¡En pie, soldado!

-¡No retrocedáis señoritas! ¡No les deis ni una sola oportunidad a esos putos monos recogedores de dátiles!

Bajo las llamas de un sol seco y extranjero; un sol que helaba la sangre y que nunca reconfortaba. Bajo las olas interminables de la sucia arena y entre dunas de inmensa eternidad estallaba el castigo.

El fragor de una carnicería en donde nadie podía huir. La absurdez absoluta de una puta guerra en la que se había metido y de la que ya no creía en lo que hacía.

Disparaban contra niños, niños dispuestos a morir con sus bandanas rojas atadas en la frente y sus viejas kalasnikovs taladrando el aire y arrebatando vidas jóvenes. Como si estuviesen jugando a ser Silvestre Stallone en Rambo, como si nunca hubiesen conocido nada diferente al conflicto, como si no tuviesen nada que perder.

Sus ojos eran fríos y carentes de miedo, estaban muertos y lo aceptaban: con sus pequeños cuerpecitos expuestos a impactos y estallidos, granadas y balas.

Monstruos, monstruos todos ellos.

Un monstruo él.

Y la columna de la compañía S-G12 estaba en problemas.

Debían mantener la posición, debían aplastar el intento de usurpación de la base y destruir cualquier incisión y acometida.

Ya no sabía en que creer.

Sólo… sólo quería volver a casa.

A casa…

-¿Qué te pasa soldado? ¿Qué cojones haces aquí escondido mientras tus compañeros se están muriendo allá fuera?

-Señor yo… de verdad, no puedo seguir.

El hombre lo observó inquisitivo, erguido, extraña y delirantemente tranquilo, como si aquella batalla no fuera con él. Mientras que al fondo podía ver como todos sus compañeros se agachaban o caían en combate, como al menos reaccionaban ante la lluvia de explosivos y fuego enemigo.

-¡Me importa un carajo que creas que no puedes seguir! ¡Sal afuera ahora mismo y compórtate como un auténtico soldado!

-S-sí, señor.

Lentamente cogió el fusil y se fue levantando poco a poco, temblando ante las posibles consecuencias de una lucha en la que negras valkirias armadas con guadañas y ruletas sorteaban viajes a paisajes oscuros y sin retorno.

Golpeándose con la palma de la mano en la frente, el superior comenzó a quejarse:

-No, no, no… ¡Eso no me vale! ¡No quiero a un gilipollas temblequeante y estúpido que se está cagando encima armado con una peligrosa M4 de alto retroceso! ¡No quiero que empieces a disparar sin mirar ni lo que haces y que causes más problemas que ayuda! ¡No hay peor traición de una guerra que la que puede causar el fuego amigo!

-Señor… ¡no puedo evitarlo! ¡De verdad le juro que no puedo…! ¡No entiendo esta mierda! ¡¿Qué coño hacemos aquí?! ¡¿Por qué tenemos que morir aquí si nada vamos a conseguir por los nuestros?!

Durante unos segundos su vista se mantuvo fija a la seria y reflexiva mirada de su superior.

-¿Cómo te llamas soldado?

-Robert Jackson, señor.

-Yo soy Bristol.- Respondió mientras se auto señalaba con el dedo. -Adam Kennedy Bristol. Para usted el Teniente Bristol ¿Ha comprendido, soldado?

-Sí, señor.

-Excelente.- Bristol se agachó para encontrarse ante él cara a cara. -¿Por qué cojones te alistaste en el ejército sino querías llenarte de mierda el pantalón? ¿Acaso pensaste que sólo te iban a regalar el traje y la comida?

-Señor… yo sólo quería defender a mi patria y mi honor.

El teniente no pudo evitar sonreír ante la respuesta.

-¡Ah, ya veo! ¡Patriotismo! Una de esas muchas gilipolleces por las que se lanzan a morir idiotas como tú. Entiendo… pues todo tuyo hijo, ahí tienes tu fusil y ahí a los enemigos de tu patria. ¿Qué más necesitas?

-Señor,… ¡son sólo niños! ¡Vine para eliminar a los terroristas no a unos pobres y desnutridos mocosos!

-Esos mocosos están atacando una base de los Estados Unidos de América, son por tanto enemigos del país y considerados terroristas.

-No veo honor matando a unos niños. No veo honor muriendo aquí... no quiero morir señor.

Bristol comenzó a carcajear muy fuerte y sonoro, casi podía ahogar el ruido de las explosiones.

-Ahora lo entiendo, viniste aquí porque eres un gilipollas. Te creías que esto era un campo de rosas, que pasear con tu metralleta y tu cinturón lleno de balas te convertiría en un auténtico hombre de verdad y que esto era como en las películas…

Se autointerrumpió cuando vio que se acercaba un adolescente de dieciséis años, desenfundó su cuarenta y cinco y sin ningún tipo de miramiento y ceremonia descargó una ráfaga con la que lo dejó inmóvil en el suelo.

-Pues bienvenido al infierno, soldado. Bienvenido a la realidad. La guerra no trae honor a nadie, ni es limpia, ni es justa, ni sirve para mejorar absolutamente nada. Es sólo todo lo que ves aquí: Mierda acumulada sobre otro montón de mierda. Es la muerte, es la derrota, es el festín de una pila de moscas que se comen tus globos oculares mientras estos se secan al sol y se pudren. Es pasear con tus botas manchadas de sangre sobre los cráneos de tus antiguos aliados y rezar a cualquier deidad para que el tuyo no les haga compañía. En definitiva: es donde aprendemos lo vulnerable que realmente somos y donde de verdad mostramos nuestra auténtica naturaleza. Es basura.

El teniente escupió sobre el suelo y luego sonrió.

-¿Sabes? Creo que lo mejor que puedo hacer es contarte mi historia. No es muy larga, al menos no desde el punto en el que deseo empezar.

-Señor… ¿cree que este es el momento adecuado?

-Creo que es un momento tan bueno como cualquier otro.

Y con total parsimonia, Bristol encendió un puro, le arrancó su cabeza, la expectó y lo inhaló tranquilamente.

-¿Cuántos años tienes soldado?

-Diecinueve, señor.

-Diecinueve…- Paró y expulsó el humo. –Yo tenía un año más que tú cuando lo del asunto de Vietnam. Había sido un colimba dos años antes y me había licenciado odiando todo lo relacionado con el puto ejército. Fui de los muchos chicos que se enfrentó en su guerra particular: Íbamos a cambiar el mundo… ¿Te suena la revolución de las flores, soldado?

Sorprendido, Jackson se quedó con la boca entreabierta.

-¿Era usted un hippie, señor?

-¿Te sorprende?- Dijo sonriendo mientras seguía mordiendo su entretenida máquina generadora de humo. –Sí, era un joven melenudo que quiso participar en los cambios que iban a traer la estabilidad que de verdad merecíamos. Era uno de los muchos que buscaba tocar todas las experiencias: Probé el crack, el éxtasis, la marihuana y toda esa mierda. Practiqué el amor libre, y aunque esto podría condenarme ante un consejo de guerra y destituirme de la dirección de todo esto, puedo afirmar que lo hice tanto con mujeres como con hombres. Hice de todo soldado, todo para poder escandalizar y retar a la vieja sociedad de la que ya estaba harto. Para destrozar las viejas columnas oxidadas del sometimiento de los viejos valores. Buscábamos encontrar unos nuevos que adecuaran al ser humano, que nos hicieran más nobles, más grandes y más merecedores de esta mierda de planeta.

Tras una profunda calada expulsó un aire mezclado con un suspiro.

-¡Oh sí! Sin duda buenos tiempos.

-Y entonces… ¿Qué pasó? ¿Por qué está usted aquí?

-Tiempo hubo en el que me enfrenté contra los antidisturbios con piedras y ladrillos, en el que aprendí a odiarlos como los guardianes de esos viejos valores. En el que me enfrentaba contra porras, balas de goma y granadas de dispersión. ¿Y sabes qué pasó después? ¡Ganamos! ¡Los Estados Unidos se retiraron de la puta guerra y nosotros conseguimos lo que queríamos! ¿Y después? ¡Nada!

Robert se quedó extrañado.

-¿Nada?

-Nada.- Contestó.

-No lo entiendo…

-Verás, resulta que los viejos valores eran una mierda. Pero los nuevos no trajeron consigo un interés por salvaguardar lo que de verdad pregonábamos. Al final resultó que el tema de la revolución era un circo, una mentira montada por muchos que decían creer en los cambios pero que lo único que querían era seguir metiéndose mierda y seguir divirtiéndose. Cuando de verdad teníamos el mundo en nuestras manos y vimos la responsabilidad que ello requería, la gente decidió usar ese poder para lo que le convenía a cada uno y se acomodó. De repente no éramos un grupo, sino que cada uno se fue a lo suyo. Vi la realidad: vi lo artificial que era realmente la gente. De repente no todos éramos iguales. No todos valíamos lo mismo. No queríamos igualdad y no luchábamos contra las fábricas ni el imperialismo. No, simplemente nos marchamos a nuestras casas y fuimos madurando. Y veinte años después éramos como nuestros padres. Hombres atados a un sistema que lo defendían y que creían en él.

Bristol volvió a expirar el puro.

-Y entonces mis ojos se abrieron ¿sabes? Me di cuenta de que había sido engañado por el resto y de que no podía fiarme de nadie. Pero me di cuenta de más cosas: En el 78, tres años después de que la guerra terminara, Francis Ford Coppola sacó la que probablemente sea una de las mejores películas bélicas que se hayan podido dirigir: Apocalypse Now. Esa película me enseñó muchas cosas, me enseñó como era la auténtica naturaleza del hombre, como era la bestia que teníamos en nuestro interior y que negar a esa bestia era negarnos a nosotros mismos. Después leí el libro en el que se basaron para hacer esa película: El corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad. Él consiguió acabar mi formación y me di cuenta de otro montón de cosas más.

Por fin había terminado el puro, lo tiró y lo pisó.

-Reflexioné y pensé sobre todo lo que viví, y ahora veía a los antidisturbios como lo que de verdad eran: jóvenes reclutas enviados por cobardes y muertos de miedo que luchaban por lo que de verdad creían. En definitiva: Idiotas como yo en aquel tiempo y como tú ahora. Es decir, se creían héroes pero resulta que los héroes no existen, es todo mentira. Y no merecía la pena odiarlos… de hecho antes no los odiaba, creía que los odiaba pero era porque no sabía lo que significaba la palabra odiar. Para odiar algo tienes que conocerlo, tienes que entenderlo y asimilarlo de verdad. Tiene que suponer algo más que un obstáculo, tiene que ser tu cruz y tu tortura. Y descubrí que odiaba al ser humano porque era la bestia más hipócrita y arrogante que existía en la tierra, porque se creía el ente más poderoso y sólo era una mierda más.

-¿Y por eso está aquí señor?

Bristol volvió a carcajear.

-No hijo, no. Estoy aquí porque hace mucho tiempo decidí meterme en la Guerra del Golfo, y después fui a Kosovo, luego a Irán y ahora me ves aquí en Irak. E hice eso porque esto… esta mierda que ves aquí al menos es más sincera que la puta sociedad de la que provenimos. Porque sé a que atenerme ante el enemigo, sé que de él sólo puedo esperar que acabe conmigo o que yo lo aplaste. Sé que siente un vomitivo odio hacia mí y yo tengo esa relación en común con él. Y porque no espero más que morir en pie y odiando eternamente. Porque lo que dejé atrás era peor, era la hipocresía encarnada. Gente que te utiliza como un objeto más y que te ve con ojos utilitaristas. Amigos que dejan de ser amigos tuyos en los momentos más difíciles, mujeres y hombres que exacerban el cuanto te quieren y que te dejan cuando consiguen de ti lo que quieren realmente o cuando se cansan de jugar contigo, compañeros a los que ayudas y luego se olvidan de ti. Toda esa mierda fue la que dejé atrás, toda. Aprendí que ninguna buena acción queda nunca impune, y que por tanto de nadie se puede uno fiar. De nadie. ¿Y sabes qué te digo? Puede que después de esto tú decidas volver a tu casa y te conformes con esa mierda. Que vuelvas con una medalla de honor y erigido como un héroe. Pero tú sabrás la verdad: que eres un asqueroso cobarde que habrá abandonado a los suyos. Los desfiles no son para los héroes, los héroes como he dicho, no existen. Sólo llenan zanjas.

Un proyectil perdido alcanzó por fin el pecho del teniente, ante los ojos de un horrorizado Jackson, cayó contra el suelo y comenzó a desangrarse.

Pero aún tuvo fuerzas para seguir hablando.

-Vaya… esto sí... que es una putada ¿No soldado?

Robert no dijo nada.

-¡¿Qué coño… estás... mirando?! ¡Levántate…! ¡En pie, soldado!

Su cabeza finalmente se inclinó hacia atrás y expiró su último aliento.