Cuanto Katya era niña, pasaba sus días jugando en un parque de juegos en el centro de la pequeña ciudad donde vivía: si, los juegos eran sencillos, pero en la mentalidad de una infante, era más que suficiente para hacer volar su mente.

Cosas sencillas, gran diversión: así somos a esa edad, y así fue Katya durante los años en los que fue creciendo.

Pero todo debe pasar, y todo periodo llega a un final, y la infancia de Katya cedió su lugar a los años de angustia y drama de la adolescencia, y eventualmente, estos a su vez a los misterios e incertidumbres de la vida adulta: estudiar, trabajar, pagar las cuentas, valerse por uno mismo, y ser fuerte cuando nadie más parezca serlo, aun cuando tienes tantas ganas de derrumbarte como los demás.

El día de Katya tenía una estructura muy rígida: todo el tiempo, del hogar a la oficina, y viceversa; no había espacio para el ocio, no había espacio para romances, y tan pronto como lograba encontrar algo de tiempo libre, lo usaba para lo mismo: dormir, esperando reponer algo del sueño perdido de la noche anterior.

Cuando tienes una rutina así, no hay demasiado tiempo para pensar en nada aparte de lo laboral, pero un día, las cosas fueron diferentes.

El autobús de Katya se había averiado; no era nada serio ni importante, y en cuestión de minutos el vehículo volvería a andar, pero por solo ese breve periodo de tiempo, Katya notó algo en lo que no había posado su atención en años.

—El parque...—pensó brevemente al ver ante sus ojos el viejo parque donde pasaba sus días.

El paso del tiempo es inevitable: los columpios, las resbaladillas, todo estaba oxidado y cubierto por mala hierba, con basura en algunas zonas de este, más estos cambios no hacían menos reconocible ese lugar tan querido para Katya.

Pero antes que pudiera sumergirse más en las aguas de sus recuerdos, el autobús se puso en marcha una vez más, y la rutina había sido retomada.

Más ahora una idea había sido implantada en su mente.

Deseaba pasar una vez más por ese lugar; si, sería imposible jugar como antes, pero ese no era el plan. Todo lo que bastaba era una pequeña caminata por ese parque ¿Era tan malo querer revivir, aunque fuera solo una vez más, los recuerdos dichosos que tanto te causó un lugar?

Pero los planes y objetivos siempre parecen más fáciles en la cabeza que al momento de querer llevarlos a cabo, y en este caso no fue la excepción.

No podía ir en sus días laborales, pues al abordar el autobús de vuelta a casa apenas le quedaba energía para caminar hacia su asiento, y en su día libre, bueno...la mayor parte lo usaba para comprar la comida o pagar las cuentas, y pocos deseos le quedaban de cualquier otro plan: estaba perdida.

Veinticuatro horas al día no eran suficientes; no bastaban para laborar, descansar y todavía darse un momento para la nostalgia, y por más que intentaba acomodar su horario, solo parecía confirmas aun más la carencia de tiempo en su vida.

Si tan solo el día tuviera una hora más, una hora más sería suficiente.

Y al día siguiente, parecía que alguien había escuchado esa petición, porque al amanecer, el día había sido alargado milagrosamente: nadie sabía como, pero todos los relojes marcaban una hora de más.

Fue objeto de comentario en los diarios y en los programas de televisión ¿Como había esto pasado? Llamaron a expertos de todo tipo, desde hombres de ciencia hasta astrólogos, pero ninguna respuesta era convincente.

Y para Katya, no era necesaria ninguna de todos modos.

Con una hora más, ahora podía cumplir lo que se había propuesto, y paseo por aquel viejo parque, que tan sucio y descuidado como pudiera estar, podía traer todavía una sonrisa que iluminara el rostro de Katya: en la infancia, a través del juego, y ahora, por medio de la nostalgia.

Por fin lo había logrado, pero no era la única.

Con una hora más al día, los niños podían hablar más con sus amigos; con una hora más al día, los enamorados tenían más tiempo para perderse en los ojos del otro; con una hora más al día, uno podía apreciar más las estrellas asomándose tímidamente de poco a poco en el firmamento...

...Con una hora más al día, la gente podía ser más; la gente podía ser gente.

Todos disfrutaban de ese periodo extra de ocio que los cielos les habían obsequiado, pero lo que la Divinidad da, la Humanidad a menudo rechaza.

Y entonces los empresarios pensaron que con una hora más al día, se podía aumentar la producción: se podía hacer más, se podía laborar más, se podía supervisar más, se podía inspeccionar más, se podía archivar más.

Y el ocio de una hora más abrió las puertas para mercaderes, quienes ahora vendían sus mercancías a aquellos que ahora estaban libres y que antes estaban ocupados trabajando: se necesitaban más vendedores, más productores, más obreros, y más oficinistas.

Se necesitaba trabajar más.

Los patrones ajustaron los horarios de las horas laborales, y ahora para aprovechar esa hora extra, una hora más de debía trabajar...

Y Katya, al igual que los demás, volvieron a como estaban, pero al menos para ella no había problema alguno: solo quería un momento para sus recuerdos, y lo había tenido.

Los años pasarían, pero pronto en la mentalidad de alguien más, alguien apenas llegado a la adultez, llegaría el mismo pensamiento: veinticinco horas al día no son suficientes...

...Y el parque, ese parque del pasado, ya no estaba ahí: al aumentar la producción, las fabricas contiguas necesitaron más espacio, y ese lugar de niñez fue consumido por la mancha industrial.

No hay tiempo para juegos...se tiene que trabajar...