Parte 1
Samuel.
1
Voy a ir al psicólogo, lo prometo, mañana a primera hora, iré a la oficina del director de la escuela y le voy a pedir que me facilite una hora, o tal vez dos de terapia con la psicóloga, esa que huele a mariguana y siempre me ha querido interrogar acerca del divorcio de mispadres y la muerte de mi hermano.
Nunca lo he aceptado, desde que recuerdo mis padres siempre han estado divorciados y mi hermano siempre ha estado muerto.
Pero mañana lo haré, a primera hora, sin distracciones, iré directo a la oficina de la Doctora Millan. Hasta tengo las palabras preparadas… tal vez tendría que apuntarlas, no se me vayan a olvidar:
"-Estoy teniendo alucinaciones. No me drogo, ni estoy borracho, ni tomó medicamentos fuertes. ¿Qué me recomienda?"
Eso es lo que le diré, sí, a primera hora de lunes.
Por lo mientras, solo me giraré en mi cama, miraré la pared frente a mi sin levantar la vista y le daré la espalda a la sombra que se dibuja sentada contra la ventana.
Recuerdo la primera vez que la vi, en uno de esos recuerdos de infancia que no se borran, de esos que crees que recuerdas con toda nitidez aunque hayan pasado miles de días, desde aquella noche en la que vi una silueta flotando furtivamente frente a mi ventana. Tal vez no lo recuerde tan bien como creo… Sé que las cortinas se movieron, casi imperceptiblemente, una brisa delicada. Recuerdo también la sombra -era la misma sombra, estoy seguro- distorsionada por la iluminada calle tras mi ventana.
Después de haberla visto, recuerdo haber temblado como conejo. Prendí la luz, recuerdo haberme bajado de la cama, tropezar con unos grandes libros de colorear, los juguetes esparcidos por todo el cuarto recuerdo también la pijama que traía puesta (un traje de Superman, con capa y todo) Y mis pantuflas de garritas de peluche todas esponjosas, como las de un tigre (estaban muy de moda). En mí infantil razonamiento recuerdo haber sospesado mi situación, no es como si aún supiera lo que pensé, pero sé que lo medite un segundo antes de gritar:
-¡Mamá! ¡Papá! ¡Hay un monstruo en mi cuarto!
Toda persona en el mundo tuvo problemas para dormir alguna vez, cada persona en el planeta cuando eran pequeños terminó durmiendo al menos una noche en cama de sus padres. Hasta Batman, seguro que sí, aquella vez fue la mía. Lástima que mi monstruo no estaba solamente en mi imaginación.
Me remito, entonces, a las pruebas.
El caso es que volví a ver aquella misma sombra poco más de cinco años después. Lo había olvidado por completo, pero no cabía la más mínima duda. Era lo mismo que la última vez, pero ahora a mis larguísimos 10 años, llamar a gritos a papá ya no era bien visto por la sociedad. Esta vez, ese algo era más nítido, más que una sombra un "algo" sin terminar de definirse pero definitivamente una figura corpórea, tal vez hasta un ser humano.
Valientemente tomé una lamparita de mi mesa de noche, algunas cosas cayeron al piso al buscarla a ciegas. Pero la figura no se inmutó, el nerviosismo me hizo tirarla un par de veces antes de poder prenderla, la levantaba con las manos sudorosas y resbalaba. Cuando por fin pude sostenerla correctamente iluminé la ventana, y después todas las esquinas del cuarto, pero la figura ya había desaparecido. A los diez minutos estaba seguro de haber imaginado todo. Debía de comer menos golosinas antes de dormir o alucinaría todas las noches con esa figura, me dije. Volví a cerrar los ojos y soñé con Harry Potter peleando contra Godzilla.
La segunda y la última vez me despertó el ruido de un coche al estacionarse. Habían pasado ocho años, era de madrugada y las luces de la calle se filtraban por la ventana. Otra vez estaba ahí, una figura proyectando una alta sombra, aún más corpórea que la última vez. Pensé por un momento volverme a dormir, convencerme de que era una pesadilla muy vívida o en su defecto dejar que el fantasma o lo que fuera se paseara a gusto por mi cuarto. Volví a cerrar los ojos, pero inquieto los volví a abrir y entonces descubrí que la sombra había desaparecido. Tuve el escalofrío más fuerte de toda mi vida, dije un par de palabras malsonantes muy bien combinadas, e intente dormirme nuevamente, pero pensar en que aquello podría estarme observando dormir, me inquietaba demasiado. Le empecé, en la penumbra de la noche, a dar vueltas al asunto en mi cabeza:
¿Quién era ese extraño que parecía seguirme desde los cinco años?, ¿qué quería de mí? Me levanté de la cama comenzando a perder la esperanza de poder dormir esa noche. ¿Estaría perdiendo la cabeza? Imaginar que veía fantasmas no era bueno, no era sano... después de todo… bueno, los fantasmas definitivamente no existían, y yo ya estaba grandecito para andar creyendo en cuentos de niños.
Iba de camino al baño cuando me lo encontré de nuevo, esta vez sentado en la jodida mesa del comedor. Pasé de largo negándome a mirarlo y consideré por primera vez la oferta que me había hecho mi madre de irme a vivir a Mazatlán con ella y su nueva familia. Llegué al baño sintiéndome torpe y cansado. Cuando abrí la puerta y prendí la luz, aquello volvía a estar allí.
Grité una maldición de cuatro palabras, y mi familia entera se despertó con el grito. Mi hermanito pequeño me hizo coro, y les gruñí a todos que se volvieran a dormir, que seguramente había sido una pesadilla; mi hermana y mi papá sabían que yo era sonámbulo y dieron por sentado que o había comido en exceso comida chatarra o había jugado demasiados videojuegos de zombis. De regreso a mi cuarto pude escuchar murmurar algo a mi hermanita menor que sonaba a "ingrésenlo a un cochino manicomio de una vez".
No dormí más de dos horas esa noche, pero me dedique a reponer las horas de sueño perdidas en la clase geografía. Tuve pesadillas todo el rato y conseguí un nuevo reporte por mala conducta para mi colección.
Llevaba tres días así (alucinando sombras en cuartos oscuros y sin pegar ojo) cuando decidí tomar la opción de ir al psicólogo, y ahora me encontraba ahí después de haber pronunciado con precisión las palabras que había meditado exhaustivamente la noche anterior.
La psicóloga sin batir ni una pestaña al escuchar mi acalorada confesión, declaró:
-Entonces, obviamente, padeces de algún problema físico, un tumor en el cerebro lo más probable. ¿Calcificaciones? Tal vez, yo no puedo ayudarte con un problema así, podemos hacerle saber a tu padre acerca de esto, sí es lo que deseas, para que puedan hacerte los exámenes pertinentes. Pero, mientras, dime ¿Cómo estas llevando el divorcio de tus padres?
Ni siquiera gruñí, me limité a poner los ojos en blanco e intentar dormitar en el cómodo diván mientras ella parloteaba. Estuve despierto intermitentemente durante la consulta; cuando se quedaba en silencio intentaba seguirle la corriente intercalando frases como: "Sí, definitivamente" "Usted tiene toda la razón" "¡caray! ¿Cómo no se me ocurrió antes?" y "¿Qué me recomienda que haga?". Cuando sonó el timbre que indicaba el termino de esa clase, y por lo tanto también de mi terapia, me dirigí a la salida del colegio. Salí pensando que, si de igual manera me iba a quedar dormido, mejor que fuera en mi casa que en alguna clase.
Llegué a mi casa con los ojos más cerrados que abiertos. No pude siquiera quitarme los zapatos, ya no digamos el uniforme escolar, antes de caer dormido sobre el sofá.
Se escucharon infinidad de sonidos durante esas horas que pasé babeando el sofá; sonó el camión de la basura, pasó el camión de helados, las vecinas de la casa de un lado se gritaron entre ellas con su escandaloso perro haciéndoles coro, en la avenida frente al departamento habían reparaciones de asfalto… en general, fue una mañana muy escandalosa, pero nada me pudo despertar del primer sueño profundo que había tenido por primera vez desde hacía días.
Al final fue una presencia que podía sentir incluso dormido, lo que me despertó.
No, no fue nada sobrenatural, fue solamente mi padre que había regresado del trabajo y me había encontrado muy lejos de donde se suponía tenía que estar.
Por un segundo pensé decirle que me había encontrado ahí durmiendo por que la psicóloga de la escuela me había diagnosticado un tumor en el cerebro, pero como no se trataba de infartar a mi papá con una noticia así, solo acaté el castigo que me impuso pensando que, al fin y al cabo, me lo merecía.
Pasé el resto de esa tarde haciendo reparaciones en la casa. Según mi padre, si no había querido estudiar cinco horas, ahora las trabajaría.
Cuando por fin terminé de impermeabilizar el techo, engrasar todas las puertas de la casa, arreglar la llave del fregadero que goteaba, limpiar el garaje, encerar el carro y barrer la sala sin más consuelo que música en mis auriculares, ya se me había pasado la hora de la cena por un buen rato.
Jurándome a mí mismo que nunca más me saldría de la escuela sin autorización, caminé a la cocina buscando algo para picar. Encontré un sándwich mordido en el refrigerador, revisé que no tuviera mayonesa -a la cual soy alérgico no tenía, sonriendo lo tomé, y me lo acabé de dos mordidas. Estaba buscando algo con lo que acompañar al sándwich, tarareando con la boca todavía llena al ritmo de los Black Eyed Peas que cantaban en mis oídos, cuando lo escuché: era un susurro, totalmente incomprensible, pero podía oír perfectamente las palabras que susurraba. Quise ignorarlo, cerré el refrigerador y me serví un vaso de agua. Pero, inevitablemente, lo volví a escuchar.
Me bajé los audífonos bruscamente buscando la procedencia de la voz, pero no había nadie en la cocina. Giré sobre mi mismo varias veces buscando a mi hermana menor y sus amigas escondidas por ahí, pero no había nadie.
Levantando una ceja busqué algo más para comer diciéndome que seguramente había escuchado la televisión que mi padre veía en el piso de abajo. Pero lo volví a escuchar, la mano que sostenía el vaso de agua me temblaba, el corazón se me subió a la garganta, inhalé aire ruidosamente y me repetí mentalmente: "soy un hombre y no un bebe, soy un hombre y no un bebe". Me tranquilice al cabo de unos cuantos minutos.
Encontré panquecitos escondidos en la alacena, tomé los que eran de chocolate, y subí a mi cuarto. Puse el plato con los postres sobre el escritorio sin quitar las cosas que habían ocupado previamente ese lugar, acrecentando el caos que reinaba en ese pequeño espacio.
Caminé hacía mi cama, tomé impulso y brinqué sobre ella haciendo los resortes sonar. Nuevamente escuche un murmullo, y lo ignoré lo mejor que pude. Tomé un libro de R. L. Stine, un librillo delgado y de terror para niños. Estaba leyendo una historia que me aterrorizaba y me dejaba sin dormir de pequeño cuando las luces de mi cuarto empezaron a parpadear. Levanté la vista hacia el foco, un foco grande de esos de halógeno con forma de espiral, pensando: "joder, lo que me faltaba", tanteando el piso con la mano, levanté un zapato y lo lancé al foco, con el imbécil razonamiento de "¡Hey, tal vez solamente esta flojo! ¡Lancemos un zapato a ver qué pasa!"
Debí haberle lanzado otra cosa, una almohada hubiera sido la opción más acertada. El foco, como era de esperarse, se rompió. Gruñendo me senté en mi cama. La oscuridad era absoluta, y bajé los pies al suelo lentamente intentando no clavarme los vidrios, y busqué a tientas algo con lo que calzarme. Encontré un par de pantuflas viejas, las sacudí para evitar accidentes, y me las puse rápidamente.
Me paré a buscar un foco nuevo, sabía que tenía un par guardados en uno de los cajones en los que guardaba cosas viejas a lado del ropero, estaba en cuclillas revolviendo las cosas cuando el polvo que se estaba levantando me hizo estornudar. Dirigí mi cabeza al techo intentando que no se me fuera a escapar la sensación, y al hacer mi cabeza el recorrido, mis ojos encontraron algo. Lo vi fugazmente en el espejo frente a mí, algo estaba parado a mi lado. El estornudo se me fue con el susto, me desequilibré y caí, pero como soy muy suertudo caí sobre los vidrios esparcidos. Mi padre compra focos de buena calidad, seguro que el comercial dice: "¡Compre focos el Patito Feliz, cuando te caigas sobre ellos en vez de romperse te atravesaran la mano! ¡Confirmado ante notario público!"
Creo que es imaginable, todo el dolor que causa un vidrio afilado atravesando completamente tu mano, cómo se siente la sangre brotando tibia y como se ve la punta ensangrentada y la mancha en el suelo. Es imaginable, claro, pero realmente no tenía idea de que fuera a doler así. Había visto muchas películas de terror, sabía cómo se veía la cara de la victima cuando le cortaban el cuello, dos de los vidrios habían atravesado, los demás pequeños pedacitos se habían quedado a medio camino. Pero no tuvo nada que ver con esas películas de terror baratas que veía. La sangre solo brotaba pero no en forma casi de fuente como me habían hecho creer, solo resbalaba lentamente, tal vez mi mente me jugaba una broma pero hasta parecía cámara lenta.
No grité, estaba en shock, llamé a mi padre con voz tal vez demasiado baja. Tuve suerte de que me escuchara, dice que estaba blanco como el papel. Afortunadamente había aterrizado solamente en una mano, la otra seguía intacta.
Llegamos al hospital en menos de quince minutos, yo iba en el asiento delantero, apretando mi mano contra un trapo de cocina que ya había cambiado de color, y rogándoles a los dioses del tránsito vehicular que tuvieran piedad de mí. Mi papá mentaba madres mientras manejaba, me decía todo lo inconsciente que era y parecía aún más asustado que yo si era posible. Mi hermanito de un año venía dormido en la parte de atrás, mi hermana estaba tranquilamente escuchando música en su Ipod. Una bonita imagen familiar.
No pudo haber sido mucha sangre la que perdí, pero aún así me desmaye en el trayecto. ¿Qué puedo decir? yo y la visión de sangre no nos terminamos de llevar bien, doctor no voy a ser de grande, ya lo he dicho.
Estaba ahí, en el hospital, y yo francamente tenía mucho analgésico en mi interior, el tiempo pasaba raro, como a saltos. Primero estaba enfrente de un recepcionista con cara de aburrido, después tenía a mi lado a una enfermera con cara de malas pulgas y que tomaba mi mano herida sin la menor delicadeza, mientras le daba puntadas que casi no se sentían entre todo el dolor y el adormecimiento general… creo que le dije algo como "¿Por qué las enfermeras todas parecen andar de malas?" y creo que me apretó la mano de más porque en ese momento me volví a desmayar.
No sé cuánto tiempo paso desde ese momento, la siguiente vez que abrí los ojos, estaba aún en el pabellón de urgencias. No esperaba pasar la noche ahí, así que supuse que me habían dejado descansando mientras mi papá daba los detalles de lo que me había pasado, no fueran a pensar mal.
Ya no me dolía la mano, pero creo que en general no solo no me dolía, sino que no sentía nada, sentía cómo si flotaaara, todo se movía tan lentamente… y era agradable, el foco que colgaba del techo iluminaba a duras penas en un tono amarillezco, titilaba. Creo que me reí de la sensación, ahora sabía lo que se sentía estar hasta el tope de drogas.
Entonces, en ese momento, en ese preciso momento, a las tres de la mañana en una estación de la cruz roja, sobre un camastro de metal que olía a medicinas y orina, en una salita desvencijada y llena de material quirúrgico, fue cuando lo vi por primera vez.
Bueno, decir que lo vi por primera vez, es tal vez una exageración, lo había visto toda mi vida. Pero fue la primera vez que pude realmente verlo, sus facciones, sus ojos, su ser. Al principio no relacione a la sombra, al monstruo de mi niñez, con el personaje que tenía enfrente, pero eventualmente lo asocié. Giré la cabeza y ahí estaba, recargado contra una de esas paredes de azulejo. Era casi solamente una silueta desdibujada, de unos ojos cafés muy oscuroslevaba un peinado extraño, rígido hacia un lado formando una onda, me recordaba vagamente las películas de los cincuentas que veía mi abuelita Mariana, de hecho, todo él me recordaba esas viejas películas de Pedro Infante: la postura en la que estaba parado, rígido y tieso, con un pulgar dentro del pantalón. Llevaba hasta tirantes, que ridículo se veía. Parecía enojado, parecía harto, parecía querer arrearme un par de zapes bien puestos.
Evidentemente estaba alucinando, eso era todo, una alucinación de las buenas. Aunque si era totalmente parte de mi imaginación, debía admitir que le faltaba un tono sepia a la imagen, pero bueno… no se puede todo en la vida. ¿Qué otra explicación habría, sino era una vil truco de mi adormecida mente, para tener enfrente de mi lecho a un tipo salido directamente de los años cincuenta? Ninguna. Me desmayé de nuevo.
-.-.-
¡Gracias por leer! y Agradecimiento a mi beta AdictaaPotter