un mero objeto portador de la sangre maldita, una presa para el cazador: el Serke Roitar; a verla como algo más, como una personita que acababa de perder a su madre y sobre la que, al mismo tiempo y sin siquiera merecerlo, había recaído una pesada carga. Era una lástima, una verdadera lástima que algún día tuviera que acabar con ella con sus propias manos. Aquellas palabras antes carentes de sentido, cobraron ahora importancia..."Aunque quizás haya...otra forma..."

               -- Bueno, tu mamá me dijo que te cuidará pero no sé si tu papá me dejará quedarme contigo, pero sino te estaré observando desde el cielo como tu mamá, ¿vale?- "Aunque quizás haya...otra forma..." esas malditas palabras repiqueteaban en su mente sin cesar...Después de todo, quizás sí mereciera la pena intentar buscar otra opción pensó asombrándose a sí mismo por hacerlo...¿Cómo demonios se las habían arreglado esa cría y su madre para ablandarle de ese modo?...A él, conocido por los suyos por el sobrenombre de Sincahonda, "corazón de piedra",... ¿Sería que entre las dos habían podido rescatar de lo más profundo de su alma algo que hasta él mismo creía que ya ni poseía? Aquello que el tiempo y los acontecimientos vividos habían enterrado en el fondo, muy en el fondo de su ser, relegándolo al olvido y hasta casi la total desaparición: los sentimientos.

              La niña, complacida con la respuesta, recostó su dorada cabecita en su hombro y se agarró tiernamente al cuello del elfo mientras él mandaba mentalmente una plegaria a los dioses para que el día en que tuviera que reclamar su sangre nunca llegara. Seguidamente pronunció de nuevo la fórmula mágica para abrir el pasadizo, y salieron de allí al amparo de la noche, perdiéndose en el bosque.

               Lejos, muy lejos de allí, una horrible risa retumbaba por las frías paredes de un castillo llegando hasta el último recodo del mismo. Con sus nudosas y arrugadas manos envejecidas por el tiempo, un anciano sostenía la bola de cristal que le permitía ver cualquier lugar que pensara con sólo desearlo y, lo que acababa de ver, le había complacido más que nada en el mundo puesto que significaba que su plan estaba en marcha. Aquellos necios pagarían caro el sufrimiento que le habían causado a su maestro. Él se encargaría de vengar la afrenta que hoy había sufrido, y llegada su hora, le haría regresar. Sí, por mucho que le costase, haría que aquellos entrometidos llegaran a desear no haber nacido. Pero, observó de nuevo el palantír, no parecía que iba a costarle demasiado. De nuevo, su risa volvió a inundar aquel silencioso palacio.

Eilaya Daerü


[1] En teoría tiene que significar "Cazador de sangre", pero pido perdón si no es así (q seguramente no será ¬¬U)...no sé de estos idiomas :P


Hola a todos los que hayáis leído el prólogo de esta historia!!!

               Como podéis ver voy subiendo capítulos regularmente (para leerlos pinchad en la ventana desplegable que hay abajo a la derecha) os agradecería que me dejarais un comentario o review (apretar "Go" abajo a la izquierda) sobre lo que os parezca la historia o cualquier crítica que queráis para ayudarme a mejorar mi escritura. No hace falta q escribáis una cosa del otro mundo, cualquier comentario me sirve y no sabéis lo que sube la moral leer reviews aunq sean con sólo un "Hola" ^__^

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