Ya ni recordaba esta historia. La mandé a un concurso hace un año, y no, no gané. Pero se me hizo tan bonita que la quise volver a publicar. ¡Gracias por leer, les pido que comenten, y disfruten!
Mi Techo
Por: Franc . XIX
Hay un duende en mi techo.
Al principio creí que era un ratón, alejado del agujero negro de algún antiguo rincón de mi casa. Me molestaba ir a revisar: ese techo no ha sido mantenido en veinte años.
Pero después comencé a escuchar y oír ruidos. Cacerolas cocinando allá arriba aromas estrambóticos: sopa de hongos, aroma de romerito, y té de rosas. Las tejas crujían fuese de noche, fuese de día, y lo que estuviese arriba odiaba a los búhos y ardillas asentados en el viejo cerezo, pues amanecían en el suelo huevos rotos y crías heridas, fruto de las venganzas de una guerra interminable incapaz de presenciar. Con el tiempo, fuimos confiando en la ignorancia del otro, y la cabaña se volvió un apartamento compartido, yo en el primer piso, aquél en el segundo, y no se volvió a pensar en el tema hasta el momento del cambio de fase de nuestra luna azul.
En ese instante conocí rituales incontrolables y místicos, que descontrolaron los balances tolerantes de esta casa sin reglas. Asustado, vi al techo temblar y flautas silbar con el viento de primavera, y dudé de conservar nuestras armónicas relaciones invisibles. ¿Sería así en cada fase lunar? ¿Cómo cambiarían los rituales? ¿Se volverían más salvajes, llamaría a las fuerzas del bosque para reunirse en mi débil tejado descompuesto?
Decidí subir al departamento de mi huésped. Con permiso, por supuesto. Dejé en el tronco del cerezo una nota muy amigable y bien pensada, sabedor de que en algún momento el duende bajaba por el árbol para adentrarse de vez en cuando en las profundidades del bosque. También, una noche estrellada, dudando de que hubiera encontrado la carta, subí por la chimenea, atada a un globo, otra nota con un terrón de azúcar, y las rosas más frescas y dulces que pude encontrar. Subió por la chimenea y recé porque él lo viera y no saliera volando hacia el espacio analfabeto.
La carta decía así:
"Querido inquilino:
Con el respeto que merece un huésped tan singular y tomando en cuenta que hayamos formado entre los dos, espero, una buena e invisible relación de ´compañeros de cuarto´, me tomo, si no es mucha molestia, el derecho de aclarar que el acuerdo tácito entre nosotros debe transformarse en un acuerdo escrito y bien redactado. Le escribo ahora sobre estas cuestiones debido a las inesperadas y muy inquietantes actividades en el tejado, que por cierto, ha estado un poco débil por mis faltas de mantenimiento. El punto de la carta es, en todo caso, que la casa se ha visto sacudida por una actividad que ha sido inusual aquí desde los tiempos del imperio de Constantinopla. Espero que la paz que ha reinado en esta casa (y en el tejado) sea la primordial característica de este lugar por muchos años más. Por favor, le pido el favor de poder sentarnos a charlar: es urgente establecer límites, ¡muy a mi pesar!"
Su vecino,
Ilker Uskaner
Esa noche, aproximadamente a la una de la madrugada, se escuchó un chillido espantoso: parecía una criatura herida. Mis ojos se abrieron de par en par y mis viejos sentidos se prepararon para captar todos los sonidos de aquella noche transmutada. Y con los pelos de punta, me levanté de la cama y caminé hacia la puerta de la habitación: la agitación parecía provenir de la parte del techo que se encontraba arriba de la cocina. En el momento en que me acerqué al mosquitero de la sala, los sonidos se volvieron más claros: los chillidos de aves de todas clases, roedores del bosque, todo unido en un sonido gutural proveniente de lo más hondo de su instinto. Estaban desgarrando. Estaban enojados. Había llegado, para mi horror, el momento de la venganza… Y en el momento en que dilucidé el misterio del alboroto, escuché las únicas (y últimas) palabras del duende:
— ¡Bariș! ¡Son șavasta!*
Después, un silencio reconciliador y amnésico, un vapor invisible de rosas fermentadas, y la luna de agosto. Jamás he vuelto a hablar con nadie más del tema, ni hablaría de él aunque hubiera alguien a quien contarlo. Algunos sucesos del bosque son inquietantes y demasiado extraños para el mundo actual. Reanudé mi vida solitaria de profundos silencios diurnos y quietas noches oscuras.
(…)
Y, por supuesto: el tejado seguirá sin mantenimiento.
*¿Qué significa?: ¡Paz! ¡La última batalla!