Era la reunión de la clase del 85, de la Preparatoria John Adams; casi todos estaban de vuelta, y en cierto modo, eso es triste, pues indica que la mayoría de aquel estudiantado no ha logrado demasiado, al menos no lo suficiente como para mantenerse lejos de los recuerdos del pueblo natal.
Se veían cabelleras canosas, y en algunos casos, individuos con indicios de calvicie; kilos de más alrededor de la cintura, tratando de ser disimulados en trajes vendidos en remates de tiendas departamentales; algunas mujeres, escondiendo las marcas de la edad bajo maquillajes y cremas, y algunos escondiendo los problemas que les esperaban de nuevo en casa tras una sonrisa, tratando de recordar a rostros que ya no les eran familiares; entrados en sus treinta, no estaban tan mayores, pero a veces la vida golpea mas fuerte a unos que a otros.
A Nathan le costaba recordar esos años como escolar, y de quererlo, bien pudo haber evitado todo esto: el era una de las grandes estrellas del medio de la publicidad, trabajando como creativo en una importante agencia de Nueva York; curioso es, puesto que en su juventud, nadie hubiera apostado que el terminaría siendo el triunfador, mas siendo honestos, no es como si los estándares de éxito fueran demasiado altos en aquella escuela.
El estaba disfrutando de una semana de vacaciones, y bien pudo haber escogido cualquier otro lugar que hubiera deseado: una playa del Caribe o unos días en alguna ciudad europea, lejos de la nostalgia amarga de los recuerdos de la adolescencia, pero sabía que podía tener, aunque fuera muy mínima, una nueva oportunidad de verla.
El entró en aquel salón de fiestas: una decoración burda, y en el fondo, música de OMD; Nathan reconoció la canción como el tema de "La Chica de Rosa", y se sintió avergonzado el recordar cuanto le gustaba esa película.
Saliendo un poco de su sosiego, el miró a esos rostros, entrados en años, de sus ex compañeros de clase; como aquellos chicos populares, de gran atractivo en sus años mozos, no eran más que una bizarra caricatura de lo que alguna vez fueron; Nathan nunca había sido considerado parte de esa elite privilegiada, pero ahora el balón estaba en su cancha: se sentía triunfador, vestía un traje que diseñador que valía más de lo que ganaba en un año en su primer empleo, y ese aire de seguridad era percibido al instante por aquellos a su alrededor, apenas pudiendo creer que ante sus ojos estaba "Nate"; ese chico inadaptado que pasaba sus días escuchando discos viejos y leyendo historias de ciencia ficción.
— ¿Nate? ¿Nate Hildegart? —Preguntó uno de los asistentes, llamando la atención rápidamente de todos los demás invitados.
—Sí, soy yo. —Nathan respondió en el tono más inseguro posible, casi temiendo a su propia voz.
— ¡No puedo creerlo! ¿En verdad eres tú? —Una de las chicas, que Nathan reconoció como parte de la cuadrilla de porristas, le dijo incrédula.
Y no era la única; Nathan, a pesar de su reacción de ansiedad al ser confrontado por sus ex compañeros, destellaba de éxito, o al menos de lo que los demás interpretaban como tal: un traje limpio, no arruinado por manchas de bebidas baratas o por cuidar niños pequeños, y un peinado urbano, exótico, sacado de un filme hollywoodense y visto quizás en la cabeza de algún actor importante.
Luego, después de la integración con los demás, todos empezaron a ponerse al día: la gran mayoría se había casado, y en el caso de Elliott y Miranda, el capitán del equipo de futbol americano, y la líder de la cuadrilla de animadoras, fueron los más prematuros, en consecuencia de ella haber quedado embarazada tras una noche de pasión; Joey Cardinali, conocido por ser el que siempre sabía donde conseguir la mejor hierba, ahora se había rehabilitado, y hoy por hoy se le conoce como el Reverendo Cardinali; Casey, Williams, un chico solitario siempre improvisando con su vestuario había salido del closet desde hace años, y ahora enseña teatro en una Universidad local.
Tantas historias, tan poco tiempo, y tan poca importancia que Nathan les daba; no era que el sintiera algún tipo de rencor contra ellos, ojala: Nathan no era un chico que molestaran porque sencillamente nadie le interesaba, y por lo tanto, no podía siquiera decir que tenía recuerdos, buenos o malos; simplemente, era una fiesta con un grupo de rostros familiares, mas desconocidos, exceptuando claro, por una persona:
Nathan la vio del otro lado del salón, entrando en un sofisticado vestido negro, y un rostro que a pesar del paso del tiempo, mantenía una belleza digna; no como el de una cara bonita adolescente, sino como el de una Reina; ella era Heather Cooper.
Sus ojos se encontraron y se reconocieron al instante; ambos se sonrieron de la misma manera como en el pasado, mezclando fascinación y felicidad con timidez e inseguridad; él se le acercó, buscando en su cabeza la línea para abrir su dialogo.
—Hola Heather— Saludó, dándose cuenta solo después de escupir esas palabras que tal vez no era lo que estaba buscando.
—Hola Nate. —Ella le contesto con un contenido entusiasmo.
—Así que…viniste.
—Bueno, nunca me alejé de aquí de todo ¿y qué tal tu? escuché mucho de ti ¿Cómo te localizaron?
—Fue por Facebook…
—Ah, claro
Y mientras los demás bailaban al ritmo del sonido New Wave, Nathan y Heather se alejaron a las afueras del edificio, para conversar en privado.
—Dime Heather ¿ellos están tan viejos como los veo?
—No seas arrogante—Heather le reprendió— ¿Yo me veo tan vieja para ti acaso?
— ¡No, para nada! es que…— Nathan comenzó a tartamudear, sintiéndose acorralado por el comentario de Heather.
—Calma Nathan, calma. —Heather le respondió calmadamente.
—Bueno, igual lo siento…pero de todos modos, te ves…increíble.
—Gracias—Heather le agradeció sonrojada—Tu también te vez muy bien.
Heather aun tenía la capacidad de volver loco a Nathan, justo como la ultima vez, hace quince años; ambos conversaron de todo un poco, pero en especial, de que había sido de ellos desde la graduación: Heather ahora trabaja como secretaria de un despacho legal, y se había casado hace diez años, mas la relación no duro, y eventualmente el matrimonio llegó a su final.
—Heather ¿recuerdas como…bueno…?
—Sí, se a que te refieres…
De algún modo, Heather no solo ponía nervioso a Nathan, sino que también era capaz de entender su tartamudeo, cada vez que intenta afrontar sus sentimientos, y ella comprendía muy bien a qué se refería.
—Voy a tratar de ser directo—Nathan le dijo, tratando de aclarar y hacer más coherente su discurso—Heather, la única razón por la que vine aquí es porque, quería verte de nuevo; no te he podido olvidar…
—Nathan, se lo que sientes, pero…—Heather le respondió, desviando la mirada a un lado
— ¿Qué pasa?
—No lo sé, aun no estoy lista para una nueva relación; con mi ex esposo estuve mucho tiempo, y créeme: también siento algo por ti, pero no puedo ahora…
—Comprendo…—Nathan respondió desanimado
—Quizás algún día, pero por ahora, solo quiero trabajar y cuidar a mi hija.
— ¿Tienes una hija?
—Sí.
— ¿Cuántos años tiene?
—Tiene…ocho…
—Entiendo bien, ella es pequeña…
Felices de haberse reencontrados, pero tratando de contener en sus corazones la tristeza de las circunstancias, ambos se despidieron, al final de la reunión; ahora ambos seguirían con sus propios caminos, y quizás, con algo de suerte, estos puedan reencontrarse ¿Quién sabe?
Heather regresó a su casa, y encontró a su hija en su cuarto, sentada en su escritorio, estudiando para un gran examen que tendría el día siguiente, en su primer año en la Preparatoria John Adams
— ¡Hola mamá! —Exclamó animosamente, soltando el lápiz que tenía para marcar lo estudiado — ¿Cómo te fue en tu reunión?
—Estuvo bien, divertido, ya sabes cómo son ese tipo de cosas—Heather le respondió—y dime ¿por qué estas despierta todavía?
—Por una prueba, pero ya casi terminó.
—Bien, apagas todo cuando termines. —Heather le dijo, a punto de dirigirse a su dormitorio
—Sí, buenas noches mamá.
—Buenas noches, Natalia…