Deslizando las páginas de nuestros álbumes de fotos, llegan a mi mente aquellas tardes de otoño que pasamos juntos, aquellos paseos por el solitario parque desprovisto de niños. En la penumbra de mi noche triste, sola frente a los recuerdos, espero a tu llegada extrañando la forma en que me abrazas, el calor de tu pecho, de tus labios sobre mi pelo y recordando el día más feliz de mi vida, donde tú y yo éramos los únicos protagonistas.
Era sábado por la mañana y una lluvia torrencial de principios de otoño arreciaba contra los cristales de las casas. Recuerdo que estaba muy nerviosa, creo que de tantos nervios ni siquiera comí… Sabía que te iba a encontrar e iba a ser el principio de algo que duraría para siempre.
Llegó la tarde de ese día y decidí pasear cuando parecía que había cesado la lluvia. Caminaba tranquilamente pisando las hojas marrones y doradas que habían caído de los árboles. Me gustaba escuchar el crujido bajo mi zapato, era casi… relajante. Una gota distrajo mi atención. Miré al cielo, poblado de nubes de un aspecto fantasmagórico. Iba a abrir mi paraguas cuando vi mis manos vacías. Tendría que caminar bajo la lluvia junto con lo que sería el inicio de un buen resfriado. Pero algo llamó mi atención y detuvo mi casi avanzada carrera lejos de la lluvia. Unos penetrantes ojos verdes me miraban expectantes.
Y allí estabas tú, con una enigmática sonrisa. Al verte, mi corazón empezó a latir casi con violencia y un sonrojo cubrió mis mejillas. Tu mirada era intensa, penetrante, arrebatadora. Un estremecimiento rondó mi cuerpo.
Al verlo, pensando que era del frío, me arropaste con tu paraguas. Me cogiste la mano y me llevaste a un lugar más calentito, lejos de la humedad de la lluvia que impregnaba mi ropa y mi pelo.
Nadie decía nada, las palabras no bastaban para explicar en por qué del desbocamiento de mi corazón o la irregularidad de mi respiración. Nuestros ojos expresaban todo aquello que las palabras suprimían.
De repente, te detuviste al final del paseo, sentándome a tu lado en un banco seco y comenzamos a hablar, bueno, más bien tú hablabas y yo me reía, aunque no sé muy bien de qué, porque de tantos nervios ni siquiera te escuchaba… Parecía un sueño y yo no quería despertar.
Las risas se acabaron, seguida por una mirada seria de tu parte. Estaba casi segura que era un sueño. Nuestras miradas perdidas, tu brazo bajo mi hombro atrayéndome a tu cuerpo en el pequeño habitáculo protegido por el paraguas. Podía sentir tu perfume, tu calor, la tentación de tus labios. Y tú parecías sentir lo mismo. Deslizaste los dedos por mis mejillas, mis labios, cortando mi respiración por momentos. Acercaste tus labios a los míos y los rozaste de la forma más suave y dulce posible. Pero ya no esperé más, incliné mis labios sobre los tuyos, sintiendo todo el calor y la seguridad que me transmitías. Te necesitaba, no sabías cuanto. Aquel beso pasó a ser un juego de niños, a una danza de pasión incitada por nuestros labios y seguida por tu lengua que me pedía a gritos explorar el interior de mi boca. El paraguas voló lejos dejándonos otra vez al descubierto de las frías gotas, pero ya no lo sentíamos. Sólo el calor, sólo la necesidad, solo a ti… Me enredaste aun más en tu abrazo, sentándome en tus piernas. Acariciabas mi espalda, mi cabello de manera casi urgente. Y yo me aferraba a ti con las manos entrelazadas en tu cuello, como si fueras a desaparecer.
Entonces tus labios soltaron los míos, buscando oxígeno. Las respiraciones, cortadas los labios hinchados, tus manos en mi cintura y la lluvia salpicando la perfección del primer beso. Escondiste la cabeza en mi cuello, aspirando el aroma que desprendía. Noté la presión de tus labios… ¡Qué sensación tan extraña y agradable!
- Te amo – murmuraste y antes de dejarme responder, te abalanzaste otra vez sobre mis labios, curvados en una sonrisa…
El estridente sonido del timbre me sacó de mi mágica ensoñación. Miré el reloj y sonreí de nuevo. Sólo podías ser tú.
Salté de la cama, pasando por el espejo y bajé a trote las escaleras. Abría la puerta y te vi, calado de arriba a bajo y con otra sonrisa.
- Buenas noches, princesa.