~= Los Elfos Oscuros no lloran =~
CAPÍTULO 11: El robo del Luinil
Tic, tic, tic,… el rítmico sonido de un gotear inundaba, a aquellas tempranas horas, la silenciosa estancia. De pronto, una larga retahíla de improperios pronunciados con creciente irritación rompió aquella monótona tranquilidad. Aymard guió sus pasos hacia la procedencia de aquellas malhadadas palabras que provenían de detrás de una puerta tras la barra de la posada. El príncipe frunció el ceño y, apoyándose sobre una de sus manos, la saltó con agilidad.
-- ¡¿Quién osa…?!-prorrumpió una voz enfadada al oír el seco golpear de las botas en el suelo mientras asomaba su curtido e iracundo rostro por la puerta- ¡Ah, sois vos, Alteza!- dijo el propietario del local tranquilizándose al ver el joven semblante del príncipe.
-- ¿Qué os sucede Irale? ¿A qué se debe ese mal humor tan de mañana?- inquirió Aymard con una sonrisa mientras se adentraba en la trastienda.
-- ¡Es este maldito barril – exclamó el posadero indicando con la mano la enorme barrica que rellenaba para poder servir a sus clientes-, ha vuelto a ajarse!
-- Deberíais, entonces, procuraros otro pues este debe tener casi tantos años como vos. –proclamó irónicamente el heredero al trono para, luego, añadir en un tono de advertencia- De otro modo, a este paso, un día acabaréis inundado por el vino que contiene. No le pidáis más a su vieja madera y a su oxidado hierro.
-- A este paso acabareis por enterrarme a mí también.- contestó algo molesto el robusto hombre.
-- ¡Oh, no!¡Los dioses me libren! Espero poder dormir aún muchas noches en vuestras habitaciones- exclamó el joven dándole una palmada en la espalda a su anfitrión.
En ese preciso instante, el ruido de unas pisadas y el murmullo de varias personas llegaron hasta ellos. Cuando ambos se asomaron, un encapuchado salía ya por la puerta sin dirigirles la palabra. A varios metros tras de sí, un trío le seguía. El grupo se detuvo al pasar a su altura:
-- Buenos días tengáis.- dijo la muchacha del pelo como el azabache.
-- Vamos a disponer las cabalgaduras.- aseveró el muchacho más joven.
-- A primera hora les he procurado el mejor forraje para que se encuentren fuertes para el viaje- explicó el posadero tras devolverles el saludo.
-- ¡Tan atento como siempre!- exclamó Sir Rodric mientras, por encima de la barra, le daba unos golpecitos amistosos en el brazo a Irale.
-- ¿Dónde se encuentra Eiryn?- inquirió Aymard con un poco de sorpresa.
-- Ahora bajará. Estaba acabando de arreglarse.- explicó Leila sonriente.
Dicho esto, se despidieron y se dirigieron a las cuadras anexas. Entonces el posadero apoyándose en la barra como quien, tras después de muchos años de oír cosas de aquí y allá de sus clientes, no supiera escucharles de otra forma, inquirió con curiosidad.
-- Lo que no me habéis dicho, Alteza, es a dónde os dirigís esta vez con este grupo de personas tan heterogéneo.
-- Asuntos de mi padre.-replicó el muchacho. Irale, entonces no preguntó ya más pues sabía que, cuando el príncipe le daba aquella escueta contestación, no era prudente indagar pues de asuntos delicados de estado se trataba.
-- Comprendo.- contestó el posadero. Seguidamente añadió con seriedad –Sin embargo, si me permitís la indiscreción, no me gusta nada ese personaje tan sombrío que os acompaña. Haríais bien en no quitarle el ojo de encima. – El rostro de Aymard se endureció.
-- No tengáis de eso cuidado, amigo, pues es lo que pienso hacer.
En ese momento, el sonido de un rápido bajar de escaleras llegó hasta sus oídos y, tras unos pocos segundos, apareció agitadamente la bella hija del Duque de Randaer. Con el pelo atado a una cinta y la ropa élfica de montar que le había proporcionado su mentor, descendía apresuradamente por las escaleras mientras trataba de cerrar el zurrón que llevaba.
-- Buenos días. ¿Ya estáis lista?- dijo Aymard dirigiéndose a ella con una de sus mejores sonrisas.
-- Si Leila me hubiera despertado cuando ella se ha levantado en lugar de hacerlo cuando ya estaba vestida…- protestó la joven algo molesta.
-- Bueno, miradlo por el lado bueno, así habéis podido dormir un poco más.
-- ¡Sí, pero ahora debo apresurarme más!- exclamó y diciendo esto se despidió del posadero y salió con premura de allí.
Tanto el Irale como Aymard permanecieron observando a aquella muchacha salir de la estancia y, luego, dirigirse a las cuadras a través del cristal de la ventana.
-- Sería magnifico tenerla al lado, ¿no creéis?- murmuró el príncipe sin apartar la mirada de la dorada melena que divisaba. El posadero le miró con cierto escepticismo.
-- Obviamente. Aunque, más magnifico sería tenerla debajo, ¿no es…? - comentaba el maduro hombre entre sonoras carcajadas pues, no habían sido pocas las veces que, el hijo del monarca, invitaba a alguna de las aldeanas cercanas a pasar la noche en su posada. Pero, sin darle tiempo a terminar la frase, fue bruscamente interrumpido por Aymard quien le dirigió una mirada de irritación.
-- ¡Retirad ahora mismo esas palabras, Irale! Pues sabed que, algún día, ella será vuestra futura reina.- El posadero, sorprendido, le miró con incredulidad, pero al ver el serio y decidido semblante del heredero al trono, supo que aquellas palabras habían sido pronunciadas a plena conciencia. Le miró con ojos afables y aseveró.
-- Sin duda os dará hijos hermosos. Habéis sabido elegir a la más bella y delicada criatura de cuantas he visto.
-- Sí, y de fiero corazón- exclamó él con orgullo- Creo que me costará convencerla- rió el joven- aunque, tarde o temprano reinará a mi lado. Os lo aseguro.
Finalmente, Aymard se despidió del posadero mientras le tendía una bolsa con sus honorarios más una generosa propina.
-- ¡Y hacedme el favor de comprar una nueva barrica!- exclamó mientras salía por la puerta.
Había pasado poco menos de unas horas cuando unos pares de pequeños ojillos vivaces, traviesos y juguetones que les habían estado observando desde que llegaran, se miraron entre sí y asintieron en silencio. Con sigilo, unas figuras menudas abandonaron el seguro cobijo que les ofrecían el espeso follaje de los arbustos y se aproximaron hacia aquellos haleck que se habían internado en su territorio. Hacía aburridos días que nadie pasaba por allí, por lo que habían tenido que contentarse robando huevos de nidos de pájaros y asustando a pequeños roedores para matar el tiempo pero ¡qué irresistible visión se extendía ahora frente a sus ojos!: Una de aquellas grandes y feas haleck llevaba sobre su pecho la gema más brillante y exquisita que habían contemplado desde que, años atrás, los comerciantes de joyas dejaran de transitar aquellos lares. Rápidamente, con la silenciosa velocidad que les caracterizaba, tres diminutas figuras se situaron alrededor de aquella haleck aprovechando que, ésta, dormía profundamente recostada en un improvisado lecho de mantas tendido sobre la hierba. Sus pequeñas pupilas ambarinas se dilataron desmesuradamente al contemplar la tenue luz azulada, apenas perceptible, que la hermosa gema irradiaba. Lentamente, uno de ellos, como si la joya se hubiera apoderado de su mente por completo y controlara todos y cada uno de sus movimientos, alargó su pequeña mano hacia ella pero, de pronto, la retiró súbitamente en un acto reflejo para llevarla hasta su dolorida cabeza.
-- ¡Ouch! ¿Por qué hiciste eso?- preguntó lastimeramente con su estridente y aguda vocecilla.
-- Porque lo cogeré yo.- Repuso autoritaria la segunda figura.
-- ¿Y por qué no puedo cogerlo yo?- inquirió la tercera.
-- Porque yo soy el mayor de los tres.- exclamó la segunda segura de que aquel era un argumento más que concluyente para otorgarle el mando de la situación.
Y, tras unos segundos, extendió sus diminutas manos y envolvió con ellas la preciada gema. Con esto me convertiré en Señor del Año, pensó para sí avariciosamente el pequeño ser. Y tiró de la delicada cadena hasta que se hizo visible el cierre de la misma y lo abrió. Sus dos compañeros se acercaron a él rápidamente mientras alargaban sus delgados dedos con la intención de tocarla. Pero, éste, la apartó rápidamente dirigiéndoles una rabiosa mirada a sus compañeros y arrancó a correr ante la estupefacta mirada de aquellos.
-- Es mía, yo la he cogido.- Les espetó mientras se alejaba a una velocidad vertiginosa.
Las dos diminutas figuras que se habían quedado atrás se miraron con una mueca de irritación y, tras unos segundos, se precipitaron en pos de su acompañante fugado.
El sol brillaba en lo alto y proporcionaba a la piel de Eiryn una agradable y cálida caricia. Tendida sobre el césped la gran alameda, permanecía reposando con los ojos cerrados hasta que, de pronto sintió un cosquilleo en la cara.
-- ¡Oh, Dae, déjame descansar un momento! - exclamó ella con los ojos aun cerrados mientras apartaba con las manos las lustrosas crines negras que acariciaban su rostro. Pero, ante la insistencia del animal, que no parecía dispuesto a dejarla tranquila hasta que recibiera la atención requerida, finalmente, abrió los ojos, se incorporó y preguntó con retintín.- ¿Pero qué es lo que quieres, pesado?
El corcel agitó su cabeza contento y la acercó a la humana, quien la tomó entre sus manos acariciándole la frente y rascándole entre las orejas. Dae levantó su cabeza agitándola otra vez, bufó, e inclinándola de nuevo apresó con delicadeza el borde del vestido de la muchacha con sus dientes y tiró levemente de él. Eiryn, a sabiendas de lo que aquel gesto significaba, se levantó y entonces el caballo, tras lanzarle una mirada instándola a que lo siguiera, la soltó. Ella empezó a caminar al lado del caballo notando la fresca suavidad de la hierba bajo sus pies desnudos. Dae andaba lentamente, guiando a la humana hacia el principio de la verde arboleda que se extendía frente e ellos cuando, de repente, relinchó violentamente y, tras encabritarse, se lanzó al galope como si de un caballo desbocado se tratara. La muchacha quedó inmóvil, completamente estupefacta por la insólita e inesperada reacción del corcel.
-- ¡Dae! ¡¡Dae!! ¿¡Dónde vas!? ¿¡Qué sucede!?- gritó la joven. Pero el animal ya había desaparecido de su vista entre las nudosas cortezas de los árboles.
Eiryn, tras voltear la cabeza en todas direcciones y comprobar que no hubiera nada que pudiera haber asustado al corcel, frunció el entrecejo entre enfadada y asombrada, resopló y empezó a caminar tras las huellas de herradura impresas en el suelo mientras refunfuñaba por lo bajo.
Tras un buen rato de andar se percató de que, poco a poco, la claridad del día se había ido desvaneciendo y ello no era debido a que la hora del atardecer se acercaba sino a que, la verde cúpula que se extendía muchos metros por encima de su cabeza, era cada vez más densa. Pero aquel espeso follaje no era lo que le más inquietaba; Dae, no sólo no respondía a sus llamadas sino que sus huellas parecían internarse cada vez más en la arboleda. Eiryn no daba crédito a aquello, ¡Dae nunca se había comportado de esa forma, ¿qué podría haberle hecho reaccionar así?! Preocupada, volvió a dirigirle una última mirada a aquellas monstruosas cúpulas vegetales y, sujetándose el borde del vestido, siguió adelante.
Todavía transcurrieron unos minutos más hasta que, por fin, llegó hasta sus oídos un lejano relincho. Rápidamente se arremangó el vestido hasta las rodillas y, asiéndolo con fuerza, corrió en la dirección de la que provenían los relinchos del caballo. Tras recorrer, por fin, el espacio que separaba a ambos, una extraña escena apareció ante sus ojos. Dae se hallaba en un pequeño claro relinchando y agitándose como loco, encabritándose una y otra vez al lado de lo que parecía el inicio de una senda marcada por una vieja arcada de piedra. Eiryn se acercó a él rápidamente.
-- Dae….tranquilo….shhhhhhh….tranquilo…tranquilo…- con la mano en lo alto, la joven fue acercándose al animal hasta que pudo ponerla sobre su lomo. Finalmente, tras prodigarle suaves palabras, logró calmar al corcel.- ¿Qué sucede?- Inquirió la muchacha con delicadeza. Eiryn nunca había visto a su caballo tan asustado. Dae sacudió su cabeza y se quedó mirando fijamente la larga senda que se extendía ante ellos.
Tras la destartalada y vieja arcada se podía vislumbrar un sendero franqueado por frondosos árboles que parecía que hicieran las veces de columnas de aquél sombrío pasillo. Todos los árboles estaban marchitos, muertos. Tan sólo una enredadera espinosa de flores rojas que se entrelazaba entre sus ramas aportaba algo de color y vida a aquél tétrico lugar. Y, por si todo aquello no fuera suficientemente inquietante, una tenue neblina que surgía de la lejanía y se extendía por el suelo parecía reptar extrañamente a lo largo de toda la senda. Un escalofrío recorrió la espalda de Eiryn pues, le dio por pensar, que aquella niebla parecía estar mágicamente viva. En estas se hallaba la muchacha cuando, de repente, unos susurros bajos pero perfectamente audibles, llegaron a sus oídos. Palabras extrañas procedentes de una lengua muy antigua que ella no comprendía.
En esos momentos, cualquier persona mínimamente sensata hubiera dado media vuelta para alejarse de aquél tenebroso lugar lo más rápidamente posible, pero sus pies se mantuvieron clavados en el suelo. Aquella voz la llamaba. Eran palabras incomprensibles pronunciadas en una lengua desconocida pero, aún así, Eiryn sabía que iban dirigidas a ella, que la estaban llamando y que debía seguirlas. Y, sin apenas darse cuenta, ya había empezado a caminar hacia ellas y sólo se percató de ello cuando los dientes del corcel aferrados a su vestido le impidieron proseguir más. La joven volteó su rostro hacia el negro corcel.
-- No te preocupes Dae…- le dijo Eiryn distraída. Le acarició la frente y, tras retirar la tela lentamente de sus dientes, agregó- Espérame aquí, no pasará nada.
El corcel bufó y la miró con desacuerdo, pero obedientemente la dejó marchar y no se movió ni cuando la niebla empezó a acariciar sus desnudos pies y se arremolinaba en torno a ella.
Con paso lento pero constante la joven fue internándose en aquel extraño y sombrío sendero hasta que, en un momento dado, se detuvo unos instantes al sentir el resbaladizo tacto del fango bajo sus pies pero, tras encogerse de hombros, prosiguió adelante. Largo rato estuvo caminando hasta que ya no pudo distinguir tras de sí el claro donde Dae la esperaba y no oía más ruido que el latido de su propio corazón, pero aquello lejos de intimidarla reavivaba más aún el impulso que, dentro de ella, la instaba a seguir adelante pues seguía oyendo esas palabras y no podía eludir su llamada. Finalmente, cuando por fin pudo distinguir una claridad lejana que indicaba la salida de aquél largo y tétrico túnel, apresuró el paso. Llegó al final y se hizo el silencio. Los hipnotizantes susurros desaparecieron de la misma misteriosa forma en que habían aparecido.
La joven quedó tan maravillada ante el bello paraje que se extendía frente a ella que salió del estado de letargo en el que, instantes atrás, se hallaba. No sólo el sol volvía a brillar en lo alto sino que se oía el alegre trinar de los pájaros y bellas mariposas revoloteaban por las flores cuyo colorido y aroma inundaba el lugar. Un gran árbol de blanca corteza coronaba el centro del claro. Su corteza era tan blanca y lisa que podría haberse pensado que se trataba de una hermosa escultura esculpida con el mármol más fino sobre la faz de la tierra, pero no era así pues verdes hojas brotaban de sus ramas. Este árbol se encontraba apostillado en el lateral de un estanque de tal forma que sus blancas raíces se hundían en sus aguas cristalinas. Un par de divanes de mármol blanco y multitud de mullidos cojines de vivos colores se hallaban esparcidos por doquier alrededor de la pequeña laguna. Y, en el lado opuesto a dónde Eiryn se encontraba, un sendero de blancas piedras llevaba hasta, decenas de metros más allá, unas finas arcadas tan asombrosamente labradas que serían, de seguro, la envidia del más delicado artesano enano.
La muchacha contemplaba ensimismada aquel pacífico y hermosísimo lugar que, ciertamente, parecía sacado de las ilustraciones de palacios élficos que le había enseñado Ilthir. Aunque, si ya de por sí suficientemente extraño que se encontrara en medio de aquel bosque, aún más lo era el hecho de que a pesar de hallarse completamente desierto parecía, de algún modo, dispuesto para que alguien lo ocupara en cualquier momento. Eiryn volteó el rostro en todas direcciones escudriñando los alrededores.
-- ¿Hola? ¿Hay alguien?- preguntó alzando la voz varias veces mientras se iba internando en aquel lugar.
Pero sólo el silencio respondió. Al parecer, se encontraba sola. Poco a poco se acercó al cristalino estanque ubicado y se asomó. Contempló su reflejo en las transparentes aguas y fue entonces cuando se percató de que llevaba los pies completamente sucios de barro, hizo una mueca y, tras unos segundos de indecisión, acabó por sentarse en el borde del estanque y mientras deslizaba las piernas dentro de él.
Sin saber muy bien cómo, tras unos minutos, ya se había despojado de la ropa para introducirse completamente en el estanque. Nadó un poco por la superficie y finalmente se sumergió y fue, al volver a emerger, cuando escuchó un leve y constante tintineo que parecía acercarse. La muchacha volteó el rostro y quedó completamente estupefacta y avergonzada: un hombre joven seguido de varias mujeres acababa de hacer aparición en aquel lugar.
Lentamente y con el porte digno de un gran rey, aquel hombre caminaba hacia un marmóreo diván cubierto de aterciopelados cojines. Y era extraño el hecho de que, aun con las sencillas vestiduras que portaba, asombraba la majestuosidad que emanaba de él. Iba descalzo y vestía únicamente con una larga falda blanca de finísima tela que le cubría hasta los tobillos y que se ceñía por un ancho cinturón trabajado completamente en oro cuyos flecos, del mismo metal, eran quienes, al caminar, se balanceaban provocando aquel leve y constante tintineo. Por su torso desnudo se deslizaban como ríos de plata largos mechones de cabello blanco como la nieve y los hermosos brazaletes de oro y piedras preciosas adornaban sus brazos hacían conjunto con la tiara que descansaba en su frente y en cuyo centro fulguraba una piedra azul como un zafiro. Lánguidamente, aquel hombre de ojos purpúreos, se recostó en el diván mientras observaba a la pasmada mujer que seguía dentro del agua.
Mucho me complace ver que el baño es de vuestro agrado, querida.- anunció con una sonrisa burlona y provocadora. Mas luego añadió con nostalgia.- Es agradable volver a teneros en casa.
-- ¿En casa?.....-murmuró lentamente Eiryn extrañada cuando, por fin, tras unos segundos pudo articular palabra. Y, luego, como volviendo a tomar conciencia de todo exclamó- ¿Pero de qué estáis hablando? ¡Ni tan siquiera sé dónde me encuentro!
-- ¿De modo que tampoco recordáis Tanah'ri?- contestó él tristemente.- Pensaba que, mostrándooslo, tal vez lo recordarais… De todas formas no os preocupéis porque en breve volverá a lucir en todo su esplendor y, entonces, todo será distinto.- agregó después con seguridad y orgullo.
-- ¿Distinto? ¡Ni sé de qué estáis hablando, ni quien sois! ¡No hay nada que cambiar!– se quejó ella mientras en su fuero interno el temor se iba apoderando de ella pues, lo que sí recordaba perfectamente, era dónde antes había visto a ese hombre.
-- ¿Pero por qué os obstináis en rechazarlo? ¿Acaso, a pesar de vuestras palabras, no os sentís parte de este lugar? ¿No notáis cierta familiaridad como si ya, antes, hubierais estado aquí?- Eiryn se estremeció de pies a cabeza pues, al oír sus palabras, no sabía el porqué pero sintió que era cierto lo que decían.
El desconocido sonrió altivamente, seguro de tenerlo todo bajo su control y, en cierto, modo así era. Obedeciendo a un gesto de su mano, un par de doncellas se acercaron al borde del estanque y extendieron verticalmente a modo de biombo una gran tela blanca. Signo inequívoco de que esperaran a que la joven saliera de dentro del agua para poder secarla con ella. La muchacha dudó por un instante pero, sabiendo que nada lograría negándose y, por otro lado, se encontraba desnuda dentro de la laguna, finalmente accedió. El extraño tejido era de una suavidad excepcional únicamente comparable al fino plumón de algunas aves al nacer. Nunca había sentido nada igual sobre su piel. Las doncellas la envolvieron en él sin dirigirle siquiera una mirada, manteniéndola fija en el suelo como si temieran, por alguna razón, levantarla. Después inclinaron levemente sus cabezas en señal de respeto y se fueron de aquel lugar. Eiryn se ajustó la tela firmemente, llevó ambas manos hasta su largo pelo y, apresándolo entre ellas, lo escurrió de forma que un hilillo de agua surgió de él cayendo sobre el mullido césped. En ese momento y, sin soltarse el pelo, la muchacha guió su vista hacia el diván en busca de aquél hombre de los ojos purpúreos pero no lo halló. Levantó la cabeza, extrañada, para observar a su alrededor cuando sintió un cálido aliento rozándole la nuca.
-- ¿Me buscabais?- susurró una voz detrás de ella mientras unos labios empezaron a acariciarle el cuello. La muchacha palideció y trató de apartarse pero ya era demasiado tarde; unos fuertes brazos se aferraban a ella asiéndola por la cintura. Eiryn dejó escapar una exclamación mientras forcejeaba.
-- ¿Pero cómo osáis? ¡Soltadme!
-- Sois mía y no voy a volver a permitir que os alejéis de mí.- le susurró a la oreja pero de pronto y, contrariamente a lo que Eiryn esperaba, el hombre la liberó. La joven volteó de inmediatamente hacia él.
-- ¿Pero qué queréis de mí?- le espetó enfadada.
-- ¿Aún seguís con eso? Ya os lo he dicho: a vos.- el joven hizo ademán de acariciar el rostro de la muchacha con el dorso de la mano pero ella dio un paso hacia atrás apartándose.
-- Exijo saber quién sois y dónde nos encontramos. Acaso,… ¿Acaso es esto otro sueño?- se atrevió finalmente a preguntar Eiryn pues en un sueño en su casa era donde había visto a ese hombre por primera vez y ya se le antojaba demasiado extraño todo lo que le sucedía. Los fríos ojos de él se clavaron en ella.- ¿Acaso poseéis el poder de penetrar en ellos?
-- Lo que aquí os muestro es más que un sueño, es ilusión creada por nuestros recuerdos. Y respecto a quien soy...-el hombre hizo una mueca y fingió quedarse pensativo, finalmente prosiguió.- En estos momentos se podría decir que no soy nada o que lo soy todo. Que en realidad no existo o que soy eterno...- explicó enigmáticamente turbando aún más, con cada palabra a la pobre muchacha.
-- ¡Dejaros de enigmas y respondedme al menos por qué estoy aquí!-exigió ella. El hombre rió con un extraño brillo en los ojos.
-- Porque os deseo y hace demasiado tiempo que os espero.-hizo una pequeña pausa y prosiguió con calma.- La otra noche no tuvimos tiempo de acabar lo que empezamos...
-- ¡No!- chilló ella con repulsión apartándose aún más de él.
-- ¡Oh! Tranquilizaos, bien podría usar mi poder para reteneros como la otra vez pero no voy a hacerlo, al fin y al cabo, esto es una simple ilusión. -anunció con amargura pero, tras una breve pausa, en la que pareció estar considerando algo, añadió amenazadoramente – Sin embargo tened en cuenta que pronto estaré listo para ir a vuestro encuentro y entonces volveréis a mi lado. Volveréis a ser mía como siempre debería haber sido.
-- ¿Qué? ¡Nunca! ¡Alejaos de mí!- exclamó ella asustada.
Eiryn dio media vuelta y buscó con ahínco el tétrico sendero por donde había llegado pero, para su profunda desesperación, no logró encontrarla. En el lugar donde debería haber estado no había más que árboles. Desesperada volteó hacia el sendero de las piedras blancas y empezó a correr con todas sus fuerzas hacia él. Atravesó las arcadas y entró a un largo pasillo que empezó a recorrer con celeridad. Giraba la cabeza de vez en cuando para echar un rápido vistazo atrás y asegurarse de que aquel hombre no la seguía pero, entonces, se dio cuenta con horror que aunque la salida estaba muy cercana, por mucho que corriera no lograba alcanzar la puerta del extremo final del pasillo. ¿Qué clase magia es esta? Se preguntó para sí aterrada. De pronto sintió como si la estuvieran observando, una presencia asfixiante que la contemplaba, giró una vez más sin aminorar la marcha pero no había nadie. Unas sonoras carcajadas comenzaron a resonar por el pasillo de un modo que no podía adivinar de donde procedían. El suelo comenzó a temblar y fue en ese momento cuando Eiryn por fin se detuvo. Respiraba trabajosamente tanto por el esfuerzo realizado como por el miedo. La intensidad de los temblores fue aumentando hasta que le fue imposible mantenerse en pie. Entonces, delante de ella el suelo se quebró y una gran grieta se abrió a sus pies separando, por un gran precipicio, la parte del pasillo con la puerta mientras, ella, no podía hacer más que observar impotente cómo, la puerta, se alejaba cada vez más. Rápidamente dio la vuelta para tratar de retroceder sobre sus pasos pero, en ese momento, advirtió con puro terror cómo otra grieta la había separado del otro lado del pasillo. Se hallaba sola en aquel pedazo de terreno rodeado de un oscuro abismo que parecía que empezaba a engullirlo todo en su más negra oscuridad. De repente el temblor se detuvo. Eiryn se incorporó asustada y sin saber qué hacer y, entonces, el suelo cedió a sus pies y empezó a caer hacia el abismo. Un chillido de terror nació de su garganta pero no produjo sonido alguno. La oscuridad la engulló y desapareció en ella.
Abrió los ojos, no sabía cuanto tiempo después. Se encontraba en el suelo y, erguido ante ella, un joven de lustroso pelo rojizo largo y ondulado, de ojos claros, apuesto, alto y fuerte que le sonreía, le tendió la mano. Por las ropas que portaba, parecía un muchacho de origen humilde. Eiryn, no sabía de quien se trataba pero había algo en esa sonrisa, en esos bondadosos ojos y ese semblante alegre que le dieron confianza como si algo dentro de ella supiera que podía fiarse de él. Por otro lado, la forma en que aquel muchacho la miraba era como si él sí la conociera y, no sólo eso, sino que parecía contento de verla como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía tiempo. Eiryn indecisa, por fin extendió la mano hacia él. Y, justo en el momento en que ambas manos se rozaron, el joven desapareció convirtiéndose en miles de burbujas. Eiryn tocó una con un dedo y, al explotar, nació de ella una luz cegadora que lo inundó todo.
Cuando aquella luz hubo desaparecido, la muchacha abrió los ojos. Se encontraba mirando el interior de una estancia a través de un gran ventanal. Se trataba de una sala, una gran sala de paredes blancas extremadamente altas y largos ventanales, un gran y exquisito portón daba paso a ella y varios espejos, tan largos como alta era la sala, adornaban la estancia junto con grandes arañas de cristal que colgaban del techo. Una gran mesa en forma de U coronaba la estancia. Era de mármol blanco al igual que las sillas que la acompañaban y, sobre ellas alrededor de la mesa, una veintena de personas se hallaban sentadas. Eran hombres y mujeres con singulares características: todos iban de blanco con adornos dorados o plateados, todos eran de piel clara, ojos purpúreos y pelo en tonalidades comprendidas del rubio al completamente blanco de aquel que presidía la mesa. Por otro lado, delante de la mesa, en el hueco de la gran "U" había alguien más: un hombre pelirrojo arrodillado con la cabeza gacha mirando al suelo. Eiryn quedó petrificada al advertir que, ese hombre, había sido latigado. Su pelo color de fuego descendía sobre su rostro ocultándoselo parcialmente y sólo cuando éste alzó la cabeza levemente, la joven pudo observar que sus ojos carecían ya de vida, estaban como nublados, vidriosos. Estaba ciego. Pero lo que casi consigue helarle la sangre a la muchacha fue reconocer, en ese preciso instante, que se trataba del agradable pelirrojo que instantes antes le sonreía mientras le tendía la mano.
En ese momento, aquel que ocupaba el lugar central de la mesa, se levantó. Eiryn reconoció entonces a ese hombre que parecía perseguirle en sueños. Parecía dirigirse al joven pelirrojo con altivez. Desde donde se encontraba, Eiryn no podía oír nada pero, por su semblante y por sus gestos comprendió que estaba enfadado y que, de alguna manera, parecía exigirle algo al muchacho ciego que, sin embargo, poco parecía importarle todo aquello, simplemente miraba tranquilamente con aquellos ojos sin vida. Por un momento, la muchacha, desde aquella posición cual vigía de un navío, creyó que tal vez le hubieran arrebatado también la capacidad de oír pero este pensamiento fue rechazado cuando, de pronto, vio mover los labios del joven con serenidad. Ella no supo lo que aquellos labios pronunciaron pero, sea lo que fuere, provocó tal ira en aquel que presidía la mesa que sus gestos se tornaron bruscos, su rostro se contrajo y sus ojos reflejaron tal furia que un escalofrío recorrió la espalda de Eiryn. Finalmente gritó algunas palabras pero la única respuesta que obtuvo del joven pelirrojo fue una simple sonrisa. Entonces, aquel hombre de pelo blanco como la nieve, alzó su mano hacia delante y, tras pronuncias unas palabras, el muchacho ciego se elevó a un par de metros del suelo. Eiryn quedó impresionada en un primer momento, mas después comprendió con horror que el joven se estaba ahogando pues contempló como éste se llevaba las manos al cuello tratando, en vano, de liberarse de aquello que le asfixiaba. La joven miró a todos los allí presentes y descubrió con espanto que a nadie parecía importarle. Todos miraban cual estatuas de piedra excepto aquél que era artífice de la magia en cuyo semblante se reflejaba el frío deseo de matar y Eiryn no dudó ni un instante en que, si nadie le detenía, lo haría.
La muchacha chilló y gritó desde lo alto pero, evidentemente, nadie la oía. Rápidamente se despegó de la ventana y miró a su alrededor. Había una escalera de caracol a unos metros de ella y, sin dudarlo, corrió hacia ella como alma que lleva al diablo hacia ella. Descendió sus peldaños a una velocidad tal que, en un par de ocasiones, estuvo a punto de tropezar y caerse por ellos. La base de la escalera desembocaba en una amplia estancia; una gran antesala de un portón de finísima madera con piedras preciosas incrustadas y pomos y bisagras de oro. Eiryn, tras observar por un instante la majestuosidad del lugar, recordó qué la había llevado allí y empujó aquel portón con decisión. Extrañamente ligero a sus dedos, se abrió fácilmente con apenas rozarlo y ella entró en aquella gran sala que había estado contemplando desde las alturas.
Todos los allí presentes dirigieron su mirada a ella mientras el joven pelirrojo seguía debatiéndose en el aire preso de aquel mago que le mantenía allí, ahogándole, mientras le miraba con odio.
-- ¡Deteneros!- le gritó Eiryn.
Pero él, lejos de hacerle caso, con un movimiento de brazo hizo que el muchacho pasara por encima de Eiryn para acabar estrellándose en uno de los grandes espejos que había a los laterales del portón. El espejo se quebró, largas grietas lo surcaron en todas direcciones. Finalmente, con una maliciosa sonrisa de triunfo, el hechicero de pelo como la nieve bajó el brazo y el cuerpo del pobre ciego se precipitó como una marioneta contra el suelo. Eiryn corrió hacia él y se inclinó para contemplar el joven sin vida que se extendía a sus pies. Había sido torturado en extremo y, sólo los dioses sabían como podía haber resistido. Sin embargo esto había sido demasiado para él. Entonces Eiryn, que vio que unas gotas de agua estaban cayendo sobre él, levantó su mirada y un escalofrío recorrió su cuerpo pues el reflejo que le ofrecía el quebrado espejo la dejó sin habla. Era ella, sí, pero vestida con un vestido blanco hermosísimo bordado en plata de tal forma que no sabía que manos habilidosas habían sido capaces de aquella maravilla. Sobre su pecho restaba el colgante de Arielle, su madre, y, ceñida sobre su cabeza una finísima tiara de oro, plata y mithril, engastada de diamantes y, en cuyo centro, descansaba una piedra azul idéntica a la del colgante. Pero todo esto no fue lo que la impresionó sino descubrir que las gotas de agua que ella había visto, no eran tales, sino lágrimas, lagrimas vertidas por sus ojos…ojos ahora purpúreos. Un grito de completo horror escapó de sus rojos labios.
Un grito se elevó en la oscuridad. Grito que hizo volar a una lechuza que estaba plácidamente aposentada en una rama escrutando la noche en pos de algún roedor que llevarse al buche para cenar. Grito que despertó a los que, apaciblemente, dormían en un campamento improvisado.
Eiryn abrió los ojos y se levantó empapada en sudor y con el corazón latiéndole violentamente. A su lado, Leila arrancada del sueño por el grito de su compañera inquirió asustada.
-- ¡¿Qué sucede?!
La muchacha en un principio pareció desorientada y turbada. Dirigió su mirada hacia la fogata cercana de la que sólo quedaban unas rojas brasas y, luego, miró el cielo donde ya se empezaba a ver la claridad que anunciaba el nuevo día. Después contempló el semblante surcado por la preocupación de su amiga de infancia y, cómo, apresuradamente Aymard, Sir Rodric y Heron se acercaban a ellas.
-- Na…nada.- consiguió articular por fin la joven aun sofocada.- Sólo ha sido una horrible pesadilla.- explicó mientras se forzaba en mostrar una sonrisa tranquilizadora.
-- Debe ser a causa de la poca costumbre de dormir al raso- rió Rodric ya más tranquilo al ver de qué se trataba.
El ambiente se distendió en seguida después de la explicación dada y la observación del caballero hasta que Eiryn, apenas sin darse cuenta, había elevado su mano en busca de su colgante y entonces se dio cuenta: ¡había desaparecido!
-- ¡Mi colgante!- exclamó ella. Todos dirigieron su mirada hasta el lugar que ocupaba en el cuello de la joven y, era cierto, no se encontraba allí.
Aymard, con una mirada furibunda, buscó en la dirección hacia dónde se había apartado el elfo oscuro a dormir pero no había nadie. De modo que concluyó que, por alguna razón que desconocían, ese maldito ser de las tinieblas se había apoderado de la joya y había huido. Como él mismo había apreciado desde un primer momento, estaba claro que habían hecho mal trayéndolo con ellos. Hecha esta resolución, el príncipe inmediatamente indicó a Leila que se quedara con Eiryn mientras los demás irían en pos del malnacido ladrón. Así que, dicho y hecho, se levantaron con presteza y salieron de allí en busca del rastro del elfo oscuro.
Si bien al príncipe le preocupaba que aquel hijo de la oscuridad hubiera robado la joya, a Leila le producía pavor pues sabía las terribles consecuencias podía acarrear aquello: sin el Luinil, Eiryn estaba a la merced de Él. Kjar podría llegar hasta ella, podría tratar de contactar con ella. Eso si no lo había hecho ya. Leila recordó el grito en sueños de su amiga y un escalofrió le recorrió la espalda.
Hola a todos!!
Sorpresa! Sí, sigo viva!! Jajajaja
Espero que os haya gustado el capítulo a pesar de que soy consciente que no tiene tanta calidad literaria como otros.
La verdad es que os tengo que pedir perdón una vez más por la tardanza (esta vez me he superado U_U) pero, la verdad, es que últimamente no tenía tiempo ni ganas de escribir (por el estrés que tenía)...y si escribía eran partes posteriores o trozos sueltos que, en este momento, no vienen a cuento (aunque es faena adelantada para futuros capítulos). Y si a eso le añadimos que ya no tengo beta-reader pues aún me ralentizo más al publicar (por ejemplo, este capítulo está acabado desde hace 3 o 4 meses pero como lo tengo q revisar yo, voy muy lenta :S)....En fin, el caso es que NUNCA he dejado la historia (ni esta, ni la otra) ni la pienso dejar hasta q no la acabe (aunque esté tiempo sin actualizar) y, la verdad, me sorprende mucho y me alegra que haya habido gente que me haya escrito reviews igualmente. Es algo que aprecio de verdad, en serio. Y, a parte, renueva mis ganas de escribir :D
En fin, gracias a todos los que me habeis leido, gracias por los reviews (se aceptan criticas y se aprecia q se digan los fallos para q los pueda corregir) y espero no estar nunca más tanto tiempo sin actualizar. De todas formas, para cualquier cosa que querais me dejais un review o me mandais un correo a:
Saludos y gracias otra vez!!