Ácido
Pasaban de las seis de la mañana, cuando abrió la puerta del departamento. Se detuvo un momento observando a su alrededor, y no escuchó un solo ruido que delatara la presencia del rubio en casa. Con una especie de orgullo renovado, Alexa avanzó hasta la sala encontrándose con la mirada gélida del rubio. A pesar de su sorpresa, caminó lo más tranquilamente que pudo.
Él ya no podía con ella.
—¿Dónde estabas? —Preguntó Sam.
Estaba sentado, con la cabeza ladeada mirando a la castaña. Por el tono de voz ella advirtió que si no cuidaba sus palabras, habría problemas. Consciente de que era observada, Alexa se quitó el abrigo y lo dejó sobre el sofá. Tomó asiento en una silla frente a él, aún sin contestarle y se dio cuenta de que no era la única usando la misma ropa, él seguía vestido con lo del día anterior.
—¿Dónde estabas? —Repitió Sam, lo más tranquilamente que pudo. No quería causar otra escena.
—Vengo del negocio. —Contestó en tono neutral.
—No te creo. —Realmente no tenía fundamentos, pues no había salido del condominio después de la pelea. Pero algo en la actitud de ella, le decía que el negocio no había sido su rincón para pensar.
—Lo mismo digo, respecto a lo de ayer —respondió ásperamente, el rubio guardó silencio—. ¿Pensabas decirme? —la máscara de frialdad había desaparecido, el tono de voz se suavizó casi de inmediato— No lo creo —sonrío lacónicamente—, no serías tan estúpido para hacerlo. —Soltó un suspiro pesadamente.
Se subió las mangas del suéter con enfado. Sam pudo darse cuenta de que tenía los dedos marcados en la muñeca con la que la sujetó un día antes y sintió una punzada en el pecho.
—¿Qué va a pasar con nosotros? —No estaba precisamente animado de hacer la pregunta, pero quería saber que opinaba o, mejor dicho, que había decidido ella.
—Lo superaremos —respondió Alexa con aire resuelto—, pero tomara tiempo. Por lo pronto, el compromiso se cancela —procedió a quitarse el anillo del dedo y lo puso en la mesa, haciendo más que obvio el punto—. No hará falta que lo digamos, pero esto se pospondrá un tiempo.
Sam la miró como si no se lo pudiera creer. Para empezar, ¿cómo es que menos de veinticuatro horas antes le hubiera lanzado un frutero, con toda la intención de lastimarlo, furiosa con justa razón; y ahora estuviera contemplando las posibilidades con esa tranquilidad?
—Y lo mejor será también que busques un departamento. Me gusta tener mi espacio y después de esto no creo que compartir la cama ayude mucho.
—Me estás alejando.
—No, no es así. Solo dime algo —habló muy despacio—, ¿qué es lo que te hace falta conmigo? ¿Soy demasiado fría? ¿No soy suficientemente buena en la cama? ¿Qué es lo que pasa?
¿Acaso era una broma? Ella desde mucho tiempo atrás era lo único que le importaba, le gustaba su forma de ser y en la intimidad, era perfecta. Simplemente perfecta. Lo sucedido con Emily no tenía nada que ver con lo que Alexa hacía o dejaba de hacer.
—No me hace falta nada a tu lado. Entiende que eso no fue… —se levantó y fue hasta donde estaba ella— Yo no quería lastimarte. Todo pasó muy rápido y fue extraño… Yo salí del baño, me sentía mareado… de pronto me topé con ella y me hizo a un lado de la gente. Me besó y luego me aparté. Cada vez me sentía más mal, tú me viste.
Alexa asintió levemente y bajó la vista. Sam se pasó los dedos por la frente, ella no entendía nada. Soltó un gruñido de frustración. Ahora era él quien quería destruir algo de la casa. El florero color púrpura, parecía ser una buena opción.
—Voy a darme un baño —anunció dándole un par de palmaditas en la espalda—. Tengo una reunión con unos proveedores que cancelé ayer.
—¿Por qué estás tan tranquila al respecto? —Escupió el rubio con resentimiento—Si mal no recuerdo ayer estabas echa una furia…
—Mira Samuel — lo atajó rápidamente—, no sé exactamente que quieras. ¿Quieres humillarme más? ¿Quieres que te de una bofetada y te grité lo poco hombre que eres? —Lo miró unos segundos midiendo la reacción del rubio— No me cuesta nada hacerlo, pero no te voy a dar el gusto de que todavía que te quedaste callado esperando que eso quedara como un secretito, ahora también quieras que monte una escenita aquí —sus ojos de pronto se volvieron más oscuros y Sam se percató que ella tenía las manos apuñadas a tal grado que los nudillos se veían más pálidos por la presión—. Te lo he dicho siempre: no me gustan los dramas. No quiero dramas. No quiero que vuelvas a hablar de lo sucedido jamás, por Charlie —la voz bajó levemente de tono, y por primera vez parecía tremendamente dolida—. Dame un tiempo —dijo lanzando un suspiro—, y todo volverá a la normalidad. Pero ahora si necesito que recojas tus cosas y salgas de mi casa.
La contempló un momento sin dejar de sentirse como la mierda. La mirada de la castaña, lucía diferente. No era por las lágrimas que amenazaban salir de los ojos, sino porque ella parecía ser otra persona totalmente diferente. Una completa desconocida.
—Voy a recoger mis cosas. —Anunció Sam después de unos momentos. De todas maneras no tenía muchas opciones, no podía esperar a que a la castaña se le acabara la paciencia y terminara echándole sus cosas a la calle.
Alexa se mordió el labio inferior con fuerza, para no decir nada. No podía detenerlo, no debía hacerlo. Ahora eso era más claro. Ella ya no podría formar una vida con él.
Justo cuando el rubio buscaba sus cosas en la habitación, el celular de ella sonó. Era un mensaje de texto:
"No es típico de mi, creo que lo sabes, pero espero que tengas un buen día. Te veo más tarde en el negocio."
En cuanto terminó de leerlo, borró el mensaje. Unos minutos después el rubio regresó de la habitación con un par de bolsas.
—Supongo que… nos vemos luego.
—Yo te llamo.
Se miraron fijamente unos momentos, sin acercarse ni decirse nada. Sam rompió el contacto visual y caminó hacia la puerta, mientras atravesaba el umbral, tuvo el mal presentimiento de que jamás volvería a pisar ese condominio.
Regresar a su antiguo departamento, con bolsas repletas de ropa de diseñador, fue para él como una bofetada. Peor aún, como un golpe en la boca del estomago. Todo aquel lujo y líneas prístinas que lucían en el condominio de la castaña, eran inexistentes en su departamento. Incluso se preguntó cómo es que vivía antes ahí, y hasta un par de conquistas durmieron en esa cama, en la que el colchón era de todo, menos cómodo.
Justo cuando dejaba sus cosas y se disponía a ver que tenía para comer en la alacena, el celular sonó. Cuando vio en la pantalla quién lo llamaba, sintió que el corazón se le detenía.
En un intento de no parecer culpable contestó en tono jovial, después de todo, era bueno para mentir.
—Estoy cerca de ustedes, que te parece si nos vemos en la comida para hablar de negocios. —La típica voz de Charlie resonó en su tímpano.
—¿Negocios? —Preguntó distraído, mientras que en el departamento de arriba se escuchaba como arrastraban algo, quizás un mueble.
—No me vas a decir que te echaste para atrás. Tienes que invertir una cantidad para lo de Franco, ¿recuerdas?
—¡Ah! Eso… si. Oye, ¿estás ocupado? Quisiera ver si me puedes ayudar a buscar un lugar donde vivir.
—¿Qué pasó con lo de la casa?
—Tuvimos una… charla. Alexa necesita un poco de espacio y yo necesito donde vivir —echó un vistazo a su alrededor—, urgentemente.
—¿Problemas en el paraíso, ah? —Charlie ni tenía la más remota idea— Pues si no queda más remedio, yo tengo un loft disponible, voy a hablar con Karla ahora mismo y te llevo los papeles. ¡Saca esa chequera!
Los días pasaron lentos para Sam. Por una parte, había olvidado lo de la casa en los suburbios y optó por adquirir un departamento cerca de Tribeca. Charlie, había sido de gran ayuda para ello, y eso, solo acrecentaba la culpa.
No sabía exactamente si estaba deprimido, pero le estaba costando mucho ver las cosas con simpatía. Una semana después de lo sucedido con Alexa, cenaron en compañía de los hermanitos Cappellini y Charlie; y todo parecía normal. Aunque, la actitud de novia adorable que mostraba la castaña era más que obvio que se trataba del publico que tenían delante. Le pareció que el moreno se veía muy feliz, y bastante animado; ya no estaba la actitud arrogante y soberbia. En cambio Emily, lucía apagada, y bastante callada. Por alguna extraña razón le dedicó una sonrisa, mientras que ella simplemente bajo la vista un momento para después recargarse en el hombro de Charlie.
Alexa reía ante los comentarios del moreno, y por un momento al rubio le hubiese encantado borrarle la sonrisa; pero no podía. Si esa era su penitencia, perfecto, se la tenía bien merecida. Pero una buena manera de mantener a la castaña alejada de Franco, era saliendo con él. Ahora junto con Charlie, eran casi inseparables.
—Mañana deberíamos ir a jugar golf. —Propuso Sam, recargándose cómodamente en la silla del bar.
—Yo supongo que si —de pronto se saco el celular del bolsillo de la camisa—. ¿Qué pasa?... Voy para allá. Nos vamos. —Anunció poniéndose de pie.
Charlie chasqueó los dedos, llamando la atención del mesero. Sam parecía tan desorientado, pero tan solo pudo ponerse de pie, lentamente.
—¿A dónde vamos?
—A tratar de recuperar tu inversión. —Respondió de malos modos.
—¿Ya encontraron a Tommy? —Preguntó Charlie, mientras dejaba un par de billetes sobre la mesa. El moreno simplemente asintió.
Condujeron a las afueras de la ciudad y aparcaron en el muelle. Caminaron hasta unas bodegas, hasta que vieron afuera de una, a un tipo alto con una gorra verde. En cuanto los vio, se apartó y Franco entró primero.
—Tommy, que gusto verte aquí —saludó—. Veo que ya te han dado la bienvenida.
El hombre a quien se refería el moreno, tenía los pies atados a las patas de la silla. Sus brazos también estaban firmemente atados a los reposabrazos. Se movía tratando de zafarse, inútilmente, mientras que sus ojos dejaban en claro que estaba más que asustado. La boca la tenía cubierta con una ancha cinta adhesiva color gris.
El rubio se quedó rezagado, protegido a medias por la oscuridad, enseguida de un tipo afroamericano. Supuso que era un matón de Franco, pues veía la escena con cierto humor en sus ojos. Otros dos tipos estaban ahí, uno de ellos tenía un tatuaje en el cuello, una especie de dragón. Y le resultaba conocido.
—Vengo a hacerte unas preguntitas —se acercó hasta él—, fíjate curiosamente diez. Tú tienes diez dedos… si los valoras, vas a contestarme. Un trato justo, ¿no te parece? —Despegó la cinta de la boca de un tirón.
—Vete al infierno. —Logró articular.
—¿Saben que? Olvídenlo, métele la mano completa al bote. Voy a tener que conformarme con cinco preguntas.
Mientras el hombre veía con pánico como Hanh se acercaba con un bote lleno de ácido y unos guantes gruesos, Franco parecía demasiado divertido. El hombre profirió un grito de dolor, que hizo estremecer a Sam. Bajó la vista al verlo retorcerse. A su lado, Charlie parecía tan tranquilo, revisando algo de su celular.
—Entonces —retomó la conversación una vez que el hombre dejó de gritar—, ahora si me vas a decir, ¿cómo es que perdiste cincuenta kilos de cocaína?
—Nos… lo quitó… un detective…
—¿Cómo dices?
—Welch… es alto, trae la cabeza rapada… Estuvo hablando con Eric… lo vi varias veces.
Samuel no lo podía creer. Harry era tan estúpido.
—La policía no lo tiene —intervino Charlie—, ya habrían hecho escándalo.
—Welch no es… esa clase de policía. —Aseguró el hombre.
—Entonces quiere dinero —razonó Franco—, ¿a quién podría vendérselo? ¡Maldita sea no voy a pagar el doble por recuperar esa mercancía!
—Lo vamos a encontrar jefe. —Dijo un tipo que parecía gorila.
—Hahn, lleva a Tommy a curarse esa mano con Fitz. Después van a buscar a ese tal Welch y lo quiero ver en esa misma silla al muy imbécil.
—Te faltan tres preguntas. —Dijo Sam al ver que Franco se encaminaba a la salida.
El moreno lo miró extrañado. Por un momento, todos lo miraron extrañado.
—¿Por qué no las aprovechas tú? Si tanto te interesa.
Sam se encogió de hombros y caminó hacia Tommy.
—¿Qué clase de inversionista sería si no me preocupara por saber en dónde está mi dinero? Tommy —dijo acercándose hasta donde estaba el hombre—, ¿dónde está tu compañero en crimen?
—No lo sé.
—¿Cómo se llama el hijo de puta? —Sam se volvió a ver al tipo con el tatuaje de dragón.
—Eric Venot. —Contestó con voz gruesa.
—Pues vamos a averiguar donde vive y le vamos a ir a destruir todo. Quiero ver lo que sea que ese puto tenga, en llamas. Este pendejo —señaló a Tommy—, no va a cargar con todo. Al menos tuvo los cojones de quedarse en la ciudad y no salir huyendo. También quiero que busques a su familia, o a quien sea que se coja. Ya veremos si no regresa a rendir cuentas.
El tipo del tatuaje compartió miradas con Franco. Para empezar Sam no era exactamente el dueño de la situación.
—¿Qué pasa Franco? —Lo miró el rubio como si no se lo pudiera creer— ¿Voy a perder casi un millón de dólares porque éste no se mueve?
—Muévete Carson —contestó de malos modos—, haz que Jiyoung te ayude con eso.
—Tommy, ¿cómo es que te quitaron cincuenta kilos de cocaína sin que opusieras resistencia? Dímelo todo, no omitas detalles. Pero te sugiero que lo hagas rápido o quizás no vuelvas a tocar nada con esa mano.
—Íbamos en la camioneta a Queens… nos cerró el paso. Eric dijo que solo era rutina, que ya conocía al tipo. Pero empezaron a sacar todo del doble fondo de la parte de atrás. Alguien me golpeó en la cabeza y para cuando desperté estaba aquí.
—¡Una mierda! ¿Acaso eres retardado? ¡Llevabas un arma! —Explotó Sam, tirando el bote de ácido que estaba enseguida de Tommy.
—Todo pasó muy rápido… —Tommy parecía más alarmado que cuando Franco llegó.
—No acabo de entender —se pasó una mano con enfado por el cabello—, ¿cómo es que éste estaba a cargo de mover la mercancía? Ese tal Eric, es un maldito topo doble cara.
—Era de confianza —intervino Hanh—. Tenía mucho tiempo trabajando con nosotros.
—De todas formas esto no tiene sentido. Una de dos: tiene comprador o quiere llegar a la cabeza principal —volteó a ver a Franco—. Yo quiero recuperar mi inversión y ver a ese mamón colgando de los huevos. Así que manos a la obra. —De la parte de atrás del pantalón, Sam sacó una pistola, y sin pensarlo dos veces, le disparó a Tommy.
Esbozó una media sonrisa cuando vio la cabeza colgar pesadamente de un lado. Charlie negó con la cabeza en total desaprobación; mientras que Franco se cruzó de brazos.
—¿Quieres que te aplauda? —Inquirió ásperamente Franco.
Sam simplemente se encogió de hombros.
—No quiero que me aplaudas, quiero mi dinero. Y tengo hambre, así que si los invito a cenar. A ti no —señaló con la cabeza a Hahn—, la próxima vez que no haya cuerpos de los cuales deshacerse con gusto te invito un filete mignon en el Strip House.
El rubio se dio la vuelta, sin importarle si lo seguían. Para cuando llegó al auto, Charlie venía detrás de él, y no parecía nada contento.
—Sube rápido al auto —pidió Charlie mientras abría la puerta del pasajero—, tenemos mucho de qué hablar.
Definitivamente, el "tenemos que hablar", tenía la misma advertencia de "hay problemas"; ya sea que lo dijera una mujer, o un hombre.