¡Buenas a todos! A ver qué os parece, se me ha ido un poco la olla, pero me ha gustado.


LA SANTA COMPAÑA

- ¡Oh, genial! ¡Adoro esta canción! Es la mejor que he escuchado en toda la vida.

Decidí aumentar el volumen agradeciendo que mi habitación tuviera tan buena acústica. Lo subí al máximo que el aparato me permitía ya que me daba exactamente igual lo que los vecinos pudieran decir. Yo era joven y no me iba a estar limitando por lo que unos viejos aburridos pudieran pensar. Canté con toda la fuerza que me permitían mis pulmones; aunque posiblemente, más que cantar, berreaba.

A todos nos gusta pensar que cantamos tan bien, o incluso mejor, que nuestro cantante favorito. Sin embargo, yo era bastante realista y sabía que nunca podría alcanzar al gran José Andrea. La canción se estaba acabando, pero no me importaba. Ya me había escuchado tantas veces ese disco que sabía que la canción que seguía también era buenísima.

Finalmente la canción acabó y me propuse recuperar el aliento en el tiempo en el que se cambiaba de una canción a otra. A veces esos instantes de silencio eran casi agradables. Ya estaba preparado para el largo y agudo grito con el que empezaba la melodía, pero los segundos pasaban y no se oía nada. Pensé que lo mejor sería acercarme al reproductor para asegurarme de que no se había desenchufado ningún cable ni nada por el estilo.

No obstante, no me podía mover. Ni siquiera podía parpadear, aunque por alguna extraña razón ni si quiera me molestaban los ojos. A decir verdad, ya no notaba ninguna parte de mi cuerpo. Era como si ya no estuviera ahí, aunque veía perfectamente e incluso podía oler el intenso aroma de la lejía que usaba mi madre para lavar las colchas.

Sabía que debería estar asustado pero en ese momento no sentía ninguna emoción. Repentinamente, las luces, las paredes y todos los objetos de la habitación empezaron a parpadear como si se trataran de un corazón palpitante que impulsaba luz por todo el cuarto. El resplandor era cada vez más intenso y los intervalos de tiempos en los que la oscuridad sumía a la habitación eran menores.

Observé cómo la iluminación del dormitorio iba cambiando sin perturbarme, pero cuando vi que empezaba a filtrarse una especie de niebla negra y muy espesa por todas las rendijas de la habitación, comencé a asustarme. Seguía sin poder moverme. Además, ya no podía oler el reconfortante aroma a limpieza de la lejía y hasta mí llegaba un acre olor a azufre, recién llegado desde las mismas profundidades del infierno.

No sé si fue sólo por el hedor, pero me pareció notar una subida de la temperatura, como si junto con la peste hubieran aparecido unas llamas invisibles que estuvieran lamiendo las paredes. Tal vez la niebla era la que transportaba ese horrible calor, pero, aunque ya había cubierto la mitad de la altura de la habitación y me rodeaba por todas partes, yo no era capaz de sentirla... Podía estar abrasándome vivo que no lo notaría.

La velocidad con la que el humo inundaba el cuarto aumentaba rápidamente. Ya me llegaba prácticamente a la altura de los ojos y perdería uno de los dos sentidos que me quedaban: la vista. Sin embargo, el olfato no me era de gran utilidad. Sólo olía ese asqueroso olor a podrido que tanto caracteriza al azufre y que tan desagradable era.

No había manera de que pudiera saberlo, pero presentía que la negra nube ya había invadido mi dormitorio por completo. Repentinamente, noté que podía moverme de nuevo. Por un segundo, estaba tan perplejo y asustado que ni siquiera reaccioné. Después ya me atreví a avanzar por mi habitación, que tan familiar solía serme.

Iba con los brazos extendidos, con miedo a tropezar y deseando encontrar la puerta para salir de aquella oscura bruma. Estaba totalmente desorientado y aunque no tenía sentido en una habitación tan pequeña, pensaba que estaba dando vueltas constantemente.

Acaricié con mis dedos un frío metal que creía que era el pomo de la puerta. Estaba a menos de un metro de volver a la esperada normalidad. Aferré el picaporte con más fuerza y cuando lo giré, deseando respirar aire fresco, sucedió algo que me pilló completamente desprevenido. No sólo no conseguí abrir la puerta, sino que el suelo desapareció bajo mis pies y noté que caía en el vacío. Todo a mi alrededor era sombrío, no había ni una sola luz. Sólo notaba que caía. Caía y seguía cayendo hundiéndome en las profundidades del mundo, como Alicia en la madriguera del conejo.

OoOoOoOoOoOoOoO

¿Acaso estaba soñando? Llegué al suelo, pero no me estrellé. Fue como si alcanzara el suelo suavemente y no como si hubiera estado cayendo durante lo que me parecieron horas a una gran velocidad. No entendía nada, pero juraba que podía distinguir entre la realidad y el sueño. Todo transmitía una sensación de autenticidad, pese a lo inverosímil que era todo lo que me sucedió.

Seguía rodeado de la más inquebrantable oscuridad. Giré rápidamente a mi alrededor, buscando desesperado algo que me ayudara a saber qué tenía que hacer. Cada vez sentía más terror, pero seguía intentado buscar una salida. Decidí que no debía moverme, porque me perdería más aún y no podía saber qué ocultaban las sombras.

¡Vi una pequeña luz en la penumbra! O estaba muy lejos de mí o era muy pequeña, pero sin duda era una llama de esperanza en medio de esa total desolación. Me olvidé de mi lógica decisión de no moverme y eché a correr hacia aquella inesperada luminosidad. Aunque sentía que aquella situación era muy real, tal vez sí fuera un sueño porque corría y corría pero no parecía avanzar. Sin embargo, era difícil asegurarlo en medio de las tinieblas.

Llevaba un rato corriendo y decidí pararme para evaluar la situación aun no sintiéndome cansado. La llama aparentaba ser igual de pequeña que antes, no podía alcanzarla. Ya estaba abatido. Miré a mi alrededor para ver si habían más destellos misteriosos. No vi nada, pero en cuanto dejé de mirar la luz, ésta avanzó o por lo menos ganó intensidad. Al volver la vista parecía estar más cerca.

Sonreí contento de que, aunque yo no pudiera alcanzar el esplendor, él parecía que sí podía venir a mí. Así pues, me dispuse a esperar a que llegara. Mientras lo miraba, cada vez era más grande y ya no veía sólo un lejano punto. Estaba ganando altura y me permitió ver la silueta de una persona.

Mi descubrimiento me alteró sobremanera. Encontrar a una persona que pudiera ayudarme era más de lo que podía desear siquiera. Con toda mi fuerza de voluntad logré no empezar a correr otra vez para intentar alcanzarla ni comenzar a gritar para llamar su atención. No quería asustarla. Realmente necesitaba encontrar a alguien con quien hablar.

La distancia entre nosotros se reducía, aunque al principio demasiado despacio para mi gusto, y puede apreciar que se trataba de un hombre, más o menos de mi tamaño. No podía distinguir su rostro, pero me pareció bastante amable por su manera de moverse. Me preguntaba de dónde venía la luz, que parecía hacerle resplandecer, y supuse que sería una especie de chaleco luminoso, ya que no aparentaba llevar nada en las manos.

Unos pocos instantes más tarde ya me alcanzaría, de eso estaba seguro y me sentí muy alegre. Aunque eso era lo único que sentía. Por lo demás, no notaba ni frío, ni calor, ni cansancio, ni hambre. Nada. Por suerte, a esa distancia ya conseguí observar su cara y mi descubrimiento me hizo gritar sorprendido:

- ¡Hermano! – aunque me notaba contento de estar con una persona querida en ese oscuro lugar, me apenó que mi hermano hubiera corrido la misma suerte que yo-. ¿Qué es esto? ¿Sabes qué ocurre aquí? ¿Por qué...

Pero no llegué a terminar mi pregunta. Al reconocer la figura que se acercaba a mí, comencé a andar hacia ella. Cuando ya distaban sólo unos pasos entre nosotros, vi que aquellos rasgos que tan familiares solían serme, no eran exactamente como yo recordaba. Había convivido con mi hermano cerca de los diecisiete años que yo tenía. Nos habíamos pasado los cereales por encima de la mesa e incluso habíamos dormido en la misma habitación durante casi diez años.

Sin embargo, aquellos ojos que siempre estaban sobre mí preparados para protegerme de cualquier cosa que pudiera llegar a hacerme daño o aquella sonrisa que siempre significaba que nos íbamos a meter en un lío y que nuestros padres se enfadarían, aunque nunca demasiado, habían desaparecido. Empecé a sentir un miedo atroz, pues sus ojos azules se veían inundados de oscuras tinieblas que nada bueno presagiaban. Su sonrisa ya no era traviesa, sino peligrosa. Sus carnosos labios escondían unos puntiagudos y afilados dientes, como si fueran los de un tiburón.

Mientras me observaba se relamía de gusto, esperando algo con impaciencia. Al pasar su lengua por los dientes se hería y unas gotas de negra sangre invadían su boca manchando unos blancos dientes. Pero a él parecía gustarle. Su piel era de una palidez extrema, incluso en los dedos de las manos. Unos dedos que, para mi horror alzó hacia mí, como si quisiera cogerme; aunque más que dedos parecían garras. Las uñas tenían una longitud sorprendente y eran muy desagradables. Parecía que hubiera estado escarbando en la tierra y además creí distinguir más de esa extraña sangre negra suya. Me sentía aterrorizado. No sabía qué le había pasado a mi hermano y estaba seguro de que no podía confiar en él, pero seguía siendo mi familia...

- Raúl... ¿Qué te ha pasado?

- ¿Que qué me ha pasado? -ni siquiera su voz era como yo recordaba, en ese momento sonaba... malvada-. Hermano mío, tú me has pasado. Tú prefieres no tenerlo en la memoria, pero yo me encargaré de que nunca lo olvides, al menos no por mucho tiempo -con una siniestra sonrisa enseñó todos sus puntiagudos dientes al tiempo que alzaba los brazos, como si quisiera mostrar la interminable negrura-. Además, no estoy solo, tendré ayuda. Deja que te presente a mis nuevos amigos.

Estaba aterrorizado y no entendía qué estaba ocurriendo. Miré a mi alrededor buscando qué era lo que tanto le complacía a mi hermano y lo que tantos problemas me generaría. Apesadumbrado vi luces en el horizonte. Como la que había visto al principio y que había resultado ser mi hermano. Parecía haber cientos de ellas, y esta vez se acercaban más deprisa, con ansiedad.

Eché a correr, aunque realmente sabía que no tenía sentido y que terminarían alcanzándome. Pero mi instinto de supervivencia y la adrenalina que corría por mi cuerpo me impulsaban a huir. El espectro de lo que en alguna ocasión había sido Raúl sonrió con regocijo, como si no esperara otra cosa de mí y en voz tan baja que casi no le escuché dijo:

- Huye, hermano, huye. Tenemos todo el tiempo que queramos.

Corría y corría, pero no avanzaba. Aunque seguía sin cansarme notaba que me ganaban terreno. Estaban en todas las direcciones, rodeándome. No conseguía encontrar ningún hueco en su formación por el que escabullirme, pero sólo me quedaba esperar que en el último momento encontrara la solución para escapar.

Seguía huyendo de ellos, pero a la vez me estaba aproximando a los del otro extremo. Me fijé en que, para mi consternación, ya estaba tan cerca de ellos que podía verles las caras. Había hombres y mujeres, viejos y niños. Pero todos tenían una mirada vacía y unos dientes afilados manchados de sangre negra, eran como mi querido hermano.

- Te presento al ejército de las almas en pena. Aquellos que han sido traicionados por sus seres queridos y que vagarán por toda la eternidad buscando venganza... y con sed de sangre.

Raúl estaba a mi lado y prácticamente me susurró esas palabras al oído. No sabía cómo había llegado hasta mí, aunque en medio de aquella total locura no parecía importar un detalle tan nimio. Sin darme cuenta me paré y le devolví la mirada.

- Pero, ¿por qué, Raúl? Yo siempre te he querido. Nunca te he hecho daño.

- ¿No, hermano? ¡Tú me mataste! Y ahora, pagarás por ello, otra vez...

- ¿Qué? ¡No! Yo nunca te haría eso. ¿A ti? ¡Jamás! Y, ¿qué has querido decir con eso de "otra vez"?

La siniestra sonrisa de mi hermano aumentó hasta límites insospechados, mostrando un odio y un rencor mayores de los que yo pensaba que se podían sentir. Y se desvaneció, al principio poco a poco hasta que, simplemente, ya no estaba ahí. Sin embargo, su malvada boca se mantuvo visible unos últimos segundos y le oí decir:

- Hasta la próxima, hermano.

- ¡Raúl! – ya no quedaba rastro de él-. ¡No me dejes aquí!

Me entraron ganas de llorar. Yo adoraba a mi hermano mayor, nunca le hubiera hecho daño. Pero él me abandonó y yo tenía más cosas en las que preocuparme. El ejército de espectros reaccionó. Se mantuvieron al margen mientras mi hermano hablaba pero ahora que ya no quedaba ni rastro de él, se dispusieron a atacar. Pretendían hacerme daño, y mucho; podía verlo en sus oscuros ojos.

Me envolvieron entre todos ellos, de manera que parecía que yo también emanaba luz. Al principio sentí una agradable calidez, hasta que segundos después llegó el dolor. Notaba sus colmillos desgarrando mi piel con avidez buscando una sangre que, en mi delirio me pareció ver que mostraba un color azul. Era como si cientos de agujas se me clavaran en la piel cogiendo mi sangre desesperadas.

Cada vez me sentía más débil, aunque seguía notando el dolor con insoportable claridad. Sabía que aunque perdiera el conocimiento el dolor no me abandonaría. Tal vez la locura fuera la única solución para mí, o la muerte. Sí, ojalá me llegara ya la muerte. Pero los espectros no me matarían, no, eso lo sabía. Sólo buscaban mi sufrimiento, y mi tormento.

Ni siquiera gritaba ni emitía ningún sonido. Aquella tortura me impedía siquiera pensar en hacer algún ruido. No había escapatoria. Ya no sólo sentía los dientes rompiendo mi piel y la sangre goteando, sino que también percibía un dolor más extraño e intenso. Era como si directamente atacaran a mi alma, y no me gustaba nada esa sensación.

No podía hablar, gritar ni suplicar. Sin embargo, unos espasmos involuntarios dominaban mi cuerpo y no podía evitarlo. Había visto ataques epilépticos y esto se parecía bastante. Nunca abandonaría ese lugar, nunca dejaría de sufrir, eso estaba claro. Entre las extrañas figuras luminosas que tanto me torturaban, me pareció distinguir a mi hermano. En sus oscuros ojos sólo vi odio, ni una pizca de compasión ante mi sufrimiento. Así que, tal vez, después de todo, me mereciera aquel tormento...

OoOoOoOoOoOoOoO

- ¡Ya está con otro de esos ataques! ¡Doctor, ¿qué le ocurre? ¡Haga algo, por favor!

Un ajetreo al que ya estaban tristemente acostumbrados invadió la pequeña sala hospitalaria en la que un cuerpo inconsciente estaba postrado en una dura cama. Estaba inconsciente, sí, pero no en reposo. Unas convulsiones atroces sacudían el cuerpo tendido mientras una ajetreada enfermera buscaba una jeringa y un tubo lleno de un líquido incoloro. En esos momentos, unos celadores intentaban sujetar al pobre joven para que la enfermera hiciera su trabajo.

- Pero, ¿qué es lo que le está pasando?

Una mujer desesperada miraba mostrando un gran dolor al joven mientras se agarraba con fuerza sus propias manos. Cambiaba constantemente su mirada entre el joven postrado y un doctor de pelo blanco y bata a juego. De vez en cuando incluso dirigía la mirada a un hombre no muy mayor con un asombroso parecido al joven envuelto entre sábanas blancas.

En sus ojos azules no se veía el miedo de la mujer, ni su sufrimiento. Sólo odio. Aunque un observador atento hubiera podido ver un hondo dolor por la pérdida de no uno, sino de sus dos hijos. Su enfado y su lamento le llevaron a susurrar una sola frase, que ni siquiera su esposa, demasiado preocupada, escuchó:

- Tal vez esté en el infierno, donde su alma será torturada por toda la eternidad por el terrible pecado que cometió.

- Dense prisa –tronó la voz del doctor-. Está sufriendo.

La eficaz enfermera encontró finalmente la vena correcta y con la ayuda de los celadores inyectó el esperado líquido que le devolvería la paz al joven. Poco a poco, los espasmos fueron reduciéndose, hasta que ya no se veía ningún movimiento.

OoOoOoOoOoOoOoO

Sorprendentemente, cada vez me dolían menos los dientes clavándose en mi piel, algo que no pensé que pudiera pasar. No podía entenderlo, ya que no era como si estuviera perdiendo la consciencia. Simplemente era como si yo fuera el que estuviera desaparecido de la zona infestada con espectros vengativos para sumirme en otra oscuridad más agradable... Nada de aquello tenía el menor sentido y menos cuando volvía ver el rostro de Raúl, que sonriendo me despidió con una frase y una siniestra sonrisa.

- Hasta dentro de poco, hermanito.

Y volvió la oscuridad.

OoOoOoOoOoOoOoO

La sala había recuperado la calma y sólo se oían los sollozos de la mujer y el pitido reconfortante que decía que las constantes vitales del joven eran correctas. Mientras tanto, el hombre de los fríos ojos azules seguía mirando a su alrededor impasible y el doctor de mirada amable observaba con interés los aparatos de la habitación.

- Ya lo siento, señores. La verdad es que no lo entiendo. Nunca había visto algo parecido. Sus señales celebrarles alfa nos indican que debería poder despertarse; no muestra ningún problema aparente. Todo el departamento estamos intrigados con ese misterio. Les dejaré a solas con su hijo.

- Gracias, doctor.

Durante unos segundos, marido y mujer miraban en silencio al joven tendido que descansaba finalmente tranquilo. Hasta que el hombre con un profundo dolor mezclado con rencor y despecho en la voz dijo suavemente, como si no fuera importante lo que iba a decir:

- Sigo sin entender por qué te preocupa tanto. Es un asesino.

- Es el único hijo que me queda -pronunció con voz quebrada mientras una lágrima rebelde se deslizaba por su piel arrugada prematuramente por tantas preocupaciones-. No me pidas que renuncie a él también.

- ¿¡Y por qué es él lo único que te queda? -ya no pudo evitar gritar con toda la amargura que tenía-. ¡Es por su culpa! ¡Él mató a su hermano! ¡A su hermano! Nuestro hijo... ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo... -y en ese momento todos aquellos amargos sentimientos desaparecieron de dentro de aquel hombre para dejar sólo una honda desolación quebrándose completamente.

La mujer, que no se sentía mucho mejor, intentó disculpar a su hijo aunque en el fondo ella sabía que no había perdón posible. Y mucho menos para ella, que tenía que haber protegido a sus niños, a los dos. Debía haberlo evitado. Le susurró al hombre al que durante tantos años había amado:

- Sabes que está enfermo. No es culpa suya no poder distinguir entre la realidad y la fantasía. Sólo fue culpa mía.

Otra impertinente lágrima empezó a caer desde su ojo derecho, pero no llegó a manchar la mejilla ya que el hombre de ojos azules la recogió con un dedo. Intentó sonreír, aunque no se puede mostrar una verdadera sonrisa cuando tienes el alma rota en pedazos. Besó la mejilla de su esposa y le cogió de la mano.

- Nunca será culpa tuya, eres una madre maravillosa -susurró.

¿Quién sabe? Tal vez hubiera esperanza para su matrimonio. Aunque la tensión de perder a sus hijos de aquella manera acababa con sus nervios y no paraban de discutir, todavía podrían seguir juntos. Ellos se querían, eso lo sabían los dos. Sin embargo, tal vez no pudieran volver a mirarse a la cara sin recordar lo que habían perdido. Tal vez no durara, pero de momento estaban juntos.

- Esperemos que nuestro Javi no vuelva a sufrir uno de esos horribles ataques. O por lo menos, que tenga un tiempo de tranquilidad.

El hombre mayor no deseaba ningún mal para su hijo. Aunque en ese momento creía que le odiaba con todo lo que quedaba de su maltrecha alma, sólo le deseaba que encontrara por fin cierta paz, pese a lo que antes le había deseado. Pero eso no parecía posible, ya que en alguna otra dimensión, donde sólo podía habitar la conciencia de una persona y todos los demonios que se atrevieran a entrar...

OoOoOoOoOoOoOoO

- ¡Oh, genial! ¡Adoro esta canción! Es la mejor que he escuchado en toda la vida.

Decidí aumentar el volumen...


Espero que se haya entendido la idea =) El título de la historia lo he cogido prestado de una canción de Mägo de Oz, que me encanta y fue la que me inspiró este fic. Con el gran José Andrea como cantante, con su voz. ¡Te echaremos de menos J.A.! "Una procesión de almas en pena. Portadores de luz. Rosas en un ataúd". Saludos a todos. Un beso -Selenia.