Capítulo I

Treta

Dicen que la pereza es la madre de todas las malas costumbres…. Y es mentira.

Miraba aburrido la pared de su despacho, estaba hastiado.

El sentirse de esa forma, aburrido y pastoso dentro de su propia piel, le molestaba de sobremanera. El aburrimiento le hacía sentir casi simplemente humano, fastidiado hasta de las ideas que llegaban a su cabeza con la forma de los siete pecados capitales. Por un momento se sonrió con perverso descaro, colocando sus manos detrás de su nuca y dando pequeños giros en su silla.

Sí, los había cometido todos. No se arrepentía de ninguno, pero encontraba hilarante que ni las más grandes ofensas al dios de los mortales que cruzaban La Puerta fuesen capaces de complacerle ahora.

Sumergido en el punto de desesperación que adquiría cuando empezaba a juguetear con pequeñas monedas particularmente brillantes entre sus manos, ese momento en el que le parecía que las articulaciones de su cuerpo no le alcanzaban para permitirle estirarse y sentirse tranquilo; dirigió su mirada estoica al rincón izquierdo de su oficina.

Por alguna divertida o peculiar razón, de aquella mundana y poco especial intercepción siempre surgía algo que lo entretenía cuando llegaba a ese punto medio psicópata de tedio. Como susurro omnipotente, primero como su propia voz, luego tomando una forma más clara y resonante se mostraba como la de otra persona. Casi siempre una mujer…A veces una niña.

Su rostro de perfil impasible pareció anhelar perversamente que apareciera aquella voz.

—No te sientas mal —escuchó, y sonrió maliciosamente—. Mira Tania, que te saquen las cordales no duele nada, y yo me la pasare con Isabela en el paseo.

La voz no había demorado como otras veces. Pero no se tomó el momento para cuestionarse enseguida el por qué de tan peculiar eficiencia, se contentó con pensar arrogantemente que era porque así lo deseaba.

—Isabela no va a ir —le respondió la otra chica, algo insulsa y con ademán hipócrita.

—¿Por qué no? —replicaba de pronto bastante clara la que por experiencia sabía que sería su presa.

—Porque sus papas no se lo van a pagar, tú sabes, después de lo que pasó con David en el paseo de la vez pasada, prácticamente tendrá suerte si la dejan ir al paseo de fin de curso el año que viene…Pero bueno, quién le manda por ser tan perra —añadió la otra muchacha de cuya voz empezaba a fastidiarse a Damien.

La hipocresía siempre le había parecido simplona, una mala intención que no llegaba a nada más que a reflejar envidia. Era una característica patética, y por ser patética nunca le había llamado la atención que su presa la tuviera. Su presa debía de ser sublime y exquisita, recordó cual Drácula antojado de vírgenes.

El rostro de la muchacha ahora comenzaba a dibujarse en aquel rincón, o quizás simplemente en la parte de atrás de su subconsciente.

Era el momento de esa sensación de hallarse drogado, con la adrenalina corriendo por sus venas y el placer sucio de los planes armándose entre más claro era el rostro de ella. Se pasó la lengua por el labio inferior lascivamente. Estaba muy buena, incluso con el ceño fruncido.

Fuck —soltaba frustrada—, no me quería pasar el paseo yo sola.

—Pero pásatelo con los niños, Tatiana —sugirió Tania. La muchacha arrugó la nariz por un momento.

—Bueno, sí, será… Al menos Julieta no va tampoco —señaló con sus ojos negros entrecerrados, un perfecto contraste para su sonrisa.

Curioso…

¿Dónde había escuchado él ese nombre? Julieta, Julieta. Estaba casi seguro que se trataba de alguien que él conocía, alguien que le hacía arder agradablemente las manos y el estómago. Se frotó un poco las sienes, tratando de recordar sin dejar de prestar atención a la ilusión del rincón.

—Carlos tampoco va —saltó la tal Tania como respondiendo a su cuestionamiento. ¡Claro! Julieta la novia de Carlos.

Y con la respuesta a su molesta duda el caso estaba cerrado y podía concentrarse en lo que iba a hacerle o no hacerle a Tatiana. Su mente se deleitaba con las más terribles fantasías. Pero aunque ya la voz de la muchacha decrecía en importancia momentáneamente, seguía persistente en su cabeza.

Tatiana no dejaba de hablar, de hecho, ciertamente demostraba su carácter entremezclado entre superficial y aguerrida. No se podía adivinar el por qué de esta curiosa mezcla de cualidades, pero a él poco le podía importar.

Sus comentarios eran frívolos, de poca trascendencia. Hablaba sobre la ropa que se iba a poner, los lugares a los que iba a ir y la cantidad de dinero que le daría su papá para gastar en lo que le diera la gana. Y lo que le diera la gana probablemente sería algo hecho de la piel de quién sabe qué animal y con quién sabe cuántos cierres.

Damien recostó la columna contra el espaldar de la silla, haciendo que todos sus huesos tronaran de manera estrepitosa dentro de su organismo. Estiró los dedos y los tronó igual, sintiendo que se relajaba su cuerpo ahora que encontraba con qué matar el tiempo.

De todas las cosas que cruzaron su cabeza sólo le había quedado una, vagamente relacionada con Julieta, pues bien posó sus ojos negros de mirada indescifrable en un punto vacio entre el suelo y el techo. ¿Qué era lo que le había pasado a Julieta? Él no la había matado, ciertamente no, pues siempre pasaba algo. Frustrante pero inspirador. Se tuvo que enfrentar a esa situación de yo-yo sin ser el que manipulaba la cuerda. Ahora consideraba que sería divertido si hacía que pasara todo lo contrario; ser él quien jugara con el yo-yo.

Entonces Tatiana no iba a ser otra presa más… No.

Sonrió. Una sonrisa asesina —en más de un sentido. Lo que iba a hacer le causaba bastante gracia.

Y su presa entre tanto inocente, cándida a su estilo. Pensando que ponerse para sentirse deseada sin llegar a ser puta.

Entre la ropa de Tatiana iban unos cuantos jeans, porque iba a hacer frío, tres chaquetas diferentes (una para cada día) y diferente ropa interior. Con sus dieciséis años encima, la verdad es que se sabía al derecho y al revés como lo que llevas por dentro te hace sentir sensual y deseada. Dios quisiera que lo aplicara también para el alma.

Tatiana había pasado por varías cosas duras en su vida. El hecho de haber sido criada sin una madre, la casi muerte de su mejor amiga, y la traición de la misma al haber sido la culpable de la muerte de su mejor amigo. Bien, no había cogido un arma y se la había puesto en la boca, pero Julieta tenía que ver con que ella ya no tuviera a Marcos a su lado; ella simplemente sabía que era de esa manera.

A pesar de todo eso, Tatiana jamás había pensado profundamente en la muerte. Jamás se le había ocurrido ni si quiera jugar a ese juego que dicen "de que manera no te gustaría morir". Puede que fuese demasiado valiente o que su necesidad de ocupar su mente en cosas más vánales nunca le hubiese permitido meditar sobre las filosofías existencialistas, ni mucho menos prestar atención en clase cuando el profesor hablaba del concepto del alma que decía Platón en sus escritos.

No le importaba. El ahora era pues… Ahora. Y había que vivirlo como tal.

El ahora de Tatiana estaba en irse a dormir para el paseo de tres días a las montañas. Un paseo de curso al cual se moría por ir desde que lo anunciaron a inicio de año, por lo que al final cuando sus amigas le dijeron que no iban decidió que igual asistiría.

Al fin se durmió. De una manera que contradice la lógica de la ansiedad, se quedó tendida en su cama, sin pensar en nada. Sin pesadillas, sin sobresaltos a mitad de la noche por ruidos extraños. Entre más rápido llegara el momento de subirse al bus mejor.

Se alegró cuando la alarma sonó.

Ni la almohada podía hacerle olvidar qué día era. La maleta estaba lista, la noche se había ido más rápido que una oración de seis palabras y aunque el sol no había salido se sentía bastante enérgica.

Se encontró con su papá en la cocina después de vestirse. Usualmente se iba a la oficina a esa hora, por lo que casi no lo veía sino hasta bien noche si la pillaba en el computador pasadas las diez, o a veces simplemente ni lo veía.

El papá de Tatiana tampoco era un hombre que pensara en cosas extrañas, ni en rincones alucinógenos, ni en el más allá. Desde hace mucho que simplemente se preocupaba por el más acá, más específicamente desde que la madre de su hija se había ido. Las ideas sentimentales, o astrales, o de cualquier índole que estuviera más cerca de la jurisdicción del corazón que de la cabeza le causaba inmenso fastidio. Por lógica quería a Tatiana y se esforzaba por darle lo mejor posible; pero hasta allí. Era capaz de cerrarle la puerta a un testigo de Jehová llegado el caso. O a mensajeros de cualquier otra religión.

Tatiana lo sabía, o lo intuía; pues porque ella también era así, y nada se recoge del piso. Puede que esa fuera una de las razones por la que lo quisiera tanto.

—Buenos días, papá —le dijo mientras le besaba la mejilla, como pocas veces podía.

—Buenos días, Tatiana —le contestó con un tono parecido el aludido, colocando el dinero que en dólares serían unos doscientos cincuenta. Después de todo se iba a quedar tres días enteros, y en el fondo como buen padre le parecía que era poco. No por lo que fuera a comprar, sino porque uno nunca sabe.

Tatiana agarró el dinero y lo metió en su billetera. No pensaba ni decir que era mucho o poco, simplemente era lo que tenía para gastar y punto.

—Gracias, papi —le dijo con una amplia sonrisa, esas que alegraban lo suficiente a aquel hombre de negocios. Ambos desayunaron juntos, aprovechando la oportunidad sin haberlo premeditado y luego se dispusieron a salir.

Tatiana llevaba al hombro una mochila de diseñador. Y su papá el maletín negro de trabajar. Él la dejaría en el colegio con el permiso firmado y la volvería a buscar el domingo en la noche.

Las calles estaban apenas frescas por el frío matutino, y se escuchaba uno que otro perro quisquilloso ladrando. Lo único que indicaba que era un día distinto en el colegio era el gran autobús blanco con ventanas a cortinadas.

Tatiana le dio un beso en la mejilla a su papá y se bajó del carro con el permiso en la mano y algo de prisa por subirse para sentarse en la mitad del bus. Un puesto estratégico para evitar a los aburridos de manera prudente y disfrutar de los desordenados de atrás, con la posibilidad de sacar aún su i-pod.

Después de un rato la chica no podía creer que estuviese escuchando las canciones de su lista por segunda vez, aún esperando que el último de los niños que habían pagado el paseo se subiera al bus. No sabía si era porque casualmente había llegado demasiado temprano, o que estaba muy impaciente, pero las dos horas que religiosamente se gastan antes de que arrancase el bus con todos los alumnos le habían parecido más que ridículas.

El autobús por fin empezaba la marcha, cuando ella ponía a repetir una canción de Paramore. Se reclinó para mirar el paisaje que daba la ilusión de estar moviéndose, aunque eran obviamente ellos los que se movían y lo encontró aburrido, aunque con el motor en marcha le parecía apenas que meramente adecuado para relajarse.

El conductor tomó la autopista dejando a tras la mayoría de los edificios fríos de la ciudad, junto con el centro comercial donde se suponía que ella vería la película de Los Vengadores la siguiente semana arrastrando a Tanía y a Isabela. Iba a ser su venganza por haberla hecho verse al hada esa en dizque Crepúsculo.

En un rato se empezaron a ver entre el camino desierto lleno de maleza, unas grandes y hermosas montañas de nieve, las cuales en sí eran el sitio a donde se dirigían, y cuya cercanía hacía disminuir la temperatura un grado por cada diez kilómetros recorridos. Aunque los susurros de sus compañeros le hacían ignorar el frío y sentirse aun en medio del salón de clases del instituto.

Se puso el abrigo que había elegido para el viernes, muy bonito de color marrón y barías hebillas, además de un cómodo cuello felpudo que le hacían agradable el recostarse a la silla del bus. Así volvía a sentirse feliz aun sin sus amigas.

—Tatiana —la llamó de pronto alguien en los asientos de atrás, por lo que con un pequeño gesto de fastidio se levantó un momento para sentarse arrodillada mirado por encima del espaldar.

Quien la había llamado era Federico, estaba sentado entre sus amigos que se partían de la risa por un chiste que Tatiana ya se sabía, y el cual no le hacía gracia. La broma era que desde los doce Federico estaba perdida e irremediablemente enamorado de ella, pero claro ella no le daba sino la hora. Ni si quiera le dejaba cogerle la mano cuando pretendía hacerse el idiota y dizque estaba sólo jugando.

—¿Qué? —le respondió con una simplicidad bastante mundana.

—A penas lleguemos vamos a ir a esquiar, ¿quieres venir? —habló el muchachito mientras se pasaba la mano por el cuello en un ademán que pretendía ser pretencioso y genial, pero que simplemente rayaba en la ridiculez.

Sus amigos se seguían riendo.

—Sí, sí, vale, pero te subes conmigo a la telesilla que yo a esa cosa no me pienso subir sola —le contestó con tono amistoso, a lo que Federico se sonrió.

—Sí, bueno, dale —le dijo el otro con una sonrisa bastante linda de hecho.

Tatiana se la devolvió y se sentó de nuevo como estaba antes de que él la llamara. Podía escuchar las burlas y bromas que le lanzaban sus amigos al chico, pero poco le interesaba. A ella le gustaba la compañía de Federico, y la idea de que podía pedirle favores de vez en cuando sin preocuparse de que le dijera que no; pero hasta allí. Si se sentía Forever alone entonces que se uniera a los memes de 9Gag. Ella no pensaba darse mala vida.

La temperatura descendió sus últimos grados cuando el motor del autobús se apagó en frente del hotel donde se iban a quedar los alumnos. Esa fue la señal para que la directora de grupo se levantara del asiento y con su sonrisa de propaganda empezara a pasar lista antes de que todos ellos salieran corriendo por la puerta. Tenía pocos segundos antes de que la sensación de estupefacción de haber llegado se le pasara a la jauría de estudiantes.

Carraspeó y empezó.

Tatiana la veía, la verdad es que aunque jamás lo admitiría en su presencia, su sonrisa de comercial le causaba cierto escalofrío. Siempre estaba en su rostro acompañando ese tono tan diplomático de maestra de pre escolar. Triste, enojada, decepcionada. Siempre estaba allí, como sonrisa de payaso. Tatiana nunca podía saber cómo reaccionar más que con indiferencia porque el pensarlo por más tiempo le podía producir hasta miedo del mero corto circuito.

—Escobar Hernández, Tatiana Lucía —escuchó que la llamaba por segunda vez y se acordó que tenía que quitarse los audífonos. Después de hacerlo levantó la mano y dijo el protocolario "presente".

Cuando al fin todos se reportaron sanos y salvos dentro del vehículo, la profesora dio permiso de salir, aunque con orden de dirigirse enseguida al hotel a registrarse. Lo que liberó a la manada hormonal cual estampida por la puerta.

La profesora tomó un respiro, preparando sus nervios para cuidar a treinta y cinco adolescentes en un lugar con cerca de catorce zonas de entretenimiento a más de quinientos metros de altura; luego salió por la misma puerta por donde habían salido ellos. Justo antes que Tatiana.

Ella se había entretenido buscando el dinero que le había dado su papá, que por una jugarreta del destino le pareció que lo había dejado dentro del maletín y ahora que lo había desarmado todo se daba cuenta que no estaban allí lo que le daba un pequeño susto tendiendo a ataque al corazón, del cual se recuperó cuando lo encontró en su bolsillo. Por lo que para celebrar decidió sacar ahora sí su humanidad del bus.

Miró asombrada como al cruzarse el cielo lleno de nubes con la nieve daba la impresión de que o bien ese fuese el camino al cielo, o que del cielo saliera la montaña para unirse luego con la tierra. Era en verdad hermoso, no cabía duda de eso.

Dio un gran suspiró y se dispuso a buscar la entrada al gran hotel que parecía una copia interesante de alguna película de terror. Tan alto que parecía perderse en el cielo y cuya posición le hacía ver como si encontrarse al borde del acantilado de la montaña. Cosa que Tatiana esperó que fuese sólo su imaginación.

La nieve se sentía más firme de lo que ella creía que debería estar aunque en realidad era por el frio tremendo que estaba haciendo, pero por mucho que lo estuviera no deja de ser resbalosa, y esto fue algo que a ella se le olvido ya que al notar que ya no quedaba un solo estudiante fuera del hotel se le dio por acelerar el paso, lo que la hizo tropezar o más bien deslizar el pie de manera bastante accidentada.

Esperó sentir el golpe del hielo contra su trasero, pero en realidad lo que sintió fue la inesperada espalda caliente de un chico que sin verlo se daba cuenta que debía de ser más alto que ella. Volteó avergonzada para disculparse y se encontró con una sonrisa despampanante.

Llevaba puesto un abrigo negro sobre una camiseta estampada del grupo Apocaliptia, botas para la nieve que hacían juego con la camiseta. Y un par de ojos negros que la idiotizaban de tal manera que ni si quiera se le podía hacer un cálculo aproximado de su edad.

—Qué pena, tú disculpa —le dijo ella dando un paso hacia atrás algo atolondrado, con una voz que no era la suya sino la de una chiquilla de trece años, un poco más estúpida que ella, sin experiencia pre conyugal.

De algún modo le parecía que le tomaba el triple del tiempo controlar la habilidad natural para comunicarse. Él demostró notar el letargo, y encontrarlo divertido porque soltó una risa que entre todo Tatiana no supo decir si era nerviosa o seductora.

—No, no te preocupes ¿estás bien? —le preguntó con una voz profunda y juguetona. A Tatiana se le olvidó hasta el nombre.

—Sí —soltó al fin y se rió de manera nerviosa; deseando poder hablar con palabras más largas para que él no se fuera a ir de donde estaba.

Parado en frente de ella, la verdad es que no parecía querer algo distinto. De hecho daba la impresión de que estaba en la misma situación que ella, que no quería irse y que se le escapaban las palabras; por lo que al final se unía a la misma risita estúpida que tenía la muchacha.

—¿Y cómo te llamas? —le preguntó al rato como quien no quiere la cosa, y ella maldijo el no poder acordarse bien.

Afortunadamente el grito ultrasónico de su directora de grupo la devolvió a la tierra. Lo lanzo desde la puerta con el gran tapete verde lleno de copos de nieve que decía bienvenidos, pero la verdad es que sonaba como si lo hubiese lanzado al lado de ellos.

—¡TATIANA ESCOBAR! —había escuchado gruñir con el corazón en la garganta.

Seguramente ya había creído que se la había comido un mágico oso polar, pensó con amargo fastidio la aludida que podía sentir como ahora se le ponían rojas las mejillas. El muchacho no pareció más que cándidamente entretenido por la situación, lo cual en el fondo la tranquilizaba; a ella y a la trece añera ridícula en la que aparentemente se acababa de convertir.

—Mejor te vas, Tatiana —le dijo aquel desconocido, aunque pronunciando su nombre de una manera suave, como si fuese un dulce que degustaba.

—Sí, mejor… Se va a enojar si no —respondió vacilando un poco ella, mientras se le daba por jugar con sus dedos entumecidos por el frío.

Él caminó dos pasos y luego volteó, como respondiendo a la pequeña suplica que ella no había hecho.

—Voy a estar esquiando —le dijo y fue sólo entonces cuando la adolescente notó que el tipo tenía un enorme par de esquís en la mano. Tatiana creyó haber sonreído.

—Dale, te veo por allá entonces al rato —le dijo entonces ella, esperando sonar apenas que normal.

—Vale —le respondió él y se alejó.

Tatiana entonces volteó para tropezarse con la enojada profesora, quien no tenía paciencia para su demora cuando los otros alumnos estaban ya volátiles dentro del hotel. Lo cual a la niña Escobar no le importó en lo más mínimo.

Caminó al mostrador mientras sentía como su corazón volvía a latir de una manera humanamente normal, y escribió entonces su nombre completo en la hoja del libro de entradas del hotel. Lo siguiente que el encargado hizo fue darle una pequeña manilla de papel con el nombre del local, al igual que un código de barras que le permitiría alquilar los esquís, subirse a la tele silla, desayunar, almorzar y cenar.

Si quería algo aparte tendría que pagarlo ella. Las horas para comer eran estas, aquellas y estas otras, porque a esa hora era a la que estaba lista la comida de ellos. A menos que quisieran pagar extra también por la comida, debía de respetar el horario.

Tatiana estaba en un punto en el que no sabía si el que estaba dando esa explicación era el gerente del hotel o su maestra. No, esperen, debía de ser el gerente del hotel, porque su maestra estaba estableciendo la hora de queda. A las nueve los quería a todos en su habitación, decía casi que en el mismo tono que el gerente, y si pillaba a alguno de los niños cambiándose al cuarto de las niñas iban a tener más problemas de los que pudiesen caber en la hoja para sanciones disciplinarias del colegio.

Sus nervios, sus responsabilidades, la delgada línea entre la vida y la muerte también hacían parte del discurso que Tatiana ignoraba sin mucho esfuerzo. Cuando terminó el asunto, pensó que sería de hecho una buena idea ir a su habitación para dejar sus cosas. Tenía la cuatrocientos dieciocho y para ella sola. Cómo casi la mayoría de los que asistían, que además tenían padres bastante previsores de los futuros nueve meses del año.

—Apúrate para que nos vayamos a esquiar —le avisó desde el mundo de los mortales consientes Federico, con ese tono que indicaba que estaba contento. Tatiana asintió con la cabeza.

—Me esperan —le dijo y se apuró a hacer lo que había pensado. Después de guardarse algo de dinero en los bolsillos, junto con la llave, solo se revisó el maquillaje en el espejo, se peinó, se cepillo los dientes de nuevo y salió casi que sin cerrar la puerta al lobby del hotel.

Los chicos que probablemente, o muy seguramente, habían hecho mucho menos que ella ya habían bajado también y se disponían a salir a alquilar los esquís.

Honestamente Tatiana jamás en su vida había esquiado, esa era una de las principales razones por las que había querido ir a ese paseo, costase lo que costase. Y aunque en un principio le había dado pena eso, y le había pedido a Federico una semana antes que ni porque lloviera acido del cielo la dejaría sola hasta que ella aprendiera; ahora le parecía que no podía existir mejor cosa que la ignorancia.

Pues así podía en vez de pedirle asistencia a Federico, pedirle ayuda a aquel chico que ya imaginaba esperándola en las sillas cableadas.

Eso era algo que su compañero de clase no se imaginaba a la hora de llevarle los esquís. Por supuesto que no. Y de hecho si lo hubiese sabido, Federico se hubiese alegrado de que aquel desconocido de buen gusto en ropa no se encontrase en el lugar donde se tomaban la tele silla.

Tatiana por otro lado no estaba nada contenta con eso y se estaba imaginando que alguna copa treinta y seis había capturado la atención del lindo chico en esquís. Tragando algo de aire helado tuvo que aceptar más rápido de lo que esperaba la desilusión pues los endemoniados aparatos ya estaba bajando y su amigo tenía impaciencia por subirse en ellos.

Aunque no dijo nada mientras Federico le indicaba como debía asegurarse los esquís, se terminó quejando de lo incomodo que era caminar con ellos hasta el lugar de donde salían las sillas. Su voz señalaba más rabia de la que el caso ameritaba, o de la que el adolescente mereciera, pero no podía evitar sentir la necesidad de hacer una pataleta al haberse tomado tanta prisa y molestias como para no encontrar al sexy extraño donde le había indicado.

Federico le tuvo paciencia y le dijo unas tres veces como era el proceso de subirse a la tele silla. Le tomo solamente un par de intentos lograr que Tatiana lo entendiera. Una vez lo hizo pudo relajarse al dejar caer su cuerpo en la delicada estructura de madera y hierro que meciéndose a varios metros de altura lo acercaba a la cima de la montaña donde le declararía su amor como por quinta vez en el año a Tatiana. Aún cuando esta no pareciera contenta con aquello.

Los pies de la muchacha sentían ligeros escalofríos al encontrarse colgando a tan tremenda altura, y lo cierto era que no le daba gracia como Federico balanceaba las piernas de manera tan entretenida. La altura a la que se encontraban se notaba bastante mortal. Lo suficiente para hacerla olvidarse de todo mientras el aparato los subía. El peso de los esquís tampoco le gustaba, le daba la sensación de que la arrastrarían hasta el fondo de la montaña en algún momento.

En la cima de la montaña había bastante gente, los amigos de Federico ya estaban dando pequeños círculos jalados a fuerza por los bastones. Con señas de la mano indicaron que se iban a lanzar ya, a lo que Federico simplemente respondió con un pulgar en alto asintiendo fervientemente con la cabeza, cual si estuviese en concierto de rock.

Luego sin avisarle se detuvo y se dejó caer de la tele silla, quedando inmóvil, aferrándose en los bastones con fuerza, luego le hizo una señal a Tatiana para que bajara de la misma manera, cosa que a la susodicha no le dio terror sólo porque estaba tratando de descifrar cómo diablos iba a hacer tal cosa.

Entrecerró los ojos por un momento y luego como si de esa manera se le volviera a ir la rabia se tiró, cayendo demasiado incomoda sobre los esquís. Y tambaleándose un poco.

Federico la felicitó, pero eso le supo a mierda.

—Cállate y explícame cómo es que es esto —le dijo aunque su tono era más serio que violento. El aludido asintió pero antes de que empezara a hablar la imagen del chico perfecto apareció enfrente de los dos, sorprendiendo agradablemente a Tatiana.

Era como encontrar tu USB después de haber jurado por meses que la habías perdido para siempre.

—Así que Tatiana no sabe esquiar —soltó él sonriendo con perversidad, algo que a Federico no le gustó.

—¿Y tú quién eres? —le preguntó entonces el que intentaba enseñar a Tatiana. A lo que la muchacha frunció un poco el ceño.

—Me llamo Damien, soy amigo de Tatiana ¿verdad? —dijo entretenido el aludido.

—Pues, sí, algo así —respondió ella con una voz bastante aguda.

Federico pudo sentir la rabia de los celos haciéndole hervir la sangre y coloreándole las mejillas; tapándole las vías del sentido común. Cómo un niño pequeño le dio una mirada asesina al tal Damien y se fue a zancadas, bastante enfurruñado, muy probablemente mentado madre entre gruñidos inteligibles.

Tatiana tomó una bocanada de aire mientras lo veía irse. Iba a ser difícil que se le olvidara eso, pero sabía que a final de cuentas incluso si ella quisiera que él no se le olvidara, eso era lo que iba a terminar pasando. Muy probablemente en unas dos semanas ya volvería a hablarle mientras ella se preguntaba donde dejaba usualmente su dignidad.

—Entonces —dijo Damien después de que Federico se perdió de vista por completo—, parece que hice enojar a tu novio.

—No es mi novio —se apresuró a decir entonces Tatiana. Él suspiró como con alivio, y parecía tan tierno.

—Qué bueno, me asusté por un momento… Pero entonces supongo que tendré yo el honor de enseñarte a esquiar ya que tu amigo se fue.

Tatiana sonrió de una manera bastante involuntaria aunque parecía natural, sentía unas cosquillas placenteras por todo su organismo con el simple hecho de que Damien le estuviera hablando.

Jugueteaba con sus manos, le daba la impresión de que era un chico algo tímido, de esos que usualmente a ella no le gustaban. Pero bueno, toda regla tiene su excepción, y esta excepción era bastante sexy para valer la pena.

—Bueno, si quieres —respondió con un ademán algo más propio de ella pero sin dejar de sonreír como idiota. Damien le tomó la mano para ayudarla a moverse con los esquís.

—Mira —le decía mientras le explicaba lo mínimo—, así te detienes, y de esta manera aceleras. Es un poco más difícil en una superficie tan plana.

Sí, claro, era lo único que se le ocurría y lo único que podía decirle la verdad.

Él la empujo suavemente, agarrándola de la cintura. La sensación que le producía a ella era como estar en la entrada al paraíso, era bastante extraño porque de nuevo su subconsciente susurraba muy al fondo de su cabeza que así no era como ella usualmente se comportaba, por muy bueno que estuviesen el tipo de en frente. Pero la razón era lo último que quería escuchar ella, ahora estaba entretenida con una especie de detalladas instrucciones que le daba el muchacho de la chaqueta negra.

No es como si estuviese prestando atención a sus palabras sino a como movía la boca. Jamás pensó que fuese verdad estar tan abstraída por un hombre, no parecía algo humanamente posible. De pronto se acordó de manera muy extraña de Julieta y el chico con el que se había besado en la fiesta de Tania antes de que Marcos muriera.

Se había acordado de las vagas excusas que le había dado sobre no poder detenerse. No sabía por qué se acordaba de eso ahora, cuando era tan irrelevante, y tampoco el sentir que tenía que ver algo con el sentimiento de drogada que tenía ahora. No tenía sentido, nada en común, era incluso un chico diferente. Seguramente más guapo que con el que Julieta se había besado.

—¿Estás lista? —le preguntó entonces él, con su sonrisa de ensueño. Ella no tenía ni idea de para qué, pero igual dijo que sí para no parecer tan tonta.

Mejor hubiera dicho que no, pensó un segundo después al sentir que aquel apuesto muchacho le daba un suave empujón para bajar la altura exacta de la que se había espantado estando en la tele silla.

No tenía ni idea de cómo había llegado hasta el borde, y como el resto de personas a su alrededor, entre ellas Federico y sus amigos, estaban tan felices bajando en esa mortal rampa helada.

—Alguien que me detenga —pensó por un momento creyendo que lo estaba gritando. Luego al darse cuenta de que no era así, que sus piernas ya empezaban a temblar indicando que perdería el poco control de los esquís en algún momento; comenzó a gritarlo con desesperación. Pero el aire helado que parecía alcanzar hasta sus costillas la acallaba porque nadie se inmutaba, ni daba señales de irse a apresurar para ayudarla.

El sonido de la voz de Damien era lejano, le parecía alterado, pero era sólo eso, que le parecía.

Tatiana vio cómo se acercaba a una curva ya lejos de todo el mundo y se metía entre un montón de árboles muertos. Su pierna derecha se estrelló con uno de ellos, ella sintió como se le partía el hueso. Ya era imposible seguir apoyándose en ese pie. Antes de darse cuenta de cómo, se cayó e inició un descenso mucho más abrupto, los esquís eran bastante pesados de por sí, pero ahora era mucho peor. Como los tenía bien puestos parecían parte de sus piernas lo que le empeoraba la sensación de la fractura.

Su cara se llenaba de moretones, horribles heridas y un dolor de cabeza espantoso. Jamás creyó que odiaría tanto el sabor a nieve en su boca, pero muy seguramente era la sangre que se entremezclaba con ella.

Finalmente la detuvo un árbol, aunque partiéndole con el golpe un par de costillas.

Tatiana tosió, de nuevo sintió el sabor de la sangre en la boca y le ardía bastante la garganta. No podía moverse. Sus piernas parecían dos fideos, que de hecho no deberían ser capaces de doblarse de esa manera.

Ni si quiera podía hacer un esfuerzo pequeño para mover la cabeza pues el punzante dolor en la caja torácica se lo impedía. Incluso hacía demasiado frío para mover sus morados labios y gritar.

Su boca ya se empezaba a congelar y de alguna manera sabía que estaba sangrando por algún lado porque el frio lo sentía más allá de los huesos, hasta en las articulaciones. Como si su sangre se congelara.

Se le ocurrió que se iba a morir allí.

Simplemente cruzó por su cabeza de esa manera. Me voy a morir. Tan simple como eso.

Cerro lo ojos entonces, y también la boca. Iba a hacer su mejor esfuerzo para dormirse antes de morir, así quizás no le dolería tanto.

El frío le empezó a anestesiar el cuerpo, de una manera dolorosa al principio pero luego de un modo agradablemente desesperanzador. Tatiana no se daba cuenta en qué momento perdía la conciencia en el sueño y en qué momento perdía la vida de sus ojos negros.

De pronto ya no sentía absolutamente nada, y con terror se levantó sin pensarlo. Era extraño, no sabía cuándo había perdido la noción del tiempo, simplemente de un momento a otro tenía urgencia por despertarse y huir.

Quizás había sido el hecho de no sentir frío, o una sensación de inhumana paz lo que la hizo reaccionar; fuese o le fuese, estaba consciente. Con el peso de su cuerpo sobre unas piernas rotas que no dolían.

Miro a todos lados, seguía blanco como la nieve pero ya no había un sólo árbol, de alguna manera su mente seguía creyéndose en las montañas. Pero no lo eran, estaba en ningún lado, aparentemente.

Movió los brazos buscando sentir el agua congelada en sus manos, pero no encontró nada particularmente tangible. Luego, de soslayo, buscó alguna herida. Como en un sueño. Pero de nuevo falló en su búsqueda.

Qué extraño, pensó, porque aún era consciente de lo que había pasado; de cada miserable detalle. Eso le hacía creer que o bien podía estar muerta o atrapada por alienígenas.

Entonces se le dio por correr, pero era igual a esos sueños donde no importa cuánto te muevas jamás avanzas y en el que sus piernas se sentían tan pesadas como si estuviese intentando moverse bajo el agua de una piscina.

—¿Dónde carajos estoy? —lanzó al aire anhelando una respuesta aunque realmente no creía que fuese a recibir ninguna.

De pronto se estremeció, alguien había entrado al lugar donde se encontraba. Cielo, infierno, manicomio, donde fuese pero había entrado alguien y ella lo había sentido en la boca del estomago. Dejó de mover sus extremidades, luego volteó la vista sagazmente y sus ojos se abrieron por la sorpresa antes de que terminara de formular un pensamiento completo en su cerebro.

—Veo que en serio no sabías esquiar —le dijo la voz aterciopelada de Damien. Ya no llevaba una chaqueta para el frío ni esa camiseta estampada que le hacía ver tan joven e inocente, sino que llevaba un traje negro, camisa desabotonada blanca; sin corbata.

Ahora que lo veía podía reconocer la sensación de terror, no sabía por qué, y hasta cierto punto empezaba a considerar que era su instinto de supervivencia de reacción retardada, pero el sentimiento era casi palpable; incluso le temblaban las piernas. Era un miedo tan indescifrable como la atracción que también le habían hecho sentir sólo unos momentos antes unos ojos tan negros como los de ella.

Es su culpa, se cruzó por su cabeza al fin. Su cerebro volvía a funcionar y de una manera macabra y rápida. No podía ser una coincidencia que él prácticamente la hubiese empujado de boca a una muerte segura y ahora apareciera en frente de ella. Tenía que ser algo que iba más allá de lo que su cerebro daba a procesar, aunque no entendiera concretamente todas las conexiones, e incluso aunque jamás fuese a saber cómo funcionaba el lugar en el que estaba flotando ilógicamente, estaba segura, el hombre delante de ella era su asesino.

Dio un par de pasos hacia atrás tambaleándose un poco, creyendo que caería en la absurda nada. Damien no se inmutó, de hecho sonrió como si ella estuviese siguiendo sus órdenes al reaccionar de esa manera.

—Vamos, ¿es que no te da gusto verme? —le dijo de manera muy burlona. Tanto que a ella casi le dio rabia.

Tatiana no le contestó enseguida, sus ojos buscaban a su alrededor alguna manera de escapar, aunque no pasaron más de diez segundos para que se diera cuenta de que no había salida posible para ella. Si quería volver tendría que discutirlo con el desgraciado que tenía en frente. Se mordió el labio inferior, es como si le fuera a hablara al diablo.

—¿Qué me vas a hacer? —salió al fin de su boca aunque ella no estaba lista para hablar o pensar aún, quizás por eso las palabras se escucharon resignadas y sin ninguna autoridad.

Damien caminó alrededor de ella cual ave de carroña, jugueteando con sus dedos. Se notaba a leguas que a diferencia de Tatiana él no tenía ninguna duda con respecto al territorio en el que daba sus pasos tan jodidamente agraciados.

—Te darás cuenta de que has muerto —le comentó como si hablara del clima. A ella se le subió la sangre a la cabeza, de nuevo experimentaba molestia, odio y desprecio por tan atractivo hombre.

—Me di cuenta —le dijo mirándole.

Él le guiñó el ojo perversamente, esperando molestarla aun más. Damien podía sentir la endorfina burbujeando en su organismo. Era en ese momento un niño enfrente de la jaula de un león acabado de sacar de la jungla. Podía sentir la impotencia que salía de los preciosos ojos de la muchacha derramándose en sus manos. Le extasiaba.

—Bueno, cariño, dado que es obvio que no te hace gracia el asunto se me hace justo que te ofrezca algo —comentó él suavemente. Tatiana quiso poder escupirle en la cara.

—¿Una casa de playa en el infierno? —bufó ella con estúpido valor. Damien se rió, carcajadas cortas y profundas.

—Si quieres —habló un rato después de recuperar elegantemente el aliento—. Pero me parece que tu vida te gustaría más ¿Qué dices? ¿Hacemos entonces el pacto?

Tatiana contuvo el aliento, con los ojos abiertos como platos. No quería demostrar ansiedad, pero era inútil. Damien la tenía bastante estudiada como para saber que por dentro estaba por caerse sobre sus rodillas de la conmoción.

Ella jamás había pensado en la vida más allá de la muerte, así que no se le había ocurrido que fuese posible volver ahora que estaba muerta. Lo escudriñó con la mirada pero no encontró nada más que un par de agujeros negros y burlones. Suspiró, aún en plena confusión ¿qué otra cosa podía hacer?

Abrió la boca, encajonada como un ratón y dejó que cualquiera que fuera a ser la respuesta, sonara. Y fue una sorpresa para su ego el que hubiese dicho Sí.


Betaread by: Star-Gidget-chan.