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—Eres persuasiva —sonrió, resignándose a que jamás tendría el control en esa relación.

—Te dije que sucedería con o sin tu consentimiento —sonrió con las mejillas más arreboladas que nunca.

Dave, ya con el vaquero desabrochado, la abrazó por la cintura y la besó, procurando que su calor eliminara todo el frío que había pescado afuera. Sin dejar de saborear aquellos labios rojos, acarició la curva de la cintura hasta pasar la mano debajo del fino elástico negro, aunque sin moverlo.

Mientas sus caricias se volvían más atrevidas, sentía como Ann iba perdiendo la seguridad en sus brazos. Se dijo que estaría atento y pararía si ella no parecía convencida. Pero la inseguridad que sentía en ella no era por falta de convicción, sino por inexperiencia. La alejó para verla de pies a cabeza y sonrió al saber que ella era consciente de lo que producía en él. Había elegido un atuendo que en ninguna vida el podría haber resistido y lo miraba con aquella mirada inocente pero atrevida que lo volvía loco.

Sin soltarle la mano, se sentó en la cama y tiró de ella para hacerla apoyar las manos en sus hombros. La miró una vez más como pidiendo permiso y ella le acarició el cabello con una sonrisa. Dave le acarició las piernas y le besó el vientre algo abultado, suave y con aroma dulzón. Se había preparado para ello, se dijo sin distraerse. Arrastró sus manos hasta la espalda de Ann y desabrochó —no sin luchar— el sostén negro y púrpura de encaje. Se le secó la boca para inundársele al instante. Él se sabía listo y dispuesto, pero tenía que tratarla con delicadeza. Le acarició los pechos con los pulgares y dejó que sus manos los apretaran con un poco más de rudeza, lo que a ella pareció gustarle, porque lanzo un suave gemido que le aceleró la respiración. Tiró de las rodillas de Ann para que quedaran una a cada lado suyo, sobre el colchón y enterró el rostro entre los senos pálidos, repartiendo besos y dándose el lujo de dejar un rastro tras el camino de su lengua.

Ann se deslizó hasta sentarse sobre su regazo y besarle los labios con dulzura y hambre incomprendida. Dave la abrazó y se giró hasta recostarla en la cama. La besó un poco más y volvió a sus pechos, más que por obsesión, por prepararla para recibirlo. Se irguió para quitarse los vaqueros bajo la atenta mirada de Ann, quien lo sorprendió no pidiéndole que apagaran la luz. En segundos, estaba desnudo, sonriendo algo sonrojado ante los ojos de su novia fijos en él. Gateó sobre ella y le besó los labios, guiando su mano por el centro del cuerpo femenino y curvilíneo. Ella tomó aire y se contrajo cuando comenzó a acariciarla, a sentir la humedad en sus dedos. La respuesta del cuerpo de la castaña lo terminó de dejar boquiabierto: estaba más que listo para él.

Agotando su cuota de control tras meses de abstinencia, se echó sobre la mesa de luz en busca de un preservativo que abrir y poner en su lugar. Ella, respirando agitadamente, no preguntó por qué su repentino atropello. Mientras él se preparaba, observaba los senos redondos caer y temblar con cada movimiento respiratorio y sólo conseguía animarlo más.

—¿Estás lista? —Preguntó en voz baja. Sabía que su cuerpo lo estaba, pero ella quizás no lo estuviera.

Ann asintió, pero no se movió, el cabello esparcido por las almohadas y las manos junto a su cabeza. Estaba maravillada por el cuerpo desnudo de Dave, pues nunca lo visto y era espectacular. Nada comparado con su cuerpo, sus kilos de más y carnes flojas. Pero no le importaba, Dave ya sabía cómo era ella y de todas formas estaba excitado por sus formas de mujer, no se escondería de él. Lo dejó arrastrar la última prenda, no sin acariciarle las piernas, los pies, besarle el empeine de cada uno. Se acomodó entre los muslos y se recostó sobre ella, lentamente. Esperando que se quejara del dolor al igual que lo había hecho Rose la primera vez.

Ann sintió en su cuerpo cada movimiento, pero más allá de una ligera incomodidad, ningún dolor espantoso como el que leía en las novelas pasó por su cuerpo. Dave la miró a la espera, pero nada sucedió, así que volvió a embestirla una y otra vez. Cada vez más fuerte, más rápido, agitándola, excitándola. Llevándola al límite. Ann tenía calor, estaba transpirada, el pelo se le había engrasado y su cuerpo ya no olía a flores. En medio del placer, se deleitaba viendo los músculos del abdomen de su novio contraerse con cada embestida, empapados de sudor. Le dolían las piernas, pero no podía relajarlas, y los dedos de David le perforaban la carne, pero pese a ello, no podía dejar de gemir, de clavar las uñas en las almohadas debajo de su cabeza y arquear la espalda hasta perder los ojos en la cabecera de la cama.

No podía hablar, tenía saliva de más en la boca y tampoco podía tragarla, la tensión parecía irle a romper los tendones, a agarrotar sus músculos. Iba a romperse, pero no lo hizo. Un segundo después de creer consumirse, su cuerpo se relajó hasta quedar hecha una seda. Sudada hasta brillar a la luz del velador, dejó que sus piernas cayeran sobre el colchón y que sus manos liberaran a las pobres almohadas. Dave cayó sobre ella y rodó para recostarse boca arriba y recuperar el aliento.

—¿Te dolió? —Quiso saber, mirándola. Ann sonrió.

—Ni un poco. No era tan terrible, ¿has visto?

Dave le sonrió y le besó los labios con dulzura antes de proponerle una ducha juntos que ella no rechazó.

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Rose se veía como una princesa, de blanco con el cabello hecho bucles en cascada por su espalda y una cola larga repleta de piedras brillantes. La fiesta era la más concurrida que Ann había visto en su vida, y toda era gente adinerada que vestía ropas demasiado caras para el entendimiento de Dave o ella. El locutor había anunciado que las solteras debían juntarse, antes de que la novia se fuera derecho a su luna de miel, para recibir el ramo. Ann rodó los ojos con una sonrisa y Dave rió.

—Ve, es tradición.

—Soy muy joven para casarme —suspiró ella, pero le besó los labios y se puso de pie antes de seguir al tumulto de solteras, que no eran pocas y que estaban desesperadas por ese ramo.

Rose le sonrió y le guiñó un ojo, que ella respondió con un beso lanzado con la mano. Tam no participaba, pero estaba sentada sobre el regazo de Mike, cosa que la sorprendió muchísimo, y con una sonrisa de oreja a oreja, aplaudiendo a las concursantes. La blonda se dio vuelta e hizo volar las rosas color salmón por el aire. Antígona siguió su trayectoria y extendió los brazos para atraparlas, pero el ramo cayó en las manos de una muchacha no muy agraciada que se encontraba a un metro de ella. Todas aplaudieron, algunas con más sinceridad que otras. Rose había saludado ya a todos y caminaba hacia la limusina que los llevaría al aeropuerto. La castaña corrió lo que le permitieron los tacos y la llamó. En cuanto Rose se volteó, se le echó al cuello y la abrazó con fuerza.

—Lo cuidaré por las dos —le susurró al oído—. Que seas muy feliz —la blonda se permitió soltar unas lágrimas y correspondió el abrazo antes de marchar.

Dave, desde lejos, admiró la escena y frunció el seño sin entender. Ann se acercó, se sentó a su lado, tomó su mano y le besó los labios.

—¿Qué fue eso? —Preguntó él.

—Oh, nada. Te ves precioso en el traje, ¿te lo dije ya? —él carcajeó.

—Varias veces.

—Una suerte para ti que no atrapara el ramo —bromeó ella.

—¿Crees que aborrezco la idea de casarme contigo? —sonrió abrazándola por sobre los hombros.

—Cuidado con lo que dices, Richmond, que me emocionaré con la idea —Dave la besó con más amor que nunca y le dedicó una sonrisa limpia.

—Emociónate, porque es una posibilidad fuerte —le susurró sobre los labios, antes de besarla otra vez.