FELICIDADES LEIRE! Aunque no es que esta historia sea precisamente alegre o bonita, te la dedico este 26 de septiembre de 2011! =) 20 añicos está muy bien, y espero que para el año que viene ya tengas ganas de celebrarlo a lo grande, que serás legalemente capaz de beber por todo el mundo! Es una fecha importante. Sé que no es un regalo impresionante, pero te prometo que te dedicaré la primera novela que publique! Pero claro, tú me tendrás que nombrar en la recogida de tu Goya o Bafta u Óscar! Que tú puedes con todo! Un beso! =D

¡Espero que os guste! =) Por cierto, ¿os recuerda a algo?


El agua bañaba mis doloridos pies suavemente. La mar estaba realmente fresca, lo cual era muy agradable ya que llevaba andando por la arena demasiado tiempo. Mientras las pequeñas heridas que tenía en los pies escocían por culpa del agua salada, le observaba en la distancia. Sólo veía su negro pelo mojado en una diminuta cabeza, ya que se encontraba por lo menos a cien o ciento cincuenta metros de distancia. Sonreí con cariño y cerré los ojos recordando cada momento que había pasado con él. Después de tanto tiempo juntos podía reconocerle sólo con sentir su presencia, ya no necesitaba ni tan siquiera abrir los ojos para saber que estaba bien y que era feliz.

Aunque yo me alegraba por su felicidad, sentía una pequeña punzada de celos en el corazón. Para muchos hombres su novia lo era todo y no deseaban nada más que estar el máximo tiempo posible con ella. Pero mi Jack nunca me mintió, ya que nunca me dijo que yo era lo más importante para él. Sin embargo, yo lo prefería así, ya que cuando me decía que yo era una de las dos cosas que le daban motivos para seguir viviendo, le podía creer porque sabía que siempre me diría la verdad.

Por desgracia para mí, su otra pasión era el agua, más concretamente la mar. Ya fuera para nadar, bucear, jugar o simplemente pasarse horas observando el lento baile de las olas con la arena, Jack necesitaba estar cerca de la mar. Pero me quería muchísimo, y también me necesitaba a mí. Y saber que cuando estaba fuera del agua era sólo mío, ver la pasión y el deseo en sus ojos mientras sus brazos me rodeaban y sentía sus cálidos y dulces labios sobre los míos, era suficiente para mí.

Hasta donde alcanzaba mi memoria había pasado mi infancia en un pequeño y acogedor pueblo costero, por lo que la inmensa y, en ocasiones, salvaje mar era una presencia constante para mí. Nunca me imaginé mi vida sin oír de fondo el suave murmullo de las olas acercándose veloces hasta la costa o incluso sin el áspero graznido de las gaviotas felices al conseguir un sabroso pez. Pero lo que para mí era una realidad cotidiana, para Jack era una promesa que aseguraba indómitas, salvajes y exuberantes bellezas por descubrir. Él siempre había vivido en el interior del país y nunca vio un atardecer tan hermoso, con los rayos rojizos del sol reflejándose en las olas de manera que parecía una extraña caricia a la indomable mar, hasta que cumplió los diez años.

Su padre había pasado años y años soportando a su hijo hablando de una mar que sólo conocía por las palabras embelesadas de sus jóvenes amigos. John vivió con sus padres, los abuelos de Jack, en la costa de pequeño, por lo que no podía entender qué era lo que tanto maravillaba a su pequeño hijo, ya que para él sólo era agua en movimiento. Sin embargo, decidió que para su décimo cumpleaños le regalaría un viaje que Jack jamás olvidaría.

El trayecto fue espantosamente largo, ya que era un gran país y ellos vivían en el centro. Hasta llegar a la costa tuvieron tres días de agotador camino sin apenas descansar. Sin embargo, la primera visión de la mar se grabó como si fuera fuego en la mente del joven Jack. Nunca olvidaría ese día y, por culpa de eso, consiguió finalmente convencer a su padre para abandonar su ciudad natal y mudarse a la zona costera con doce años.

Desde entonces él viviría en la mar y acudiría a su casa sólo a comer y, a veces, a dormir, ya que en los cálidos días de verano tomó como costumbre descansar en la fresca arena. Podía llegar a aguantar un minuto la respiración debajo del agua y como no tenía ningún problema abriendo los ojos debajo de su elemento, descubrió bellezas submarinas que no estaban al alcance de cualquiera y aprendió a nadar más rápido de lo que nunca se había visto en el pueblo. La mar era su vida y su pasión, por lo menos hasta que me conoció a mí.

Muchas veces me contó la historia de cuando me vio por primera vez. Decía que le pasó lo mismo que cuando vio la mar a la temprana edad de diez años, lo que, siendo él quien lo comentaba, no podía haber sido más cariñoso. Solía decir que mi brillante pelo negro tenía reflejos azules que le recordaban al color de la profundas y gélidas aguas. Además, mi ojos verdes le daban la impresión de que si me seguía mirando acabaría en la profundidades de la mar sin posibilidad alguna de volver a salir a la superficie y en un suspiro me decía que a él no le importaría perderse.

Sonreí recordando lo que seguramente fue su primera y única mentira, por lo menos es lo que yo creo. Aseguraba que si ya le había conquistado con una sola sonrisa, el momento en el que me oyó reír ya supo que estaba condenado a amarme para siempre. Me susurraba al oído mientras las sábanas envolvían nuestros cálidos cuerpos como una dulce caricia que mi risa era como el canto de una sirena terrestre que le seducía de tal manera que nunca más deseaba meterse en el agua, si eso implicaba separarse de mí. Pero la mar era otra parte de su vida a la que no podía renunciar.

Seguía observando sus ágiles movimientos dentro del agua. Si no fuera por esa mata de pelo que tanto adoraba, no hubiera podido distinguirle de un pez. Era tan elegante dentro del agua que había ocasiones en las que casi me olvidaba de mi terror irracional por la mar. Me estremecía sólo de pensar en la inmensidad y profundidad del océano, y no podía evitar pensar que si me metía dentro, nunca podría volver a salir.

Por eso nunca conseguí meterme más allá de los tobillos. Afortunadamente, eso no había sido un problema entre nosotros, pese a que adoraba la sensación de ingravidez que conseguía en las profundas aguas siempre acababa volviendo conmigo. Sin embargo, en mis momentos de mayores inseguridades, le preguntaba si mi aprensión por aquello que él tanto amaba nos terminaría separando, pero siempre me contestaba "Claro que no, tú siempre serás mi Mar que me ate a tierra". Pues sí, irónicamente, mi nombre era Mar.

Volvió a introducir la cabeza en el agua, que era lo único que podía ver de él. Seguramente había visto un pez especialmente interesante y quiso seguirlo. Empecé a contar hasta sesenta, una manía que nunca quise abandonar desde que me pidió que fuera su cronómetro personal. Inconscientemente yo aguantaba el aliento cada vez que él se sumergía, por lo menos mientras mis pulmones me lo permitían. Salió en el segundo 39, lo que me extrañó bastante ya que siempre apuraba sus preciados instantes buceando.

En ese instante levantó la mano y me saludó, que era la razón por la que adoraba verle nadar. Porque aunque estuviera disfrutando dentro de la mar, de vez en cuando se acordaba de mí. Aunque, a cambio, cuando estaba fuera del océano no era siempre mío. De vez en cuando desviaba sus pensamientos hacia su inmensa y profunda amante, la mar. Curiosa relación la nuestra, dos Mares para un solo hombre. Pero merecía la pena.

"Ahí va otra vez", pensé, e inconscientemente, empecé la cuenta: "1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9". Sólo quedaban diez minutos para que saliera a desayunar. "10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17". Y luego podríamos pasear tranquilamente sobre las cálidas arenas y en ese momento, pese a tener tan cerca la mar, preferiría quedarse conmigo.

"18, 19, 20, 21, 22, 23, 24". La verdad es que estaba muy nerviosa. Esa noche iba a ser muy especial. "25, 26, 27, 28, 29, 30, 31". Iríamos a cenar a aquel restaurante tan caro y famoso. Llevaba casi dos semanas preparando esa velada para que fuera totalmente perfecta. Iba a recordar este día el resto de mi vida.

"32, 33, 34, 35, 36, 37". Irónicamente, aunque era yo quien le quería decir algo muy importante, él también iba a aprovechar esa noche especial para sorprenderme con un hermoso regalo. "38, 39, 40, 41, 42". ¡Me iba a pedir que me casara con él! Sé que no debería haberlo visto, pero encontré el anillo sin querer en la mesilla de noche mientras guardaba unos papeles. "43, 44, 45, 46". Iba a ser una buena noche, inolvidable. "47, 48, 49". Además, yo tenía otra fantástica sorpresa para él.

"50, 51". Pensé que esa vez sí que estaba aprovechando hasta el último segundo. "52". Ya queda menos para volver a verle. "53". La verdad es que adoraba ver su cabeza salir a la superficie. "54". Cada vez que salía a respirar era la clara imagen de la vitalidad, de la energía y de la juventud.

"55". Ya sólo quedaban cinco segundos. "56". Me puse a pensar sobre lo que me pondría esa noche, tal vez el vestido blanco. "57". De un momento a otro ya iba a salir. "58". Preparados. "59". Listos. "60". ¡Ya! Llegó la hora de que saliera a fuera del agua a por aire, aunque no le haría mucha gracia. Ya me estaba riendo al imaginar su cara de enfado y decepción por no poder aguantar más. Pero pronto se le pasaría y se alegraría al pensar que quedaba todavía la mejor parte del día para disfrutar.

OooOooOooO

"61. Vaya, seguramente haya empezado más tarde de lo que pensaba a contar".

"62. ¡Le tengo dicho que no intente superar su record de resistencia estando tan lejos. ¿Y si le pasa algo qué?".

"63. Bueno, lo que está claro es que hoy se encuentra en forma. Parece que aguanta".

"64. Lo máximo que ha llegado a soportar son 65 segundos, así que saldrá ahora".

"65. No puede ser", pensé incapaz de hacer nada más.

"66". Un pánico mayor del que me inspiraba la mar se apoderó de mí. "67". Algo había pasado, de eso podía estar segura. "68". Desesperada, me dieron ganas de gritar, llorar, tirarme al suelo y no volverme a levantar nunca más. "69". Pero no podía permitirme fallarle, tal vez todavía pudiera salvarle. "70". Giré a mi alrededor en busca de ayuda y me sentí desfallecer. "71". Malditas fueran sus ansias de ir a nadar a primera hora cuando no había nadie por los alrededores. "72". Nunca había aprendido a nadar. Nunca tuve esa confianza con el agua, pero debía ir yo.

"73". Todo fue bien hasta que sentí el agua helada en mi vientre "Y si le hace daño a mi…". "74". No me dejé seguir pensando en eso, ya no había vuelta atrás. "75". Vencí el terror que me paralizaba y fui hacia donde le vi por última vez. "76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 87, 88". Seguía buscando, intentando distinguir algo entre las oscuras profundidades, pero sin éxito. De repente supe que ya no estaba, ya no tenía ningún sentido seguir buscando. "89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 100". Sin embargo, me resistía a irme.

Finalmente volví a la orilla y decidí ir a buscar ayuda ya que, aunque en mi interior sabía que ya nada se podía hacer, quería recuperar el cuerpo. Mi último pensamiento antes de ir estaba dirigido a la que sabía que siempre había sido y siempre sería mi mayor enemiga:

"Al final lo has reclamado sólo para ti, ¿verdad? No eras capaz de compartirlo con una simple mortal. No podías ver que nos amaba a las dos por igual. Pero tú le has traicionado, le has apartado de mí y de su hijo que todavía no ha nacido. Eso nunca te lo perdonará. Nos necesitaba a las dos".

Giré la cabeza y noté una lágrima que descendía por mi mejilla. Que cruel ironía que mi única compañera fuera una única gota salada, como las que formaban la terrible mar. Era un recordatorio de que ella siempre estaría conmigo… De que ella me quitó a lo que más amaba.

OooOooOooO

Habían pasado ya dos semanas y notaba que sólo tenía un gran vacío en mi interior. Ni siquiera notaba el dolor. El tiempo pasaba sin darme cuenta tirada en la cama bajo los cuidados de mi madre. A los seis días vino un guardia costero para informarme de que ya no podían hacer nada más, se habían rendido. Si ya no habían encontrado el cuerpo no lo harían, y empezó a explicar algo de unas corrientes, pero yo ya no le escuchaba. Sabía que no lo encontrarían, era un prisionero de la mar y ella nunca le dejaría libre.

Al día siguiente, aunque no era muy probable por el poco tiempo de gestación, noté una sacudida en mi interior, una oleada de vida. Aunque científicamente no era posible, sabía que mi bebé, nuestro bebé, me dijo que me pusiera en marcha, no podía seguir así, por nuestro bien, por el de los dos.

Tardé una semana más en convencer a mi madre de que me encontraba bien y de que ya no iba a necesitarla las veinticuatro horas del día, podía volver a su casa en Olike. En el mismo momento en el que se fue fui a la mesilla de noche de Jack y cogí el anillo que me hubiera dado aquella noche y me lo puse. Porque aunque ningún cura hubiera bendecido nuestra unión ni ningún juez la hubiera hecho legal, yo lo amé y lo amaría siempre y me parecía apropiado que ese anillo, que perteneció a su abuela, me recordara siempre que no fue un bonito sueño, que fue real.

Mientras lo hacía miraba desde la ventana de nuestro cuarto a la mar y notaba que ese vacío de mi interior finalmente se desvanecía. Y en su lugar aparecía un hondo dolor, como si viera que fuera a perder a mi bebé a manos de la misma desgraciada que me había robado a su padre. Pero sabía que no podía evitarlo, probablemente naciera con el amor de Jack hacia la mar, y si los alejaba, sólo sería peor.

La sentencia estaba dictada. Sin embargo, todavía no estaba todo perdido. Mientras tanto, tenía tres verdades que siempre serían ciertas. Primero, amaría a mi bebé tanto como quise a su padre. Segundo, el terrible dolor que sentía y que amenazaba con partirme en dos nunca me abandonaría. Tercero, me vengaría de la mar, ya fuera en esta vida o en la siguiente, pero esa maldita zorra pagaría.

Pero hasta que mi bebé naciera sólo quedaba esperar y rogar por que mi hijo no naciera con la pasión de su padre, sino con mi odio, mi rencor y con mis ansias de venganza.


Después de escribirlo y mientras lo estaba releyendo vino a mi cabeza una preciosa canción de Mecano "Naturaleza Muerta", una de las que más me gustan. Pero en un principio ni tan siquiera pensé en ella. Aunque sí que ha sido muy útil a la hora de pensar un título ;-)

¿Alguna crítica? Sé que no tiene diálogos propiamente dichos, pero espero que los pensamientos lo hagan más ligero. ¿Resulta demasiado pesado de leer? Gracias por pasaros por aquí. ¡Saludos! - Selenia.