Bueno, pues esta historia, que es un relato breve, la presenté al XXVII Concurso literario del IES Diego Tortosa de Cieza y resultó ganadora en la modalidad de Bachillerato. Salió publicada en la revista Abaco (según parece, estoy obligada a decir esto :S) y ahora os la "presento" a vosotros ;)
El relato se llama "La Biblioteca", pero antes de colgarlo pongo la introducción que me hicieron hacer sobre mi, sobre el relato y sobre lo que significa para mi la literatura (si, todo junto XD). Espero que si alguien se decide a leerlo le guste :)
Aquí va:
He caminado a través de desiertos ardientes, he viajado a ciudades del lejano oriente y he buscado tesoros en bosques florecientes. Ahora, sumergida en mundos con tres soles y tres lunas, sucumbo a la mordedura de vampiros y me enrolo en misiones imposibles que ni el más loco de los necios aceptaría... y es que eso, al fin y al cabo, es para mi la liteartura: imposibles convertidos en realidades, o mejor dicho, en sueños que parecen reales.
Cuando se me ocurrió la historia que presenté a este concurso, miraba las estrellas desde un coche. Me entró un ataque de risa histérica que no pude ni quise controlar¡es una sensación tan extraña y maravillosa cuando una breve chispa ilumina tu mente...! Es algo simplemente mágico: un instante antes tu mente estaba vacía y sin previo aviso ahí los tienes: un mundo que crear y personajes a los que dar vida.
Después, sin embargo, viene la parte más difícil y ardua: redactarlo. Las palabras, supuestamente amigas del escritor, se compinchan a veces hasta dejarme enfurruñada durante un tiempo. Ojalá que cuando crezca y se me pueda considerar escritora en lugar de "aficionada a los relatillos" esas expresiones huidizas y esas palabras que siempre se quedan en la punta de mi lengua firmen conmigo un tratado de paz, pues si no, los que me rodean van a acabar odiándome por usarlos como diccionarios andantes.
El camino de aquellos que escribimos es sinuoso, tanto, que las curvas no nos dejan ver muchos metros más allá¿cuándo volveremos a tener una idea¿cuándo se hilarán las palabras adecuadamente sobre el papel...? Sin embargo, tenemos suerte: en cada recodo de la senda hay gente, tanto real (los amigos y la familia), como ficticia (nuestras creaciones), que nos apoya y nos tiende la mano para que no cejemos en nuestro empeño... Empeño. ¿Cuál es mi empeño? Pues por ahora ansío llegar a ser escritora, aunque tan sólo en los ratos libres en que mis sueños con dragones, unicornios, vampiros y guerreros me permiten tomar conciencia de la realidad.
Y ahora si que si, os dejo con el relato.
La Biblioteca
Aquella sala, con sus altísimas estanterías de madera oscura y su suelo de mármol blanco, se extendía hasta el infinito. Cualquier persona podía caminar y caminar sin tropezar jamás con una pared, a no ser, por supuesto, que desease salir. Entonces, y con sólo pensarlo, una gran puerta de robusta madera aparecía entre los estantes como si siempre hubiese estado allí.
-Sigues sin comprender como funciona esta biblioteca- le dijo el bibliotecario, un hombre alto y de recortada barba blanca, a Marta, una joven que lo miraba desde el suelo.
-No, entendí lo que me explicaste.
-Lo entendiste, pero no lo asumiste- negó él, bajando lentamente por la escalera que lo había alzado hasta el décimo nivel de una estantería- ¿Qué estabas buscando?
-Historias de caballerías.
-¿Y dónde apareciste?
-En la sección de fantasía- contestó ella, que llevaba su lacio pelo negro trenzado a la espalda.
-Ah, suele pasarle a la gente de tu época. En el siglo veintiuno apenas si se escribían historias de caballeros, y lo más cercano era la fantasía épica.
-Pero…
-No hay peros, Marta; aprende a enfocar tus pensamientos y esta biblioteca se abrirá ante ti. Sé que es difícil, pero lo lograrás con tenacidad, estoy seguro. Ven conmigo.
Marta, sin protestar pero sintiéndose frustrada por su torpeza, caminó junto al bibliotecario mirándolo de soslayo.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?- preguntó.
-Una eternidad- contestó él, sonriendo misteriosamente-. Aunque gracias a esta biblioteca lo sé todo sobre el mundo, es prácticamente como si lo hubiera vivido todo. Mira, ya hemos llegado.
-¿Llegado?- se sorprendió Marta, y al fijarse en uno de los libros que la rodeaban, se dio cuenta de que estaban en la sección de caballerías-. Vaya, gracias.
-Es un placer, Marta, ya lo sabes.
-Oh, espera un momento bibliotecario- pidió ella al ver que el escuálido hombre comenzaba a alejarse sin despedirse siquiera-. Quería preguntarte por qué hay algunos libros que tienen hojas en blanco.
Él se volvió hacia ella y le sonrió condescendientemente.
-Sigues sin entenderlo. Estás en los archivos del Más Allá, Marta; aquí están todos los textos que se han escrito o se escribirán en la tierra. Aquí no hay presente ni futuro, todo ha sucedido ya, todo ha sido escrito ya- el bibliotecario de aquella extraordinaria biblioteca hizo una dramática pausa y después añadió- Las hojas en blanco por las que preguntas son historias que se dejaron a medio.
Y dicho esto, el hombre se giró y marchó entre las estanterías, alejándose de ella.
Sus pasos no producían eco, pues el sonido jamás se topaba con una pared, pero Marta los sintió imponentes, poderosos, magnánimos…
Él era el Bibliotecario, el Guardián de la Biblioteca Atemporal.
-¿A qué te dedicabas cuando estabas… vivo?- le preguntó Marta al Bibliotecario un día que ambos estaban sentados ante una larguísima mesa de color bronce.
-Eres una persona demasiado curiosa¿te lo habían dicho? Siempre haciendo preguntas…
Ella sonrió y cerró el libro que había estado leyendo. Era un tomo antiguo, escrito a mano y encuadernado en piel, que seguramente habría desaparecido en la tierra tiempo atrás, comido por el tiempo o destrozado por los hombres.
-Sí, cuando era pequeña todo el mundo me lo decía; "haces demasiadas preguntas" era la cantinela que siempre me encontraba en casa.
El bibliotecario esbozó una leve sonrisa y a continuación, con suavidad, dijo:
-Yo, antes de morir, era alumno de Platón.
-¿Estudiaste filosofía?
Él la miró, sus ojos brillando extrañamente, como si supiera que Marta no entendía del todo sus palabras.
-Yo fui discípulo de Platón- repitió, infligiendo a sus palabras un tono especial-; recibí clases del propio Maestro.
Marta no pudo evitar que su boca se abriera por la sorpresa.
Si el bibliotecario no se estaba burlando de ella, más de dos mil años distanciaban sus vidas en la tierra.
-¿Y qué te pasó?- preguntó al recuperar la facultad de hablar.
-Nada interesante- negó él encogiéndose vagamente de hombros- Morí de gripe.
-Vaya…
Marta apoyó su barbilla sobre la palma de una mano y miró al bibliotecario con atención. Si antes de saber su historia ya le infundía respeto, ahora lo que sentía por él era pura admiración.
¡Estaba hablando con un contemporáneo de Platón!
-Yo me suicidé.
El hombre, que había vuelto al trabajo de clasificar un texto, alzó la vista hasta ella.
-¿Qué has dicho?
Marta tragó saliva, intimidada por los penetrantes ojos de él. Iba a contar su historia a alguien, su pasado… su voluntario final…
-Yo en la tierra era escritora- comenzó algo titubeante-. Mi pasión era escribir, lo hacía desde pequeña y quería hacerlo por siempre. Gané varios concursos, publiqué unos cuantos libros… y entonces se me fue la inspiración. Por mucho que intentaba escribir, apenas llegaba a la segunda línea de ningún texto; las ideas, que siempre habían revoloteado por mi mente en bandadas de cientos de miles, desaparecieron sin dejar ni rastro… Lo que daba sentido a mi vida me fue arrebatado de un plumazo y yo me sumí en la desesperación; dejé de salir de mi casa, me negué a ver a mis amigos… hasta que me arrojé por el balcón.
El bibliotecario, que la escuchaba mirándola de forma indescifrable, permitió que el silencio los envolviera una vez Marta hubo concluido su historia. Ella, decepcionada por el mutismo del filósofo, abrió de nuevo su libro y se puso a leer, o al menos fingió que lo hacía, pues en verdad su mente no dejaba de pensar en lo bochornoso de la situación.
Y cuando ya estaba segura de que él no contestaría, llegó hasta sus oídos la voz del bibliotecario.
-¿Y no pensaste, antes de lanzarte al vacío, que cogiendo ese camino seguro que no volvías a tener inspiración nunca más?
Marta lo miró y sintió que su corazón se estremecía. Con una simple pregunta, el bibliotecario había alcanzado sus más profundos sentimientos, aquellos que más dolor le causaban en los momentos de soledad.
-No, no lo pensé- negó ella con la voz tomada por la turbación-. Aunque ahora sí que lo hago, porque… ¡qué ironía¡Ahora tengo inspiración!
Una lágrima brotó de uno de sus grandes ojos y se deslizó por su mejilla, dejando un rastro de agua y sal sobre la sonrosada carne.
El filósofo no dijo nada, ni tan siquiera hizo amago de acercarse, simplemente aguardó hasta que ella pareció serenarse y entonces preguntó:
-¿Has ido a ver tus libros?
-¿Cómo?- interrogó ella, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
-Desde que llegaste aquí, desde que moriste¿has leído tus libros¿Has ido a echarles una ojeada?
-No.
-Pues ven, vamos a verlos.
El bibliotecario se puso en pie y Marta lo imitó segundos más tarde, todavía con sendas húmedas brillando en su cara. Era extraño, pero se sentía reconfortada estando junto a él. Era un hombre que se mostraba frío y distante cuando más calor necesitaba, sí, pero no le cabía la menor duda de que la escuchaba, y eso era más de lo que podía decirse de muchas personas.
-Mira, aquí están tus libros… - anunció el bibliotecario al cabo de un momento, deteniéndose junto a una estantería que exhibía modernos tomos-. ¿Cuál fue el último que escribiste?
-Pues… me quedé a medio de una historia a la que pensaba llamar Pentagrama.
El filósofo pasó uno de sus largos y finos dedos por los tomos de una de las estanterías hasta hallar el que buscaba.
-Éste es, Pentagrama. Toma.
Marta, sintiéndose nerviosa, extendió su brazo y cogió entre sus manos el pequeño volumen que él le tendía. Miró la portada sin extrañarse del dibujo que ésta lucía y lo abrió, leyendo por encima las palabras que ella misma había escrito cuando todavía vivía y tenía inspiración.
Sin embargo…
-Esto no lo escribí yo.
-¿Cómo que no?
-Yo…- Marta pasó las páginas rápidamente hasta llegar al final del libro-. Este libro está terminado, yo lo dejé a medio- Sus dedos volaron de nuevo sobre las páginas hasta hallar un fragmento en especial-. Yo me quedé por aquí, y… el libro continua.
Marta, confusa, miró al bibliotecario en busca de una explicación.
-Me dijiste que las historias que quedan inconclusas aparecen con hojas en blanco.
-Sí, así es- asintió él, sorprendido también.
-Pero entonces… -la joven bajó la mirada hasta su libro y leyó una línea que le resultaba completamente ajena- Unos años después Aisha recuperó la memoria, pero ya era demasiado tarde para… ¡Yo no escribí esto!
Ella volvió sus ojos hasta los demás libros de la estantería y se sintió mareada al ver casi dos docenas de libros suyos… y que no recordaba haber escrito jamás.
-¿Cómo puede ser?- musitó.
Iba a girarse hacia el bibliotecario en busca de respuestas cuando sintió que de pronto, bajo sus pies, el suelo de la biblioteca se sacudía. Tuvo una extraña sensación, como si respirara tras mucho tiempo sin hacerlo y los pulmones le dolieran por ello.
POM
Quiso volverse hacia el filósofo, pero antes de que pudiera hacerlo, una nueva sacudida pareció convulsionarlo todo.
POM
La negrura lo engulló todo de forma repentina y cuando volvió a ver, nada era como antes.
Ya no estaba en la biblioteca y… ya no estaba muerta.
Lo sabía porque lo sentía en todo su ser: la vida fluía por sus venas, dolorosa y salvajemente; su corazón bombeaba sangre caliente, desterrando el helor de la muerte; sus pulmones volvían a captar aire, fresco y ligero…
¿Dónde estaba, qué le había sucedido? Lo único que sabía con certeza era que estaba tendida sobre algo duro y que la boca le sabía a sangre…
Sus ojos, pese a ver borroso, creyeron captar una cara sobre ella y a su cerebro llegó la voz ronca de un hombre que decía:
-¡Ya¡Su corazón late!
Besiños a todos y MUCHAS GRACIAS a los que han llegado hasta aquí :D