Butterflies
La sala estaba prácticamente sola, excepto por unas cuantas personas que acudían por morbo a ver a la joven ser tomada presa. Otras más, sonrientes por saber que pronto dictarían su sentencia y no volverían a ver su rostro en mucho tiempo. Creían ingenuamente que castigar a otra persona aliviaría sus pesares, que haría renacer a sus seres queridos, pero no era más que una simple auto-consolación por medio de la venganza. Sus padres no estaba, como era de esperase, jamás se expondrían a salir en la prensa en esa situación tan humillante, no deseaban acabar con su buena reputación familiar. Pero lo que no entendían, era que ya estaba arruinada.
La joven de cabellos negros, de mirada soñadora y aspecto aniñado, observaba con encanto a través por la ventana a las más hermosas criaturas del cielo. Las mariposas exponiéndose en todo su esplendor, viajando al norte en busca de la primavera y sus coloridas praderas llenas de jugosas flores silvestres.
Sonrió libremente ignorando por completo todas las miradas molestas, dolidas y acusadoras que se posaban en su espalda. Sabía que había hecho mal, pero sentía que una parte de su corazón se encontraba completo, rebosando de una extraña felicidad y satisfacción al recordar aquellas palabras de comprensión que tanto había anhelado meses atrás.
Dos golpes del mazo al pedestal les advirtieron a las personas que estaba por comenzar el juicio. El juez de aspecto cansado y cabello blanco, dejó el mazo sobre la mesa y acomodó sus lentes con una de sus manos venosas para leer un pedazo de papel y dar una introducción de los delitos cometidos.
—Isabel Gastélum Beltrán—llamó autoritario—Se le acusa de cometer dos asesinatos en primer grado. Asesinando al joven Efrén de la Cruz y a la joven Martha Aguirre. ¿Cómo se declara de éstas acusaciones?—preguntó aquel viejo hombre con toga negra.
—Culpable, su señoría—admitió con seguridad.
Meses antes…
La obra estaba a punto de comenzar, así como de la misma forma los nervios se evaporarían en una facción de segundo después de tocar el escenario. Los actores gritaban por lo bajo, completamente emocionados por estrenar la obra Blanca Nieves. Aunque seguía siendo una obra infantil, todavía se sentían los nervios a flor de piel junto con aquella alegría al contemplar la peculiar historia de la joven adolescente.
— ¡Isabel! ¡Isabel! —gritó una joven de aproximadamente diecisiete años. Isabel volteó y la miró vestida de la malvada reina Grimhilde. Rió al descubrir ciertas imperfecciones en su vestuario, como que estaba mal acomodado, los colores no eran los mismo que los originales sino más opacos, aparte de que la corona parecía ser la más falsa de todas.
—Vaya Lety, ¿de dónde sacaste eso? ¿De Burger King? —inquirió en modo de broma.
—Que te importa—Lety se limitó a sacarle la lengua—Al menos yo tengo un papel importante ¿Qué se supone que eres tú? Una avispa que sólo decora el escenario.
Isabel miró su vestuario instintivamente; consistía en un leotardo negro junto con una falda unida a él, unas zapatillas de ballet color azul rey, acompañado con unas mallas blancas. Ella misma se había encargado de darle unos últimos detalles para hacerse lucir hermosa, como los falsos brillantes alrededor de su falda y unas imponentes alas que radiaban distintos color a la vez, desde el azul hasta el rojo. Lucía encantadora, pero lo malo era que estaría detrás de toda escena, nadie podría apreciarla con claridad.
—Soy un lepidóptero—se quejó frunciendo el ceño. Su amiga hizo una mueca incomprensible.
— ¿Un qué?
—Una mariposa—aclaró con algo de rudeza.
—Sea lo que sea, no creo que destaques mucho. Debiste elegir un mejor personaje. Hubieras estado perfecta para Blanca Nieves, no sé por qué no lo aceptaste—le reclamó Lety poniendo las manos sobre sus caderas.
—No me importa ser esa niña tonta, yo quería ser una mariposa y ahora soy una mariposa—masculló entre dientes, notablemente disgustada. Lety lo notó y dio un paso atrás al mismo tiempo que levantaba las manos.
—Lo siento Isa. Había olvidado lo mucho que te afecta que te digan cosas malas sobre las mariposas, lo siento—se disculpó con sinceridad. Isabel abrió sus palmas y asintió soltando un profundo suspiro.
—No te preocupes.
—Ahora, creo que te falta algo para que seas toda un linda ledipo…—titubeó confundida.
—Lepidóptero—corrigió.
—Sí, eso. Creo que te falta maquillaje.
Leticia se encargó de maquillarla, para que su rostro se viera igual de impresionante que sus gigantescas alas. Necesitaba algo que llamara la atención hacía sus finas facciones pero no algo muy llamativo. Decidió pintar su cara de blanco, los pómulos de un tono azul, y los ojos con una sombra del mismo color pero de un modo más tenue. Cuando terminó, le tendió un espejo.
— ¡Tarán! —vociferó haciendo un ademán. Isabel estaba atónita, su mirada se veía penetrante y su cutis tan suave que hasta daban ganas de tocarlo hasta el cansancio. Le agradeció a Lety y ambas salieron al escenario cuando dieron el último aviso.
La obra fue todo un éxito y todos salieron a festejarlo. Algunos de sus compañeros del colegio salieron con sus padres, mientras que ella y algunos más fueron a comer pizza en un local cerca del colegio.
Días después regresaron a las clases. Isabel caminaba tranquilamente por la acera, mirando el cielo como de costumbre, ignorando a las personas que pasaban a su lado e incluso a los autos que circulaban por la calle a toda velocidad. Sus ojos no se despegaban de las nubes a menos que tuviera que cruzar una calle o hacer una actividad que requiriera de su vista.
Fue entonces cuando miró unos frondosos árboles y encontró un capullo colgando en una de sus ramas superiores. Su lado protector salió a flote y trató de alcanzarlo para ver si estaba bien sujeto, pero antes de llegar a tocarlo se arrepintió. No quería lastimarlo y sabía que la naturaleza y su supervivencia harían el resto para que ese capullo terminara su metamorfosis.
Lo miró desde abajo, completamente hechizada por la hermosura de la vida. Siempre le había fascinando todos los seres vivos que tenía que sobrevivir a toda costa con tal de reproducirse y nunca extinguirse. Eran grandes ejemplo de vida, pero aun más lo eran las mariposas. Había leído que viajaban por todo el mundo, en busca de alimento, refugio y pareja. Pero nunca había comprendido por qué realmente lo hacían. Por qué arriesgar su corta vida y soportar penumbras, depredadores, hambre y la negligencia de los humanos, todo tan sólo para entregar un nuevo ser al mundo.
Nunca entendió eso, y quizás nunca lo haría.
Dejó de mirar por un momento aquel capullo y miró la hora en su teléfono. Se estaba haciendo tarde y si seguía perdiendo más tiempo en ese lugar, seguramente la castigarían por llegar retrasada.
—Vendré mañana capullito, no te apresures por salir, yo te cuidaré para que no te pase nada—le habló aunque no pudiera entenderle, y con una sonrisa se apartó de ahí.
Los próximos ocho días se volvieron rutinarios. Isabel salía con tiempo de anticipación al colegio sólo para observar por unos cuantos minutos aquel cambio metabólico y morfológico de la oruga, que pronto dejaría de ser una larva terrestre para convertirse en un insecto volador.
Aquella transformación le llenaba el corazón del más puro orgullo y esperanza. Ella deseaba con todas sus fuerzas llegar a ser una mariposa, tener aquellas alas que la impulsaran hacía aquel espacio infinito que era el cielo, sentir la brisa marina, tocar las nubes y tener el poder de observar todo desde lejos. Aunque su vida durara pocos días, quizás semanas o máximo nueve meses, no importa, ya que disfrutaría de la experiencia extraordinaria de poder volar.
Ella anhelaba tener ese aspecto frágil pero con mil armas de supervivencia resguardándola, ya que en la realidad no podía defenderse ni del más inocente golpe u ofensa. Anhelaba poder encontrar una pareja que permaneciera a su lado siempre, tener ese peculiar ritual de feromonas para atraer a un macho, ya que ella no podía ni siquiera entablar una conversación con algún hombre decente. Anhelaba viajar a distintos países, conocer diferentes personas y culturas, y no sólo las cuatro paredes de su habitación o el aula del instituto. Quería recorrer kilómetros y kilómetros junto a miles de millones de compañeras, sin sentirse sola ni un minuto, como sucedía en su actual vida por tener sólo una amiga.
Llegó al pequeño bosque con cámara en mano, se adentró a él con familiaridad, y ubicó rápidamente el árbol que le pertenecía a su nuevo amigo. Tomó algunas fotos de él y notó conmocionada como el capullo comenzaba a agrietarse poco a poco, dejando expuestas una parte de sus alas color azul con negro. Usualmente la metamorfosis tardaba aproximadamente tres semanas, por lo que pronto sería el día en que renacería como una nueva y diferente criatura. Le hizo unos cuantos mimos y habló unos cuantos minutos con él antes de seguir su trayecto al colegio.
Al día siguiente hizo lo mismo pero ésta vez se encontró con un muchacho de su edad arrojando piedras hacía el árbol, tratando de derribar y asesinar a capullito.
— ¿Qué estás haciendo? ¡¿Qué diablos crees que estás haciendo? —se alarmó y se acercó apresuradamente tratando de parar la agresión del chico.
—Sólo estoy jugando, no seas exagerada—respondió con expresión presuntuosa.
Aquel chico nunca le había caído bien, vivía cerca de su casa y siempre la trató como poca cosa, ignorándola cuando le hablaba, retándola e insultándola de vez en cuando. Lamentablemente también asistía en el mismo colegio que ella, por lo que estudiar allí se volvía aun más insoportable.
— ¡Deja de hacer eso Efrén! ¡Lo vas a lastimar! —suplicó mirando con sufrimiento la rama del árbol temblar después del impacto de una piedra. Efrén rió y arrojó con malas intensiones otra piedra con más fuerza, ésta impacto directo al capullo que sin más cayó al suelo.
— ¡Ups! No pensé atinarle tan fácil—se carcajeó el joven.
Isabel miró con lágrimas en los ojos a capullito tirado entre las piedras y hojas secas. Sus alas azules, las que comenzaban a salir, ahora estaban totalmente inmóviles, sin vida. Una gran sensación de ira, desesperación y frustración se acumuló en su cuerpo, en sus manos y sobretodo en su mente, que le hizo olvidar por un momento lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Tomó una gran piedra y la arrojó con todas sus fuerzas a la cabeza de Efrén, que se encontraba distraído. Dio directo en su sien y abrió una gran herida en su cabeza. El joven cayó en el suelo como había caído capullito, con la excepción de la sangre.
— ¡Arg! ¿Qué diablos hiciste? —se quejó Efrén agarrándose la cabeza con inmenso dolor. Su alrededor daba vueltas y le era imposible levantarse.
Isabel, cegada por la ira, caminó deprisa y tomó nuevamente la misma piedra. Se sentó a horcadas sobre él, bloqueando aun más sus torpes movimientos. Lo tomó por el cuello y le hizo que la mirara a los ojos.
— ¿Te gustan las mariposas? —preguntó de improviso.
— ¿Qué dices? —inquirió el muchacho con confusión y cierto miedo, notando la manera amenazante en que Isabel movía la roca en su mano.
— ¿Qué si te gustan las mariposas? Responde—ordenó fuera de sí.
— ¡Sí, sí! ¡Me gustan mucho! —mintió tratando de que lo dejara en paz, tratando de escabullirse de la culpa.
—Entonces dime ¿por qué migran las mariposas? —inquirió acercando la piedra a su rostro, limpiando por un momento la sangre que había manchado su mejilla con su dedo.
— ¿Qué?
— ¡¿Por qué migran? ¡Dímelo! Deberías de saberlo—le gritó apretando su cuello y alzando la piedra para tomar impulso.
—N-no lo sé—su voz tembló con temor.
—Lástima.
Y sin piedad comenzó a golpearlo con la piedra rugosa con furia desencadenada. Haciendo que su cara se llenase de sangre, rasgando el tejido, la piel, abriendo heridas profundas hasta dejarlo inconsciente. O eso creía ella hasta que se levantó de él, y notó sus ojos opacos, su boca abierta y su cuerpo completamente inerte.
Lo movió un poco y éste estaba tan flácido como una gelatina. Isabel tembló y miró por un momento su pecho, definitivamente no respiraba. Tembló y se abrazó a sí misma, arrepentida por lo que acababa de hacer. Tomó una flor de un árbol y la deposito tiernamente en el pecho de Efrén. Luego se fue, como si nada hubiese ocurrido.
Los días fueron transcurriendo con tranquilidad, excepto por la tristeza que se reflejaba en los ojos de Isabel después de perder algo tan preciado para ella. Se había informado sobre la muerte de Efrén al día siguiente de su hallazgo y había sepultado su cuerpo hace dos días. Ella no asistió, hubiera sido demasiado hipócrita de su parte. Sólo se limitó a soportar las concurridas conversaciones en donde el espeluznante asesinato de Efrén había sido cometido por un salvaje hombre que había escapado de un psiquiátrico. Guardó silencio y se mantuvo quieta cuando escuchaba hablar de él. Quería pensar que Efrén era un buen tipo que no es merecía la muerte, pero entre más lo pensaba más salía a flote los recuerdos en que él acababa con la vida de capullito de una manera desinteresada. No quería despreciar ni comparar la vida de un humano con la de un animal… no importaba, para ella siempre habían sido iguales, todos eran una creación divina, excepto que los humanos eran conscientes de sus errores, rompían las reglas cuando querían; si lo deseaban, no se reproducían, no crecían mentalmente, pero benditamente siempre terminaban muertos.
La última clase había terminado y había decidido sentarse en el patio trasero para entretenerse un rato. No tenía muchas cosas que hacer, sus padres nunca estaba en casa, siempre ocupados con su trabajo y sus cosas, las que insinuaban que eran más importantes que ella, su propia hija. Sus amigos, que decía sus amigos, su única amiga era muchísimo más divertida y sociable que ella; siempre la invitaban a fiestas, se reunían con ella para hacer trabajos en equipo, era la primera que elegían cuando organizaban equipos de futbol por ser ágil y rápida. Ella no era nada a comparación de ella. No era que Lety nunca la invitara a unírsele, sino que ella no quería hacerlo, creía que si estaba mucho a su lado las demás personas también se alejarían que Leticia, y no quería que sufriera lo mismo que ella.
Se sentó de espaldas contra un denso árbol, el más alejado de los edificios y de la multitud, y se dispuso a garabatear en su inseparable cuaderno de dibujo. Comenzó a tratar líneas sin trayecto alguno, sin destino definido, hasta que se dio cuenta que estaba dibujando una mariposa. Sonrió ligeramente complacida, hasta que un bostezo le informó de su deplorable estado. Cerró los ojos y trató de ajustar su cuerpo a las deformidades de las raíces. Comenzaba a descansar cuando de pronto, escuchó unas silenciosas y burlonas risas.
Abrió con cansancio un ojo y vio a dos chicas observándola con diversión. Una de ellas sostenía un teléfono en la mano y parecía tomarle fotos. Aquella chica se cubrió la boca para evitar reírse a carcajadas para no despertarla, pero cuando la vio abrir los ojos, dejó de hacerlo. Una prominente risa brotó de su garganta.
— ¡Por dios Isabel! ¿Acaso tus padres ya se dieron cuenta que eres una desgracia para la familia y te botaron de la casa?
Dicho esto, las dos jóvenes estallaron a carcajadas, en un acto del más puro egoísmo y crueldad adolescente. Isabel frunció el ceño y abrazó sus rodillas, tratando de ignorarlas.
—Oh, vamos. No te deprimas, no queremos que te suicides… o pensándolo mejor, creo que nadie te extrañará—y volvieron a reír.
La chica de cuerpo estilizado y cabello rojos, se burlaba y ofendía sin ningún remordimiento, pero su compañera de cabellos castaños y rostro simpático, parecía obligarse a seguirle el juego a su amiga, pero se notaba con claridad que no estaba del todo segura de continuar agrediéndola, por lo que se limitaba a sonreír con fingida diversión.
—No pienso hacerlo, no te preocupes Martha—le habló a la joven de falsa cabellera rojiza. Aquella hizo un mohín y se aproximó a ella. Tomó sin permiso su cuaderno de dibujo y lo miró con disgusto.
— ¿Qué se supone que es esto? ¿Una mariposa? —Preguntó retóricamente sosteniendo el sucio cuaderno con las puntas de sus dedos junto con una expresión de asco—Pero que dibujo más horrible.
— ¡Martha devuélvemelo! Por favor, dámelo—pidió levantándose de un salto y estirando su brazo. Esas piezas de papel eran unas de las cosas más preciadas que tenía. Ahí plasmaba su tristeza, su ira, su felicidad y en todas las hojas de ese cuaderno siempre dibujaba mariposas. Mariposas de todo tipo, de distintos colores, formas y tamaños, pero todas con un sentimiento casi palpable en donde empeñó todo su corazón.
— ¿Qué, esto? No entiendo para que lo quieres, son simples mariposas. Unas feas y deformes mariposas—masculló.
—Es mío, no tienes derecho a quitármelo. Dámelo, por favor—suplicó Isabel sin despegar los ojos de las manos de Martha.
Martha sonrió malignamente y arrugó una hoja en sus manos. Su amiga se alarmó porque pensó que no sería capaz de romperlo ¿o sí?
—Martha ¿no lo harás, cierto? —inquirió de modo cohibido.
—Sí, lo haré. ¿Qué tiene de malo? —frunció el ceño y la miró buscando en ella un signo de traición.
—No creo que debas hacerlo—sugirió la otra bajando la cabeza.
—Nadie me dice que tengo que hacer, Brenda. Y si en verdad te interesa tanto ésta niña tonta ¿Por qué no te unes ella? O simplemente te vas para no verlo—siseó con irritabilidad. Brenda negó lentamente con la cabeza, reprobando su comportamiento.
Miró con pena a Isabel y se disculpó con la mirada.
—No quiero participar en esto—dijo antes de irse y abandonar a su supuesta amiga.
Martha soltó un bufido y se acomodó el cabello tratando de componer su expresión indignada. Parecía que el rechazo de su amiga le había aumentado el coraje y miró penetrantemente a Isabel culpándola de la acción de su compañera.
—Eres una idiota—le escupió rencorosa—Por eso mismo jamás nadie te querrá, nadie, nadie, nadie…—y así continuó repitiendo aquella palabra mientras arrancaba con brusquedad las hojas del cuaderno, arrugándolas, rompiéndolas y pisoteándolas al mismo que restregaba su poder ante ella.
Sonrió al ver las lágrimas de Isabel a punto de brotar y le lanzó el destrozado cuaderno a las piernas, como si fuera nada más que un estorbo o un pedazo de basura. Se rió en su cara, victoriosa y destilando su dominio frente a sus ojos, dejando claro quién era la que mandaba.
— ¡Mira nada más! Pobre de ti. Me das tanta pena. Tu familia no te quiere, no tienes amigos y crees que dibujando unas estúpidas maripositas tus problemas se resolverán ¡Deja ya de vivir en un mundo de fantasía! —le gritó prepotente, proyectándose de esa misma forma y tratando de desahogar todas sus penas y dificultades. Creyendo irónicamente que de esa forma, le pasaría todas sus complicaciones a Isabel, y ella quería satisfecha, olvidando por un momento las cosas que la agobiaban.
— ¡Cállate, cállate! Tú no eres más que yo, eres mucho peor ¡Mucho peor! —explotó Isabel lanzándose hacía ella, tumbándola al suelo y tratando de poner sus tensas y temblorosas manos en su frágil cuello.
Martha reaccionó tardíamente que quiso apartar las manos de aquella joven de su cuerpo, pero parecía tener una fuerza increíble e incontrolable, quizás por la adrenalina o la misma impetuosidad que la cegaba.
— ¡Déjame Isabel! ¡Eres una loca! Apártate de mí—pero entre más forcejaba más fuerza impregnaba Isabel a sus brazos, que poco a poco fue cerrando sus manos en torno a su garganta. Martha abrió la boca tratando de gritar pero sus débiles gemidos no alcanzaban a pronunciar palabra alguna. Sus piernas se agitaban sobre la tierra, desparramándola hacía todos lados, y su torso inmóvil por el cuerpo de Isabel sobre él, lo que aplastaba sus pulmones dificultándole aun más el respirar.
—No, primero respóndeme algo.
Martha asintió desesperadamente, siendo sus ojos salirse de sus parpados.
— ¿Te gustan las mariposas? —preguntó dulcemente como lo hacía hecho con Efrén. Martha hizo lo mismo y respondió con un claro pero débil "sí."
—Bien, ahora dime ¿por qué migran las mariposas? — y obtuvo la misma respuesta, un rostro confundido y desesperado por vivir.
—Nadie lo sabe, nadie me entiende—sollozó Isabel cerrando sus manos inconscientemente, dejando a Martha sin una pizca de aire.
Apretó los dientes y agitó el cuello de su compañera con frustración. ¿Por qué nadie entendía su afición por las mariposas? ¿Por qué nadie lo aceptaba? ¿Por qué todas las personas juzgan sin saber y discriminan a otros por tener distintos gustos?
— ¿Por qué? ¡¿Por qué? —gritó soltando un par de lágrimas. Cerró los ojos y dejó caer su cabeza con cansancio. Entonces se dio cuenta que sus manos seguían apretando algo. Abrió los ojos y contempló a Martha con los labios entreabiertos mirando a la nada. Se asustó y se quitó rápidamente de encima, asustada por volver a perder los estribos y por haberle arrebatado la vida a otra persona.
—No…—gimió mordiéndose las uñas—Lo siento Martha—la miró por última vez y salió corriendo fuera del colegio, tratando de buscar un resguardo que nunca le era otorgado.
Otros dos días pasaron y las autoridades ya comenzaban a hacer sus investigaciones. Preguntando a los familiares, amigos y conocidos, a todos con tal de encontrar a los sospechosos. Isabel estaba bastante nerviosa y se debatía en entregarse o no. Jamás había hecho cosas malas, o al menos no tan malas como asesinar a una persona y por ello la culpa le carcomía la consciencia.
Ese día no fue a clases y se quedó sentada en una piedra cerca del pequeño bosque en donde había encontrado a capullito, y de igual forma habían encontrado el cuerpo de Efrén. Se acomodó en aquel lugar y cerró los ojos para pensar en lo que había sucedido esos días.
Se sentía culpable y extrañamente vacía, más sola que nunca. Pateó delicadamente las hojas amarillas del suelo y miró las nubles con aire distraído. Deseaba volar y escapar de todo, olvidar sus problemas, morir en paz y sobretodo libre. Suspiró y se abrazó a sí misma, buscando un poco de consolación.
Se sobresaltó cuando escuchó unos pasos aproximándose, tomó una roca instintivamente y miró a la dirección donde provenía aquel sonido. Observó a un hombre joven salir de entre las ramas con una red en la mano, aquellas mismas que utilizaban para atrapar…mariposas. Frunció el ceño con disgusto y en vez de salir corriendo, lo esperó con pies clavados sobre la tierra.
— ¡Ey, hola! No sabía que alguien estuviera por aquí—sonrió amablemente el hombre agitando su mano.
—De hecho hay muchas personas que pasan por aquí—mintió para no evidenciar que estaba sola, ocultando disimuladamente la gran piedra detrás de su espalda.
—Pues es raro porque no veo muchas—rió e Isabel alzó los hombros mirando con repudio la red en su mano. No quería imaginar a cuantas lindas mariposas había matado ese ruin coleccionista, y tampoco quería pensarlo.
— ¿Te gustan las mariposas?
El hombre se sorprendió por la inesperada pregunta, pero luego sonrió encantado.
—Por supuesto, me encantan—respondió con seguridad. Isabel abrió los ojos enternecida pero no se fió. Las personas mienten, todas mienten para su propio beneficio.
Se acercó un paso y apretó la roca con sus dedos, dispuesta a usarla en cualquier momento.
—Entonces me podrías decir ¿por qué migran las mariposas? ¿Por qué lo hacen? —preguntó entrecerrando los parpados, sospechando de aquel hombre.
—Eso es fácil—admitió él—La razón de su migración radica en que la maduración sexual sólo será alcanzada con el calor primaveral, para lograrlo necesitan hibernar en un lugar donde la temperatura las mantenga aletargadas, para que una vez llegado el calor primaveral se reproduzcan poco después, y luego emprendan su regreso hacia el norte para concluir su ciclo de vida. Las monarcas son las más conocidas por migrar al norte y luego aquí a Michoacán. Son hermosas criaturas ¿no? ¿También te gustan a ti? —inquirió con una esplendorosa sonrisa que cautivo a Isabel.
—C-claro, me en-cantan—titubeó asintiendo energéticamente, al mismo tiempo que unas gruesas lagrimas bajaban por sus mejillas, no por tristeza sino por absoluta felicidad. Por fin había encontrado a esa persona, aquella que la comprendía. No era necesario conocerlo bien para saber que compartían casi los mismos gustos. No necesitaba más, eso era todo, alguien que la comprendiera…
—Me alegro—sonrió débilmente y sacó unas esposas de su pantalón—pero lamentablemente tengo que arrestarte.
Isabel lo miró a él y a sus esposas, y luego contempló como otros cinco tipos vestidos de policía salían de sus escondites con armas apuntándola. Sonrió por lo bajo con ironía y estiró sus manos hacía el joven hombre.
—No importa, por fin tuve lo que siempre quise. Y pronto saldré, y volaré y volaré como una dulce mariposa—canturreó agitando sus manos al aire, desenado volar hasta ese espacio infinito que era el cielo.