Era el antiguo hogar de la familia LeGovic, otrora lugar de enorme lujo, ahora nada más que ruinas; abandonada, olvidada por los cambios, olvidada por la gente, simplemente devorada por la masa gris de la urbanización.

Isabel recordó los momentos que había pasado en ese lugar, como la hija de una de las sirvientas; no era rica, no era noble, pero gracias al trabajo de su madre, podía disfrutar de un techo, de comida, y de estabilidad, algo que para la gente de su clase, no se ve a menudo.

Ella había escuchado que aquella casa iba a ser derribada, y a pesar que nunca fue de su pertenencia, ella tenía gratos recuerdos del lugar: la familia LeGovic fue muy amable con su madre y con ella, y pensar en esos momentos, esas gratas experiencias, siempre le ponían una sonrisa en el rostro.

Era difícil para Isabelle aquella escena: antes, un hogar alegre y vivo, ahora, corroído, oscuro y deprimente, pero usando la imaginación, ella podía ver en aquellas paredes polvosas con pinturas envejecidas un poco de su infancia.

Y en la sala principal, el retrato de la familia, con los padres a los lados, y el joven Sebastian; como olvidarlo a él…

Infantiles impulsos, tontos enamoramientos, pero ella recordaba con mucho cariño, si bien con algo de vergüenza que la hacía sonrojar, como ella buscaba las excusas más tontas y obvias para poder estar con él, o al menos, verlo desde la distancia.

Isabelle fantaseaba a menudo con el día en que él propio Sebastián le declara su amor, y que quizás pudieran tener un romance de antaño, con pasión e ilusión, dejando que sus emociones se desborden; quizás hoy, quizás mañana, Isabelle se decía en ocasiones, pero no le puedes pedir a nadie algo que tú mismo, y lo que no dices o haces hoy, será de lo que más te arrepientas.

Aquello quedó en algo platónico, pues aunque en algún momento ella sintió que quizás el podía sentir lo mismo, las circunstancias actuaron antes que los sentimientos, e Isabelle, junto con su madre, tuvieron que mudarse; tras una serie de malos negocios, la familia LeGovic había comprometido su situación económica, y tuvieron que abandonar su mansión, y partir hacia otros lares, en busca de mejor suerte; la casa jamás fue ocupada de nuevo, y ya no requerían de servidumbre

¡Todas esos sueños! Bailar, reír, un beso, un abrazo: detalles de un amor que nunca ocurrió en otro lugar más que en la propia mente de Isabelle.

— ¿Busca algo, señorita? —Una voz le preguntó cuando esta había quedado encantada por el retrato familiar.

— ¡Lo siento! No sabía que alguien estuviera aquí. —Isabelle se disculpó apenada.

Isabelle observó muy bien el rostro de aquel sujeto: un hombre, de su edad, de mirada envejecida prematuramente, con el tipo de cansancio de rostro que provoca una vida difícil; un rostro distintivo, pero sobre todas las cosas, una cara familiar.

— ¿Sebastián? —Isabelle cuestionó, sorprendida tras dar un par de pasos adelante, y ver aquel hombre más de cerca.

—Sí, ese es mi nombre ¿Quién lo pregunta?

— ¿Eres en verdad Sebastian LeGovic?

—Si ¿Cómo sabes eso? —Preguntó frunciendo el seño.

—Perdoné, me llamo Isabelle…

—Espera un momento ¿Isabelle Sardou?

Ella asintió, y la expresión de Sebastian cambió, se suavizó: se acercó más, con una gran sonrisa; Isabelle le devolvió el gesto, y comenzaron a hablar sobre cualquier cosa: los viejos tiempos, los juegos de la infancia, las travesuras, y por supuesto, los cambios de suerte; ambos continuaron su plática, caminando hasta llegar a la antigua habitación de Sebastián, un poco mas conservada que el resto del edificio; ambos se sentaron en la vieja cama del joven, y prosiguieron.

—No puedo creer que seas tú en verdad…—Sebastian comentó

— ¡Yo tampoco! — Isabelle respondió. — ¿Qué es lo que haces aquí?

—Escuché acerca de lo que quieren hacer a esta casa y, bueno, quise verla una última vez.

—Comprendo bien…

Sebastian entonces se notó un poco mas incomodo; el parecía guardarse algo en el pecho, incapaz de decirlo con la soltura que él deseaba, pero en definitiva, no deseaba perder otra oportunidad, y la ultima podría ser esta.

—Isabelle; tengo algo que decirte.

— ¿Qué dices? —Isabelle dijo ruborizada, ante el tono de voz de Sebastian.

—No te había visto en años.

—Yo tampoco, pero ¿Qué pasa?

—El detalle es que, bueno, es difícil de explicar, pero…nunca dejé de pensar en ti...

Isabelle quedó congelada por esas palabras, y lo que seguiría sería aun más sorprendente.

—Cuando era niño, siempre me gustaste, pero…no sé, creo que era muy inmaduro, pero nunca tuve el valor de decírtelo.

— ¿Es…es en serio, Bastian? —Isabelle preguntó, usando el modo en que se refería a él con cariño.

—Sí, es verdad…

Sebastían acercó sus labios a los de Isabelle, y estos se unieron en una sinfonía de sensaciones de calidad y emoción; una energía recorrió el ser entero de la mujer, y a pesar de las dudas de la sorpresa, se entregó completamente en ese momento, mezcla de espontaneidad del impulso de un instante, y de un cariño y amor guardado durante años en una vitrina, envejecido, pero conservado.

Isabelle entonces, abrió sus ojos; se encontró en una habitación, sola, en una mecedora; en una mesa, sus gafas, sin las cuales, sus dañada vista no podía leer, y un periódico local, abierto en una página, con un reportaje que rezaba "el fin de una era: la casa LeGovic finalmente fue derrumbada ayer"

—Abuela ¿sucede algo? —preguntó su nieta, una joven adolescente, Briggite, al entrar al cuarto de Isabelle, y notar su rostro con lagrimas brotando como una pequeña fuente.

—No pasa nada hija…es que a mi edad, se imaginan cosas…