El llanto eterno de Carolina

Eran las cinco de la mañana y el olor a tierra mojada entraba por la ventana del cuarto, aún no había luces en el cielo, pero ella estaba despierta. Sus cabellos eran largos y negros, su piel tostada siempre por el sol, sus ojos negros e hinchados de tanto llorar.

Se encontraba inmóvil en la cama junto a su esposo quien dormía plácidamente, hablando incoherencias de cuando en cuando mientras se revolvía en su lugar.

Cansada de estar acostada se levantó con una firmeza que realmente no sentía, se colocó las chancletas y tanteó en la oscuridad para encontrar su vestido favorito.

¿Estás despierta, Carolina?- preguntó su esposo desde la cama, con voz ronca.

Si, no puedo dormir- le respondió en un susurro.

Él refunfuñó un poco y se volvió a dormir. Carolina encontró el vestido tirado en una silla, era hermoso, de un amarillo vivo en la blusa, con cinturón azul y una falda roja. Realmente muy poco usual, pero a ella le encantaba cómo de algún modo parecían combinar muy bien esos colores. Se lo puso, se peinó y salió a la cocina.

Hacía mucho frío y aún no se escuchaba ni un solo paso en la casa, así que se preparó café con leche, y se sentó en una silla a tomarlo con lentitud. Mientras lo tomaba pensaba en Simón.

Simón había sido el único hombre al que ella había realmente amado, en su juventud, contra la opinión de sus padres se escaparon y vivieron juntos por un corto tiempo. Sin embargo después de unos meses a Simón lo reclutó el ejercito y semanas después fue asesinado por los grupos guerrilleros que tenían bajo un doloroso azote al país. Cuando Carolina se enteró regreso destrozada a los brazos de sus padres, buscando resguardo y comprensión. Meses después se dio cuenta que estaba embarazada, entonces, para evitar el escándalo, sus padres la casaron con un joven y acaudalado extranjero, de nombre George, que acababa de hacerse una pequeña fortuna patrocinando peleas de emigrantes en distintos puertos.

Cada vez que estaba sola, Carolina se embelesaba pensando en los cabellos negros y rizados de Simón, en como le emocionaban sus locas ideas de formar una asociación entre las fincas del pueblo y en su dulce voz llamándola "mi niña amada". Luego comparaba a George con Simón y se daba cuenta de que era como comparar el día con la noche. George era rubio, de pensamientos distintos, nada idealistas, a veces hasta resultaba frío y demasiado calculador.

Carolina suspiro y decidió que era hora de dejar de pensar tanto, tomó el último sorbo de café con leche y se puso a cocinar el desayuno. Un poco después de que amaneciera por completo, un grito interrumpió a Carolina.

¡Mamá! ¡Mamá!- gritaba agitado un pequeño pelirrojo de divertidas pecas en un rostro pálido.

¿Qué pasa, Paul?- exigió alterada Carolina

Francisco…Francisco está…

¿QUÉ? ¿Qué le pasa a tu hermano?- le preguntó tomándolo de los hombros con el terror plasmado en el rostro.

Está en "Chiquinquirá", Don Hugo lo tiene.

Llévame- le ordenó sin esperar a que dijera nada más.

Entonces salieron corriendo a la finca vecina al paso del pequeño de piernas cortas y rechonchas.

Cuando al fin llegaron, Don Hugo, el mayor de los hermanos Bolívar, dueños de la finca "Chiquinquirá", tenía agarrado a Francisco de uno de sus mechones negros quien intentaba con mucho ahínco liberarse sin soltar un gallo que tenía en las manos.

¡Mocoso asqueroso! ¿Por qué no admites que te entraste sin permiso?

¡No lo hice!- refunfuñaba tercamente el pequeño de piel morena, abriendo de par en par sus grandes ojos negros.

Te voy a enseñar…- exclamó maliciosamente alzando la mano que tenia libre

¡Suelta ahora mismo a mi hijo, Hugo!- gritó carolina corriendo ágilmente a arrancar con fiereza a su hijo de las manos de ese hombre.

Una vez lo tuvo en sus manos fulminó con la mirada a Hugo Bolívar, y tomó una bocanada de aire para gritar:

Ni si quiera pienses en tocar a mi hijo, Hugo Bolívar, ¡ni si siquiera un solo pelo de su cabeza!

No me grites Carolina Granados, yo soy un macho y las hembras no le gritan a los machos… o ¿es que Simón nunca te enseñó eso?- bufó jugueteando con el filo de su machete. Carolina palideció de rabia. Estaba apunto de levantar la mano para abofetearlo cuando llegó George en un caballo de la finca.

¿Qué esta pasando aquí?- gruñó mientras fulminaba con la mirada a Hugo Bolívar.

Tu hijo cruzó la cerca- respondió el aludido, casi escupiendo del asco que le provocaba aquel rubio oportunista.

¿Es cierto, Paul?- preguntó al pelirrojo que estaba a buena distancia de ellos

No, señor- contesto Francisco- fui yo. Al escuchar la titubeante voz del niño George frunció el ceño.

¿Por qué?- le preguntó secamente.

Porque…porque "Rey" se escapó- explicó temerosamente el chiquillo extendiendo al gallo que tenía en las manos. George tomó al animal en las manos y miro al niño con severidad. Carolina pasó saliva, tenía un mal presentimiento. George tomo su machete y de un solo movimiento, ante las miradas atónitas y expectantes de los presentes, le cortó la cabeza al gallo.

Discúlpate con Don Hugo, ahora- le ordeno secamente mientras la sangre aún escurría del afilado machete.

Lo siento…- dijo en un hilo de voz el niño- no…no lo vuelvo a hacer.

Listo, se acabo- habló George después de un momento de incomodo silencio- Caminen para la casa, se acerca una tormenta.

Caminen- les pidió con voz quebrada Carolina a los niños. Estos corrieron inmediatamente en la dirección que les habían indicado.

No era necesario matar al gallo- Se le escuchó decir a Don Hugo.

Así no habrá más problemas- fue lo que le respondió George limpiando la ensangrentada arma. Don Hugo se encogió de hombros y se dirigió a un chinchorro que estaba guindado en un árbol a pocos pasos del lugar, él no le tenía miedo a la tormenta.

George y su esposa se dirigieron también a la casa.

¿Qué te pasa?- le pregunto George a Carolina en el camino, ella sollozaba asustada.

Nada- le contestó tratando de ocultar sus lágrimas color carmín.

Es la tormenta ¿verdad?- pregunto con tono neutral, pasando una mano por los hombros de la mujer mientras que con la otra jalaba las riendas del caballo.

¿Las FARC?- preguntó desconcertada por un momento Carolina

Si… ¿es por eso que lloras, no? Te dan miedo los rayos de Las FARC… pero tranquila, sólo durara esta estación.- siguió hablando George, aún sabiendo que esa región no cambiaba de estaciones. Carolina pensó que lo mejor era no llevarle la contraria y dejo que hablara un buen rato. Cuando llegaron a la casa, suspiró y se dijo a si misma:

"Si solo fuera por las FARC, lloraría de vez en cuando."

Se pasó la mano por los enmarañados cabellos y la frente pegajosa por el sudor. Caminó a la cocina, tomó la escoba y empezó sus oficios.

Fin