8 de Diciembre, 2001
Nunca logré encajar en la sociedad.
No puedo encontrar explicación alguna.
Tengo buenas notas, soy cortés, ayudo a quien me lo pida y toco piano. Cualquiera daría por tener una vida como esa ¿Verdad?
Denme una buena razón para estar sola.
Cualquiera daría por tener una vida como la mía, con unos pequeños cambios ¿No es así?
Bien, se la regalo a quien lo pida.
Yo ya no la quiero.
Septiembre.-
Hoy me levanté como de costumbre. Sin ganas realmente de levantarme.
Saludé a mi despertador con una mirada que podría haber matado a cualquiera y lo apagué, lanzándolo con fuerza contra la montaña de peluches viejos que tengo en un rincón.
Sí, le tengo cariño a mi despertador. Es el único que hace algo por mí dentro de esta casa. Aunque ese algo sea despertarme de mi tranquilo e indoloro paraíso y traerme de vuelta a este mundo digno de estar en el noveno nivel del infierno.
Que le tenga cariño a mi despertador no significa que me caiga bien.
Me metí a la ducha y observé los cortes que comenzaban a cicatrizar en mi brazo. Eran sólo quince y bastante superficiales, pero me mantenían cuerda.
Bueno, no cuerda. Pero sí coherente... creo.
Me pregunté si alguien los habría notado alguna vez dentro de mi casa. No es la primera vez que los hago. Ni la segunda, ni la tercera. Ni la décima. Esa vez fueron treinta y dos en mi brazo izquierdo y veintisiete en mi derecho. Fue la mayor cantidad de cortes que pude inferirme mientras mi hermano menor entraba y salía de mi pieza sin advertencia o explicación alguna.
Superficiales. No tengo tanta suerte y valentía como para haberlos hecho mortales.
Salí de la ducha, coloqué una toalla alrededor de mi cuerpo y me peiné frente al espejo. Ojos claros, grises, me miraban a través de mi reflejo. Mientras me peinaba mi pelo caía, completamente liso, sobre mis hombros. Se veía brillante y de color ébano al estar recién lavado, pero yo sabía que en cuanto se secara volvería a estar ondulado y color café cobrizo. Odiaba verme al espejo, pero me observaba casi con una morbosa curiosidad. Con una de mis manos tracé en el espejo el contorno de mi cara: ovalada y con pómulos algo sobresalientes. Me miraba enojada, odiando mis ojos, iguales a los del resto de mi familia; odiando mi pelo que caía sobre mis ojos, molestándome en mi escrutinio sádico de la mañana. Odiaba mi nariz, demasiado recta y demasiado perfecta en mi horrible y común rostro. Odiaba mi boca, que casi estaba siempre en un puchero, ya fuera por mis deseos de llorar o por la sencilla razón de estar casi siempre molesta. Era fácil resumir todas mis características en una sola frase:
Me odiaba, y no importaba si llegaba a ser remotamente bonita. Daba lo mismo, porque el odio se reflejaba en cada una de mis facciones y yo me veía fea en el espejo, horrible. Demasiado baja y demasiado flaca. Demasiado normal.
Demasiado yo para mi gusto.
Ja. Ni siquiera podía resumir todo mi odio en una frase.
No soporté más verme y me vestí con el uniforme del colegio privado al cual iba. Me puse una venda descarada en el antebrazo izquierdo. Quizá, si tenía suerte, alguien me preguntaría que había pasado. Quizá, si tenía suerte, se preocuparían por mí. Quizá, si tenía suerte, me abrazarían y me rogarían que no lo volviera a hacer. Que me querían y que estarían para lo que fuera junto conmigo.
Bajé a desayunar y saludé a mi familia como de costumbre. Y recibí el eco del silencio como respuesta. Como de costumbre.
Me senté en la mesa y noté que este día mi padre había exagerado su actuación de "No-tengo-hija-y-si-tengo-es-invisible-porque-no-la-veo". Ni siquiera cocinó para mí. Sólo para mis hermanos.
Demasiado resignada como para que me duela, tomé una manzana del frutero, subí a mi habitación, y bajé con mi reciente decoración textil. Una blusa con las mangas teñidas en sangre. Claro que la sangre fue estampada en ella a propósito. Quizá hoy era el día en que preguntarían...
Pero fui demasiado ilusa al creer eso.
Es increíble como uno pide ayuda a gritos y nadie escucha.
Como uno ocupa un cartel que dice "Hola, soy una suicida en potencia" y nadie lo nota.
¿Qué quieren que haga? Puedo abrir mi brazo de un corte como si tuviera un cierre en él, y sin embargo no hay nada que demuestre que me escucharon o vieron , más que un "Tu polera está manchada de nuevo" de parte de mi madre.
Estoy pidiendo atención y cariño aquí ¡Mierda... incluso estoy pidiendo pena! Cualquier cosa...
Cualquier cosa menos esto.
Indiferencia.