Nota: Este fic participa en el Reto #8: "Liberemos la creatividad" del foro El Rincón Creativo.


I

Camila se asomó melancólicamente por la ventana de su habitación, mirando directamente a la cara azul y distante de la noche, perdida en sus pensamientos, abrumada por los acontecimientos que había tenido lugar en los últimos días.

Ella había sido la novia de Diego desde que ambos eran niños: Camila lo amaba más a que su propia vida, más que a nadie en el mundo, pero era ella jamás había sido plenamente consciente de la intensidad de tales sentimientos. No lo fue al menos hasta el momento en que una vecina (Amiga de su madre) llamaba a la casa, para contar entre sollozos que Diego se había matado al estrellarse su automóvil durante la madrugada de aquel día.

Al momento de enterarse de la noticia Camila sintió que iba a caerse de espaldas sobre el suelo, pero se contuvo. Trataba de pensar con claridad.

"Fue una tontería." Pensó Camila, recordando la noche anterior. Habían discutido, no recordaba muy bien la causa, y al final le ordenó a Diego salir de su casa. Al día siguiente no fue a clases. Cuando ya se hicieron públicos algunos detalles sobre su muerte, todas las historias, todos los rumores apuntaban hacia ella como la única culpable.

Camila pensó en que tanto de cierto había en tales chismorreos, sintiendo una mezcla de ansiedad y angustia que fue volviéndose más y más inaguantable conforme pasaban los días.

Sin embargo, la más desconcertante sorpresa se daría al cabo de unos meses, durante una tarde en la cual ella había encontrado en la entrada de su casa la pequeña caja metálica en donde Diego había guardado una gran cantidad de dibujos hechos por ambos durante su niñez, enterrándola en el jardín de su vieja casa.

Uno de esos dibujos los representaba a ambos, tomados de la mano, pudiendo leerse por encima de las cabezas de los monigotes la siguiente frase:

"Por Siempre Y Para Siempre. C y D"

Contemplar esos garabatos le hizo sentir un leve escalofrío, abrazándose al mismo tiempo en lo más profundo de su ser la culpa, el miedo y la desolación.

Aquello no tenía explicación. Nadie más que Diego y la propia Camila sabían de la existencia de la caja enterrada en el jardín. En un principio la muchacha quiso creer que se trataba de alguna clase de broma cruel, pero tal explicación no era capaz de convencer a su espíritu intranquilo.

Camila no les dijo nada a sus padres cuando regresaron. Ni dijo nada a sus amigas, ni a nadie. Ese fue su secreto más profundo, el misterio que le perseguiría como un acertijo que jamás tendría una respuesta definitiva.

Y aún con todo, ella decidió conservar caja llena de recuerdos…La escondió bajo su lecho, dentro de una caja polvorienta llena de revistas viejas, coleccionadas durante el mismo año en el que ella y Diego se habían vuelto novios, habiéndose hecho un sinfín de promesas por aquel entonces…Promesas ingenuas, hechas casi sin pensar, y que ninguno de los dos estaba realmente seguro de poder cumplir algún día, pero que de igual manera bastaban para llenar el alma de Camila con un grave remordimiento al momento de rememorarlas una a una.

II

En la madrugada del sábado, sin saber muy bien porque, Camila sintió deseos de irse sola y a pie hasta una pequeña playa en las cercanías de su casa. Tal como había calculado, ella llegó hasta dicho lugar cerca del amanecer…

La noche anterior había tenido un sueño muy extraño: Flotaba o volaba a través de un paisaje iluminado por una luz fantasmal, el cual se asemejaba a las profundidades del océano, para luego detenerse en un punto específico de aquel fantasioso escenario... Allí, su vista reparó entonces en una especie de puerta metálica, la cual se abrió de par en par en cuanto Camila la tocó.

El interior de tan insólito recinto era muy similar al de una iglesia, y sobre una mesa colocada a modo de altar, estaba un joven colgado de los brazos. Unas flechas le atravesaban el costado, pero el gesto de su rostro era sumamente apacible, como si estuviera durmiendo tranquilamente.

Dicho joven era idéntico a Diego. Para Camila, no cabía duda alguna de que se trataba de la misma persona.

— Yo reconozco este cuadro…Es El Martirio de San Sebastián. ¿No es así, Diego?—Dijo Camila, sentándose en una de las bancas de aquella capilla submarina —. No sabía que te gustase la pintura, ni mucho menos el arte clásico… Nunca me lo habías comentado…

No hubo respuesta alguna por parte del joven colgado.

— ¿Es cierto lo que dicen, Diego? ¿Fue mi culpa que murieras? Perdóname si fue así. Yo no quería…

Sus ojos se posaron sobre uno de los cuadros de la iglesia: Uno de ellos los representaba a ambos, de niños y tomados de la mano. Se trataba de una versión perfeccionada y embellecida de aquel burdo dibujo que ambos habían hecho de niños. Abajo del cuadro podía leerse a la perfección:

"Camila y Diego, por siempre y para siempre."

—Me gusta mucho este cuadro —comentó Camila, intentando romper el silencio espectral de aquel recinto — ¿Tú lo has pintado?

Tampoco esta vez hubo ninguna contestación por parte del joven colgado y atravesado por las flechas, por lo que Camila se resignó a seguir hablando sola:

—Diego, no tienes que mentirme para hacerme sentir mejor, pero… ¿Por qué tuviste que morir de esa manera tan estúpida? ¿Por "amor" acaso? Eso no vale la pena…Lo nuestro era un juego de niños…Una promesa que nunca cumpliríamos…

Las lágrimas nublaron los ojos de la muchacha mientras pronunciaba estas palabras. Camila cerró sus ojos, y cuanto los abrió, ella se dio cuenta de que Diego había desaparecido. Sobre el altar estaba ahora la caja metálica que alguna fuerza desconocida había traído hasta su casa, para atormentarla con los recuerdos contenidos por la misma.

Dando un leve respingo, Camila abrió la caja de su sueño, encontrando en su interior una pistola plateada que contempló con la misma extasiada fascinación. Lentamente, casi con delicadeza, puso el cañón del arma sobre su sien y apretó el gatillo.

Ahora, muchas horas después, Camila se preguntaba que podía significar aquel sueño, pero no era capaz de dar con ninguna clase de respuesta satisfactoria, con excepción de un leve presentimiento que también era una verdad sumamente peligrosa: tenía que abrazar el deseo de su subconsciente, cumplir por lo menos con una de tantas promesas incumplidas. De lo contrario, ella nunca podría ser libre de verdad…

Ella se sentó sobre la arena. Ya había transcurrido cerca de media hora, pero seguía oscuro. Ella esperó la llegada del amanecer, sintiéndose invadida por una ligera modorra, como si la joven aún no se hubiese despertado del todo.

Unos minutos después, el sol se asomó levemente en medio del firmamento, iluminando gentilmente aquel paisaje nostálgico y gris. Su luz ejercía una extraña influencia sobre Camila, acaso borrando todas las dudas que embargaban su espíritu.

Fue entonces Camila vio a Diego salir del mar, caminando sobre la arena, hasta donde ella se encontraba, deteniéndose luego a una distancia prudencial, desde la cual empezó hacerle señas a Camila para que le siguiera, justo antes de volver a sumergirse en las aguas del mar.

Por su parte, Camila (quizá bajo el efecto de aquella misteriosa luz del sol matutino) decidió que seguirlo era lo mejor. Y sonriendo, mientras caminaba hacia al mar, lista para sumergirse en sus aguas, le pidió mentalmente a Diego que por favor le esperara, como lo hacía cuando todavía eran novios, caminando entre las olas que bañaban las orillas de la playa…

"Camila y Diego, por siempre y para siempre..." pensó la joven, mientras iba ahogándose poco a poco. "Por siempre y para siempre..."