Allí, se encontraba ella, preciosa como siempre, esperando mientras tomaba un café en la pequeña mesita en el patio de un modesto, pero agradable café a las afueras de París. Como siempre, como cada encuentro, ella vestía seductora, más como siempre, misteriosa, llevaba puesta su querida gabardine roja y el infaltable chapeau de ala ancha que tan bien hacía juego con esta.
Él, por su parte, llevaba lo que acostumbraba siempre que se disponía a verla, su viejo pero sumamente bien cuidado kaftan negro, traje oscuro, impecable corte inglés y aquella vieja y cuidada corbata que hacía tantos años, tantos encuentros, ella le había obsequiado.
Se acercó, nuestro hombre a su mesa - donde ella leía una novela fingiendo no haberle visto - y depositó una rosa de color rosado pálido mas con ciertos matices naranjas en junto a la taza, ya vacía, de la cual ella había bebido.
El mesero, conocedor de aquella extraña ceremonia que se llevaba a cabo a cada encuentro de los dos amates, tenía lista la cuenta, conocedor pues que él no se quedaría en el café, pues su llegada, indicaba la partida de su comensal; llevo el recibo con presteza, y como siempre el hombre, cuyo nombre siempre desconoció, le entregó una generosa propina, un mes de salario y algo más. Como siempre que esta extraña ceremonia se llevaba a cabo, se fueron ambos tomados de la mano, sin dirigir una palabra al mesero, mas con la promesa tácita que aquella ceremonia, y la propina recibida, se repetirían la próxima vez que se encontrasen.
La tarde Parisina, pasó a la sombra de la imponente Tour Eiffel y bajo el misticismo e historia de sus monumentos, de su arte de su Louvre. Pasó tranquila de los brazos de los enamorados, de los apasionados… de los amantes, que disfrutaban cada brizna de aire primaveral… cada momento de ese encuentro, en que el sol lentamente se ocultaba dándole a París, un aire más puro, más romántico, si acaso aquello podía ser posible.
Así con paso lento entre aromas y fragancias, entre la música de un artista callejero, entre mimos, entre familias y parejas, llegaron al hotel donde él se hospedaba, donde pasarían el resto de la noche…
Su habitación, dulcemente perfumada por inciensos traídos de los confines más remotos de África, era solamente iluminada por la luz de cientos de velas, cuyas llamas bailaban alegres ante la presencia de los recién llegados…
Él, la llevó dulcemente de la mano hasta una cama que, cubierta de pétalos de rosas, cada una de las cuales había sido especialmente cortada recordando un momento en el tiempo… uno de sus momentos. Y allí frente a frente, a la luz de las velas, la despojó de su gabardine y de su chapeau, ella, a su vez le quitó el viejo kaftan negro la corbata y el saco de su traje, aquel traje que tan bien le quedaba, aquel traje que la había enamorado junto a la primera rosa, al primer café.
Y aunque los encuentros entre aquellos amantes habían sido ya bastantes, él se quedaba siempre sorprendido de la belleza de su amada, su cabello y el color de sus ojos, el perfume puro de su piel, su figura… un cuerpo que no variaba, no envejecía con el pasar de los años. Resaltaba además su cuerpo en el precioso vestido que ella había elegido para la ocasión, uno de cuerpo entero con un solo tiro en la espalda, el cual al desatar dejo al descubierto la más perfecta de las obras en la creación de Dios: el cuerpo completamente desnudo de su amada, la cual, se acercaba a él, para cariñosamente quitarle el resto de su ropa.
Y estando ambos cuerpos desnudos se encontraron con singular pasión en aquel mar de rosas, de olores y de luces con sus sombras. Él besó apasionadamente todo su cuerpo: sus ojos y labios, su cuello, sus senos perfectos, su estómago, sus piernas… y mientras besaba, acariciaba dulcemente su cuerpo, no dejo un pedazo de piel sin besar, sin acariciar. Ella disfrutaba de las caricias de su amado y acariciaba la espalda de este, besaba su cuello como sabía que solo a él le gustaba, más con cada beso, con cada caricia, ella se excitaba cada vez más, hasta que sucedió, sintió como él la penetraba, como rítmicamente jugaba con su cuerpo, y mientras él pensaba que no existía sensación más grata que están dentro de ella, ella supo que él disfrutaba conquistándola de un modo diferente, diferente a los paseos, a las rosas, a los besos, él disfrutaba conquistándola con el lenguaje de su cuerpo, haciéndole el amor de una manera única y diferente cada vez que la veía, cada encuentro, único y especial, quedaría grabado para siempre en la memoria de ambos.
Así, entre caricias y besos que cubrieron el cuerpo de ambos, entre palabras de poesía y mares de rosas, llegaron cada uno, más de una vez al clímax, cada uno amo como y cuanto pudo a su pareja y cada uno cayó dormido en los brazos de su amor.
La mañana la despertó con la salida del sol y el aroma de los creppes recién horneados en la pastelería que se encontraba frente al hotel, más como cada encuentro, él ya no estaba, tan solo la bandeja con el desayuno: una rosa, los creppes y un café. Junto a la taza se encontraba una nota en un trozo de cartulina finamente cortada con una nota que decía: "hasta nuestro próximo encuentro mi amor. Tuyo por siempre, Z". Dejó pues caer una lágrima sobre la nota, ella creyó que quizá, solo quizá este año sería diferente, que despertaría y lo encontraría a su lado, más se equivocó, este año tampoco había ocurrido y quizá jamás ocurriría.
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En un aeropuerto, en una mañana Parisina, un hombre de impecable traje negro y gastada corbata, lleva en su brazo una pequeña maleta y un Kaftan cuidadosamente doblado en su antebrazo, aborda un avión con rumbo solo por el conocido hacia una solitaria vida que él ha escogido, y aunque esta vida es necesaria para que otros vivan, y aunque la disfrute y no reniega de ella, no deja de esperar el día que pueda estar más de una tarde en París, no deja de esperar la mañana ansiada en que pueda despertar junto a su amada y ver juntos el amanecer de Paris comiendo junto aquellas creppes que una vieja cocinera realiza con amor parisino cada mañana… Y pensando en aquel sueño añorado, mientras espera que despesque el avión es que la vieja y cuidada corbata se mancha con una solitaria lágrima que el deja caer.