Caminó calmadamente hacia el callejón del final de su sueño. Estaba oscuro y hacía frío, y sin embargo sus pasos iban uno detrás de otro libres de titubeos, seguros, siguiendo una línea invisible entretejida por las fuertes fibras de su fehaciente decisión. Los espacios en su mente que alguna vez albergaron pausas ahora sólo contenían el agridulce sinsabor del fantasma de un recuerdo difuso y perdido que se negaba a salir de ahí, de la misma forma en que una gotera se resiste a ser reparada en una vieja casa. En su cabeza las inseguridades ya no tenían cabida, y fue precisamente el hecho de que se dio cuenta de ello lo que marcó el inminente camino que ahora recorrían sus pies. Sucedió de un día para otro y ella tomó la nueva verdad envolvente cual si se tratara de una noticia totalmente cotidiana; no pensó demasiado en ello, solamente dejó que su cuerpo obediente hiciera todo por ella. Ya no estaba aquella alternativa que burlona confundía las luces de su mente y el brillo de su alma, su esperanza había muerto ya y eso significó una indolora resignación que no le dejó posibilidad de esperar algo diferente.
Caminó calmadamente hacia el callejón del final de su sueño. Estaba oscuro y hacía frío, y sin embargo sus ojos vacíos no volvieron la mirada cuando, habiendo alcanzado la pared, se quitó la corona de flores marchitas que descansaba impávida sobre la palidez de su sien y la dejó caer en uno de los sombríos rincones de aquel final del arco iris que nunca llegó a alcanzar.