Los jardines de la familia Sodowski eran conocidos en toda la región por ser los más hermosos y concebidos; eran un adorno magnifico para una de las mansiones más grandes de la nobleza de su país, y esta es la historia que había detrás
El padre, Nikolaus, a menudo estaba ocupado en viajes por cuestiones diplomáticos, y se ausentaba durante semanas, incluso meses, en los cuales ella no podía ver a su pequeña hija, Andrea; él había pensado en llevársela consigo a algunos viajes, pero ella siempre fue un poco enfermiza, y era incapaz de soportar las largas jornadas lejos de su hogar, los turbulentos viajes en barco y las exhaustivas horas del ferrocarril; ella era tan menuda y débil que en la mayor parte de los casos, ni siquiera podía caminar con la rapidez de una persona de su juventud.
Ella pasaba sus días leyendo libros, y los libros sobre flores y plantas eran sus preferidos; soñaba con algún día poder ir a todos esos lugares del planeta para poder verlos con sus propios ojos, pero en el fondo, tanto la joven como su padre sabían que eso le sería imposible.
Entonces, Andrea le pidió un favor a su padre: traerle semillas de las flores y plantas de los países que visitaba, para poder hacerlas crecer en los jardines de su residencia; Nikolaus aceptó, pensando que quizás una planta de algún país cercano podía crecer, pero cuando le tocaba visitar tierras exóticas de los trópicos, más allá de ultramar, le sugirió a su hija que traerle dichas semillas no tendría caso, pues en el frío clima de su tierra natal esas especies sencillamente nunca crecerían, pero Andrea le insistió, y pensando que no perdía nada por tal simple gesto, no tuvo más opción que cumplir con los deseos de su hija ¿Cómo podía negarse?
—Papá ¿puedo preguntarte algo? — La joven le cuestionó en una ocasión, mientras desayunaban juntos una mañana de primavera
— ¿Qué pasa Andrea?
—Uno de los jardineros me dijo que esas plantas no iban a crecer aquí ¿es eso cierto?
Nikolaus se quedó silenciado por un momento; se vio tentado a decirle la verdad, pero no se atrevía, así que simplemente contesto con una pequeña mentira piadosa:
—Andrea, las plantas son como las personas: a pesar de las dificultades de donde estén, siempre florecerán si tienen la voluntad de hacerlo.
El padre no se sentía de todo bien mencionándole esas palabras, pues quizás una de las cosas más crueles es dar falsa esperanza, y sin embargo, lo haría otra vez, siempre y cuando eso mantuviera una sonrisa en el rostro de la niña.
La joven esperaba con ansia el día de regreso de su padre, y sin perder un solo instante, plantaba aquellas semillas, y a pesar de las miradas burlonas de la servidumbre y los visitantes, hizo el esfuerzo por hacerlas germinar.
Nikolaus sabía bien que los esfuerzos de su hija eran inútiles, pero siempre y cuando la hicieran feliz y mantuvieran su espíritu vivo y su voluntad ocupada, no le molestó, e inclusive sentía la necesidad de despertar y difundir aun más su interés y su afición.
Para sorpresa de todos, después de semanas, dichas semillas empezaron a crecer, y esas plantas no eran discretas, todo lo contrario: su crecimiento fue sorprendente, y sin importar de que regiones eran dichas especies, surgían fuertes y saludables, con flores de colores brillantes y de esencias tan hipnóticas y sublimes que evocaban las tierras lejanas de donde habían salido.
Durante años, Nikolaus siguió haciendo lo mismo: trayendo las semillas para que su hija las plantara, y ella de algún modo encontraba el modo que brotaran; muchos de los locales quedaron maravillados, e inclusive atrajo la atención de algunos prominentes científicos de las regiones circundantes; ellos llegaron a la conclusión que simplemente era el rico terreno de la mansión y de los enormes cuidados que derivaban de los sirvientes y recursos de una familia acomodada, pero explicaciones aparte, Andrea simplemente hacia lo que sentía y sentía lo que hacía: no era necesario encontrar motivo alguno para una labor de devoción.
Pero los tiempos estaban cambiando en el país, y años de malos gobiernos finalmente provocaron la ira del pueblo, y movimientos armados se difundieron en todos los rincones, y los primeros blancos de la violencia fueron los miembros de las clases altas, y la familia Sodowski no fue la excepción.
El padre de Andrea fue asesinado en un atentado contra el tren en el que viajaba en el camino de regreso a casa, y antes que la situación empeorara, los sirvientes intentaron enviar a la joven con unos familiares en un país vecino, pero miembros del nuevo gobierno llegaron a su hogar antes que pudiera escapar; confiscaron las posesiones, se apoderaron de la mansión, y la niña fue enviada con una familia adoptiva, fiel al nuevo régimen, pensando que su mente aun podía ser moldeada dentro de los ideales del nuevo gobierno.
La mansión, otrora hogar de los Sodowski, ahora era propiedad de un delegado, nombrado para gobernar la zona, y este quedó sorprendido con el lujo y sofisticación de la propiedad, pero en especial de los magníficos jardines; sin duda, un buen lugar donde descansar y ofrecer fiestas entre los nuevos gobernantes y burócratas.
Aquel delegado dio la orden a los sirvientes de continuar con los cuidados del jardín como siempre lo habían hecho, pero pronto se dieron cuenta de algo extraño: a pesar de sus esfuerzos, las plantas se empezaron a marchitar, y en unos pocos días, la totalidad había muerto.
Nadie podía comprender el motivo, pues no hicieron nada distinto a lo que se hizo en los días de los amos anteriores.
Y mientras la vida en la antigua casa Sodowski , Andrea trataba de resistir la vida con su familia adoptiva, en un rincón remoto del país, en una casa humilde y pequeña; sus nuevos padres la trataban bien, pero nunca dejó de olvidar o extrañar a su padre, quien la amo con toda la fuerza de su corazón.
Un año después de que fuera enviada con su nueva familia, unos agentes del gobierno fueron a visitarla, con el fin de evaluar cuán bien se había adaptado a su nueva vida; otro día en un pueblo pobre y perdido, supusieron, pero al llegar a aquel hogar, quedaron confundidos, y pensaron por un momento que se habían equivocado de lugar: esa casa, antes maltrecha y estéril, lucía majestuosa, pues ahora la adornaban enormes flores en aquella tierra que hacía funciones de jardín; nadie podía entender como había sucedido, excepto Andrea, pues para ella, sin importar si se trataba de una enorme mansión o una casona pobre de una comunidad rural, siempre y cuando mantuviera vivo el recuerdo de aquel padre que tanto la amó, pensando cada noche bajo el cielo estrellado del campo, ella siempre tendría un jardín.
—Jovencita ¿Cómo lograste esto? —Uno de los oficiales le preguntó
Andrea sonrió, se tomó unos cuantos segundos para pensar bien sus palabras y con un brillo especial en los ojos, le respondió:
—Simplemente recuerdo lo que me dijo mi padre una vez: "las plantas son como las personas: a pesar de las dificultades de donde estén, siempre florecerán si tienen la voluntad de hacerlo."
Y esas plantas siempre crecerían y esas flores siempre se asomarían buscando al Sol porque tenían la voluntad, a pesar de todo, al igual que Andrea.
FIN
NOTA: Si, lo se, pero no es nada nuevo mostrar mi lado mas cursi; gracias por la lectura y por favor: si disfrutan mis comedias y parodias, revisen aunque sea un poco mis otros escritos; no tienen risas faciles, pero creo que valen la pena.