Llovía.

Era un día pésimo, había roto con Rossanne por décimo quién sabe qué vez, y llovía. Tal vez no se sentiría tan mal, si no estuviese lloviendo, es decir, ya había roto con su novia antes, no es como si no estuviese acostumbrado.

Sus zapatos estaban húmedos y llenos de barro, no podía ir a casa por los pequeños ríos urbanos, y empezaba a hacer una temperatura sofocante, así que definitivamente era la lluvia lo que lo tenía mal.

Entró a "La Puerta" y se sintió fastidiado por el increíble escándalo que causaba la música; inevitablemente frunció el entrecejo.

Vio a su ex novia en brazos de un muchacho de cabellos rubios y se giró en sus talones. Se sentía estúpido, por haberle dado tantas oportunidades a esa zorra.

Finalmente se sentó en unas escaleras, lejos de tanto escándalo, dispuesto a esperar que parara de llover. Se quedó pensando en nada de pronto, con los labios separados, mirando un punto fijo, con una expresión idiota.

De repente algo lo trajo abruptamente a la realidad, una voz dulce que no había tenido el placer de escuchar antes.

- Disculpa, ¿podrías volver a la Tierra un momento? - le decía la voz una y otra vez. Parpadeó y su mirada se topó con unos ojos color verde raro.

- Perdón - dijo con dificultad colocándose de pie. La muchacha le había estado pidiendo el paso para bajar.

- No te preocupes, lamento haberte sacado de tus pensamientos - le respondió ella con una sonrisa preciosa.

- No estaba pensando realmente en nada- le confesó él. Ella lo miró incrédula.

- ¿En serio? Creí que estabas planeando cómo conquistar al mundo.

- Neh, eso la planeé hace un año, sólo estoy esperando el momento apropiado - bromeó sintiéndose animado de pronto.

- Ah, ya veo, bueno… sólo espero que al menos me regales Belice, cuando seas el dictador mundial - jugueteó ella con un tono coqueto.

- Por supuesto, por supuesto…Me llamo Mauricio - dijo él brindándole una sonrisa.

- Yo, Carolina, mucho gusto- le dijo ella, luego siguió su camino.

Mauricio la vio irse. Caminaba con un compás hechizante entre su mar de cabellos avellanas y sus cremosas caderas. Suspiró y se volvió a sentar.

- Tal vez, sería mejor si le diera París - dejó salir con una sonrisa, mientras Carolina daba un vistazo furtivo hacia atrás y luego salía del lugar con una adorable risita.

Un par de días después se volvieron a encontrar en la entrada del local. Eran las tres de la tarde y había terminado de hacer sus misiones, cada uno por su lado. Conversaron del clima, de Jack y de música rock.

Se quedaron atrapados por la lluvia, que empezó a caer sin que se dieran cuenta, y se dieron el lujo de conversar hasta las siete de la noche, cuando ya solamente lloviznaba.

- ¡Wow! mira la hora - exclamó Mauricio echándole un vistazo al reloj.

- ¿Llevamos todo esto hablando? - preguntó Carolina sin ocultar su alegría.

- Y me quedaría más tiempo, si usted, señorita, no tuviera que ir a clases mañana - dijo él pasándole la mano por los cabellos. Ella lo miró a los ojos, sintiendose como si los latidos de su corazón fueran audibles.

Mauricio se perdía en sus ojos iluminados, aunque no llevaban nada de conocerse, aunque las dudas podrían ser muchas, era inevitable acercarse, casi mágico, casi hipnótico. Y bajo el sonido de las gotas que golpeaban el techo, terminaron besándose. Primero calmada y dulcemente, luego con pasión. Se separaron momentos después, aunque no tenían razón para hacerlo.

- Yo…- titubeó Carolina avergonzada.

- Shhh... - la detuvo él colocando un dedo sobre los hinchados labios de la chica. Ella soltó una risita nerviosa.

- ¿Quieres ir conmigo al cine mañana? - le preguntó Mauricio.

- Sí - contestó ella y siguió riéndose. Una risa suave y contagiosa, tanto, que Mauricio terminó riéndose con ella.

Meses después de eso, cuando ambos ya habían probado la miel de cien besos y habían reposado desnudos el uno junto al otro, mientras la ciudad callaba frente a los truenos, Carolina jugaba con los cabellos oscuros de Mauricio, sentados en la sala de su casa, mientras veían un programa cómico de televisión.

- Mau… - susurró ella.

- Dime.

- ¿Te acuerdas del día que nos conocimos?

- Claro que me acuerdo… - respondió él mirando fijamente el hermoso rostro de la muchacha.

- ¿Ah sí? - cuestionó ella con una sonrisa juguetona.

- Sí - afirmó él robándole un beso - ese día…

llovía.