Era tarde, y no había nadie, y allí estaba ella; sola.

Canturreaba una canción de blues con voz quebrada y oxidada, mientras daba pequeños tragos a la inmensa jarra de cerveza que tenía delante, y que ya estaba a la mitad. No parecía, aun así, estar "achispada".

No parecía de esta época, tampoco de ninguna otra; tampoco importaba.

No había venido con nadie, supongo que también se iría sola.

Sintió cómo unos ojos se clavaban en su nuca, inquietos y furtivos; no se inmutó.

Hoy no estaba de buen humor.

Siguió murmurando la misma canción, como un disco rayado, y tamborileando con sus huesudos dedos el ritmo hasta terminarse media hora después la jarra de cerveza entera.

Hoy no era un buen día.

Los ojos seguían allí, esperando su atención; llegaban tarde.

Aunque tenía curiosidad, ella era al fin y al cabo, una niña sin infancia, así que era predominantemente una investigadora de la naturaleza humana, por lo menos mientras no tenía trabajo.

Se detuvo un momento y respiró hondo, su esternón se hundía calvándose en su pecho como una daga punzante y afilada, uno, dos, tres suspiros hasta que se dio finalmente la vuelta.

Y allí estaban, unos ojos marrones vivos y temblorosos que la miraban expectantes, como cuando un niño mira al cielo esperando ver los fuegos artificiales explotar iluminando la negrura de la noche y sus miedos infantiles, dándole en conclusión, color a estos.

No era conveniente para él; él brillaba con la inocencia de la vida, o por lo menos eso pensaba.

Se fue a pagar la cuenta, a la barra, como siempre, en la monotonía de la rutina, y se acercó al niño que se creía hombre y le susurró: chaval, no puedes jugar con los adultos, no intentes sostener algo que te quemaría; y siguió su camino, como un aliento, fría e impasible, en la soledad porque hoy, no era un buen día.

No se dio por vencido. La siguió viendo, en el mismo bar todas las noches de ese mes, con el empeño de un crío cabezota que no sabe lo que le conviene.

No se hablaban, ella solo bebía. Sola, siempre sola, con su gabardina negra, y su vestido rojo ceñido. Su pelo siempre recogido en una coleta, caía en cascada por sus hombros de mármol, y los ojos ligeramente abiertos, como en sorpresa o en exclamación, en una mirada casi frenética a pesar de sus movimientos siempre pausados y calmados.

Él se limitaba a mirarla, admirando desde lejos a lo que era para él su diosa Minerva, su protectora y lo único que conocía en sus noches de insomnio y fiebre cansada.

No se hablaban, pero sí se entendían, los dos eran almas solitarias.

Él era joven, militar de guerra, soldado con permiso, sin familia ni hijos, enterrado en la bebida por los horrores de la guerra.

Ella era niña en sus ratos libres, mujer cuando no le quedaba más remedio y camarera para pagar sus facturas. Ella estaba casada, aún. En trámites de divorcio. Ella tenía una hija, aún. Su padre lucharía por la custodia de la niña, se suponía.

Ella era la soledad; él estaba solo.

No, no se hablaban, era una relación que no necesitaba de eso.

Hicieron el amor, a veces. Simplemente salían del bar y se dirigían al apartamento de ella, su nuevo piso de soltera. No había necesidad ni siquiera de preguntar si esa noche pasaría, siempre se notaba en el ambiente.

Hicieron el amor, a veces, otras simplemente descargaron sus miedos y su ira en un mar de cuerpos y virulentas caricias.

No era una relación, era una manera de sentirse menos solos.

Más vivos. Una vía de escape.

No era una relación, si había sentimientos desde luego no lo sabían.

Tampoco quisieron explorarlo, solo compartían noches entre bares y lunas.

De repente un día hubo una llamada, le necesitaban en el cuerpo.

De repente un día hubo una llamada, la trasladaban de ciudad.

De repente un día hubo una llamada y todo terminó, y el alcohol volvió a ser el mismo y los cigarrillos ya no fueron compartidos, y las camas fueron inmensas y las noches fueron largas; como siempre.

De repente ella volvió a no tener buenos días, de repente él volvió a padecer fiebres e insomnio.

Y hubo una noche en la que ella volvió a beber, en otros bares, sola, siempre sola, sin devolver las miradas.