Patricia..*[-]


Patricia suspiró pesadamente cuando su despertador de Hello Kittie sonó de manera estridente. Sacudió cansinamente su cabellera tinte rubio número 7 de Garnier y retiró sus sábanas y mantas dispuesta a salir de la cama.

Aquella mañana escogió un conjunto fresco y casual para ir al instituto; una falda vaquera azul marino, una camisa blanca y unas manoletinas color espuma de mar.

Una de sus mayores obsesiones era el aspecto físico; según ella, aquellos no agraciados tendrían menos éxito en la vida.

Con parsimonia pasó sobre sus hebras doradas su plancha especial de peluquería para cabello teñido y, acto seguido se maquilló.

Sonrió a su reflejo.

—Estás perfecta —se dijo a sí misma.

Tomó su mochilla de Quicksilver con flores rosas hawaianas y se dispuso a salir de su casa.

—No tan deprisa —la detuvo Beatriz, su madre.

Patricia se paró y miró con claro rencor a su progenitora.

—¿Qué quieres? —inquirió en tono duro.

Bea miró a su hija dolida.

—Desayuna algo, cariño; llevas unos meses en los que a penas te llevas bocado a la boca. Estás demasiado delgada.

Patricia arrugó sus labios perfectamente pintados con gloss rosado.

—¿Pretendes que me vuelva tan gorda como tú? —la atacó son claro resentimiento—. Seguro que papá te dejó por eso; por lo vaca que estás.

Su madre bajó su mirada, intimidada.

Ciertamente Beatriz no sufría sobrepeso; únicamente había engordado dos o tres quilos como consecuencia del verano.

—No me gusta que me hables así —hizo una pausa antes de cambiar de tema—. Y sabes perfectamente que papá no se separó de mí por eso; me dejó por estar embarazada de ti; él era joven y no quería responsabilidades.

Patricia ignoró aquel comentario.

—Lo que tú digas… —le contestó con desdén—. Ojalá pudiera largarme de aquí e irme a vivir con él. Odio esta casa.

Su madre se tragó todo el dolor que le producían aquellos reproches tratando de no mostrar algún signo de debilidad.

—Pues entonces vete a buscarle; seguro que te recibirá con los brazos abiertos —le contestó a Patricia con rencor—. Parece que te has olvidado de cuando que te dijo cinco años atrás que no quería saber nada de ti.

Patricia enfureció.

—Eso fue por tu culpa; ¡seguro que le dijiste algo a papá para que se alejara! ¡Sólo quieres hacerme daño!

Beatriz suspiró.

—Eso no es verdad. Eres mi hija, y te quiero.

Patricia clavó su mirada iracunda en los húmedos ojos de su madre.

—Mentirosa.

—Puedes decir misa y tratarme como quieras —le atajó su madre—, pero de aquí no vas a salir hasta que desayunes algo.


Cuatrocientas cincuenta y seis calorías ingeridas en un desayuno. Patricia no podía quitarse aquella cifra de la cabeza; cuatrocientas cincuenta y seis calorías ingeridas en un puñetero donut.

Su madre quería que engordara; era mala.

Gracias a aquellas cuatrocientas cincuenta y seis calorías Patricia estaba más lejos de tener un cuerpo perfecto. Doscientas noventa y seis debía de ingerir una mujer diariamente, y si ella deseaba perder peso tenía que comer alimentos que la ayudaran a llegar a dicha cifra. Gracias a aquel donut su meta de perder peso se encontraba algo más que lejos.

Nada más se dirigió a su centro de estudios fue al baño, y una vez llegó al váter introdujo sus dedos en la boca sin pensárselo dos veces.

Empezó a toser y a sentir aquella desagradable sensación que provocaban las arcadas; aquello era horrible, puesto que había esperado demasiado tiempo para vomitar. Resultaba más sencillo hacerlo cuando se acaba de comer.

Finalmente expulsó aquello que había ingerido y tiró de la cadena.

Salió fuera, se enjuagó la boca con el agua del grifo y sacó un caramelo de menta de su mochila.

Se contempló en el espejo; estaba perfecta.

Una sensación de mareo la atacó repentinamente. Ya estaba acostumbrada; aquel era el precio de la fama.

Suspiró con suavidad, antes de sentir un llanto amortiguado en un urinario del fondo.

—¿Quién hay ahí? —preguntó.

Nadie contestó.

—¿Quién hay ahí? —repitió en un tono de voz que evidenciaba que odiaba que la ignoraran.

Erika se había vuelto a encerrar en el baño; claramente debía de aprender a enfrentar todo aquello que la intimidaba en vez de huir y lloriquear recluyéndose en aquel lugar.

Se puso pálida al escuchar a Patricia hablar. La segunda vez que hizo aquella pregunta supo que, si no la contestaba se arrepentiría.

—Y-Yo… —hipó en tono bajo.

Patricia reconoció aquel tono dulce e indefenso; era Erika y estaba llorando.

—Puta —la insultó—, abre la jodida puerta.

Erika vaciló.

—Qué me abras; ¿o es qué estás sorda? —gritó Patricia.

Erika, asustada, tuvo la certeza de que tarde o temprano tendría que enfrentarse a Patricia, así que apretó los dientes y abrió la puerta.

Patricia contempló a Erika; tenía los ojos rojos como consecuencia de unas lágrimas que habían humedecido sus mejillas, las cuales se encontraban rosadas como resultado de su sofoco.

Tuvo ganas de pasar sus manos por los cabellos castaños de ella y de poder acariciar su cremosa y suave piel. La odiaba por ello.

Erika era la única persona por la que Patricia se sentía atraída, cosa que la chica detestaba. Ella no podía ser lesbiana. No. Patricia era una chica normal que se iba a casar con el hombre más atractivo de todo el instituto.

—Estás pálida —le dijo Erika con suavidad—, ¿te pasa algo?

Patricia apretó los dientes; ¿por qué narices era tan gentil con ella aún a pesar de lo mal que la trataba?

—¿A ti qué coño te importa? —le atajó.

Erika bajó su mirada intimidada.

Patricia sonrió con suficiencia. Repentinamente, perdió el equilibrio como resultado del mareo.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Erika, enfureciendo más a la joven. Se colocó encima de ella y le apartó el cabello rubio teñido del rostro.

La cara de Erika se mantuvo demasiado cercana a la de Patri.

Patricia, apenas consciente de sus actos, la besó.

Erika, desconcertada, se mantuvo pasiva ante aquello.

—¿Qu-Qué? —logró pronunciar tras unos breves instantes de vacilación.

Cuando finalmente Patricia pudo recuperar la conciencia de sí misma retrocedió.

—Sabes a menta… —logró pronunciar Erika, desorientada; era la primera vez que la besaban—, se sintió húmedo, y… ¿extraño? —hizo una pausa—. ¿Por qué hiciste eso? Creí que me odiabas.

Patricia no supo qué contestar.


Reviews = Autora Feliz