DECLARACIÓN: Esta historia, así como los personajes son de mi autoría, por ello cualquier reproducción o uso sin mi autorización será considerado PLAGIO.

NA: Esta novela es de clasificación M, lo que indica lenguaje explícito. Queda bajo responsabilidad de ustedes leer, yo cumplo con avisar.


1

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El indicador de piso del ascensor marcó el número décimo tercero. Donde tenía que bajarse. Las puertas se abrieron y Everett Templenton avanzó haciendo malabares con las carpetas que llevaba bajo el brazo izquierdo y el café que equilibraba en la diestra. Las cosa que hacía por complacer a un jefe, se dijo. Pero no, no era por el jefe, era por el ascenso que competía para ganar. Y para conseguir el puesto, necesitaba besarle el culo a su cincuentón jefe que no encontraba nada más divertido que tratarlo, tanto a él como a Jefferson —el otro empleado que competía por el puesto de subgerente—, como sirvientas.

Golpeó la puerta de cristal suavemente con la izquierda, haciendo todo lo posible para que las carpetas no se le cayeran. Escuchó un "pase" y empujó la puerta para entrar.

—Aquí está su café, señor McMurray —habló Everett mientras dejaba la taza en el escritorio del hombre de cabellos rojizos, rollizo, bajo, con la piel arrugada y una sonrisa arrogante sempiterna en su rostro—. Todos los papeles fueron firmados por los miembros de la junta.

—Muy bien, Templenton —alabó McMurray dándole un sobro a la bebida—. Necesito que llames a nuestro cliente, la señorita Anderson, para adelantar la reunión. Y dile que tenemos muchas nuevas propuestas para ella.

Everett asintió mientras daba un paso hacia atrás, dispuesto a ir a su cubículo y hablar con la cuarentona estirada de la señorita Anderson, una ricachona solterona que los había contratado como asesores de finanzas.

—Una cosa más, Templenton. Esta noche saldremos tú, Jefferson y yo. Quiero saber cómo son fuera de estas oficinas, ya sabes, conocerlos mejor antes de decidir quién tendrá el empleo. Los llevaré a uno de mis lugares favoritos.

Everett se estremeció. Trabajaba hacía más de cinco años para McMurray & Associates y sabía que su jefe no era un marido ejemplar. En otras palabras, era un calentón y de seguro los llevaba a un prostíbulo o algo así. Y él no era de esas andanzas, más bien era un hombre tranquilo y sereno, hogareño y cien por ciento dedicado a su trabajo. Se había graduado con notas ejemplares y no había dejado de trabajar desde ese momento. A sus veintiocho iba escalando lentamente, pero estaba seguro que llegaría lejos.

Soltó un suspiro. No podría decirle que no a su jefe porque si lo hacía, su colega se aprovecharía de ello. Tendría que ir a dónde fuera que lo llevara McMurray y soportar la velada con una sonrisa en el rostro.

—Sólo diga la hora y el lugar. Ahí estaré.

Su jefe sonrió y se sacó una tarjeta negra del bolsillo de la camisa. Él se acercó para tomarla entre sus dedos y darse cuenta que para leerla tenía que inclinarla unos grados, así como con una imagen en 3D.

Business Class. El lugar lleno de fantasías para el empresario.

Everett guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta de su traje gris negruzco con finas líneas más claras y asintió con la cabeza una vez más antes de salir de la oficina de McMurray. Se dirigió a su cubículo dispuesto a hacer su llamada y resignado. Esa noche lo llevarían a un night club y él no podría hacer nada para impedirlo.

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Mientras caminaba de regreso a su pequeño y confortable departamento en un viejo edificio cerca de Central Park, pasó frente a una librería y en la vitrina vio el nuevo libro de Graham McMurray, "Cómo hacer crecer su fortuna". Obviamente, tendría que comprarlo y leerlo para comentarle a su jefe, citar de vez en cuando, de manera casual, algún pasaje del libro; aún cuando no le interesara hacerlo. Él hubiese preferido gastar un par de dólares en una novela de crimen y misterio que en un libro de economía, sobretodo si era un libro que había escrito su jefe.

Con un suspiro cansino, abrió la puerta de cristal que hizo sonar una campanilla. Fue directo al estante donde estaban los cientos de copias del libro que iba a adquirir. Trató de no mirar nada más para no sentirse más desdichado. No ganaba una fortuna y era un hombre que ahorraba mucho, jamás gastaba un dólar si no tenía necesidad de hacerlo. Cogió el libro y frunció el entrecejo por el precio. ¿Cómo iba a hacer crecer su fortuna si gastaba semejante cantidad en un mero libro? Negó con la cabeza y se encaminó a la caja para pagar por el maldito volumen. Ya lo estaba poniendo de mal humor.

Al llegar a la caja, pasó el libro sin prestar atención a nada ni nadie.

—¡Hey! Que yo estaba primero, no seas abusón —reclamó una voz femenina al mismo tiempo que alguien lo tocaba en el hombro.

Everett se giró para mirar a la mujer que le alegaba y se encontró con una pequeña y menuda chica de unos veinticuatro o veinticinco años, pelo negro, piel pálida y tersa, rasgos finos y femeninos, labios gruesos y definidos de un tentador color carmín. Lo miraba con el entrecejo fruncido y se había cruzado de brazos sobre el pecho.

—No te me quedes mirando así y hazte a un lado que yo estaba primero —volvió a reclamara la morocha.

—Claro… lo siento, estaba distraído —se excusó él tomando el libro y haciéndose a un lado para que ella pagara su compra y se llevara la novela romántica que tenía en las manos.

—Gracias —dijo ella dedicándole una amable sonrisa.

Él se la quedó mirando mientras ella hacía su compra y la sonrisa se le iba ampliando. Cualquier indicio de enojo o irritación había desaparecido de su rostro para que sólo brillara en esos ojos color chocolate la expectación y dicha. Él mismo Everett sonrió al verla tan contenta por la compra que acababa de hacer.

—Bueno, muchachote, ahora sí puedes hacer tu compra —le dijo cuando se giró para sonreírle a él y guiñarle un ojo, como si fuera amigos de toda la vida—. Procura no volver a colarte a una fila, ¿eh? Que no todos pueden ser tan ligeros de sangre como yo. Tuviste suerte, me pillaste en uno de mis buenos días y evitaste conocer a la loca psicótica.

Everett sonrió, divertido con la chica que le hablaba como si se conocieran de toda la vida. Le parecía extraño que en un principio le hubiese mirado llena de furia y luego con una radiante sonrisa. Era el maravilloso efecto que un preciado libro podía hacer, pensó él.

—Intentaré estar más atento la próxima vez. Soy Everett, por cierto —se presentó él extendiendo una mano mientras se dejaba el libro bajo el brazo izquierdo y permitía que la cajera atendiera a otro cliente.

—Prudence Holmes —ella extendió la mano y se la estrechó con delicadeza. Su piel era cálida y suave—. Encantada de conocerte, Everett Quita-lugar-en-la-fila.

Él volvió a reír y la sonrisa de ella se amplió.

—Templenton, soy Everett Templenton.

—Te queda mejor ese apellido, hay que decirlo —ella se encogió de hombros e inclinó la cabeza hacia un lado, gesto que le brindó un aire dulce y tierno.

—Esto… ¿Quieres un café? No sé, para compensarte por haberme colado en la fila —habló él.

No sabía por qué le estaba invitando un café a una extraña que recién venía conociendo, sólo sabía que ella era divertida y que le había animado el día considerablemente después de lo que habían sido horas y horas de mandatos y papeleo.

—¿Sabes? Siempre me dijeron que no debía hablar con extraños, pero yo me pregunto ¿cómo se supone que haga amigos, entonces? Una encrucijada, ¿no crees?

Él la miró, dijera lo que dijera, le robaba una sonrisa. De todas formas, le encontraba toda la razón.

—Bien, acepto el café sólo porque eres lindo, que conste, ¿eh?

Everett sintió que las mejillas se le coloreaban y eso mismo hizo que le diera más vergüenza. Era un simple cumplido dicho en todo de broma, no tenía que ponerse así. Se obligó a relajarse y sonreír como si nada hubiese pasado.

—Perfecto. Pago el libro y te llevo a una cafetería muy cerca que es muy buena.

Ella asintió y él se giró para pagar por el libro. En cuanto se lo envolvieron, la guió a su cafetería preferida que estaba en la misma cuadra. Ella sonrió ampliamente al entrar.

—¡Me encanta este lugar! —exclamó mirándolo con aprobación— Tienes buen gusto, Everett.

Él se encogió de hombros despreocupado y sonrió mientras la dirigía a una mesa pegada a la ventana sin mucha gente alrededor. Se acomodaron uno frente al otro y ordenaron unos cafés. Para él un cortado bien cargado y ella pidió un cappuccino con caramelo.

—Y bien, cuéntame de ti, Prudence —pidió él apoyando los codos sobre la mesa y cruzando sus manos a la altura de su barbilla.

—Hmmm, bien, veamos qué te puedo contar que no requiera que te mate después —él sonrió por su comentario, pero no dijo nada—. Estoy estudiando en la Universidad de Nueva York, el año pasado me gradué en música y ahora estoy sacando un post-título en comunicación audiovisual. Vivo con mi prima en un pequeño y acogedor departamento —él sonrió al ver que ella describía su hogar tal y cómo lo hacía él— cerca del campus. Soy una persona alegre y decidida. Me gusta pasarla bien, pero siempre acordarme de lo que hice la noche anterior. Hmmm… ah sí, soy asesina a sueldo como hobbie. Un trabajo en el que me introdujo mi prima. Puedo hacerte descuento si quieres.

Él río a mandíbula batiente antes de decir algo.

—¿Cuánto me cobrarías por encargarte de mi jefe? —preguntó él en un tono confidente, acercándose un poco a ella.

—¿Por un jefe apático y abusón? —ella también se acercó, hablando en el mismo tono. Él asintió— Oh, por eso te hago un buen, buen descuento. Al final te queda en doscientos dólares, nada más. Nadie más te hace una oferta como esa, considéralo.

—¡Trato hecho!

Ambos rieron hasta que la camarera que les había tomado el pedido llegó con sus cafés. Siguieron hablando de otras cosas, riendo como si fueran los mejores amigos por casi una hora. Fue hasta que ella recordó que su prima, Bel, la estaba esperando hacía más de media hora. Así que se fue casi corriendo, no sin antes intercambiar números telefónicos para volver a verse alguna vez. Él se fue hasta su departamento donde dejó el maletín y comió algo antes de reunirse con McMurray y Jefferson en el club de strippers.