"Debería haberlo guardado en secreto…
Debería haberme callado y confiar en él…
Porque ahora mi mundo se derrumba y no puedo hacer nada para evitarlo…
A él se lo llevan a donde no le puedo alcanzar…
Ojalá pudiera cambiar mis acciones, porque si algo he aprendido es que todas las acciones traen consecuencias. Y ahora debo hacerme responsable de ellas…
Ojalá pudiera haberle dicho te quiero por última vez…"
Todo empezó un día como otro cualquiera en el que me dirigía caminando tranquila al instituto Saint Paul, mi instituto. Los martes a primera hora teníamos clase de Lengua, pero últimamente la profesora no iba porque al parecer, estaba de baja. Y los demás profesores no nos dieron señas de que esto fuera a cambiar. Ahí estuvo su error.
Yo era la única que iba a clase. Así podía adelantar tarea o leer algún libro sin que otros me molestasen.
Cuando crucé la puerta del patio de la institución cinco minutos tarde, el portero, un hombrecillo muy amable con canas, me lo hizo notar y me instó a que fuera a clase. No le dí importancia, ni camine más deprisa.
Llegué a mi clase y abrí la puerta.
Esa fue la primera vez que le vi. Era alto, de piel morena y sus ojos, de un azul tan oscuro como las profundidades del fondo marino, me miraron en cuanto interrumpí la tranquilidad de la clase con el ruido de la puerta. Su pelo castaño estaba perfectamente peinado. Vestía una blusa azul, acorde con sus ojos, y unos vaqueros; pero no parecía informal. Pude ver una chaqueta colgada del respaldo de la silla del profesor.
Estaba hablando con el director y ambos se fijaron en mí, que no sabía quién era ese hombre y qué hacía ahí. Pensé que, quizás, me había equivocado de clase; pero vi los carteles en las paredes característicos de mi aula.
- ¿Se puede? – pregunté tímida. A lo mejor había interrumpido alguna reunión…
- Señorita Hale, pase – dijo el director. Yo hice lo que me pedía - ¿Sabes si alguno de tus compañeros va a venir? – negué con la cabeza colocándome en mi sitio ¿Quién iba a venir pudiendo dormir una hora más? Ah, yo… - Este es vuestro nuevo profesor de Lengua, el sustituto de la señora Frink, Jonathan Backer – ambos hicimos un asentamiento con la cabeza. Saqué de mi mochila el primer libro que cogí antes de venir, "Romeo y Julieta", mientras el director se despedía y salía del aula.
- ¿Por qué no han venido sus compañeros? – me preguntó el nuevo profesor. Su voz era tan grave y varonil…
- ¿Quién iba a venir aquí a perder el tiempo? – le contesté encogiendo los hombros
- Tú estás aquí.
- Si, pero para mí no es perder el tiempo – abrí el libro por donde estaba el marca páginas.
- Guarda el libro – ordenó tajante.
- ¿Por qué? – ¿para qué debía guardar el libro? Con lo a gusto que estaba leyendo. No pensará…
- Voy a dar clase – dijo con una sonrisa burlona.
- ¡Venga ya! – reproché estupefacta – Si no hay nadie.
- Lo siento. No me había dado cuenta de que eras un fantasma - ¿Cómo se atrevía? Si bien yo no era una persona violenta, en ese momento me entraron ganas de tirarle la cartera a la cabeza. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que no nos íbamos a llevar bien…
- No he traído el material. Nadie nos avisó de que las clases se reanudaron – repliqué. Por lo general intentaba siempre sacar las mejores notas, traer el material y nunca crear problemas. Algunos profesores me consideraban una alumna modelo y nunca había suspendido.
- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Acaso no es su deber? Además los profesores no tienen porque darles explicaciones de todo.
- Siempre traigo el material. Claro siempre que haya un profesor con el que lo pueda utilizar – dije copiando su sonrisa – Y como no había ninguno…
- Eres un poco insolente, ¿no? – replicó frunciendo el ceño – Por cierto, aun no me ha dicho su nombre.
- Hale, Marie Hale – contesté orgullosa, mientras volvía mis ojos a las páginas de Shakespeare. Pero no pasó mucho tiempo cuando una mano entró en mi campo de visión y me requisó el libro – Muy bien señorita Hale. Debe entender que yo soy ahora la autoridad en el aula y me debe respeto. De momento tiene retraso. Póngase a hacer tarea de otra asignatura.
- Y ¿por qué no me deja leer? Se supone que estamos en clase de Lengua.
- Porque esto no es una biblioteca.
- Ahí es donde debería haberme quedado – murmuré molesta. Saqué el libro de Historia y me puse a hacer los ejercicios que mandaría para hoy. Vi en mi mochila una revista de moda y la cogí poniéndola delante del libro. Todo iba bien y el profesor parecía no darse cuenta hasta que sin querer, se me cayó.
Él se acercó a ver lo que pasaba.
- En vista de lo mucho que le gusta leer, vaya al despacho del director y léale esta amonestación - ¿amonestación? ¿a mí? Este hombre estaba loco. Iba a estallar, sobre todo cuando vi su sonrisa de satisfacción, pero a duras penas me contuve. Al salir por la puerta mi orgullo salió a flote.
- ¿Quiere que le dé recuerdos de su parte al director, profesor Backer? – salí dando un gran portazo. Casi nunca me comportaba así en clase, pero este profesor sólo llevaba aquí media hora y ya me había sacado de mis casillas. Mi actitud altiva y orgullosa, declaró la guerra. Pero ninguno sabía lo que eso en verdad significaba…
No me hizo falta llegar al despacho del director por que me lo encontré en el camino. Puse mi mejor cara de niña buena y le conté lo que había pasado. Él me dijo que hablaría con mi profesor. ¡Qué fácil era controlar a los adultos! Y más, si primero te ganas si confianza. A veces utilizaba un poco la imagen de niña buena, porque lo único que importaba era sacar notas excelentes para tener una buena beca en la universidad, ya que mis padres tenían muchos gastos.
Volví a clase junto con el director, pero no me dejó entrar mientras ellos hablaban.
Cuando estuvo por finalizar la primera hora salió. Nos saludamos y entré.
- Parece que no hemos empezado con buen pie, señorita Hale – me dijo – Esta vez se lo voy a pasar porque, según lo que me ha contado el director, es una alumna excepcional. Ya me lo demostrará… Pero la próxima vez no tendré piedad – finalizó entregándome bruscamente mi libro.
- Guárdesela – susurré. Antes había dejado llevar. No había pensado en que podía echar a perder todo mi futuro, meticulosamente planeado. Aunque me sentía tan humillada bajo sus ojos son poder devolverle los golpes…
- ¿Cómo ha dicho? - preguntó subiendo el volumen de su voz.
- La piedad es para los débiles. A mí no me hace falta – seguro que me iba a contestar algo cuando mis compañeros entraron al aula, extrañados de vernos ahí. Casi se podría decir que discutiendo.
- Buenos días – me ignoró y se dirigió al grupo que le miraba expectante – Mi nombre es Jonathan Backer y, a partir de ahora, voy a ser su profesor de Lengua. De momento tienen falta y nota negativa por no presentarse sin motivo alguno…
- Ya le dije que nadie nos avisó – protesté.
- Señorita Hale, ya la he advertido… - y sin más, salió dejándome con la palabra en la boca.
Pasé el resto de las horas maldiciéndole en todos los idiomas y maneras que sabía.
Mis compañeros me preguntaron y les conté lo que había pasado. Mis amigos no estaban en mi clase, pero aunque era mayores que yo, habían repetido curso.
En el recreo se lo conté. Cuando me desahogué, me quedé más tranquila y pude pasar mejor el resto de mis clases.
-.-
De vuelta a casa me encontré con una nota de mis padres.
"Marie: tu padre y yo trabajamos hasta tarde. Hay comida en el frigorífico y tu hermano come en la escuela. Pasa a recogerle antes del trabajo y cuídale.
Mamá"
Perfecto. Mis padres casi nunca estaban en casa y siempre me tocaba a mí cuidar a mi hermano pequeño. Prácticamente le había criado yo. Mis padres trabajaban, los dos, en una compañía de seguros y aunque sus sueldos no eran millonarios, nos manteníamos. Parte de ese dinero se lo daban a mi hermano mayor que estaba estudiando fuera, en la universidad.
Por eso decidí buscarme un trabajo y administrarme mi propio dinero. Encontré un puesto en una librería acogedora del centro. Y mi jefe, Matt, era muy simpático y amable. Y dejaba que mi hermano se quedara conmigo. Cuando no había nadie en la tienda nos poníamos a hacer los deberes y si yo acababa antes que él le ayudaba.
Tras leer la nota fui a por mi comida y la calenté. Volví a sacar "Romeo y Julieta" y comí en silencio.
A veces, veía la televisión, pero no me llamaba mucho la atención.
Llamé a mi madre para decirle que todo iba bien y que me encargaba de Rob, mi hermano.
Recogí la mesa y fregué los platos. Iba a adelantar tarea, pero me dolía un poco la cabeza por lo que me puse a leer hasta que tuve que ir a por Rob. No me apetecía llevarme los libros, así que haría los deberes cuando llegase.
Como siempre que iba a por él, Rob me estaba esperando con una sonrisa. Él y yo nos parecíamos mucho. Ambos teníamos el pelo castaño y ondulado, aunque el mío llegaba a media espalda, y los ojos verdes.
Nuestro otro hermano era igual que mi padre: con el pelo rubio y los ojos marrones.
Pero en el carácter éramos totalmente distintos. Ellos eran más alegres y extrovertidos. Yo, calmada, tímida y rara vez – como esa mañana – orgullosa. Siempre he creído que era por el hecho de haber criado a Rob. Al principio era muy bonito cuando todos me hacían caso. Luego nació Rob y me dejaron de lado. Yo tenía ocho años y estaba un poco celosa, pero se me pasó al poco tiempo. Ahora, con 17, disfrutaba de mi último año en el instituto.
- ¡Hola, hermanita! – me saludó con un beso en la mejilla.
- ¡Hola, Rob! – dije mientras cogía su mochila y le daba la mano – Hoy nos toca quedarnos en la librería. Mamá y papá están trabajando – él sólo asintió y fuimos charlando sobre sus clases. Como ambos íbamos a instituciones públicas, y estaban pegadas la una a la otra, en los recreos, a veces, iba a verle.
Cerca de la librería hay una tienda enorme de ropa. De vez en cuando iba y miraba qué había. Pero nunca podía comprar nada. ¡Era todo carísimo!
Me quedé embobada mirando un vestido que había en el escaparate y no me di cuenta de que Rob seguía andando.
Había que cruzar un paso de peatones para llegar a la tienda, y a esta hora el tráfico era tremendo.
Al verle más arriba me tranquilicé, pero me duró poco al ver que cruzaba sin mirar y un coche le iba a arroyar.
Corrí lo más rápido que pude, pero no llegaba, cuando una mano misteriosa agarró el hombro de mi hermano y lo detuvo.
- ¡Rob! – grité para que me oyera, llegando a su altura - ¿Cuántas veces te he dicho que no cruces sin mirar?
- Lo siento, Marie – dijo bajando la cabeza y empezando a sollozar. Si es que no me podía enfadar con él – Yo no sabía que no estabas… Perdón.
- Tranquilo, Rob – le abracé – Ya está… A ver que te limpia esas lágrimas – intenté animarle, mientras buscando mi pañuelo. Pero no lo tenía.
- Ten el mío – una voz que se me hizo extrañamente familiar me obligó a mirar a ver quién era… No… La persona a la que menos quería ver. Tomé el pañuelo y le sequé la cara a mi hermano.
- Gracias, señor Backer – farfullé fastidiada.
- ¡Qué casualidad señorita Hale! ¿No cree? – dijo fingiendo sorpresa – Si no llega a ser por mí ¿qué habría sido del chiquillo? Suerte que lo detuve… - ahí me hartó, sus sandeces me sobrepasaron y… afortunadamente no estábamos el instituto.
- ¡No bromeé con esas cosas! – grité. Lo acontecido me había alterado bastante – Si tiene ganas de fastidiar a alguien, hable con su reflejo en el espejo. ¡Pero a mi déjeme en paz!
- Aunque no ejerza de profesor, debes tener un mínimo de respeto por las demás personas, mocosa – ¿mocosa? ¿Yo? Hasta aquí hemos llegado…
- Ni aunque fuera el rey del mundo – espeté furiosa. Agarré la mano de Rob y me fui de allí, justo como él había hecho por la mañana, con la palabra en la boca.
Cuando llegué a la tienda era un poco tarde y me disculpé del retraso con Matt. Le expliqué lo sucedido – obviando algunos detalles – y lo entendió perfectamente.
Intenté trabajar lo más que pude, para sacarme al maldito profesor de la cabeza.
Sin darme cuenta me había metido su pañuelo en el bolsillo. Puse mi mejor mueca de fastidio. Mañana a última hora tendría de devolvérselo… Que lata.
-.-
Al meterme en la cama por la noche me sentí agotada y dormí plácidamente deseando que el próximo día fuera mejor.