Capitulo tres: "Eres mi bebida favorita"
Carlos llevaba varios días estresado por lo ocurrido con Julieta en el centro comercial. Ni si quiera se había atrevido a verla en la clase del lunes, sin embargo no había podido sacársela de la cabeza, era como si quisiera gritarle de nuevo.
En ese momento tocaron a la puerta y él fue a abrir. Sorprendido se topó con la chica que significaba "disturbio" en sus pensamientos.
-¿Qué quieres?- le preguntó seco y cortante al verla en el portón de su casa.
-Olvidé mi calculadora y un libro la última vez que vine- le respondió sin atreverse a mirarlo a los ojos. El chico arqueó la cejas, ni si quiera lo había notado.
Un pesado silencio cayó sobre sus hombros y la voz de Liz, los sacó de su martirio:
-Oh, miren, July, estás aquí, pasa cariño- le invitó con su dulce e inconfundible sonrisa. En ese momento Julieta volvió a preguntarse cómo era posible que el idiota de Carlos tuviese una madre tan buena.
La señora le preguntó si se quedaría a cenar.
-No, mamá- intervino Carlos sin quitar la mirada del suelo- July sólo se va a quedar un momento, vino a buscar unas cosas.
El rostro de la señora se entristeció inmediatamente.
-Ah, ya veo, pero…Estoy preparando un pie de queso y fresas, al menos me harás el honor de probarlo ¿no?
La muchacha se sentía entre la espada y la pared. Carlos suspiró y maldijo lo suficientemente bajo como para que el suelo fuera el único que lo escuchase, sabía que cuando su madre usaba ese tono, significaba el fin de toda posibilidad de escape.
-Bueno…- salió al fin de los labios de Julieta.
-¡Perfecto!- exclamó Liz radiante- Iré a terminar de colocarle las fresas entonces, estará listo en un segundo.
Dicho eso desapareció en la cocina.
-Tu mamá es un amor- le dijo la de cabellos rojos mientras la veía perderse en el pasillo.
-Sí, demasiado- concordó Carlos en un sentido diferente. Amaba a su madre, pero ésta vez, después de muchos años, tenía la leve sensación de que no le estaba haciendo la vida más fácil.
-Bueno- prosiguió el rubio, recordando que había alguien llamado Claudia Torres, que podría ser aun peor - Busquemos tu estúpido libro.
Julieta no le contestó, simplemente se limitó a seguirlo por las escaleras. Llegaron al cuarto y Carlos se puso a buscar entre los libros.
La chica lo miraba de manera incomoda y sintió como por sus labios pasaba una pequeña electricidad. Casi se detuvo su corazón cuando el rubio volteó y le habló:
-Aquí no están- le escuchó decir y no fue capaz de retirar la mirada de los ojos del muchacho. Se llamó así misma estúpida, pero aun así no pudo moverse.
Carlos pestañeó igualmente perdido en la mirada enigmática de la muchacha, sin intención sus ojos se posaron en los rosados y carnosos labios de la chica.
El palpitar de sus corazones eran uno solo, aunque jamás saldría de sus labios, en ese momento deseaban poder besarse nuevamente.
Cuando la pelirroja estaba por moverse, la puerta se abrió y la madre de Carlos entró diciendo que el pastel estaba listo.
-Me apresure porque dijiste que tenías prisa- dijo mientras observaba la escena. En su rostro se marco una sonrisa traviesa.
-¿Pasa algo?- preguntó al ver la expresión de espanto en la cara de los dos muchachos.
-No- balbuceó Julieta- Es que no encontramos mis cosas.
-Ah ya- contestó Liz fingiendo creerle.
-¿Tú no las habrás visto mamá?- le cuestionó Carlos haciéndose el desentendido.
-No sé, amor, si no me han dicho que buscan –les dijo ella con un tono divertido- recuerda que tengo la cara de bruja, pero no los poderes.
La chica de cabellos rojos sonrió y pensó que sería lindo que su mamá fuese como la del rubio, luego sacudió la cabeza para no dejarse llevar por sus eternas fantasías.
-Buscamos su libro de matemáticas y su calculadora, ¿recuerdas? De la última vez que vino- explicó el muchacho tranquilamente.
-Ah, sí- contestó su madre- creo que los recogí y los deje en la librería del estudio. Allí deben estar. ¿Por qué no se apuran y así luego comemos todos, el pastel?
-Sí, señora- contestó alegremente la muchacha, feliz porque le había dado una excusa para dejar la habitación.
La mamá del rubio le dijo donde estaba el estudio y mandó a Carlos a buscar a sus hermanos para que fuesen a la cocina por su rebanada de pie.
Julieta entró entonces a buscar en donde le había indicado la señora torres y empezó a buscar el libro. El lugar estaba lleno de fotos familiares de navidad, y cumpleaños.
Tuvo la increíble tentación de ojear algunas en las que salía Carlos sonriendo.
Era como ver el Tal majal en plena nevada, inverosímil y aun así verdaderamente lindo.
Julieta sacudió la cabeza nuevamente y se dispuso a buscar ese endemoniado libro, como si el pacto dependiera de ello.
Después de un par de minutos divisó el libro, y estaba tan concentrada en tratar de agarrarlo que no se dio cuenta cuando entró a la habitación la pequeña hermanita de Carlos, Claudia. Silenciosa como una sombra, la pequeña llegó a ponerse detrás de ella y cuando la muchacha de cabellos rojos menos lo esperaba, Claudia gritó:
-¿Entonces? ¿Carlos besa bien, si o no?
Julieta sintió deseos de desaparecer mientras el rojo teñía sus mejillas y un gritó se iba por su garganta. Había dado un respingo y ahora se forzaba a sonreír.
-No- mintió y tomó el libro y la calculadora que buscaba. La pequeña se echó a reír y Julieta giró los talones para dirigirse a la puerta, entonces quedó estática, allí estaba Carlos.
El rubio estaba de pie junto a la puerta y por la expresión en su rostro se notaba que había escuchado lo que Julieta había dicho. No estaba a la vista para cualquiera, sin embargo para ella, quien conocía todas sus expresiones amargas y de odio, era obvio que estaba molesto.
-Claudia- salió de los labios del rubio, con una voz gélida que cortaba cual cuchillos- ¿no me escuchaste? Mi mamá dice que vayas a la cocina o papá se comerá tu pedazo de pie.
La pequeña abrió los ojos desmesuradamente y salió corriendo como alma que lleva el diablo gritando: "¡Papá, ese es mi pedazo de tarta!"
Inmediatamente Carlos se volvió hacia la chica y le dijo:
-Ya tienes tu libro y tu calculadora, ahora vete.
Julieta sabía que debía hacerle caso, que no tenía razones para quedarse allí, pero sus pies no respondían.
La habitación, que tenía una enorme ventana de cristal enmarcada en madera, se estaba iluminando con los colores del atardecer.
Ninguno de los dos había movido un solo musculo. Carlos seguía pegado a la puerta y Julieta con los pies clavados junto al librero. Con su eterna mala manía de dejarse aplastar por el incomodo silencio. Sin embargo, ésta vez con excepción de ellos, todos estaban en la cocina, así que sólo uno de los dos podría acabar con esa incómoda situación.
Nada más cuando una pequeña brisa hizo mover los vidrios del estudio, Julieta pudo mover los pies y sin pronunciar una sola palabra, ni quitar los ojos del suelo se encaminó a la salida. Estaba decidida a no volver a pisar esa casa por lo menos en tres años, ni aunque hubiera dejado su celular nuevo en ella.
Pero cuando estaba por cruzar la puerta se tropezó con Carlos, quien contradiciendo sus mísmas ordenes no se había movido ni un centímetro para dejarla ir.
Julieta alzo la vista y Carlos le clavó la mirada gris en sus brillantes ojos azules. No sabía si era ira lo que veía en los ojos del rubio, o si simplemente un deseo contenido. Pero lo último que supo entonces era que Carlos la estaba besando, justo como la había besado antes y la estaba llevando a unas estrellas más altas de las que alguna vez alcanzó en los brazos de Damien.
Ni siquiera el dulce sabor de las bebidas de chocolate eran comparado con esa sensación de tener los acaramelados labios de la pelirroja entre su boca. Carlos sentía que iba más allá de su autocontrol, iba más allá de la razón…
El mutuo contacto era algo que saciaba la inmensa sed de las jóvenes almas que ya no les pertenecían.
Ese día el agridulce sabor de los besos se volvería su bebida favorita.