Benvenuti a New York

Muchos sueñan con vivir en la gran manzana, en ese imperio que le sonríe a algunos, mientras atormenta a otros. Hay que ser sinceros, New York, sólo es un diez porciento de lo que Sex and the City, nos ha hecho creer.

La ciudad puede conquistarte, cegarte con sus encantadoras luces, asfixiarte con su glamour y atemorizarte con su grandeza. Todo funciona dependiendo del lugar en el que te encuentres; si viven en Manhattan, definitivamente eres alguien; en cambio si vives en Brooklyn, quiere decir que eres uno más, tratando de conquistar al león de la jungla de concreto. Uno de miles que quiere conquistar su sueño.

Es por eso que mucha gente viene y va de la ciudad, y es que te ofrece muchas cosas:

Amor—Dinero—Fama—Respeto

Algunos lo logran, algunos lo ganan, otros… hacen que las cosas sucedan.

La ciudad adoptó a muchos hijos de la patria Italiana, que decidieron expandir sus negocios ahí, y por mucho tiempo pudieron proclamarse los amos y señores del imperio, pero los tiempos cambian, por lo tanto la mafia Italiana ha cambiado también, ese mundo ha evolucionado a partir del concepto que teníamos de ellos: Poder. Ahora ya no los llaman "Mafiosos", ahora son "Hombres de Negocios", porque han sabido colocarse dentro de ellos, como hombres honorables y respetados por todos, y eso, es considerado como oro molido para ellos.

La mayoría puede darse una idea de por donde van los negocios, que funcionan más bien como lavaderos de dinero, pero nuestra sociedad es tan hipócrita que desea mirar hacia el otro lado con tal de codearse con ellos.

Y es que los diez mandamientos de la mafia, se han ido al caño.
Los nuevos tiempos, echaron a perder las bases y fundamentos de los antiguos jefes de familia.

El progreso, a veces, puede ser un arma muy peligrosa

Así, la ciudad se ha vuelto el testigo silencioso de muchos crímenes y negocios sucios, se ha vuelto la madre de todos aquellos que buscan llenar su vida de placeres. Pero no hay que culparla de todo, porque la ciudad no es distinta a otras, sobretodo por las noches; donde extraños terminan enredados entre sabanas tibias a la mañana siguiente.
Lo cual ya era una rutina para Samuel, una un poco sadomasoquista, pues cada vez que eso sucedía, se sentía más solo, más estúpido y menos humano.

Sin embargo, esa noche, algo le decía que era la que estaba esperando desde siempre, había entrado al exclusivo club "Pacha", sin ningún problema. El lugar le daba cierta seguridad, la poca iluminación, los detalles minimalistas pero finos, la gente ahí, todo era de altura. El ambiente le iba bien.
Algunas chicas le miraron provocativamente, todos pensaban que era alguien importante, por el sólo hecho de estar ahí. Sonrío complacido y sus ojos azules, brillaron malévolamente. Sabía que tenía a su favor su imagen, su piel blanca, sus facciones pronunciadas, su cabello castaño claro, la barba de candado que le daba el toque enigmático y enmarcaba sus labios delgados. Vestido con su mejor traje casual, y con la típica expresión de quien carga muchos dólares en el bolsillo.

¿Qué podía salir mal?

Después de dar un breve paseo por el lugar, se abrió paso entre la gente y caminó directamente hacia la barra. Ordenó un mojito y se dedicó a observar a su alrededor.

Un círculo de amigos llamó su atención. Esos rostros, estaba seguro que los había visto antes. Eran dos parejas, los tipos, parecían los dueños del lugar.
Una de las chicas bailaba descaradamente sensual a un chico de cabello castaño claro, sus piernas doradas quedaban al descubierto por el corto vestido, mientras que el pronunciado escote, dejaba poco a la imaginación.

Su cabello rizado se movía en un vaivén hipnotizante, su piel le hacía una abierta invitación a que la tocara, a que cada uno de sus rincones, fueran besados con esmero.

Después de un rato de sano escrutinio, se fijó en sus acompañantes, el chico pervertido, miraba el show con cierta fascinación, mientras que el otro, que exudaba prepotencia de pies a cabeza, lanzaba miradas asesinas a la chica, en especial, cada vez que era rechazado por la otra chica, la de cabello castaño; que estaba sentada a su lado. Su rostro de aburrimiento era más que evidente, pues le retiraba la mano de sus piernas, con una amabilidad forzada. Su vestido era más sensual… a pesar de que sólo podía ver sus piernas, sabía que más arriba encontraría unos muslos torneados, y estaba seguro, que si la chica se pusiera de pie, comprobaría que tenía una estrecha cintura y unas caderas peligrosas. Tenía el cabello lacio, la piel blanca y unos ojos grandes. Sin duda era más recatada y sin tendencia a hacer el ridículo. Aún así, la chica con complejo de exhibicionista, se había ganado más puntos, y solo por el vestido que llevaba puesto.

No pasaron ni cinco minutos, hastiada del tipo, se levantó y caminó en dirección a la barra; Samuel, trató de disimular que veía a alguien más y no fue necesario, porque ella fue directamente con el cantinero y lo saludó animadamente. Ordenó y se quedó esperando. Observándola más de cerca, y echándole la culpa a al mojito, llego a la conclusión de que sólo era una mujer como cualquier otra, tal vez más cuidada, pero nada especial, nada fuera de lo normal. Definitivamente, no era su tipo, pero tampoco le gustaba discriminar, de modo que si ella se le lanzaba, él no la iba a rechazar.

Revisaba su celular cuando de repente alguien que pasaba por ahí, la empujó, y desprevenida, el celular se resbaló de sus manos, cayendo al suelo, justo a los pies de Sam. Aprovecho la oportunidad y lo levantó rápidamente.

—¡Soy una torpe! —se lamentó al acercarse.

—Lindo celular —comentó entregándole un Blackberry.

—Gracias. —Contestó— Lindo reloj—la chica señaló la muñeca izquierda de Sam, donde llevaba el reloj con acabados en oro—, un Haste Fortis muy difícil de encontrar.

— ¡Vaya! Que conocedora. —Tenía que reconocer que pocas personas conocían algo acerca de su reloj suizo. Era un regalo de su padre que apreciaba mucho.

—Tomaré eso como un cumplido. —Contestó ella riéndose. Era una risa limpia y contagiosa que cautivaba. No era lo que esperaba encontrar en un club lleno de niños ricos y pretenciosos, como él.

—Samuel —extendió su mano.

—Alexa —estrechó la mano de Sam, mientras depositaba un beso en su mejilla. Su perfume femenino y exquisito, le endulzó el olfato.

Al separarse escucharon un grito.

—¡Alexa! —Tambaleándose la amiga le hacía señas exageradas con los brazos— ¡Vámonos!

—Demonios… —dijo irritada.

—¿Eso es todo? —El rostro de Sam lucía incrédulo— ¿Ya tan rápido te vas?

—Préstame tu celular —le urgió ella. Sam, lo sacó del bolsillo, y sin cuestionamientos se lo entregó. La chica comenzó a marcar y enseguida la pantalla del Blackberry se iluminó—. Ya tienes mi número y yo el tuyo — le entregó el teléfono y le besó en la mejilla—. Nos vemos pronto. —Le susurró al oído y al separarse le sonrió un poco. Sam se quedó como estúpido sin decir nada mientras ella avanzaba hacia sus amigos.

Tomó el brazo del chico pervertido, mientras que el prepotente sujetaba la muñeca de la bailarina frustrada y por la cara de ésta, la estaba lastimando.

Pronto se perdieron entre la gente, mientras él se había quedado con la vista fija en el punto en el que la había visto por última vez.

—¿Y Alexa? —Preguntó el cantinero con un martinni en la mano.

—Tardaste demasiado amigo —respondió encogiéndose de hombros—, pero no importa, yo lo pago. —dijo sacando la billetera.

—Disfruta tu trago. —Agradeció el hombre mientras tomaba el efectivo. Sin preámbulos tomó un sorbo a salud de ella.
¿Por qué? Ni siquiera él lo sabía, pero algo le decía que no sería el último.