Buenas a todos, esta historia la he escrito por una especie de apuesta con una muy querida amiga mía. No sé muy bien que ha salido. Por eso me gustaría compartirlo con vosotros para que me dierais vuestra opinión. Cualquier crítica, constructiva o destructiva, será agradecida, ya que es mucho mejor que nada. =) El principio no me gusta mucho cómo ha quedado, pero creo que el final lo mejora. Saludos y deseo que os lo paséis tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo.
LA ISLA DE LA VIDA
Érase una vez una preciosa isla en medio de un apacible mar que no era demasiado salvaje para las embarcaciones ni lo suficientemente suave como para que, mientras alegres niños se bañaban en él, sus preocupados padres pudieran descansar. Siempre había que estar en guardia por si acaso el mar decidía reclamar el cuerpo de alguna persona como suyo y se lo quisiera llevar al fondo para estar con él para siempre. Así mismo, la isla que rodeaban estas aguas no era muy grande ni muy pequeña, bastante fría pero muy agradable, donde no vivía ni un ser humano, lo que le daba un toque de magia.
Nunca se supo si había algún humano que hubiera querido visitar la paradisíaca isla en medio del brillante mar, pero, si así había ocurrido, estaba claro que la persona en concreto había renunciado a la idea antes de emprender su viaje. Tal vez, olvidara a dónde quería ir o decidiera, en el último momento, visitar un terreno menos inexplorado. Aunque, tal vez, ningún humano hubiera sido capaz de ver la isla desde los tiempos en los que el gran pueblo romano parecía tener el mundo en la palma de su mano.
Por aquellos tiempos, en los que hombres y mujeres todavía tenían el permiso de los dioses para visitar, e incluso vivir, en ese magnífico paisaje, podían beber de la divina fuente natural que se alzaba en el centro exacto de la isla. Esas aguas daban salud a los enfermos y podían salvar la vida a los moribundos. Peregrinos enfermos y sin ninguna esperanza recorrían distancias mayores de lo que nunca habían pensado andar con el único deseo de encontrar lo que esperaban en esas milagrosas aguas. Sin embargo, ocurrió algo terrible.
Un hombre muy avaricioso quería adueñarse de toda el agua de la fuente para su propio beneficio, aunque pensaba vender gran parte de ella a cambio de un exorbitante precio. Después de todo, ¿quién no lo pagaría a cambio de tener salud? Pero había personas que no se podían permitir ese gasto y el dolor de poder perder a un ser querido puede hacer que la gente haga cosas que nunca pensó que podría llegar a hacer.
Un amante esposo muy pobre, pero lleno de amor por su familia, no podía reunir semejante cantidad de dinero, pero su mujer necesitaba el agua. Si no, ella y el bebé que llevaba en su interior, morirían a causa de una extraña enfermedad, ante la cual, los médicos no sabían qué hacer, aparte de inútiles sangrías. El pobre hombre ya había perdido a su primogénito por culpa de un caballo furioso que pegó una coz al pequeño niño. No podía perder lo único que le quedaba, perder a su hijo fue un duro golpe pero perder a su mujer y a otro hijo, eso sí que no podría soportarlo.
Así pues, el hombre desesperado y con el único deseo de salvar a su familia, acudió a la fuente en plena noche. Sabiendo que de nada le iba a servir tratar de hacer entrar en razón al codicioso mercader, se aprovechó de la oscuridad y se acercó sigilosamente a la malvada alimaña, acuchillándole por la espalda. Desgraciadamente, el cuerpo ya sin vida cayó al lago del que provenía el deseado líquido.
El marido asustado intentó llenar una pequeña bota con agua para llevársela a su esposa con la mayor prisa posible. Sin embargo, el transparente caldo empezó a burbujear y lo que había conseguido coger se evaporó. Se agachó para reunir más, pero todos sus esfuerzos eran en vano, ya que todo desaparecía.
Repentinamente, la noche se iluminó gracias a una blanca enorme luna llena que, hasta hacía unos segundos, había estado oculta tras unas oscuras nubes de tormenta. El astro rey de la noche actuó como si de un radiante sol se tratara. Calentó el estanque con rapidez y, mientras el nivel del agua bajaba rápidamente, en el centro exacto iba apareciendo una especie de nube que giraba y giraba, aunque cada vez más despacio.
Conforme las últimas gotas del líquido desaparecían de la vista del asustado hombre, una extraña presencia hizo que el ambiente se estremeciera y que el único observador de semejante escena se sintiera como nunca antes lo había hecho. Por una parte, notaba que una gran energía inundaba su cansado cuerpo. Sin embargo, aunque notaba más fuerza que en su juventud, un terror irracional hacía que su corazón latiera como si acabara de huir de un toro loco y furioso.
- Pedro - se escuchó un susurro inquietante como si surgiera de las profundidades de la noche.
- Pedro - se volvió a oír otras tres veces hasta que el insignificante hombre recuperara la voz.
- Soy yo, mi señor - tartamudeó en una voz tan baja que hubiera resultado inaudible para un ser normal.
Pero no estaba delante de una de ellos. Era un ser divino ante el que estaba arrodillado. Lo reconoció aunque nunca pensó que pudiera tener una forma como la que estaba viendo en esos precisos instantes. Se suponía que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, pero lo que tenía delante no podía parecerse a un ser humano. Sólo para empezar, no podía asegurar si estaba ante una presencia femenina o masculina, aunque tal vez eso no fuera importante.
Su rostro era cambiante y nunca adquiría rasgos totalmente humanos. Cuando por fin aparecían unos labios y una barbilla humanos, las orejas correspondían a las de una jirafa y en lugar de nariz, se podía ver una larga trompa de elefante. Pero, aunque pudiera parecer que esa mezcla entre las características de los animales podría resultar desagradable e, incluso, aterradora, a Pedro le transmitía cierta paz; como si así se le demostrara que todos formaban parte de un mismo todo.
Pese a que se podían distinguir ciertas formas, el ser era inmaterial, como si se tratara de una columna de brillante energía que parecía estar en constante movimiento. El hombre sintió el impulso de acercarse y alzar la mano, porque creía que si intentaba tocarlo, le atravesaría sin que sintiera nada. Como si atravesaba el aire, simplemente. Pero no se atrevía a intentarlo.
A parte de lo que se podía ver, había otros sentidos que informaban de la extraña presencia. Desprendía un maravilloso olor a agua y sal, como el maravilloso aroma que se percibe en las cercanías de un mar limpio y puro; se sentía la fragancia de selvas vírgenes, de árboles enormes y de pequeñas flores. Olía a naturaleza y, como Pedro finalmente comprendió, era Naturaleza.
- Soy Gaia, pero eso tú ya lo sabías.
- Sss… sí - tartamudeó momentáneamente paralizado al darse cuenta del honor que suponía estar ante semejante presencia e, igualmente, horrorizado al darse cuenta de que debía de haber hecho algo terrible para haber atraído su atención.
- Hoy me has hecho mucho daño, ¿lo sabías? - pronunció lentamente con una suave voz que impedía entender que emoción expresaba, aunque eso se debía, probablemente, a que un simple humano no tenía la capacidad necesaria como para tratar de entender a la Madre Naturaleza. Mientras hablaba, Pedro sintió semejante dolor que hizo que llorara y que deseara que su corazón dejara de latir, para no seguir sufriendo-. Lo que tú sientes es sólo una parte de mi pena. Has asesinado a un hombre, delante de mis maravillosas aguas. Una vida ha desaparecido por unas gotas de mi regalo. ¿Te parece que eso está bien? ¿Crees que has demostrado que merecéis mi milagroso remedio ante cualquier enfermedad?
Después de un largo e intenso silencio, Pedro se atrevió a defenderse. Sabía que había hecho mal, pero la vida de su familia estaba en juego. Y no podía fallarles, no ahora que aún había alguna posibilidad de salvarles.
- Mi señora - no sabía cómo dirigirse ante ese ser, pues su cambiante voz seguía sin poder permitirle diferenciar su género, si es que tenía. Pero a la aparición no pareció importarle cómo le llamara -, sé que he obrado mal. Era un hombre cruel, avaricioso y egoísta, pero no merecía morir. Además, yo no soy quien para decidir quién debe vivir y quien debe morir. Debía haber actuado de otra manera, pero no tenía tiempo. Las vidas de mi esposa y del hijo que lleva en su vientre se están acabando. ¡Era la última esperanza! - gritó sintiendo sólo desolación-. ¡¿Es que ellos no merecen vivir?! ¡¿Cómo permitiste que semejante hombre se apoderara de tus aguas, de tu regalo?!
En cuanto esas palabras salieron de su boca sin que pudiera evitarlo, se arrepintió enormemente. Estaba ante una presencia de gran poder, y lo único que se le ocurría era insultarla, cuando la vida de su familia estaba en juego. Debía aprender a controlarse, aunque eso le supusiera una gran dificultad.
Mientras esos pensamientos atormentaban su mente, el aire a su alrededor pareció caldearse y Pedro supuso que eso era lo que se sentía al estar en las inmediaciones de un volcán a punto de entrar en erupción. Sin embargo, el tenso momento pasó y, cuando el hombre se pasaba su áspera mano por su frente, le pareció que, en vez del característico olor a huevos podridos del azufre, podía volver a oler el perfume de las flores silvestres en una dulce mañana de primavera.
- Yo no puedo luchar por vosotros, si no, nunca avanzaríais ni aprenderíais. Si os diera mi ayuda cada vez que la necesitarais, no tendría ningún sentido vuestra vida. El dolor, las malas experiencias y, sobre todo, la manera en la que conseguís seguir adelante, son la suma que os hace ser quien realmente sois. He sentido vuestro dolor y he recibido más almas de las que hubiera querido por culpa del cruel mercader. Pero teníais que vencerle vosotros sin derramamiento de sangre para demostrarme que aún se puede tener esperanza en la raza del ser humano. Sin embargo, no sólo la has derramado, sino que has permitido que su cuerpo corrupto contaminara la pureza de mis aguas.
Gaia dijo todo eso sin chillar, sin alzar siquiera la voz, ya que, de hecho, parecía incapaz de alterar el tono de su voz. Pero Pedro se aterró porque sintió la ira que esas palabras, dichas con aparente calma, ocultaban; y tuvo miedo por las consecuencias que podrían suceder a causa de su acción. Porque en esos segundos de silencio, se dio cuenta de que no se oía ni tan siquiera el piar de un pájaro despistado. No. Todos los hijos de la Naturaleza esperaban a que su Madre dictara la sentencia, que prometía ser realmente severa. Y así fue.
- Me has demostrado que no estáis todavía preparados para semejante poder. El agua ha desaparecido y no volverá a ser vista por ninguna persona hasta dentro de muchas, muchas generaciones. Volveré a daros otra oportunidad, aunque parece que sólo sois capaces de destruir todo lo que con tanto esfuerzo y amor creo para vosotros. Debes saber que ha sido culpa tuya esta vez mi castigo; pero no eres el primer hombre responsable de la desaparición de este elixir. No, os he estado dando oportunidades desde que pisasteis por primera vez mis tierras. Tenía muchas esperanzas puestas en vosotros, que parecíais ser los animales más inteligentes hasta el momento y, aunque no me termino de explicar por qué, todavía confío en que algún día no me defraudaréis. Sin embargo, hasta el momento, tarde o temprano siempre ha habido alguien que me ha fallado.
Pedro percibía la pena de ese ser, notaba su compasión hacia la raza del ser humano. Pero, en ese instante, sólo podía pensar en su moribunda mujer que estaba esperando en su pobre casa a su marido, que le había prometido que la iba a salvar. A ella y al bebé que, si no conseguía curarla, se llevaría a donde no podría seguirles antes de que él pudiera conocer a su segundo hijo. Se había prometido que no volvería a hablar irrespetuosamente a la divinidad, pero, aunque intentó controlarse no pudo evitar decir, en susurros al principio, pero gritando al final:
- Pero... Lo he hecho por mi familia... ¡¡No deben morir!!
- No, no deben – estuvo de acuerdo el ser, para sorpresa del hombre-. Tu hija será una gran mujer que hará grandes cosas por la humanidad. Sin Teresa, así deberá llamarse, el mundo no dará ese pequeño paso que hará posible que siga avanzando, ya que, desde hace algún tiempo, está estancado.
- Una niña... ¡Voy a tener una hija! – temblaba la voz de Pedro mostrando toda la emoción y el orgullo que se podía sentir ante el magnífico porvenir de un hijo.
- Pero necesitará a su madre – continuó hablando, como si el hombre que tenía delante de ella nunca la hubiera interrumpido-. Tu esposa, María, es una buena persona y será la responsable, en gran parte, del esperanzador futuro de Teresa... – y, aunque su voz no sufría ningún cambio, a Pedro le pareció que su tono adquirió un deje pensativo, así que, pensando que aún había esperanza para su familia se atrevió a seguir hablando.
- ¡Por eso hice lo que hice! Sólo por ellas.
- Entonces, estás diciendo que el fin justifica los medios, ¿no es así?
Tras pensarlo durante unos segundos, Pedro asintió con la seguridad que tienen aquellas personas que creen en lo que hacen. Porque aunque nunca había sido una persona extremadamente bondadosa o generosa sí que sabía que haría o diría cualquier cosa si eso podría asegurar el bienestar de los de su propia familia.
- Está bien. Si los medios para conseguir algo fueran realmente duros, pero el fin fuera algo maravilloso, ¿estarías dispuesto a hacerlo?
En esta ocasión los segundos de silencio se prolongaban ya que el hombre no podía contestar porque le parecía que si lo hacía, estaría firmando una especie de contrato que no se podría incumplir. El ente luminoso, ante su duda, siguió hablando.
- Si pudiera sanar a tu familia, ¿pagarías un alto precio?
- Por favor, haría lo que fuera – suplicó-. Pero no tengo nada para poder pagar; ni una pieza de cobre, y mucho menos de plata.
- ¡Oh! Pero yo no quiero materiales mundanos que provienen de mí. Yo sólo quiero que vengas conmigo.
- Iiir.... ¿A... A dónde? – tartamudeó.
- A donde tarde o temprano tendrías que ir... De vuelta a tus orígenes; de vuelta a mí. La devolución del agua sagrada está fuera de discusión y ningún ser humano volverá a pisar esa isla en mucho tiempo. Pero todavía puedes salvarlas, no necesitas mis aguas si me tienes a mí.
Pedro pensó. Si aceptaba, las perdería para siempre ya que él se iría y no sabía lo que aguardaba más allá. Pero ellas vivirían, posiblemente, una larga y feliz vida y a su hija le esperaba un importante destino. Sin embargo, nunca llegaría a conocerla, aunque tal vez fuera para ella mejor eso que el recuerdo de un padre que la abandonó antes de que naciera siquiera. Pero, intuía que tampoco podría despedirse de su esposa, a la que amaba más que a nada.
- En eso te equivocas – Pedro se sobresaltó al oír lo que le decían, aunque, después de pensarlo un poco, no tenía ningún misterio que ese ser pudiera ver en lo más profundo de su mente y de su corazón-. Sí que podrías despedirte, pero en sueños. Mientras ella está inconsciente podrás visitar su mente y despedirte mejor que de la otra manera. Despierta estará débil y delirante, pero en su sueño será tan hermosa como siempre y podrás estar con tu pequeña hija. Te prometo que será algo real y que ambas lo recordarán siempre. Después de todo, Teresa necesita conocer a su padre y podrás decirle todo lo que quieras a María.
Por otra parte, si no aceptaba el trato, también las perdería y ahí sí que no había posibilidad de despedirse. Además, no podría vivir consigo mismo sabiendo que si María y Teresa no seguían con vida era sólo por su culpa y egoísmo. Realmente, no había ninguna elección que hacer. En el fondo siempre había sabido que haría todo lo que fuera necesario para salvarlas y Gaia parecía también saberlo. Si era capaz de quitar una vida por conseguirlo, cómo no iba a entregar la suya gustoso. No pronunció ninguna palabra, ya que tampoco hacía falta.
- Ven, abrázame – y al decir esas dos insignificantes palabras se podía distinguir en su voz una dulzura infinita y un amor incondicional. Sólo como el que una madre podría sentir por su hijo, una que desearía lo mejor para él y nada de sufrimiento.
Se acercó al ser tembloroso, pero cuanto más próximo se encontraba, menos temía. Por que, ¿cómo iba a tener miedo si iba hacia algo tan maravilloso y con ello podría salvar a su familia? Extendió los brazos, como si quisiera envolver entre ellos a ese ente de aspecto gaseoso, pero nunca lo llegó a tocar. Cerró los ojos y, durante un único instante, no notó nada más que oscuridad.
***
Al siguiente segundo, una radiante luz como nunca pensó que podría ver atravesó sus párpados cerrados iluminando su interior y haciendo que sintiera una calidez extrema, como la que suponía sentiría un bebé en el vientre materno. Abrió lentamente los ojos para ver cómo esa mágica luz iluminaba su mundo desvelando un paisaje que ni siquiera se consideraba digno de ver con sus humanos ojos. El velo gris del mundo al que había estado atado durante tantos años se levantó finalmente y todo se convirtió en plateado cristal. Y entonces fue cuando se vio una blanca orilla. Y más allá, la inmensa campiña verde, tendida ante un fugaz amanecer.
Y allá en medio de los altos tallos verdes y unas preciosas rosas rojas que parecían salpicar el terreno como si hubieran sido colocadas estratégicamente para guiar al viajero perdido hasta la inmensidad de un frondoso bosque, vio a dos hermosas mujeres. Una de ella era a la que había amado durante toda su vida, y, aunque a la otra no la había visto nunca, supo que ya la conocía y que la querría durante toda la eternidad. Se acercó despacio y miró a los ojos de la desconocida mujer.
- Teresa - susurró una única palabra, llenándola de más significado del que le podría haber dado añadiendo todas las expresiones de amor que había oído durante toda su vida.
- Sí padre, soy yo – y una radiante sonrisa se extendió por los rostros de padre e hija mientras se fundían en un cálido abrazo-. No – susurró al oído del hombre que le rodeaba tan fuertemente con los brazos, cuando notó que abría la boca para hablar -, no hacen falta preguntas ni palabras inútiles. No estropeemos este momento ya que sé todo lo que podrías querer decirme gracias a Gaia y yo también te querré siempre.
Pedro se separó lentamente haciendo caso a lo que su hija le había dicho. Prefirió emplear el tiempo en memorizar los rasgos de su preciosa niña, ya que sería la única vez que la vería hasta dentro de, al menos eso esperaba él, muchos años. Sonreía agradecido de tener una hija tan dulce, maravillosa e inteligente. ¿Cómo no habría de hacer grandes cosas? Esa franca mirada y esa contagiosa sonrisa pondrían poner fin a todos los tormentos que un ser humano podrían sentir en su vida. ¡Qué orgulloso se sentía!
En ese momento dirigió la mirada hacia la mujer a la que había entregado su amor tantos años atrás, la misma por la que iba a dar la vida gustosamente. Los ojos oscuros de María eran profundos y, si no se encontraran en un lugar tan perfecto, estarían llenos de lágrimas ante la idea de perder a su marido para siempre. La infinita extensión que se alzaba en torno a ellos hacía que se sintieran en paz, pero se notaba una tristeza enorme en el fondo de sus ojos, que siempre habían sido capaces de mostrar hasta la más mínima emoción de la mujer. María no sabía muy bien qué decir, así que le dedicó a Pedro una de esas sonrisas que habían hecho que el chico más popular y deseado del pueblo no se rindiera hasta que consiguió su mano y su corazón.
- María, yo… - pero Pedro se quedó sin voz, no encontraba la manera de despedirse de ella-. ¿Sabes? Nuestra preciosa hija se llamará Teresa. Es un buen nombre, ¿no te parece?
- Sí, es un buen nombre – dijo entre risas-. Además, ya me habían informado de cómo tendré que llamar a nuestra hija una vez que haya nacido. Aunque tampoco podía negarme, es un nombre que me gusta mucho, mi abuela se llamaba así, ¿recuerdas?
La joven que oía la conversación de sus padres, aunque intentaba dejarles intimidad, se rió. Y a su padre le pareció el sonido más encantador que había oído en su vida. Mucho más que el melodioso piar de los pájaros en las frescas mañanas de primavera, mejor aún que la canción del fuerte viento que soplaba de un lado al otro del mundo sin importunarse por la efímera vida de los mortales e incluso más dulce que la primera risa de un bebé recién nacido. Y eso era porque su niña era especial.
- Pero, ¿quién te lo ha di…? Ah… Ya sé -. La sonrisa de María fue la única respuesta que necesitaba para confirmar lo que ya sabía. Notaba que se le acababa el tiempo, por lo que decidió apresurarse.
- Escucha, María, yo hice algo muy malo. No –dijo al ver que su amada mujer intentaba contradecirle -, ya sabes que no fue lo correcto, pero estaba desesperado. Ahora vosotras tendréis una buena vida, y eso es lo único que importa.
- Sé lo difícil que tiene que ser la decisión que has tomado. Así que, te doy las gracias – aunque en un entorno tan tranquilo parecía algo fuera de lugar, vio como el labio de su esposa empezaba a temblar, como cada vez que se entristecía porque ocurría algo que no sabía cómo cambiar.
Pedro estalló en carcajadas y dijo entre tantas risas que apenas podía entenderse lo que decía:
- En eso te equivocas. Nunca he tomado una decisión tan fácil. Saber que haces lo correcto y lo que tu corazón más desea, facilita mucho las cosas. Y vosotras debéis seguir viviendo – al decir esto, ya volvía a estar serio, reflejando la sinceridad de las palabras que decía. Sin embargo, no podía evitar sonreír con ternura-. El mundo os necesita, a las dos, y debéis ser felices. Nunca os olvidaré, mis lindas mujeres.
Mientras la sonrisa de Teresa expresaba los sentimientos que no hubiera podido declarar en voz alta, María se echó a los brazos de su amante esposo y le susurró al oído que ella tampoco le olvidaría nunca y que contaría los días para volver a estar a su lado. Aunque no apresuraría el encuentro, pues, sin duda, su hija la necesitaría.
- Pero María – dijo entre susurros su marido – tú eres joven y comprendería que siguieras adelante con tu vida. Mereces ser feliz y no añorar el viejo recuerdo de un hombre que ya no podrá cuidarte ni alimentarte. No debes estar sola.
- Yo ya soy feliz, y nunca estaré sola – protestó la mujer-. Tengo a Teresa. Y te tengo a ti. Te esperaré cada noche, mientras duerma, en mis sueños.
- Y yo estaré ahí – aseguró al sentir en su interior que Gaia aprobaba esa idea-. Entonces, esto no es una despedida.
- No, no lo es – suspiró María agradecida.
- No, padre, no lo es. Es sólo un "hasta pronto". Pero ahora debes irte. Han venido a buscarte. Te quiero, papá.
Nunca jamás olvidaría esa frase, ni lo que sintió cuando su pequeña se la dijo. Soltó despacio a su mujer y se acercó a su niña, besándole tiernamente en la frente.
- Y yo a ti, más que a nada y tanto como a tu madre.
- Lo sé – y con una sonrisa Teresa se desvaneció en el aire volviendo al cálido y agradable hogar que tenía en el vientre de su madre.
Ahora sólo quedaba una mujer de la que despedirse. Pero no sabía si tendría el valor de decir adiós. Enseguida recordó que no había necesidad de hacerlo, sólo debía decir "hasta pronto". Así que dijo las dos palabras más simples y, sin embargo, sinceras que podría decir, pero que pensaba que no había dicho lo suficiente durante su vida.
- Te quiero.
- Yo también te quiero, Pedro.
Y ambos se fundieron en un largo y dulce beso que ninguno de los dos quería que acabara. Sin embargo, mientras el hombre rodeaba a su esposa con los brazos, notó cómo se desvanecía. Pero no trató de detenerla. La dejo ir porque tenía una vida que vivir y disfrutó esos últimos segundos del beso más maravilloso que habían compartido.
Estaba con los ojos cerrados y no quería abrirlos. Se sentía en paz aunque su familia se había ido. Estaba solo, pero eso no era cierto. A su lado estaba Gaia y le dijo lo único en lo que podría pensar en ese momento:
- Gracias por salvarlas.
- No, gracias a ti por dar tu vida para dejar que ellas se quedaran con la suya. Sin tu sacrificio no podría haberlas curado. Hay muchas cosas que puedo hacer, pero un sacrificio como el tuyo, llevado a cabo por el amor que sientes por tu familia, es tan poderoso que hace que sea posible hacer lo que he hecho.
Mientras mantenían la conversación se movían en dirección al frondoso bosque que se veía en la lejanía, siguiendo el camino de rosas. Pedro andaba a grandes zancadas, pero no se cansaba. No notaba ni sueño, ni hambre ni dolor de ningún tipo. Ahora era su alma en estado puro, ya no tenía que padecer la mortalidad de su cuerpo. El ser divino se iba deslizando, como si fuera llevado por el viento, ya que no parecía si quiera que tuviera la consistencia necesaria como para apoyar su cuerpo en el suelo.
- Y, ¿ahora qué? – preguntó curioso de saber qué debería hacer a continuación.
- ¡Oh! Tú vas a tener una importante misión. De hecho, no me atrevo a confiársela a nadie más.
Pedro estaba decidido a cumplir lo que se le iba a pedir. Bastante había decepcionado ya a Gaia y no pensaba volver a hacerlo.
- Tendrás que cuidar de María y Teresa e impedir que les ocurra nada malo. Bueno, claro está, eso si quieres el trabajo.
- ¿De verdad? – radiante de alegría no podría creerse su buena fortuna-. ¡Claro que quiero! ¡Eso es fantástico! Y, ¿durante cuánto tiempo podré hacerlo? ¿Durante todas sus vidas? – preguntó esperanzado de poder cuidar de ellas, aunque lo más probable era que ellas no le vieran a él.
- Sí, hasta que ellas vengan aquí, dentro de muchos años. Pero será un trabajo tan arduo que sin duda alguna necesitarás ayuda. Por fortuna, ya tengo pensada la persona ideal para ese encargo.
Pedro no comprendía y extrañado dirigió la mirada hacia donde miraba Gaia. Ahí, dentro del bosque y apoyado en un grueso árbol que parecía moverse ligeramente como si respirara, había un hombre. Un hombre en el que al principio sólo podía ver al niño que un día fue. Con su pelo moreno y corto, su baja estatura, los dientes separados y algunos caídos y, sobre todo, con esa sonrisa que confirmaba a sus padres que algún día sería un buen hombre, si no hubiera sido por el caballo.
- Es mi Juan – apenas podría creer lo que veía, lo cual era extraño después de todo lo que había presenciado. Había visto a su hija que todavía no había nacido convertida en una hermosa joven. Era lógico que se encontrara con que su hijo tenía el aspecto de un hombre fuerte y honesto, aunque lo perdió cuando sólo era un crío.
- Sí, es él. Lleva esperando este momento con ansias, y supongo que tú también.
Pedro ni tan siquiera contestó, no podía apartar la mirada de su hijo, con el que estaba apunto de juntarse y al que tanto había echado de menos. En apenas unos instantes volverían a estar juntos. Y ambos serían los responsables de cuidar de las mujeres a las que ambos querían. No podía imaginar nada que pudiera ser más perfecto.
- Y entonces podremos estar todos juntos – dijo finalmente.
- Sí – susurró Gaia con la dulzura de una madre que ve cómo su hijo es completamente feliz -, podréis estar juntos para toda la eternidad.
Y esa promesa era lo único que necesitaba Pedro para esperar a su esposa y a su hija. Pero primero, Juan y él verían como ellas vivían una larga y feliz vida. No había prisa, tendrían todo el tiempo que quisieran.
- Para siempre – dijo ilusionado mientras se introducían en aquel bosque que había parecido más lejano y que prometía desvelar muchos secretos y maravillas. Pero, en ese momento, no importaba. Estaba a tan solo unos pasos de Juan y abrió los brazos para apretarle contra él. Ya descubriría todas las preciosidades escondidas en la espesura cuando volviera a juntarse con maría. Ahora sólo tocaba esperar.
FIN.
Fdo. Selenia.
Bueno, lo dicho, si habéis llegado hasta aquí, un pequeño review no sería un gran esfuerzo para vosotros, pero a mí me llenaría de ilusión ^.^. ¡Un beso para todos!