A cinco minutos de la Tierra es una historia sobre el amor que surge entre Bea, una chica normal de diecieséis años, y Rubén, un chico problemático de dieciocho. Todo empieza cuando él y un amigo roban a la chica. Por primera vez en toda su vida Rubén siente remordimientos y le duevuelve sus cosas, junto con una disculpa, a Bea. Tras una serie de peleas, encontronazos y situaciones comprometidas, Bea y Rubén deberán aceptar que poco a poco se han ido enamorando el uno del otro y cuando por fin se den cuenta vivirán un amor de pelicula.
Y es que tendrán que luchar contra todos los inconvenientes que les surjan y que quieran separarles. Pero poco les importa porque cuando están juntos los problemas ya no existen... están solo ellos a cinco minutos de la Tierra.
¡Espero que os guste! ¡Besos!
Un beso de Rubén hace que Bea vuele. Una caricia de Bea hace que Rubén despegue los pies del suelo.
Dos corazones adolescentes que laten como locos el uno por el otro y que consiguen olvidarse de sus mundos distintos. Dos corazones que laten mucho más lejos de Madrid, mucho más lejos del mundo... porque cuando están juntos todo desaparece y el mundo se despega de ellos. Son sólo ellos... a cinco minutos de la tierra.
Acaba de salir del centro de menores, lo sabe. Su recién libertad pende de un hilo, lo sabe. No debería hacer lo que está a punto de hacer, lo sabe. Y en cambio, ahí está plantado en medio de la plazoleta donde comenzaron todos sus problemas. El parque que hay en su interior no ha cambiado mucho... quizá algún columpio un poco más roto o un grafiti más encima de otro antiguo... Tiene los mismos bancos destrozados, las mismas cáscaras de pipas que llenan el suelo, los mismos cristales rotos de las litronas de la noche... y la misma gente. Justo al fondo, pegando con la pared del polideportivo del barrio, junto a la desvencijada pista de baloncesto del parque hay un grupo bastante numeroso sentado en dos bancos de madera colocados uno en frente del otro. Se acerca, aún dudoso, hasta allí y los que están de pie le reconocen.
-¡Nano!
-¡Cuánto tiempo!
-¿Ya te han soltado?
Los saludos, las bienvenidas y las frases de alegría se agolpan en sus oídos y solo acierta a sonreír torpemente como respuesta. Va avanzando hasta los bancos y allí le ve. Sigue igual, como todo allí. Todo menos, quizá, él mismo.
-Te siguen gustando los petas bien grandes...- comenta con una sonrisa mirando a su amigo. Jhonny, alias el Chino, alza la mirada y le reconoce con sorpresa.
-¡Nano! ¡Cabronazo, qué sorpresa!- se levanta del banco y le da el porro que se está fumando al de al lado, no sin antes advertirle de que ni lo huela. Cuando llega hasta su amigo Nano le da un abrazo emocionado. El Chino presume de tener muchos amigos, pero realmente ninguno tan bueno como Nano. Chino debe muchas cosas, pero a Nano le debe tres años de su vida y eso es lo más importante que puedes deberle a alguien.
-Joder... sigue todo igual. No ha cambiado nada.- comenta Nano mirando a su alrededor.
-Si. Has cambiado tú, macho. ¡Estás cuadrado!- Nano ríe y se encoge de hombros.
-No es para tanto... - aún con las manos de su amigo en sus hombros Nano se gira buscando a alguien entre la gente.
-No está aquí - le informa su amigo que sabe a quién busca.
-¿Dónde está?- el Chino le suelta incómodo y se gira para recuperar su porro. Le ofrece a su amigo que lo rechaza y se cruza de brazos. El chino se lo lleva a la boca, esquivando el tener que contestar. -¿Está con otro verdad?- Nano no es tonto y ya lo ha adivinado.
-Ha estado con varios...- contesta al fin el Chino.
-Joder... ¿sabes dónde está?- su amigo saca el móvil del bolsillo del pantalón y mira la pantalla.
-Estará currando todavía.- Nano asiente y le da una palmada en el hombro a su amigo.
-Luego nos vemos, tío.- El Chino asiente y le mira entre el humo de su porro.
-No hagas ninguna tontería, ¿eh?- grita mientras el otro se aleja. Nano se gira riendo.
-¿Y me lo dices tú?- el Chino también ríe y después vuelve al banco de antes.
La observa mientras echa el cierre de la tienda. Está apoyado en un coche y ella ni le ha visto. Qué guapa está, qué guapa sigue... La falda verde del uniforme se le ajusta bien, siempre ha tenido buen culo... Ahora va un poco más rubia, pero qué guapa sigue... La chica se cuelga el bolso y echa a andar decidida, con todos mirándola, que es lo que le gusta a ella... Nano se decide y se levanta del coche en el que estaba apoyado, anda un par de pasos y plantado en medio de la calle la chista.
-¡Rubia!- ella se gira al oírle y abre mucho los ojos. No puede creer que él este allí.
-¿Nano?- pregunta con voz aguda por la emoción.
-Ven a darme un beso ¿no?- sonríe él. La chica duda y finalmente se acerca, sin sonreír. Apenas responde al abrazo que Nano le regala y gira la cara cuando él va a besarla.
-Nano... tenemos que hablar.
-Vane, déjale.- pide él mirándola con una sonrisa. -Cómo la última vez. No me importa que hayas estado con otro... pero ya he salido. Ahora sí... y ya podemos estar juntos.- ella se seca una lágrima que rebelde corre por su mejilla. Después le encara y niega lentamente con la cabeza.
-No. No le voy a dejar.- Nano se tensa, su postura deja de ser relajada y despreocupada y la mira con más intensidad.- Estoy muy bien con el Richi.- contesta la chica encogiéndose de hombros.
-Pero Vane...
-Lo siento, Nano. Pero no puedo seguir contigo. No puedo estar un mes muy bien y que luego te vayas otra vez...
-No me voy a ir. Me han soltado y ya no tengo que volver más.- ella sonríe tristemente ante el intento de convencerla de él.
-¿No tienes que volver? ¿Hasta cuando? ¿Hasta que el Chino te meta en otra? Lo siento, Nano, pero no...- Nano no responde mientras ella se gira y comienza a alejarse.
-¡Pero Vane yo te quiero!- grita el chico apenado.- ¡Vane! ¡Vane!- la llama una y otra vez pero ella cada vez está más lejos y finalmente su falda verde de cajera del Día se pierde de vista. Nano siente como la rabia le va invadiendo y se muerde el puño intentando calmarse. Pero de nada sirve. Furioso la emprende con el cierre del supermercado y comienza a asestarle patadas primero y puñetazos después. Uno, dos, tres... la mano ya le duele, pero más le duele el orgullo. La Vane le ha dejado, y por el Richi. Se iba a enterar ese hijo de puta... Le da un nuevo puñetazo al cierre pero un hombre se asoma por la ventana del edificio de enfrente.
-¡Niño! ¡Ya vale, coño!- grita enfadado. Nano le mira y comprende que no soluciona nada pegándole golpes a un cierre, que su problema se soluciona pegando golpes al que lo ha originado: el Richi.
-¡Que te jodan!- grita al hombre mientras se aleja. Este le insulta y se mete para adentro mientras Nano vuelve al parque con el Chino.
Beatriz tiene dieciséis años y ahora mismo, lo único que sabe de su vida es que se está hundiendo. Quizá, si la hubiesen preguntado la semana pasada, podría contestar que su vida es normal. Pero ya no... Beatriz tiene dos padres, que hasta hace un mes eran el matrimonio perfecto, y ahora se están divorciando. Beatriz tiene un conocido, que hasta hace un mes era su novio, y ahora es el novio de su mejor amiga. Beatriz tiene un sueño, que hasta hace un mes era algo secundario en su vida, y ahora es su motivo de seguir en movimiento. El baile, la razón de que siga ahí, comiendo, hablando, respirando y no simplemente llorando.
Ahora mismo es lo único que Beatriz tiene claro sobre si misma, su edad y su sueño. Es por eso que quizá ahora mismo la chispa de alegría en sus ojos sea un poco menos apagada, porque acaba de salir de su clase de baile. Y está tan agotada que cuando llegue a su casa solo tendrá que tumbarse en la cama y dormir, sin tener tiempo para pensar demasiado...
Camina por las solitarias calles que rodean la academia de baile y entra en la boca del metro. Se sienta en uno de los bancos del andén a esperar al próximo tren pero cuando este llega, duda antes de subirse. Las puertas siguen abiertas y ella sigue ahí, de pie, siendo empujada de un lado para otro por los que entran y los que salen. Suena el pitido, Beatriz se aparta un poco y ve como se cierran las puertas.
Su cabeza sigue funcionando mientras está tras la línea amarilla de seguridad. Agarra firmemente el asa de la bolsa de deportes y se muerde indecisa el labio. No le apetece volver a casa, no se encuentra con fuerzas. Teme a lo que últimamente se está convirtiendo en rutina. La soledad cada día es más patente en el hogar de los Vilá, o el que solía ser el hogar de los Vilá...
No. No quiere volver a casa. Además, duda mucho que su padre se dé cuenta de su ausencia así que no, no volverá todavía. Se gira lentamente y sube sin energía las escaleras. Está en Arturo Soria así que toma la línea cuatro y sigue hasta Diego de León dónde hace transbordo con la línea cinco, sin saber siquiera a dónde lleva exactamente. Cuando por fin encuentra asiento en el vagón siente lástima de si misma por llevar 16 años viviendo en Madrid y aún no saber las líneas de metro...
Va sumergida en sus pensamientos mientras ve pasar y pasar a gente de todas las edades y clases. Altos, bajos, delgados, gordos, blancos, negros, chinos... mucha gente. Pero para eso se ha montado, para distraerse y no pensar en los demasiados pensamientos que tiene en esos momentos... Saca su iPod de la bolsa y se pone los cascos. Sube el volumen para aislarse del ruido del vagón y cierra los ojos dejándose llevar por la música de Alex Ubago, perfecta para corazones tan rotos como el suyo.
Pero llega un momento en que la música deja de sonar y Beatriz, que siempre ha sido muy suya con el sueño, se despierta desorientada. Mira el reloj y descubre, que lo que para ella han sido cinco minutos, ha sido en realidad casi una hora. El iPod se a quedado sin batería y el metro casi sin gente. Un pitido se oye y la voz de información comienza a hablar.
-Próxima parada: Carabanchel. Correspondencia con...- se levanta de su asiento, quizá demasiado repentinamente, y dos mujeres que hablaban la miran raro. Ella hace caso omiso y se sitúa delante de la puerta.
-Mierda, mierda, mierda...- gruñe por lo bajo. Mira su reloj: las once menos cuarto. Incluso tratándose de su padre, es ya demasiado tarde... Mira su móvil: sin batería.- ¡Mierda!- golpea la barra donde está sujeta y las mujeres la vuelven a mirar. Resopla y casi salta fuera cuando las puertas se abren. Sube las escaleras corriendo, desechando las escaleras mecánicas que tienen bastante gente. Cuando llega a la calle está sudando por la carrera pero no se detiene pues tiene que encontrar una cabina de teléfonos para llamar a su padre.
El Chino no se lo puso muy difícil, nunca decía que no a una paliza. Habían buscado al chico, le habían dado de ostias y se habían ido. El mismo esquema de siempre pero con algo distinto: el propio Nano. Por el camino al parque tenía ganas de pegar, de destrozar... pero cuando ha visto a Richi tirado en el suelo no ha notado la habitual sensación de bienestar que solía tener cuando pegaba a alguien. Es más, mientras mueve sus doloridos nudillos, se siente hasta culpable.
-Estás muy callado.- comenta el Chino mientras se sientan en un banco de una solitaria calle.
-Estoy pensando.- contesta Nano esquivo.
-¿Pensando? ¿Tú? Vamos, no me jodas.- Nano sonríe ante la burla de su amigo y se encoge de hombros.
-Yo que sé, tío... igual el pavo ese no se merecía la paliza...- lo plantea con miedo a la lo que el Chino le pueda responder pero este se encoge también de hombros y saca un paquete de cigarros de su cazadora Chevignon de cuero.
-Tú sabrás. La Vane era tu piva...- le da una calada al cigarro y le mira.- Pero si un gilipollas se tirara a mi Lore... no sale vivo ¿sabes?- Nano asiente aunque en el fondo, no está de acuerdo. Quizá Vane tuviera razón, quizá el Richi fuese bueno con ella... Vane era una buena tía, se merecía que alguien la tratara bien.
-Pero...- El Chino parece aburrido de sus dudas y resopla cansado.
-Mira. Si te sientes culpable imagínate a ese hijo de puta follándose a tu novia y punto.- Nano hace caso a su amigo y la visión le pone enfermo. La misma rabia de antes le sube por el cuerpo y siente las mismas ganas de gritar y golpear algo, lo que sea. De pronto la sangre de la cara de Richi no le parece tan injusta...
-Si. Tienes razón.- El Chino sonríe satisfecho por haber ganado la batalla y que el tema se zanje definitivamente.
-¿Tienes plan?- pregunta entre el humo de su cigarro.
-No pasar por casa de mi vieja... ¿te vale?- Ambos ríen y Nano le roba el cigarro a su amigo. Este, como protesta, le pega un puñetazo suave en el hombro y después mete las manos en los bolsillos.
-¿Vamos a dar una vuelta?- pregunta, intentando parecer inocente. Nano asiente y ambos se levantan del banco.
Beatriz suspira agotada tras comprobar que en esa calle tampoco hay ninguna cabina. Ya ni siquiera sabe donde está la parada del metro. Ha recorrido calles y calles con el mismo resultado: nada. Le duelen las piernas, tiene hambre y cada vez hace más frío. Se sienta en el bordillo de la acera y entierra la cabeza en las rodillas. Se permite el llorar y una vez que empieza ya no puede parar. Las lágrimas ruedan por sus mejillas como torrentes interminables. Intenta serenarse y busca un clínex en su bolsa. Pero no, solo encuentra el paquete de plástico vacío. ¿Es que nada puede salirle hoy bien?
-Mira.- el Chino señala a un chica que está unos metros más adelante. Tiene una bolsa bastante grande a su izquierda, en la acera, y no está mirando.
-¿Qué?- pregunta Nano, aún sin adivinar las intenciones de su amigo.
-Tirón tío, nos lo ha puesto a huevo.- el Chino sonríe con mirada emocionada. Está imaginando lo que habrá dentro de esa bolsa pero Nano no ve otra cosa que una pobre chica sentada en un bordillo y que parece estar llorando.
-Bah tío... déjala. Creo que está llorando.
-¿Y qué? ¿No ves que no está mirando? Venga, va. ¡Nano no te achantes!- el tono de la voz de su amigo acaba por convencerle. Le sigue a un paso más rápido que se convierte en carrera cuando llegan a la chica. El Chino agarra la bolsa y sigue corriendo pero la correa esta enganchada a la mano de la chica. Esta es arrastrada unos cuantos pasos por el suelo hasta que la correa se suelta y el Chino puede correr más deprisa. Nano le sigue pegado, girándose para mirar a la chica que se ha levantado y chilla como una loca mientras corre tras ellos.
-¡No! ¡Hijos de puta! ¡Qué no tengo como volver a casa! ¡Dame aunque sea el bonometro!- chilla, corre, llora. Nano no sabe como puede hacer tantas cosas a la vez pero no puede evitar sentir lástima por la chica. Estaba llorando, seguro que la pasaba algo y encima van y la roban. A saber de donde era, no tenía mucha pinta de ser de Carabanchel... Corre tras el Chino y pronto dejan a la chica atrás.
-¡Chino para!- grita Nano agarrándole por la chaqueta.
-¿Qué?- pregunta el chico resoplando por la carrera.
-Tronco, vamos a devolvérselo.- el Chino se ríe creyendo que Nano bromea pero su amigo está muy serio y pronto deja de reír.
-¿Qué coño dices?- preguntó el Chino bastante nervioso.
-Que me da pena. Que estaba llorando y encima la roban... tío, pobrecilla. - Nano intenta sujetarle mientras el otro abre la bolsa. Pero solo consigue enfadarle.
-¡Que la jodan!- el chico rebusca en la bolsa y saca la cartera rosa y negra de Beatriz.- ¡Me cago en la puta niñata! ¡Veinte euros de mierda!- grita cabreado cuando solo consigue un arrugado billete azul. Tira la cartera al suelo y se guarda el billete en el bolsillo. Después le da una patada a la bolsa y le da a su amigo la espalda.- No sé que coño te pasa... pero estás rarísimo. Primero lo del Richi y ahora lo de la tía está. Yo paso... devuélvele la bolsa a la zorra esa si quieres...- se marcha y Nano suspira mientras recoge la ropa de la chica que el Chino a desperdigado por el suelo.
Le cuesta admitirlo pero el Chino tiene razón. Hasta el mismo se ha dado cuenta: no es él mismo. No siente el mismo gusto haciendo lo que antes hacía. No se siente orgulloso, por ejemplo, de haberle pegado el tirón a esa chica. Antes, él se habría adelantado al Chino para tirar de esa bolsa, para guardarse el billete en el bolsillo... pero hoy no lo ha hecho y sospecha que le costará volver a hacerlo. Está confundido, debe reconocerlo. Confundido y extrañado de su propia conducta... de su propia conciencia que le ha hecho recoger la bolsa y volver a recorrer el camino en sentido contrario. Su conciencia que ahora mismo le hace sentirse culpable cuando ve a lo lejos a la chica intentando limpiarse la sangre del brazo.
Se acerca dudoso, temeroso de la reacción de la chica. Sabe que realmente no tiene que temer nada de una menuda chica, pero antes ha podido comprobar que no era una chica que se acobardase con facilidad y tenía un poco de temor a que empleara todo ese coraje en contra suya.
Beatriz llora con impotencia mientras ve como los dos chicos se alejan corriendo. Corren más y más rápido que ella así que se da por vencida y se deja caer al suelo donde pega un puñetazo al suelo enfurecida. Pero al hacerlo un dolor agudo le recorre el brazo y horrorizada comprueba como su brazo tiene una herida con sangre. Perfecto. Sangre... la única cosa capaz de hacer que la temblasen las piernas, la voz y el pulso y que sus manos perdieran la fuerza.
Inspira y se tapa de nuevo la herida con la manga de la chaqueta. Así por lo menos no vería la sangre... Intenta secarse las lágrimas que se niegan a parar y se encoge sobre si misma. No sabe que hacer, ni a dónde ir. No tiene dinero, ni prácticamente idea de donde está, no hay nadie por la calle... y tiene frío. Sin poder, ni querer, vuelve a romper a llorar. En realidad no ha parado en todo ese tiempo...
Alza la vista y ve como una sombra se acerca. Su corazón se encoge de miedo y por un instante deja de respirar. Según la sombra se va acercando deja de ser una sombra y Beatriz reconoce su bolsa de deporte en manos de unos de los chicos que se la ha quitado. Se pega más a la pared y teme que él venga a pegarla por los insultos de antes.
Con el corazón amenazando salirse de su pecho y quieta como una estatua ve como el chico se acerca hasta ella y se arrodilla para quedar a su altura.
-Creo que esto es tuyo...- murmura dejando la bolsa a su lado. Beatriz no se mueve y le mira asustada. El chico también la mira, dudoso de estar haciendo lo correcto. - No te voy a hacer nada...- murmura al ver que ella no se mueve.
-Me has robado.- ella misma se sorprende de haber tenido valor para contestar mirándole a los ojos. Él se encoge de hombros y señala la bolsa.
-Pero te lo he devuelto.- Beatriz le mira desconfiada y mete la mano en la bolsa. Saca la cartera y la abre.
-No todo.- él se encoge de hombros y se levanta.
-Yo que sé, tía... no te pongas difícil ¿vale?- Beatriz le mira con recelo y cierra la cremallera de la bolsa. La coge y se la pega al cuerpo. No sabe si debe fiarse del chico o no...
-¿Aquí siempre robáis y luego lo devolvéis?- pregunta mirándole aún con temor. El suspira y se da la vuelta, decidido a irse.
-Es que yo soy un poco gilipollas... pero deberías estar contenta ¿no?- Beatriz se pone de pie, con la bolsa puesta en bandolera, y se sacude el pantalón.
-Me han robado y tengo una herida en el brazo... ¿y tengo que estar contenta? No es lo que yo defino como día ideal...- murmura echando a andar. Él la mira un instante y después la sigue sin saber bien porqué. Beatriz se gira, notando su presencia, y se detiene. -¿Quieres volverme a robar o qué? El dinero ya te lo has llevado antes...- él pone los ojos en blanco y niega con la cabeza.
-Se lo ha llevado mi colega.- corrige incómodo.
-Tu colega...- repite ella en voz baja.- Pues me da igual. Tengo veinte euros menos.- replica sin mucho entusiasmo.
-Tienes tu bolsa y tu bonometro.- contesta él encogiéndose de hombros.- Te voy a acompañar ¿vale? A estas horas... no es bueno ir sola por el barrio.- ella le mira sorprendida, esperando cualquier cosa de él menos eso.
-Me podrían robar ¿no?- pregunta ella sarcástica. Él suspira.
-Eres una tía chunga ¿eh?- Beatriz alza las cejas sorprendida y ríe amargamente.
-Osea que tu me robas... y yo soy la chunga.
-No soy un tío chungo.- contesta el simplemente mirando al suelo. -No sé si lo parezco pero... no soy un tío chungo.- ni siquiera él parece estar seguro de ello así que, ¿cómo es posible que ella sienta que es verdad? Beatriz se siente estúpida confiando en un tío que la ha robado y que ahora parece ser el bueno de la película... ¿Y si está loco? ¿Y si ahora le da por pegarla, violarla o... matarla? Siente pánico por unos instantes pero luego le mira de nuevo. Camina en silencio, esperando quizá que ella diga algo. Beatriz no sabe porqué pero siente que es poco probable que él le haga algo malo. A fin de cuentas era cierto que él no había pegado el tirón. Y también era cierto que era él quien se había vuelto a devolverle la bolsa.
-Con que no eres un tío chungo ¿eh?- él la mira sorprendido.
-¿Ahora confías en mi?- pregunta divertido. Beatriz resopla enfadada por la sonrisita que se le ha puesto. ¿La está vacilando?
-No eres mi mejor amiga.- contesta ella enfadada.- Pero espero que no me vuelvas a robar...
-No lo voy a hacer.- Beatriz asiente y sigue andando, siguiéndole sin saber bien a donde van. Pero cuando se quiere dar cuenta han llegado a la boca del metro. Beatriz mira el reloj y se muerde el labio cuando ve que son las doce y cuarto.
-Me llamo Nano.- dice él cuando la chica ya está a la mitad de las escaleras. Ella se gira lentamente y le mira con una sonrisa burlona.
-¿Nano?- el sonríe y se encoge de hombros.
-Si no te gusta puedes llamarme Rubén.- ella asiente distraída y mira de nuevo el reloj.
-Rubén me gusta más... pero espero no volver a verte más.- baja las escaleras corriendo y la sonrisa del chico se borra mientras la ve perderse tras las puertas del metro. Pero pronto vuelve a sonreír cuando aprieta entre sus dedos algo que ella no sabe que no tiene en su monedero.
Desolada comprueba como su padre ni siquiera se ha dado cuenta de que no está hasta que el sonido de la puerta de la calle le despierta. La esperada y temida bronca tan solo son unos cuantos gruñidos enfadados así que desilusionada, aunque suene raro, porque ni siquiera ha conseguido un castigo de su padre, se encierra en su cuarto.
Han sido demasiadas emociones para un solo día así que tras lavarse los dientes y la herida del brazo se pone el pijama y se refugia bajo el edredón. Hace un repaso mental del día y se sorprende pensando que lo mejor de todo el día había sido la vuelta a casa. ¿Tan patética era su vida que lo mejor había sido que la atracaran?
Su día había empezado vaticinando lo que vendría cuando, tras perder el autobús, había llegado tarde a clase. Ya en el instituto, y con un retraso más en su poder, había tenido que aguantar como su ex mejor amiga se besaba con su ex novio delante de sus narices. Tras el recreo había tenido clase de matemáticas donde el profesor, riéndose de su poca capacidad para los números, había alterado de tal forma sus nervios que no había podido evitar saltar. Con eso se había ganado una bonita carta de expulsión para dos días y es que contestar a un profesor, en su hipócrita colegio, era una de las faltas más graves... Se estremece pensando que el sobre aún sigue en su mochila y que debe entregárselo a su padre para justificar el porqué el lunes no tendrá que ir a clase.
Pero para completar el día, había tenido una agotadora clase de baile en la que no había dado pie con bola y después se le había ocurrido la magnífica idea de viajar para dejar volar la mente... Había ido a parar a un barrio demasiado lejos de su habitual itinerario y dos macarras le habían robado... Piensa en el chico, el que luego había vuelto para devolverle la bolsa. No le cuadra que alguien robase y luego fuera a devolverlo. A simple vista no parecía el chico que tuviese remordimientos... pero por lo visto si los tenía. Además de una sonrisa bonita.
-¿Pero que dices?- a veces habla consigo misma. Después de todos los desengaños que ha tenido, ella misma es una de las pocas personas en las que puede confiar... Deja de pensar en si misma y sin querer su mente vuelve al chico devuelvebolsas. Rubén. El macarra se llama Rubén. Y ella está como una idiota pensando a las dos de la mañana en un macarra llamado Rubén que le ha robado la bolsa y luego ha vuelto para devolvérsela...
Decidido: el mundo se ha vuelto loco.