EL PINTOR DE MINSK

Dimitri era un joven artista que había emigrado a la gran ciudad de Minsk, buscando una oportunidad en la Academia de Artes; su mayor deseo era convertirse en un famoso pintor, conocido en todo el mundo.

Pero para cumplir un sueño así, a veces uno tiene que hacer sacrificios, y para Dimitri, el nombre de su sacrificio era María: una joven de su edad, que había cautivado al joven pintor desde que este tenía memoria.

Él la amaba, ella era su fuente de inspiración, aquello en su vida que lo había hecho apreciar la belleza que a pesar de todo, inunda este mundo, pero no podía quedarse si es que en verdad deseaba con su corazón conseguir aquello que tanto añoraba.

Los sentimientos de Dimitri no eran ningún secreto para María, quien en todo caso, compartía el enorme cariño y amor, y a pesar que deseaba lo mejor para él, en el momento en el que él tuvo que partir, no pudo ocultar su pesar y tristeza: su corazón se había rotó.

—Quisiera darte algo, antes de irme—Le dijo Dimitri, nervioso y avergonzado, con sus pocas pertenencias empacadas en su espalda, listo para tomar el camino hacia la ciudad.

— ¿Qué cosa?

Dimitri le entregó una pintura: era un paisaje de un campo de flores amarillas, con una figura femenina vestida en blanco a lo lejos.

Y tras el obsequio, Dimitri se fue.

María no sabía cómo lidiar con sus sentimientos: sentía tristeza y melancolía, pero al mismo tiempo, rabia y coraje; durante los primeros días sin la presencia de Dimitri, ella buscó seguir con su vida como si nada, con aquella pintura puesta en la sala de su hogar, pero al verla, su corazón se llenaba de amargura, hasta que finalmente, decidió retirarla y guardarla en un cuarto cerrado, junto con otros objetos de poco valor, empolvándose con el tiempo.

Y Dimitri, ni que decir: sus sueños se habían visto frustrados al ser rechazado por el consejo de admisión de la Academia; sin un centavo a su nombre, sobrevivía de las limosnas ocasionales de los transeúntes y de las caridades de las Iglesias de la ciudad.

Ocasionalmente trataba de seguir pintando, pero en aquellos días el crudo clima del invierno y la debilidad por la mala alimentación hacían difícil siquiera sostener un pincel.

Pero lo que realmente resentía fue el hecho de tener que haber dejado a aquella mujer, María, atrás en su pueblo natal. ¿Cómo lo había podido hacer? Se cuestionaba una y otra vez, extrañando todas las noches su calidez, su sonrisa y sencillamente su presencia; supuso que aquel dicho que reza "nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde" se inventó para situaciones como esta.

Muy enfermo, el había pasado las últimas noches en un hospital, en un pabellón de vagabundos y pobres, donde el único personal eran monjas y clérigos que pasaban como figuras enigmáticas y fantasmales, ignorantes del verdadero dolor de sus pacientes.

En una ocasión, en una noche de fiesta para la metrópoli, Dimitri, mientras apreciaba la alegría del ambiente desde su ventana con los transeúntes emocionados por la fecha, logró sentir por un momento la verdadera soledad y depresión que tanto había querido ignorar; débil y sin razones para celebrar, cayó dormido.

Pero ni siquiera en sueños podía descansar de todos sus tormentos; ahí, en los dominios de Morfeo, presenció la silueta femenina de María, en un vestido blanco, en un campo de flores que le hacía recordar sus años infantiles en el viejo hogar.

—María ¿Eres tú? — Dimitri preguntó incrédulo ante lo que veía.

— ¡Claro que si, tonto!- María le respondió efusivamente, acercándose para abrazarlo con la calidez y cariño que solo una mujer amada puede dar.

—Perdóname…por favor, perdóname— Dimitri le susurró al oído—nunca debí dejarte…- murmurando al punto del llanto

—No te preocupes Dimi —Le respondió con un nombre que no había oído en ya hace tanto tiempo—se porque lo hiciste, y a mí siempre me gustaron tus pinturas; era algo que tenías que hacer

La voz comprensiva de María solo hacía sentir aun más culpable a Dimitri, pero al mismo tiempo, al ver en sus ojos esos mismos sentimientos de amor y ternura, el se sentía un poco reconfortado.

— ¿En verdad lo crees? ¿No te sentiste mal?

—Ya eso no importa Dimi, solo perdónate a ti mismo

Después de esas palabras, Dimitri beso apasionadamente a María, y una sensación de orgasmo onírico se apoderó de él; el reloj parecía detenerse, y todo a su alrededor parecía girar en torno a su emoción.

Ellos pasaron el resto de su tiempo recostados en aquel campo de flores amarillas, sin nada más en sus mentes y corazones más que adoración por el otro.

-—En verdad, no guardas resentimientos, María?-

-No hablemos mas de eso, además, siempre creí que tenías potencial: tus pinturas me encantan…

—A los del consejo de admisiones de la Academia no les pareció así…- Dimitri respondió desanimado.

—No importa, ellos debieron estar ciegos: tus pinturas no solo eran buenas, no solo eran hermosas…me parecían casi…mágicas…

— ¿Mágicas?

—No sé cómo explicarlo, pero ojala pudieras pintarme algo una última vez…-

—Mi máximo deseo, María, es formar parte de esta escena, contigo, por toda la eternidad…

Dimitri despertó inmediatamente, percatándose que lo que había visto no era más que un sueño; una vaciedad en sus entrañas lo llevo al borde de las lágrimas; pero antes de ser presa de la tristeza, se limpio los ojos, se levanto de su cama, tomo su caballete, sus pinceles y un lienzo que había guardado con sus pertenencias; con más corazón que fuerzas, comenzó un nuevo trabajo.

Le había tomado horas, y estaba completamente exhausto, pero lo había terminado: esa pintura era sobre una hermosa joven de vestido blanco, sentada en un campo de flores amarillas; María era su nombre.

Dimitri contempló por un momento lo que había hecho, sonrío brevemente, soltó el pincel del cansancio, y su cuerpo sin más energías cayo del agotamiento.

Los doctores tardaron en atender al joven, y para cuando lo había hecho, lo único que pudieron hacer era declararlo muerto; Dimitri Nureyev, de 25 años había fallecido; los empleados del lugar se encargaron de llevar su cuerpo a una fosa común donde la poca dignidad que aun le quedaba se le arrebataría en un entierro improvisado; sus pertenencias fueron tiradas, y en el caso de sus pinturas, confiscadas por uno de los doctores, pensando que quizás podían decorar su hogar.

Y mientras una muerte era ignorada, en su pueblo natal, otra era llorada con luto y tristeza, como no se habían vistos en esos lugares: María había fallecido. Nadie supo cómo, pues nunca se vieron indicios que indicaran un problema de salud, simplemente, una noche se fue a dormir, y ya no volvió a despertar.

El padre de María, después de varios días de lidiar con el dolor, entró al cuarto de su hija; con cada rincón, venía un recuerdo que se volvía tortuoso, pero armándose de valor, llevó algunas de las cosas que María para guardarlas en aquel cuarto de objetos viejos.

—Curioso…no recuerdo haber visto a ese joven…- Comentó al observar esa vieja pintura obsequiada por Dimitri, tras mover un par de objetos para hacer algo de espacio; en esa pintura, aquella chica del vestido blanco tenía la compañía de un hombre joven, con un caballete y un lienzo para pintar.

Al final de cuentas, parece que el deseo de Dimitri, y la suposición de María, resultaron ser ciertas.