Si no puedes sentirlo, fíngelo—Natasha Fox.
Lena insistió en que debería visitar a un doctor. Veía a la joven demasiado pálida y asustada. No se atrevió a preguntarle y su hijo Tomas tampoco. Natasha se negó, no quería ver a ningún doctor. No existía ninguna cura para lo mal que se sentía.
¿Qué podía borrar el dolor?
Y sabia la respuesta, nada. Nada lo haría sin importar cuánto tiempo pasara.
¿Por qué Toni no le había dicho antes?
¿Por qué ella no sabía que estaba enferma? ¿Por qué jamás se lo dijo?
Después de todo el tiempo compartido había tenido la esperanza de que la anciana confiara en ella para contarle lo que sea. Al parecer no fue así.
— He recibido una mala noticia—Tomas y su madre asintieron.
— ¿Estás bien?—Lena preguntó luego de recoger el celular de la pelinegra.
— Lo estaré.
Natasha tomó su celular agradeciendo que hubiera caído sobre la alfombra del local.
"Te quiero. Nunca quise ocultártelo."—Toni.
Ella suspiró. No podía enojarse con él.
"Solo me hubiera gustado saber la verdad, todo este tiempo creí que estaba bien. Nunca supe que estaba enferma. También te quiero. No es tu culpa que haya pasado."—Tashie.
Es mía. Pensó.
Si tan solo lo hubiera sabido, se hubiera quedado, jamás habría salido del país y abandonado como lo había hecho. Doris siempre había estado para ella y ella… no había estado cuando más la necesitó. Posiblemente era algo que nunca olvidaría y que tampoco se perdonaría.
"Las cosas pasan por algo" Lo sé Do, lo sé. Eso no quiere decir que lo acepte.
— Cariño, ya has trabajado suficiente y es casi mediodía, vete antes—Lena aun la veía decaída. No podía soportar otro segundo más verla actuar como un zombie. Sin vida.
En otro momento Natasha diría que no y trabajaría aun mas. Esta vez era diferente, estaba desanimada. Saludó desde la puerta agitando su mano sin decir nada y emprendió la caminata hacia la mansión.
Se puso los auriculares, cosa que no hacia a menudo y se dejó llevar por la música.
Pero no fue capaz de ahogar los pensamientos, estos le gritaban por encima de la música. Tres calles antes de llegar se quito los audífonos y secó sus lágrimas, no quería preocupar a Isabel o a Rick (quien recientemente volvía de sus vacaciones).
Abrió la puerta de la mansión sin ánimos y avanzó. El olor que llegaba de la cocina era extraño. Tal vez Ricardo se había esmerado más por su ausencia y quería recompensar a su jefe.
— ¡Has vuelto, lindura!—la voz del cocinero hizo eco en la cocina.
La joven se acercó a saludar. Poniendo su mejor mascara, que a pesar de todo no lograba tapar toda la tristeza que emanaba.
— Mira, estoy preparando la comida preferida de Christopher, te encantara. Ve a la mesa, no me saludes, tampoco he estado lejos tanto tiempo.
Natasha obedeció.
¿Qué estaría haciendo ahora si nunca hubiera venido aquí?
Christopher estaba sentado a la mesa con una sonrisa, parecía estar esperando algo, podría jurar que sus ojos brillaron. Pero la pelinegra no le devolvió le sonrisa, se sentó en silencio frente a él.
¿Viviría Doris?
El olor de la comida inundaba todo el comedor. Natasha no tenía hambre. Pero al juzgar por la sonrisa de Chris, estaba esperando su comida favorita. No quería ofenderlo, pero aquel olor le provocaba nauseas.
¿Me sentiría tan culpable?
La chica suspiró sin notarlo.
— ¿Cómo ha estado tu día, Natasha?—Christopher intentó entablar una conversación. Aun tenían una pendiente.
¿Habría podido hacer algo si estuviera en Argentina?
Isabel apareció por la puerta del comedor trayendo los platos ya listos. Detrás venia Ricardo con una gran sonrisa de orgullo. El almuerzo ni siquiera se había colocado en la mesa, cuando la pelinegra se puso en pie.
Ella hubiese querido que en este momento estuviese estudiando en una universidad.
— Lo siento, iré a mi habitación.
¿Habrá pensado en mí su último día? ¿La he decepcionado dejándola?
No se dio cuenta hasta que llegó a las escaleras que Christopher le seguía.
— ¿He hecho algo mal?—preguntó el castaño.
— No—vagamente recordó que algo le había preguntado en el comedor. No estaba escuchando.
— Yo… no quiero que estés mal por mi culpa…
Natasha frunció el ceño.
— No todo gira en torno a ti, Christopher—gruñó, o eso le pareció al hombre.
— Natasha… Sé que estas enojada, pero si me dejas explicarte que…
— ¡No eres el maldito centro del Universo!—la joven escupió antes de voltearse y subir los escalones corriendo.
Cuando cerró la puerta de su habitación su mundo se desmoronó una vez más. Las lágrimas volvieron a bañar su rostro.
Oh, ángel no llores. Cuidare de ti de ahora en adelante—sus ojos negros observaron a la anciana—Lo prometo.
La rubia entró a la oficina de Christopher con una enorme sonrisa que mostraba todos sus dientes. Él no la miro, estaba demasiado ocupado con su computadora como para prestarle atención. Después de todo, él nunca había pedido una asistente. Su padre David lo había hecho.
— ¿Cómo has estado?—alegre como siempre, preguntó.
— Bien—no se molestó en mirarla.
— Ayer no te he visto por aquí…
— He terminado temprano.
Camila sacudió su cabello hacia atrás y frunció el ceño. Sin pedir permiso, ya que según ella no lo necesitaba, se sentó en la silla frente al escritorio.
— ¿Ha pasado algo? Me doy cuenta cuando alguien está molesto—su voz era empalagosa, así la describiría Natasha si estuviera en la misma habitación.
— ¿Sabes qué? Tienes razón—la miró por primera vez desde que había entrado—Estoy molesto y ha pasado algo. Es eso lo quiero que expliques.
La joven pestañeó dando algo de realismo a su inocencia (inexistente).
— ¿Explicar?—preguntó— ¿Qué debo explicar?
— Lo que paso en ese bar al que me has llevado.
— Tomamos unos tragos, nos divertimos y me has besado; nada del otro mundo—se encogió de hombros— ¿Eso querías saber?
— Intentaré no ofenderte—advirtió— Pero yo jamás, jamás—recalcó—te habría besado estando consciente ¿Qué es lo que has hecho?—exigió.
Cualquier diría que estaba pensando que responder. A simple vista estaba inmóvil, ni un cabello fuera de lugar. Nada, no le había afectado. Pero si la conocieran bien, como lo hago yo, sabrían que en verdad sus ojos se oscurecieron y tardó unos segundos en recobrarse del golpe que Christopher le había dado con sus palabras.
— No he hecho nada ¿Cómo puedes pensar algo así de mi?—se puso en pie, dispuesta a salir de allí.
— Lo siento, solo que no puedo entenderlo—admitió.
— ¿Qué? ¿Qué me deseas?
— ¡Yo no te deseo!—gritó saltando de la silla.
— ¡Entonces no me habrías besado!—por un segundo se salió de control.
— ¡No quise hacerlo! Y doy gracias que no puedo recordarlo—murmuró finalmente.
Algo pareció llamar la atención de la rubia en esa oración.
— ¿No lo recuerdas?—preguntó—¿Cómo lo sabes entonces?
— No es de tu incumbencia. Vete por favor.
Ricardo alzó una ceja y luego murmuró algo que la pelinegra no comprendió. Luego su expresión cambio por completo.
— No puedo creer que me hayas hecho esto ¿Sabes lo que demore en preparar ese almuerzo? ¡Saliste corriendo!—chilló Ricardo—Para colmo Christopher hizo lo mismo y ni siquiera probó bocado.
— Lo siento—la joven le abrazó—No quise ofenderte.
— Dime, cariño ¿Ha pasado algo? Oí como peleaban con Christopher y…
— ¡No todo gira en torno a él!—le soltó abruptamente.
¿Por qué todos tenían que pensar que si ella estaba mal era a causa del castaño?
¿No se daban cuenta que ella también tenía una vida?
— De acuerdo, de acuerdo. Ven aquí—el cocinero la volvió a encerrar entre sus brazos.
Y así estaban cuando llegó Christopher.
— Buenas tardes, Christopher—Ricardo le saludó cordialmente separándose de la joven.
— Buenas noches, diría—el castaño sonrió.
El cocinero intento no asustarse. Su jefe no sonreía; era como una norma no escrita. Miró en dirección de la pelinegra, ella no parecía sorprendida.
— Estaré en la habitación—avisó mientras se alejaba.
— ¿Sabes que le ocurre?—murmuró el hombre a su jefe.
— No. Creí que tú sabrías algo—respondió.
Natasha ya no los escuchaba.
Christopher la vio alejarse, hilos invisibles se iban estirando entre ambos, separándolos. Su pequeña ya no le miraba de forma desafiante ni le miraba con cariño, solo con indiferencia.
No podía permitir que más tiempo pasara sin que le explicara lo que en verdad había ocurrido y le pidiera perdón. Necesitaba hacerlo. Tenía temor de que cuanto más tiempo pasara, ella más se alejara.
A pesar de todo sabia que eso no era suficiente. Incluso él, que no era la persona más cariñosa del mundo, se daba cuenta de que decir que la amaba no era suficiente. Y Christopher no era alguien que hablara por hablar. Debía demostrarlo. No solo por ella, sino por él, demostrarse que podía amar a alguien y que ese alguien le amara también.
¿Por qué estaba siendo egoísta?
Sabía que algo le pasaba a la joven, que su mirada tenía mas emociones de las que quería admitir. Y sin embargo, allí estaba él pensando en cómo tenerla a su lado.
Un mechón de cabello cayó al frio piso blanco, el color oscuro resaltaba contra el pálido piso. Otros más le siguieron. Largos, cortos, gruesos o finos. Su mirada oscura chocó con la mirada del espejo, vacía. Un rostro sin emoción, un rostro que le traía viejos recuerdos.
Una vez más elevo su mirada. Se sentía como retroceder en el tiempo. Atravesar un túnel y volver a lo que había sido, su cabello por los hombros, su mirada vacía y su mente vagando en ideas inconexas. Todo en lo que se había transformado junto a Doris comenzaba a desvanecerse, destruirse, como si nunca hubiera existido.
¿Era eso lo que quería? ¿Olvidar?
¿Hacer como si nada hubiera pasado?
No podía. A pesar de todo, sabía que no importaba cuanto se esforzara en volver a ser la misma, jamás lo conseguiría. Doris y sus palabras dulces, sabias y justas la perseguirían siempre.
Se inclino para poder limpiar lo que había provocado. Sin pensar demasiado en sus acciones. Ya que siempre cuando lo hacía terminaba arrepintiéndose. No quería dudar de lo que hacía.
Quería ser fuerte.
Y si no lo era, lo fingiría.
Estando así, en cuclillas sin su larga melena azabache, la puerta del dormitorio se abrió de par en par. Christopher buscó por la habitación a su pequeña, en cambio se encontró algo diferente. Por un segundo creyó que era una niña, pero al voltear… su corazón dio un brinco.
— ¿Qué has hecho?—susurró inclinándose cerca.
La joven apretó los cabellos cortados entre sus manos. Había algo diferente en él, aunque no sabría decir que; quizá su voz, quizá su mirada o quizá sus sentimientos.
— Es solo cabello—murmuró—crecerá.
Christopher asintió. Su mente trabajaba velozmente, no importaba cuanto había pensado en disculparse, no importaba si había practicado un discurso, no sabía cómo empezar.
— ¿No te gusta no es así?—la pelinegra no sabía en que momento se había enfadado—Bien, no digas nada, no me importa. Quizá a la rubia tenida si—odiaba cuando no podía controlar su lengua.
Se puso en pie tan rápido que el castaño se tambaleo. Había estado demasiado cerca.
— No es eso—el joven la detuvo parándose a su lado y tomando su mano. La obligaría a escucharlo si era necesario.
— ¿Qué es, entonces?—estaba siendo brusca, incluso ella podía reconocerlo.
— Mira, mírate—con sus manos sobre los hombros de la pelinegra la hizo voltear hacia el espejo.
Natasha observó su ceño arrugado. Intento suavizarlo.
— ¿Lo ves?—susurró demasiado cerca de su oído.
— ¿Qué Christopher? No tengo tiempo para tus estupideces—no quería tenerlo cerca. Porque estando así anhelaba tenerlo aun más, más cerca.
— Eres hermosa—un pequeño cosquilleo creció en su vientre—No importa como tengas el cabello—volvió a susurrar— Azul, verde, negro—sonrió—largo o corto. Para mi serás hermosa.
Su pequeña estaba callada y no le miraba a él, sino a su propio reflejo en el espejo. Antes de ponerse a pensar la abrazó por la cintura y apoyó su mentón en su hombro derecho.
— T e extraño—confesó. Natasha no respondió. Dudo siquiera si le estaba escuchando—Yo vine aquí e realidad… para… para decirte que…
La puerta de la habitación se abrió sobresaltando a ambos. Isabel les dirigió una mirada aliviada.
— Aquí están—murmuró.
— ¿Ocurre algo Isabel?—Christopher se separó de Natasha.
— Señor, su padre está aquí.
— ¿Qué quiere?—espetó, Natasha se encogió a su lado.
— Esta aquí con una joven, Camila. Informó que ambos se quedaran a cenar.