Mortimer ya no hacía realmente caso de lo que hicieran sus hermanos. La sorpresa de ver a Garrett entrar cubierto en sangre y con un ojo a la funerala fue tristemente muy poca, y levantó enseguida una mano para detener la sarta de explicaciones de su hermano menor.

"¡Mort, es que te juro que no fue mi culpa esta vez!" logró decir Garrett.

"Ya, es que no me importa", repuso éste sin levantar la mirada de la revista que hojeaba en ese instante.

"Es que es en serio, yo estaba de lo más tranquilo sin molestar a nadie, así como me dijo la organizadora del control de ira, y—"

"Garth, de verdad no me interesa", le interrumpió Mort. "Es tu vida".

"¿No te jode? Por una vez que haces las cosas bien…" rió Harme saliendo de su habitación con una enorme barra de chocolate en la mano izquierda. Garth frunció el ceño.

"¿Quieres ver si me jode?"

"No hace falta", dijo Harme dando un enorme mordisco a su chocolate. "Muero de hambre, ¿qué hay de cenar?"

"Perth dijo que cocinaba hoy pero no ha llegado. Creo que tenía hora al doctor, dijo que estaba seguro que su resfrío se estaba transformando en una tuberculosis" habló Mort inexpresivamente. Harme hizo un gesto de asco.

"La comida de seguro va a quedar maravillosa si la cocina Perth. Nos va a enfermar a todos." Harme terminó su chocolate y corrió al refrigerador a buscar algo más que comer. Garth se acercó también a la cocina, en busca de algo de hielo para su ojo.

Era un joven alto y fornido, de cabello rubio oscuro corto y alborotado, con casi permanentes heridas y vendas en la mayor parte de su cuerpo y su cara. Su ojo izquierdo, de un almendra dorado intenso, ahora completamente morado alrededor por el golpe que seguía jurando no había sido culpa suya, estaba siempre levemente más cerrado que el derecho, ya que por suerte del destino era siempre ese el que recibía más golpes. Dentro de todo, no parecía sentir demasiado dolor por los porrazos, y no lo hacía realmente. Su vida era pelear, con quien fuera y donde fuera, y día a día encontraba siempre nuevos pretextos para iniciar riñas. Garrett era Guerra, y tenía un don, una facilidad para sembrar discordia entre la gente de la que se rodeaba, y participar de ella era su afición favorita.

Abrió la hielera y sacó unos cuantos cubos de hielo. Harme alcanzó a sacar una cubeta llena de helado hasta el tope. Sobre la mesa tenía también la mitad de una tartaleta de frutas y dos emparedados de queso, con una botella de gaseosa completamente llena. Garth no se sorprendió, la avidez del menor de sus hermanos era algo demasiado común y, lamentablemente, comprensible.

Harme medía unos diez centímetros menos que Garth, y pesaba casi menos de la mitad. Sus huesos eran nerviosamente notorios en cada parte de su cuerpo: sus clavículas, omóplatos, pelvis, pómulos y hombros sobresalían dolorosamente de su piel, carente por completo de grasa o músculos. Aún así, comía todo el día. Todo. El. Día. Harme era Hambre, y lo demostraba de las dos formas más notorias de tal condición. Un apetito voraz e insatisfecho, y un cuerpo famélico y enclenque. No conocía la saciedad.

Perth entró a la casa luciendo peor que de costumbre. Dejó las llaves de su Harley en la mesa de entrada tosiendo con fuerza. Mort no hizo ningún tipo de esfuerzo por ayudarlo, pero alzó la vista, preparado para socorrer al más frágil de sus hermanos si las cosas se salían completamente de control. Por suerte, Perth logró recuperarse de su carraspera sin secuelas en cosa de segundos. Levantó la vista, y todo en su rostro y cuerpo denotaba enfermedad. Su tez era pálida, verdosa, y sus ojos igualmente verdes estaban bordeados de rojo. Estaba cubierto del cuello a los pies, encorvado, y sin importar la época del año, siempre sentía un frío inhumano. Era la Peste, enfermizo y débil. Su mera respiración era contagiosa, y su voz un susurro infecto.

"Mort… no me siento bien. Creo que me iré a la cama, lo siento, ¿puedes encargarte de la cena?"

Éste suspiró.

"Vale. Ve a dormir. ¿Te llevo algo?"

"No… ya vomité dos veces hoy. Creo que no sería lo mejor. Bueno… buenas noches", murmuró antes de entrar a su habitación y cerrar la puerta suavemente.

Mortimer no quería admitirlo pero Perth lo preocupaba. A decir verdad, todos sus hermanos lo preocupaban. Sabía que Garrett nunca saldría realmente herido de una pelea, y que a Harme nunca le harían mal sus extremos hábitos alimenticios. Sabía también que Perth no moriría nunca, por más enfermo que se sintiese o más veces que se desmayase. Pero era el mayor, y quería a sus hermanos, más de lo que nunca hubiera admitido. Le gustaba sentirse en control de todo y odiaba no poder cambiar el hecho de que, al igual que él, sus hermanos estaban condenados y atados a una horrible tarea. Dejó la revista de lado y se dirigió a la cocina, en donde Harme concluía su aperitivo.

"¿Y Perth?" preguntó, terminando su gaseosa directamente de la botella.

"Se sentía mal, voy a cocinar yo."

Sabía que Harme comería por diez, así que sacó del refrigerador todo lo que encontró. Él, sin embargo, no probaría bocado. Se quitó la capucha del pullover de la cabeza y se subió las mangas. Se quitó también los guantes. Sus brazos y manos no eran más que huesos, al igual que el resto de su cuerpo. Como Perth, Mort se tapaba completamente, ya que bajo su cuello era puro esqueleto. Se había rapado la cabeza, la única parte humana de su cuerpo, hace un par de semanas, por lo que su cabello negro estaba recién creciendo. Sus ojos eran rojos, y sus pupilas pequeñas eran lo único que, una vez vestido, lo delataban por completo. Su mirada era vacía, poco profunda. Como la mirada de un hombre muerto. Porque él, Mortimer de Necross, estaba muerto. Era la Muerte. Sus hermanos eran su causante, hacían el trabajo sucio, pero él asestaba el golpe final, en personas, comunidades, países, el mundo entero. Sin sus hermanos su trabajo no tendría sentido. Trabajaban juntos.

Eran los Jinetes del Apocalipsis.