Todos los buenos hombres son gay: esa parecía ser una máxima que Gwen había tenido que aprender por experiencia propia una y otra vez.
Ella no odiaba el genero masculino; dejaba aquellos resentimientos para las estudiantes de estudios de la mujer de su antigua Universidad, pero no podía evitar sentir una enorme frustración ante todos los prospectos que había conocido, desde aquel que quería casarse con ella solo para apaciguar a sus padres hasta el último, a quien encontró en un club besuqueándose con otro tipo.
—¿Por qué todos los hombres tiernos, sensibles, detallistas y emotivos tienen que ser Gay?—Gwen se lamentó en una barra de un bar al que era asidua.
—Tu misma contestaste eso, niña—le respondió su mejor amiga, Chloe.
—¿Es demasiado pedir? ¿Lo es?
—Para ellos sin ¡Dios los libre de mostrar un poco de sensibilidad y consideración!
Chloe era un poco más cínica, a raíz de varias decepciones amorosas, ninguna tan sorpresiva como aquellos que le tocaron a Gwen, pero ella tenía mucho menos tolerancia para el fracaso, y como decía ella misma: "No le aguantaría mierda a nadie".
Gwen era más idealista y romántica, o como decía Chloe: Más estúpida.
Parecía imposible ¿Un metrosexual? ¡Vamos, eso es tan 2004! Duró como dos años y luego cayó en el olvido, consumido por las siguientes modas que le siguieron: un hombre bien vestido, sensible y elegante era un animal mitológico, un pájaro de fuego, inclusive un Santo Grial podría considerarse, al menos, un hombre que fuera así y que quisiera estar contigo legítimamente.
Y entonces ahí, a su lado, vio que uno le sonreía.
—¿Habré bebido demasiado?—pensó al notar que la atención se cernía en ella.
Que traje tan elegante usaba, sin duda tenía buen gusto, y no era nada barato, pero todo aquello palidecía frente a su apariencia física: tenía un rostro hermoso, digno de estrella de cine, ojos azules claros que embobaban a quien los viera, una sonrisa impresionante, agradable, que te provocaba devolverle la sonrisa, y...
—Siento la tardanza querido, el trafico era una pesadilla—dijo otro hombre tomando lugar a lado de ese gran espécimen masculino, después de haber caminado desde la dirección en la que Gwen estaba sentada.
—Dios, lo estaba viendo a él—Gwen susurró avergonzada.
Y para rematar, aquellos dos hombres se saludaron de beso: no parecían italianos, así que solo había una explicación.
—Dios...era gay...
—Te lo dije—Chloe murmuró.
Sus sospechas y suposiciones parecían volverse ley: todos los buenos hombres, sensibles, educados, elegantes, considerados eran así.
Sin humor para seguir la noche en aquella casa de la bebida, Gwen salió del lugar, a lo que pronto Chloe se le unió.
—Es que juro que no puede ser—se quejó aquel hombre que había llamado la atención de Gwen, de nombre Terry— ¡Es casi como si estuviera maldito!
—¿De que hablas?—preguntó su acompañante, un amigo cercano.
—Yo creía que le interesaba, me dio señales de eso, pero...resultó que era hetero.
—¿En serio?
—Si, creo que vi algo que no era, y no es la primera vez que me pasa ¿Por qué todos los hombres masculinos, viriles, fuertes y seguros tienen que ser heterosexuales?—Terry se lamentó.
Y es que era una cuestión sencilla en la mente de Terry: Todos los buenos hombres son heterosexuales...